Imágenes de página
PDF
ePub

Paciencia con que Los religiosos lieva

[ocr errors]

CAPÍTULO LI.

De la paciencia y bumildad con que estos siervos de Dios llevaron estas y otras

ANTES

persecuciones.

que lo sobredicho sucediese, se ofrecieron otras ocasiones con sus persecució en que los que en aquel tiempo gobernaron dieron harto en que merecer á los frailes, los cuales (despues que llegaron á México) solos siete ó ocho meses tuvieron de sosiego y quietud, por la presencia del capitan y gobernador D. Fernando Cortés que en todo y por todo les daba favor, ayuda y consuelo. Mas en faltando el gobernador, que se embarcó para las Ihueras, luego por industria del demonio, enemigo de la paz y amigo de discordias, comenzó á descubrirse entre los españoles que quedaban en México, grande ambicion y codicia, que fué causa de mucha discordia y enemistad entre ellos; tanto, que vinieron á las manos y por poco vinieran á perder la tierra que habian ganado, si no fuera por la predicacion, consejo y amonestaciones de los frailes, como arriba queda dicho. Hasta este tiempo, el padre Fr. Martin de Valencia por su humildad no habia querido usar de la autoridad y poder que tenia del Sumo Pontifice, asi en el fuero de la conciencia como en el exterior

judiciario, ni presentar los breves y recaudos que para ello habia traido. Mas viendo que en estas regiones aun no habia otros prelados ni jueces eclesiasticos, y que se comenzaban á ofrecer cosas que pedian remedio, compelido de la necesidad y harto contra su voluntad, hubo de presentar los breves de Leon X y Adriano VI, Y fueron luego aceptados y recebidos por los oficiales reales y cabildo de la ciudad, y el reconocido por prelado y juez eclesiástico, yast comenzo a usar de su autoridad y jurisdiccion, por donde se le recrecieron grandes trabajos, angustias y tormentos á él y á sus failes a quien cometia el cargo de la jurisdiccion. Porque aunque de palabra los que gobernaban lo temporal obedecieron á las letras apostolicas y a el reconocieron por juez y prelado, venidos al efecto no hacian mas caso de sus mandamientos que si fuera un simple trarle sin autoridad alguna ni poder (como él lo deseaba ser), ni por descomuniones ni otras censuras dejaban de venir contra la Iglesia en los casos que se ofrecian, particularmente en sacar y justiciar sin algun termino ni respeto á los que á ella se retraian. Visto

esto, el siervo de Dios (entrando una vez con ellos en el cabildo) quísolos poner en razon con buenas palabras, alegando lo que disponian los derechos cerca de los clérigos de primera tonsura (que llaman de corona), convenciéndolos de que á estos tales les vale la iglesia. Mas ellos no haciendo caso de lo que el santo varon proponia y les pedia, absolutamente dijeron que no lo habian de hacer. Y viendo que no aprovechaban razones ni ruegos con ellos, púsose de rodillas delante de un crucifijo que allí estaba, y á voces de parte de Dios los maldijo si no obedeciesen á los mandatos de la santa madre Iglesia, lo cual les hizo temblar de temor, y todos callaron que no osaron hablar mas por entonces, mas no por eso se enmendaron, que como reinaba en ellos tanto la pasion y enemistad que unos á otros se tenian, á los que no eran de su bando y opinion luego les buscaban un traspié y les echaban mano, y sacaban de la iglesia sin órden, término ni respeto á los que se acogian á ella, y por ejecutar su ira los condenaban en las penas que no merecian. Y esto era lo que causaba mucho dolor á los frailes; que si se guiaran estos jueces por alguna manera de razon y celo de castigar los delincuentes, no lo sintieran tanto. Del modo que se ha dicho sacaron en aquella sazon del monesterio de S. Francisco cuatro ó cinco retraidos, haciendo fuerza y violencia á la iglesia y quebrantando su inmunidad, y diciendo muchos vituperios y injurias á los religiosos, y sin oir á los que así sacaron, ni darles apenas tiempo para se confesar, los condenaron á muerte, poniéndolos en peligro de condenar sus almas por darles muerte repentina y con conocida pasion, porque sus delictos no merecian muerte, aunque los prendieran en la plaza. Y de estas muertes tan injustamente ejecutadas nunca hicieron penitencia, ni satisfaccion alguna á la Iglesia ofendida, ni á los muertos. Pues viendo el siervo de Dios Fr. Martin de Valencia que él y sus compañeros se desasosegaban con el cargo de la judicatura, y les era detrimento para la conversion de los indios y aprovechamiento de los españoles, acordó de dejar y renunciar la jurisdiccion cuanto á lo que tocaba á los españoles, como lo hizo, y diéronse él y sus frailes á trabajar en la obra de los indios, procurando de favorecerlos y librarlos de los agravios que los españoles les hacian, por donde no menos odio les cobraron (como se vió en el capítulo pasado), hasta echar á algunos predicadores del púlpito porque les reprendian los malos tratamientos que á los naturales hacian. Parecíales á aquellos españoles que tenian razon de quejarse de los frailes y de estar mal con ellos, porque volvian tanto por los indios,

