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«corre ante sus ojos, y ve con indignacion como débiles morta<«<les, arrastrados por su rápido curso, le insultan al pasar, quie«ren hacer de este solo instante toda su dicha, y caen, al salir « de allí, entre las manos eternas de su cólera y de su justicia.» Sí, olvidamos los terribles y saludables avisos que Dios nos da durante los pocos dias de nuestra peregrinacion, para recordarnos los dias eternos y nuestros altos destinos.

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La ciencia que niega estos sublimes destinos ó que los pone en duda, es una ciencia ilusoria, una ciencia pérfida que deberia para siempre borrarse de la memoria de los hombres. Desterremos, pues, esta vana ciencia con todo su orgullo, que arruina y desespera, y abracemos la ciencia de Dios, que siempre edifica y consuela. ¿De qué les sirvió á los hombres antediluvianos su culpable ciencia? ¿De qué le sirvieron á Pentapólis sus criminales placeres, á Herculano y á Pompeya sus riquezas y su lujo? Pero las catástrofes que destruyeron á los pueblos culpables aceleraron la recompensa á los justos. Para estos no hay en el órden físico ninguna desgracia real aquí bajo. Dios todo lo subordina y lo hace servir en bien de sus elegidos: Diligentibus Deum omnia cooperantur in bonum. (Rom., VIII, 28).

Así, pues, en el órden actual, en el órden del tiempo, todo debe tener fin; las tiendas de este universo fueron levantadas para que el hombre pasase en ellas algunos dias cortos y malos. Dies parvi et mali. (Gen., XLVII, 8).

Vosotros, pues, hombres de toda nacion, de toda tribu y de todo idioma que estais debajo el sol, vosotros moriréis un dia como el universo; pero vosotros, como el universo, no quedaréis reducidos á la nada; seréis renovados ó cambiados... Escuchemos, pues, la voz de Dios y no endurezcamos nuestros corazones; ó mas bien hagámoslos dóciles y sumisos á los divinos mandatos, y nô temerémos ni el terrible viaje de la eternidad, ni ninguno de sus numerosos accidentes. La caridad apartará todos los temores carnales y terrestres; uno solo, tan solo uno quedará, el temor de Dios. Y entonces cada uno de nosotros podrá decir:

Con respeto sometido á su voluntad santa,

Amo, temo á mi Dios, y nada mas me espanta.

PÁRRAFO ÚNICO.

Ahora digamos una palabra del fin del universo; no de la época en que tendrá lugar, sino de la manera como se verificará.

Aquí la antorcha de la ciencia palidece de repente y no arroja ya sino un débil y vago resplandor. Párase la ciencia del hombre para ceder el paso á la ciencia de Dios. Y, en efecto, las vivas luces de la palabra divina, es decir, los resplandores de las verdades bíblicas, alumbrarán y dirigirán mis pasos: Lucerna pedibus meis verbum tuum, et lumen semitis meis. (Ps. CXVIII).

No titubeo en atribuir á una tradicion divina la opinion generalmente adoptada por los pueblos de todos los tiempos, de que el mundo debe finar por medio del fuego. Esta opinion formaba parte de la religion de los antiguos asiáticos, y aun de la de los griegos y de los romanos, como puede yerse en las Metamorfosis de Ovidio, en Séneca el filósofo y en el naturalista Plinio.

Refiere el historiador Josefo que los hijos de Seth grabaron sus conocimientos sobre dos columnas que á este efecto érigieron : la una era formada de ladrillo para que pudiese resistir al fuego, la otra de piedra para que pudiese resistir al agua; porque Adan les pronosticó que el mundo debia perecer por el agua y por el fuego: «Et ne dilaberent ab hominibus quae ab eis inventa videbantur, aut « antequàm ad notitiam venirent, deperirent, cùm praedixisset Adam « exterminationem rerum omnium, unam ignis virtute, alteram verò «aquarum vi ac multitudine fore venturam: duas facientes columnas, « aliam quidem ex lateribus, aliam verò ex lapidibus, in ambabus quae a invenerant conscripserunt: ut et si constructa lateribus exterminaretur « ab imbribus, lapidea permanens praeberet hominibus scripta cognos«cere: simul et quia lateralem aliam posuissent: quae tamem lapidea «permanet hactenus in terra Syria.» (F. Joseph., antiq. Judaïc., liber 1, c. 4).

La creencia general de la antigüedad era; pues, que el mundo debia finar por medio del fuego. La ciencia profana, aun la moderna, confirma al parecer esta tradicion universal.

Buffon, á quien se imputó pretendia que la tierra se iba si

tuando poco a poco en el frio absoluto y en la inaccion glacial de la tumba, dijo, al terminar su capítulo sobre las calcáreas, que el calor del globofiba en aumento por el movimiento continuado de composicion y de descomposicion, y que podrá muy bien suceder que, en fin, la tierra perezca por el fuego. Bourget le habia tal vez soplado esta idea: «La tierra se calienta, decia, y al «fin se abrasará.» (Cart. 1729). Mr. de Alvirmare ha emitido la misma opinion en estos términos: «La sucesion siempre renova«da de los seres finará por el fuego, procedente de un considera«ble desprendimiento de calor producido por el progresivo au<«<mento de densidad de las capas, y por las combinaciones quí<< micas de las materias que componen el interior del globo.>>

Estos autores quisieron probar humanamente la posibilidad del abrasamiento final. Ahora, el lector, despues de haber leido lo que dije en el capítulo de la organizacion de la materia, podrá fácilmente apreciar el valor de sus hipóteses. Pero, lo repito, la ciencia humana no les sirve aquí sino, de muy débil auxilio, Tomemos, pues, la Biblià, que contiene al mas elevada de las ciencias, la ciencia por excelencia; hallarémos en ella el complemento y la conclusion final de mi Teoría bíblica.

