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Matth. 11. Luc. 10.

Tiro y Sidon se usará de mas piedad que con ellos, y por su soberbia serán juzgados de estos pobrecillos, que por su humildad y

sinceridad han merecido ser alumbrados.

Ejemplos de un principal y una se

tidos.

CAPÍTULO XLII.

De algunos ejemplos de los que venian de lejos á buscar la confesion
y el remedio de sus almas.

PUEDESE bien creer que cada uno de los obreros que plantaron esta viña del Señor desde su principio, pudiera escribir un libro bien copioso de casos notables y maravillosos que les acaecian con estos indios, administrándoles la palabra de Dios y sus santos sacramentos. Y aun yo, que fuí el mínimo de los últimos, pudiera contar hartos, si con otros cuidados y ocupaciones no se me ovieran ido de la memoria. Entre los muchos que de lejos venian con ansia de remediar sus almas, diré de algunos, por donde se entenderá lo que por los otros pasaba. Un indio principal, natural del pueblo de Guacachula, llamado D. Juan, ya viejo, alcanzó gracia particular fora recien conver- con nuestro benignísimo Dios en su llamamiento. Porque venido con mucho fervor al baptismo, en breve tiempo dió muestras de singular cristiandad. Y como en su pueblo aun no habia monesterio, ni residian frailes, acudia cada año en las pascuas y fiestas principales al monesterio de Guaxozingo, que estaba ocho leguas de allí. Y en cada fiesta de estas se detenia allí por espacio de ocho ó diez dias, en los cuales se aparejaban y confesaban él y su mujer, y algunos de los que consigo traian. Que como era el mas principal del pueblo (despues del señor) y casado con una señora del linaje de Motezuma, el gran señor de México, seguíanle muchos, así de su casa, como otros que con su buen ejemplo los traia á su compañía. Y á veces tambien venia allí el mismo señor mas principal de Guacachula con otros muchos, y unos se baptizaban, otros se desposaban, y muchos se confesaban. Y como en aquel tiempo eran pocos los que habian despertado del sueño de sus errores, edificábanse mucho y maravillábanse, así los naturales como los españoles, de ver aquel viejo D. Juan tan aprovechado en las cosas de la fe y cristiandad. Este vino la última vez à aquella ciudad de Guaxozingo por las pascuas de Navidad y de los Reyes, y traia hecha una ca

misa, que entonces aun no se las vestian, porque su vestido antiguo (aunque fuese el mayor señor de ellos) no era mas que unos pañetes por la honestidad, y mantas de algodon ceñidas al hombro; pero estas muy limpias y labradas, entre la gente principal. Y mostrando la camisa á su confesor, le dijo: «Ves aquí traigo esta camisa para que me la bendigas y me la vistas. Y pues las veces que aqui he venido, solamente me he confesado, y son ya muchas, ruégote que ahora me quieras confesar y comulgar, que cierto mi ánima desea mucho recebir el cuerpo de mi señor Jesucristo.» Decia esto con tanta eficacia, que el confesor, viendo su devocion y constándole de la enmienda de su vida pasada, y el buen aprovechamiento que en él se habia visto despues de cristiano, no se atrevió á negárselo, aunque hasta entonces no se habia dado el santísimo sacramento de la Eucaristía á otros indios. Y así pienso fué este el primero que lo recibió en esta Nueva España. Conocióse en este buen hombre, que aquel Señor que lo queria llevar larga jornada, le movió á pedir el viático para el camino. Y que en aquella sazon, con la nueva camisa blanca y limpia que en lo exterior habia dado al cuerpo, pareciese la limpieza de su ánima con que se habia vestido del nuevo hombre para reinar con Cristo. Porque cuando se confesó y comulgó estaba bueno y sano, y desde á tres ó cuatro dias adoleció y murió, llamando y confesando á Dios, y dándole gracias por las mercedes que le habia hecho. ¿Quién dubda sino que aquel Señor á quien él venia á buscar á casa y tierra ajena lo llevó á la suya propia del cielo, y de las fiestas terrenales á las celestiales y eternas? De los primeros pueblos, y que de lejos salieron á buscar el sacramento de la penitencia, fueron los de Teguacan, que hasta que les dieron frailes á cabo de algunos años, iban al cion desde sus prinmismo pueblo y ciudad de Guexozingo á se confesar y recebir los demas sacramentos, con haber veinte y cinco leguas de camino. Estos pusieron mucha diligencia por llevar frailes á su pueblo, y perseveraron tanto, que los alcanzaron. Y demas de haber ellos mucho aprovechado en toda cristiandad y bondad, ha sido aquel monesterio una candela de mucho resplandor, y ha hecho mucho fruto en todos los pueblos á él comarcanos y á otros de mas lejos. Porque Teguacan está de México cuarenta leguas á la parte del oriente, un poco hácia el mediodía al pié de unas sierras, y está en frontera de muchos pueblos y provincias que de allí se visitaban, y ahora tienen clérigos. Era gente muy dócil y sincera, más que la mexicana, dispuesta y aparejada para hacer de ellos lo que quisiesen