diciendo que en aquello los frailes destruian la tierra, y que con aquel favor les daban ocasion y alas para que se levantasen contra ellos y los matasen á todos. Y cuando muy indignados decian esto delante de los mismos frailes, ellos con mucha paciencia (como siempre la tuvieron) y con palabras blandas les respondian: «Hermanos, si nosotros no defendiésemos á los indios, ya no tendríades quien os sirviese; nosotros les favorecemos y trabajamos que se conserven porque tengais quien os sirva. Y en defenderlos y enseñarlos, á vosotros servimos y vuestras conciencias descargamos. Que cuando os encargástes de ellos fué con obligacion de enseñarlos en la doctrina y vida cristiana, y no teneis otro cuidado sino que os sirvan y os den cuanto tienen, y aun lo que no tienen, aunque se mueran y acaben; pues si los acabásedes, ¿quién os serviria? Y en decir que favoreciéndolos les damos ocasion para que se alcen contra los españoles, no teneis razon, antes es al reves, que el maltratamiento es causa de exasperarlos y indignarlos, y lo podria ser de que como desesperados se alzasen. Y con ver que nosotros los acariciamos y volvemos por ellos, se pacifican y quietan.» Á lo cual replicaban á veces los españoles, diciendo: «No lo haceis por eso, sino que quereis mas á los indios que á nosotros, y á nosotros reprendeis y reñís mas que á los indios.» Los frailes con mucha mas paciencia respondian á esto: «< Mirad, señores, que vosotros y nosotros todos somos unos, naturales de un mismo reino y nacion, y por ventura algunos de una misma patria y generacion; ¿pues en qué razon cabe, y quién se puede con razon persuadir ni creer que nosotros contra nuestros naturales hayamos de favorecer á los extraños? Bien sabeis que los frailes siempre os hemos tenido todoTM amor y voluntad, como á naturales nuestros, y respeto como á mayores y mas poderosos, y que en las necesidades que se os ofrecen, así espirituales como corporales, tanto por tanto con mas prontitud acudimos á vosotros que á los indios, y si á veces os parece que en esto acudimos mas á los indios, tampoco es de maravillar, porque los españoles sois pocos, y teneis otros ministros clérigos que acuden á esto, y los indios son muchos, y no tienen otros ministros sino unos pocos frailes que aprendimos su lengua. Decís que os reprendemos mas que á los indios: ¿cómo puede ser esto? que á ellos no solamente los reprendemos de palabra, mas tambien los azotamos como á muchachos. Y viendo que lo hacemos con caridad y por su provecho, no solo lo llevan en paciencia, mas por ello nos dan las gracias, diciendo que les hacemos mucha merced, y vosotros

[ocr errors]

no quereis sufrir que os digamos que haceis mal en lo que es muy
malo y abominable delante de Dios y de los hombres. Y si os lo
decimos, ¿qué nos mueve sino el celo de la salvacion de vuestras
ánimas, y evitar que no asoleis estas tierras que Dios tiene pobla-
das de gente, como se asolaron las islas?» Con todas estas y otras
semejantes satisfacciones, y con que los frailes con mucha humildad
se iban á meter por sus puertas pidiéndoles limosna por amor de
Dios, y llevando á veces en lugar de pan muchas palabras injurio-
sas, no se satisfacian los pechos de algunos, emponzoñados y ense-
ñoreados de pasion y cobdicia, antes fueron creciendo estas dos ca-
bezas de sierpes en tanto grado, que los frailes por no ser con su
presencia ocasion de mayor daño para las almas de aquellos hom-
bres ciegos, ovieron de desamparar el convento de México, consu-
miendo el Santísimo Sacramento y descomponiendo los altares de la
iglesia, y fuéronse al monesterio que tenian en Guaxozingo, cerca
de veinte leguas de allí, sin hacer de ello caso ni sentimiento nues-
tros cristianos viejos. Y si algunos lo sintieron y quisieran ir á de-
tenerlos, no se atreverian por conformarse con Herodes, con cuya
turbacion se turbó toda Jerusalem. En Guaxocingo estuvieron los
frailes mas de tres meses, hasta que ya por temor ó vergüenza de
lo que sonaria en España les enviaron á rogar que volviesen. Y vol-
vieron con todo amor y voluntad, mas no aprovechó su humildad
y paciencia, hasta que vino el negocio á parar en lo que se concluyó
el capítulo pasado. Escríbese esto sin nombrar los culpados, para
que se entienda
y sepan los por venir, que si no fué derramada la
sangre de los ministros en la fundacion de esta nueva Iglesia, á lo
menos fueron bien corridos y perseguidos con infamias y otros tra-
bajos, de los cuales el Señor por su misericordia los libró.