El Príncipe de los Apóstoles, en su segunda epístola, combate el error de aquellos que imaginan que el actual órden de cosas debe perseverar indefinidamente. Es la palabra de Dios, dice, la que ha dado su consistencia al cielo y á la tierra: Consistens Dei verbo. Pero este cielo y esta tierra, conservados por la misma palabra, están destinados al fuego para el dia del juicio: Igni reservati in diem judicii. Entonces los cielos pasarán con gran fracaso: Coeli magno impetu transient. Los elementos quedarán consumidos por el calor Elementa verò calore solventur. La tierra y todo cuanto encierra serán quemados: Terra autem, et quae in ipsa sunt opera, exurentur... Los cielos abrasados serán disueltos, y los elementos serán reducidos por el ardor del fuego: Coeli ardentes solventur, et elementa ignis ardore tabescent. (II Petr., III, 7, 10, 12).)

Hay que notar que no se ve en ninguna parte de la Escritura que el cielo y la tierra, ni aun la menor criatura, serán aniquilados. Nada, pues, quedará absolutamente reducido à la nada, sino solamente será cambiado ó renovado: Didici quod omnia ope

ra, quae fecit Deus, perseverent in perpetuum. (Eccles., u, 14). Esta especie de inmortalidad ó esta perennidad de las criaturas no debe admitirse sino en cuanto á su sustancia intrínseca, y no en cuanto á su modo de existir, á su forma y á las leyes que las rigen en el órden actual. En este sentido he dicho que todo cuanto ha tenido un principio debe tener un fin.

El dogma de la metempsicosis de los antiguos bien considerado fue uno de los mil brillantes destellos de la admirable ciencia de los hombres primitivos, que han atravesado las edades, hasta llegar á nosotros, envueltos con el manto de la fábula. Quitemos á este mito el misterioso velo, y tendrémos la creencia primitiva, un verdadero dogma de la filosofía bíblica y antediluviana, la inmortalidad de la materia. Verémos en el momento como el cielo y la tierra serán renovados y purificados por el fuego.

Cuando, pues, llegará delante de Dios el fin del universo, habrá entonces verdaderamente una incandescencia general, porque la naturaleza habrá vivido.

Pues, bajo mi punto de vista científico y bíblico, no hay incandescencia (calor y luz), es decir, manifestacion del agente universal en el mas alto grado, sino al nacimiento ó muerte de un ser mineral, ó, si se quiere, á la composicion ó descomposicion de un cuerpo. Esta alta manifestacion de la luz-fuerza tuvo lugar al principio para la organizacion de la materia, cuando cada molécula recibió sus propiedades de la fuerza lumínica. Pero este agente vital del universo, constituyéndose en lo que la ciencia llama calórico latente, es decir, en fuerza de cohesion, polarizacion, y en una palabra, en todos los fenómenos vitales de la naturaleza, que no son mas que los diversos grados de su manifestacion; este agente, digo, no produjo entonces ninguna incandescencia duradera y fija, puesto que su poder pasó como accion organizadora y permanente sobre la materia del cáos hasta allí sin propiedades conocidas.

En el mundo actual, los fenómenos de incandescencia son restringidos y pasajeros, porque son el efecto accidental de composiciones y descomposiciones cuya cadena no interrumpida es la mas alta expresion del movimiento de la accion lumínica que impelę, arrastra y mantiene la materia en el círculo de la existen

cia. Pero, cuando llegará el fin de las cosas, cuando se retire el agente universal, entonces la cesacion de la vida mineral se manifestará por la espantosa explosion de una incandescencia universal, pues que la materia vuelta á la inercia y á la muerte sufrirá un inmenso trabajo purificador en un inconcebible exceso de calórico.

Los cielos, lo repito, experimentarán un gran fracaso: Coeli mágno impetu transient; los elementos serán disueltos por el calor: elementa verò calore solventur; el fuego devorará la tierra con todos sus gérmenes, abrasará los cimientos de las montañas: devorabit terram cum germine suo, et montium fundamenta comburet. (Cant. Moys., Deut., xxxII). La fuerza lumínica lo organizó todo á la palabra del Todopoderoso; la misma palabra, retirando aquella fuerza plástica, todo lo desorganizará, para someterlo todo á un nuevo órden regido por nuevas leyes.

Es por esto que las estrellas caerán del cielo: Stellae cadent de coelo (Matth., xxiv, 29); disueltos por el fuego sus elementos constitutivos, estas masas celestes se precipitarán hácia la tierra, el centro de las operaciones del Criador, el fin de todo el universo, y el objeto de todas las solicitudes de Dios. No puede formarse una idea mas exacta de este estado de cosas que comparando la tierra, en aquel último momento de su existencia, con lo que fue en el primer dia de la creacion. Entonces el universo empezaba, y la tierra siendo todavía la única formada, estaba rodeada de la - materia cósmica que acababa de recibir sus propiedades vitales del sublime Fiat lux. Ahora que el universo fine, todo vuelve á aquel estado primitivo para recibir un nuevo modo de existencia. ¿Quién sabe tambien si será en este estado de cosas, en este momento supremo y solemne, que tendrá lugar el juicio final? ¡Qué imaginacion humana, por muy poética y atrevida que sea, podrá nunca concebir nada tan formidable y tan majestuoso como la venida del Hijo del hombre llevado sobre las nubes del cielo, in nubibus coeli (Matth., xxv1, 64), para tener el gran juicio del género humano! Esas nubes sin duda serán formadas por aquel océano de materia luminosa que resultará de la descomposicion de los cielos, y que se acumulará al rededor de la tierra convertida en teatro de la última escena del universo en ruinas.

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