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PRÓLOGO DEL AUTOR.

Con cierta irresolucion publicamos una obra sobre los sistemas geológicos, en un tiempo en que la política lo arrastra todo ; en que los diarios absorben nuestros ratos de ocio; en que mil folletos de un interés efimero piden una rápida ojeada, porque el instante que los ha visto nacer está ya dispuesto á verlos morir.

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Entre tanto, á favor de esta preocupacion general, el error cobra nuevas fuerzas. Seguro de hallar eco en el corazon del hombre, observa los tiempos con paciencia y perseverancia; acomoda sus complacientes doctrinas á sus exigencias, y siembra con confianza para el porvenir.

La ciencia, mucho tiempo há fiel aliada de la filosofía moderna, parece haber tomado ahora á los Libros santos por blanco de sus ataques. Ella despliega todos sus recursos para borrar del espiritu de la generacion actual la antigua veneracion del universo hacia estos Libros sagrados. Ora imagina sobre el origen y formacion del mundo sistemas tan contrarios á la razon, como injuriosos al Criador, y por consiguiente inconciliables con la narracion de Moises sobre la creacion; ora nos hace ver esta narracion como la obra de un escritor sin discernimiento, que mezcla lo verdadero y lo falso, y que no nos transmite mas que tradiciones marcadas con toda la exageracion de las opiniones populares.

Como la divinidad de las Escrituras está establecida sólidamente, y no faltan las pruebas á quien las busca con sinceridad, nuestro objeto es tan solo mostrar á aquellos que las respetan que la ciencia, no embargante sus progresos, nada tiene que oponer al Genesis; que ella se extravia siempre que se separa del escritor sagrado; y que no puede adquirir verdaderas luces en geología y en filosofía, sino siguiéndole siempre y de

cerca.

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En otra obra anterior hemos tratado algunas de las cuestiones que mas interesan al mundo intelectual: en esta nos remontamos al mismo origen de todo lo que existe, y nos ocupamos principalmente del mundo material.

Las cuestiones sobre la formacion del mundo interesaban vivamente á los antiguos; y en efecto, no podian proponerse otras mas curiosas. Mas à medida que la fe se extendió, estas cuestiones cesaron, porque se hallaba su solucion clara y precisa en los Libros santos. Conocióse entonces con certidumbre el origen del mundo, su antigüedad, las circunstancias de su formacion y las revoluciones que habia experimentado. Mas estas mismas indagaciones volvieron á empezar cuando el filosofismo, introduciéndose en los espíritus, debilitó la fe; entonces nació la geologia. La debilitacion de la fe nos coloca en la misma situacion en que se hallaban los paganos, á saber, nos vuelve á sumir en las mismas linieblas.

Los protestantes fueron los primeros que removieron este linaje de cuestiones. En medio de ellos fue donde se hallaron los mas ardientes promotores de los estudios geológicos, y la razon es evidente. Privados de la autoridad infalible de la Iglesia, cuyo testimonio es el mas grande que puede tenerse en favor de la divinidad de las Escrituras, halláronse reducidos á buscar en la autoridad de la ciencia el testimonio que les faltaba. De ahí los trabajos de tantos geólogos protestantes de Suiza y Alemania, para hacer ver la concordancia de las observaciones geológicas con el Genesis: trabajos dignos de alabanza sin duda, mas cuyo principio era sospechoso. Todos estos geólogos se apartaron á menudo del sentido natural del sagrado texto; entregáronse á caprichosas interpretaciones; y en lugar de sujetar sus sistemas á lá autoridad de la Biblia, buscaron mas de una vez el armonizar la Biblia con la vanidad de sus sistemas.

La narracion de Moisés tocante á la creacion, no es tan oscura como se dice. Nuestras teorías científicas son las que la embrollan, y que difunden sombras é incertidumbres sobre las mas claras verdades. Bajo el pretexto de que el mundo está entregado á nuestras disputas, se disputa de todo. Mas si Dios se ha dignado hacer escribir la historia de la creacion, sin duda que no lo ha hecho sino para hacernos salir de la incer

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Los verdaderos principios en oposicion á los errores del siglo XIX. Avignon, imprenta de Seguin mayor. Véase sobre esta obra el número del Amigo de la Religion de 10 de agosto de 1833, y el Invariable de Friburgo del mismo mes.

tidumbre en que estábamos de las circunstancias de este grande suceso. Ha querido instruirnos de hechos ciertos, dando así á la ciencia una regla segura con que dirigirse en sus indagaciones.

Dicen que un sábio aleman ha compuesto un libro titulado: Moisés y David de ningun modo geólogos. Si este aleman ha pretendido que no debia contarse con los Libros santos en las hipótesis geológicas, su opinion se refutaria bastante ella misma. Mas si ha querido decir que Moises y los Profetas no son geólogos á la manera de los Delucs y los Cuviers, tendria mucha razon.

Aunque nos hallemos en un tiempo en que no se trabaja mas que en la destruccion del mundo, cuando no se deberia pensar sino en su conservacion, nada tiene sin embargo de singular el escribir sobre su creacion. Porque el combatir el error y robustecer el reino de la verdad, tambien es trabajar en la conservacion del mismo mundo físico. ¡Y que! ¿acaso la tierra no está bajo la influencia de los principios? Dad una mirada á estas regiones de donde tiempo há la verdad ha sido desterrada; á esas comarcas del África, en otro tiempo tan fertiles; á ese Oriente, ocupado por los turcos y los árabes. ¡ Ved cómo se van amontonando allí las ruinas! cómo todo está herido de muerte, y van desapareciendo hasta las mismas ruinas! ¿En qué habria parado la Francia su risueño aspecto, su fertilidad, sus abundantes y variadas producciones, si la antorcha de la verdad se hubiese apagado; si la Religion la hubiese dejado; si los principios que conservan el orden en la sociedad, si las virtudes que unen á los hombres entre sí, la hubiesen abandonado; si el cielo, en su clemencia, no hubiese puesto término al Reinado del terror, aconsejado y organizado por la filosofía del siglo XVIII, que en esta época reinaba y aun gobernaba con la mas absoluta autoridad?

El plan de esta obra naturalmente nos conducirá á hablar del hombre, el mas perfecto de los seres de la creacion. Entonces diremos una palabra sobre los medios que posee para llegar á la verdad, á saber, sobre los principios que son el fundamento de las sanas doctrinas. Sin duda que aun será necesario defenderlos por mucho tiempo contra falaces1 sistemas, los que, á pesar de haber sido condenados solemnemente, no han sido quizá abandonados. Por consiguiente no será necesario hablar de nuevo de estos sistemas: reprobárnos esto seria justificarnos.

1 « Fallaci illo haud ita pridem invecto Philosophiae systemate.» (2. Enciclica de S. S. Gregorio XVI). 。

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