Teguacan, pueblo de mucha devo

cipios.

Luc. 1.

en cosa de virtud. Á aquel monesterio, luego que se fundó, acudie-
ron de todos aquellos pueblos y provincias los señores y principales
con muchos de sus vasallos cargados con grandísima cantidad de
ídolos, y á enseñarse en las cosas de nuestra santa fe católica y á
pedir el sacramento del baptismo. Y despues de cristianos, por el
consiguiente venian allí á confesarse, y los dias de pascua y fiestas
principales á oir los oficios divinos, y en especial los de la Semana
Santa. Y estos venian de cuarenta provincias, unos de cincuenta
leguas, otros de sesenta, sin ser compelidos ni llamados, sino por
su propia devocion, y entre ellos habia doce lenguas ó doce nacio-
nes distintas. Todas estas naciones y generaciones despues de ado-
rar y confesar á Dios, bendecian á su santísima Madre y Señora
nuestra la Virgen María, de cuya limpia Concepcion es la vocacion
de aquel monesterio, donde se verificaba lo que esa misma Señora
dijo en su cántico de Magnificat: «Bienaventurada me dirán todas
las generaciones.» Estos que venian á las fiestas, siempre traian
consigo de nuevo otros para se baptizar y casar, y muchos para se
confesar. Entre otras gentes que allí acudieron, vino una señora
de un pueblo que se llama Tecciztepeque con muchas cargas de
ídolos para que los quemasen, y la enseñasen y mandasen lo que
habia de hacer para conocer y servir á Dios. Esta, despues de en-
señada y aparejada, baptizóse, y por ser á Dios grata, dijo que no
se queria volver á su casa hasta que diese gracias á Nuestro Señor
por el gran beneficio y mercedes que le habia hecho, y queria estar
algun tiempo oyendo la palabra de Dios y fortificando su espíritu.
Habia esta señora traido consigo dos hijos para
lo mismo que ella
vino. Y al que heredaba el señorío mandó que se enseñase muy de
propósito, no solo
no solo por lo que á él le convenia, mas tambien para
enseñar y dar ejemplo á sus vasallos. Y estando esta sierva de Dios
en tan buena obra, y con vivos deseos de servir al mismo Dios, vino
á enfermar y en breve tiempo murió. De creer es, que la que no
quiso volver á su morada y señorío de la tierra, por mas amar y
conocer á su Dios, que ese mismo Señor la llevó al cielo, para rei-
nar eternalmente en compañía de sus ángeles. En este mismo tiempo
vinieron á Teguacan todos los principales de una provincia que se
dice Tepeuicila, treinta leguas de allí, con todos los ídolos de su
tierra, que fueron muy muchos; cosa de mucha admiracion y edifi-
cacion para los naturales de donde venian y por donde pasaban.
porque seria proceder en infinito tratar de todos en particular,
bastará lo dicho para que se considere la copiosa materia que los

Y

hombres cristianos tenian en aquel tiempo para alabar á Dios en la conversion de tan innumerables gentes, que con tanta voluntad y alegría corrian en busca del Señor, al olor de sus preciosos ungüentos, y á recebir sus santos sacramentos.

CAPÍTULO XLIII.

Que trata con cuánta facilidad los que se confesaban restituian lo ajeno,
y perdonaban las injurias.

Cant. I.

Psal. 58.