CAPÍTULO LII.

De la crianza y doctrina de las niñas indias, y ejemplos de virtud de algunas

doncellas.

PUES
UES que
Dios crió desde el principio del mundo al varon y á la
hembra, y ambos sexos despues de caidos vino á buscar, curar y re-
dimir, no fuera plena ó perfecta conversion si todo el cuidado de
los ministros se pusiera en sola la instruccion y doctrina de los va-
rones, dejando olvidadas las mujeres. Y por no caer en esta falta

Matth. 2

Doctrina de mozas

en las indias.

y

aquellos primeros fundadores de la fe entre estas gentes, el mismo
cuidado que tuvieron de los niños dentro de las escuelas, tuvieron
tambien de las niñas en que aprendiesen la doctrina cristiana, fuera
de la iglesia en los patios. Allí se juntaban, repartidas en corrillos,
salian de la escuela los niños que eran menester, para cada corrillo
uno de los que ya sabian la doctrina, y estos la enseñaban, hasta
que
hubo de ellas quien la supiese, y despues ellas mismas se ense-
ñaban unas á otras. Y esta misma costumbre se ha guardado y con-
serva hasta el dia de hoy, como adelante por ventura se dirá mas por
extenso. Algunos años despues que comenzaron á ser cristianos estos
indios, teniendo noticia la cristianísima Emperatriz Doña Isabel,
por aviso del obispo Fr. Juan Zumarraga, de la calidad y condicion
de esta gente indiana, y cómo sus hijos y hijas en la tierna edad.
eran tan domésticos y subjetos para ser enseñados en lo que les qui-
siesen poner, con santo celo de su aprovechamiento mandó venir
de Castilla algunas dueñas devotas dadas al recogimiento y ejerci-
cios espirituales, con favores suyos que trajeron, para que repartién-
dose por las principales provincias les hiciesen casas honestas y com-
petentes donde pudiesen tener recogidas alguna cantidad de niñas.
hijas de los indios. principales, y allí les enseñasen principalmente
buenas costumbres y ejercicios cristianos, y junto con esto los ofi-
cios mujeriles que usan las españolas, como es coser y labrar y otros
semejantes; que tejer sabíanlo muy bien las mujeres naturales de
esta tierra mejor que las de Castilla, porque lo usaban mucho y
hacian telas de mil labores y muy vistosas, de
hicieron en aquel
tiempo frontales para los altares y casullas y otros ornamentos de
la iglesia. Finalmente, púsose por obra lo que la devota Empera-
triz mandaba, y hechas las casas recogiéronse las niñas, y aquellas
buenas mujeres que les dieron por madres pusieron todo cuidado
en doctrinarlas. Mas como ellas (segun su natural) no eran para
monjas, y allí no tenian que aprender mas que ser cristianas y saber
vivir honestamente en ley de matrimonio, no pudo durar mucho
esta manera de clausura, y así duraria poco mas de diez años. En
este tiempo muchas que entraron algo grandecillas se casaban, y
enseñaban á las de fuera lo que dentro y en el recogimiento habian
aprendido; es á saber, la doctrina cristiana y el oficio de Nuestra
Señora romano, el cual decian en canto y devotamente en aquellos
sus monesterios ó emparedamientos á sus tiempos y horas, como
lo usan las monjas y frailes. Y algunas despues de casadas, antes
que cargase el cuidado de los hijos, proseguian sus santos ejercicios

que

« AnteriorContinuar »