No sin misterio quiso Nuestro Señor que estas gentes indianas fuesen reveladas, antes que se descubriesen, á su siervo Fr. Martin de Valencia, en la consideracion de aquel verso del salmo cincuenta y ocho, que dice: «Convertirse han á la tarde, y padecerán hambre como perros hambrientos, y andarán cercando la ciudad.» Porque no parece sino que esta profecía se dijo solamente por estos indios, que como vemos, se convirtieron á la tarde del mundo, y padecieron hambre de baptismo, y hambre de confesion. y de los demas sacramentos, y como perros hambrientos anduvieron cercando la ciudad de la Iglesia, tras los ministros de ella que guardan y reparten el pan de la palabra de Dios y de sus sacramentos. Esta hambre era tan canina, que á trueque de alcanzar el beneficio de la absolucion de sus pecados, ninguna dificultad se les ponia por delante, como ordinariamente se les suele poner á los antiguos cristianos, y hacérseles muy de mal el restituir lo ajeno al tiempo que se confiesan. Estos por el contrario, eran tan fáciles en este caso, y plian los indios. lo son el dia de hoy algunos de ellos, que muchos en aquel tiempo y algunos ahora, antes de venir á los piés del confesor tenian descargada la conciencia en lo tocante á restitucion de lo ajeno. Á lo menos, mandándoselo el confesor, luego se cumplia inmediatamente. Y de esta materia cada cuaresma se ofrecian cosas nuevas y notables, y de ellas traeré por ejemplo algunas pocas. En cierta parte, confesándose un indio, era en cargo de restituir alguna cantidad respecto de la pobreza que ellos tienen. El confesor le dijo que no lo podia absolver si no restituia lo ajeno, porque así lo mandaba la ley de Dios y lo requeria la caridad del prójimo. Él dijo que le placia, aunque supiese venderse por ello. En el mismo dia trajo diez tejuelos de oro que pesaria cada uno cinco ó seis escudos, que era la cantidad de lo que él debia. Y dada órden como los hu

Restitucion, con qué facilidad la cum

biese su dueño, él quedó muy contento, puesto que la hacienda que le quedaba no montaria la quinta parte de lo que restituyó. Pero mas quiso quedarse pobre de lo temporal, que tener el alma obligada y embarazada con hacienda ajena. Y no aguardó á que sus hijos y albaceas lo cumpliesen por él, sino hacerlo él en vida y de presto, y para ello no fueron menester largas amonestaciones, ni muchas idas y venidas. Otro, confesando que era en cargo una manta, y diciendo que no tenia otra, ni cosa que lo valiese, sino la que traia á cuestas con que se cubria, quiso el confesor probar el espíritu que traia y prontitud para lo que se le mandase, y díjole: que ya sabia, segun la ley de Dios, que lo ajeno se habia de restituir. Entonces el penitente con mucha presteza quitóse la manta que traia vestida, y púsola apartada de sí para que se diese á quien la debia. Y quedando desnudo y puesto de rodillas, dijo en su lengua: «Ahora no tengo nada, ni quiero nada: ahora ni tengo, ni debo, ni lo quiero. » El confesor, visto aquello, quedó bien satisfecho del aparejo del indio, y mandóle que se vistiese su manta; y díjole que no debia nada, mientras no tenia con que buenamente pagar la otra manta. Estos indios en su infidelidad usaron tener esclavos de su misma nacion, que se vendian y compraban de muchas y diversas maneras, que no hacen á nuestro propósito, aunque la servidumbre de estos no era tan penosa como la de los morenos entre los españoles; mas como quiera que fuese, ella y toda cualquier manera de hacer esclavos á los indios fué dada por ilícita, y mandada cesar en tiempo del muy católico y benignísimo Emperador D. Cárlos V, digno de perpetua memoria. Publicada esta ley y sabido por los indios dueños de esclavos que se iban haciendo cristianos, cómo de aquel servicio se habian aprovechado injustamente, cuanto á lo primero, para haberse de confesar ponian los que habian tenido por esclavos en su libertad, y para satisfacerles el servicio que de ellos habian recebido, favorecíanlos en todo lo que podian. Y procuraban ponerlos en estado de matrimonio, si no eran casados, y ayudábanlos dándoles con que viviesen. Otros, que habian vendido algunos esclavos que tenian, buscábanlos con diligencia y rescatábanlos para dejarlos en su libertad, y no pudiéndolos haber, afligíanse con harto dolor de su corazon, por saber que no eran esclavos habidos con justo título, y restituian por ellos el precio que habian recebido, dándolo á pobres, ó rescatando á otros que podian haber en lugar de los que no parecian. Finalmente, daban muestra de la fe y amor de Dios y del prójimo, que iba creciendo

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