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provincia Novempopulania, hasta que tomó de sus nuevos poseedores el nombre de Vasconia, en tiempo de Gregorio de Tours, poco mas ó ménos, y con anterioridad al año de 1080: nombre que algo adulterado, la hemos conservado hasta nuestros dias, llamándola Gascuña, ó Guascoigne, como dicen sus naturales. La metrópoli de este país fué primeramente Elusa; pero despues se trasladó á Auch, por donde se llamó tambien esta provincia Aucitana.

Gervasio de Tislebery, al tratar de la Vasconia, 6 Gasconia, como él la llama, le señala las dos metrópolis, Auch y Narbona, agregándole no solamente la provincia Novempopulania 6 Aucitana, sino tambien la primera Narbonesa, Gocia ó Septimania, siguiendo en esto la costumbre de la iglesia romana. Lo mismo se observa en la noticia de los obispados de la Galia, escrita en los últimos tiempos de Felipe el Atrevido, por los años de 1285; y lo mismo tambien en algunas vidas de santos, entre otras en la de san Ferreol, obispo de Usez, de quien se dice que fué martirizado por los vascones, esto es, por los de la Septimania 6 Gocia, de quienes era obispo. Sin embargo en otras dos noticias, escritas, la una durante el reinado de Luis, padre de Felipe el Atrevido, y la otra despues del año 1322, no se atribuye á la Vasconia mas arzobispado que el de Auch con sus diez diócesis sufraganeas.

Arnaldo Oihenart divide la Vasconia Aquitánica 6 Novem populania en superior é inferior y en varios condados y vizcondados. A la Vasconia propiamente dicha llamada por otro nombre Vasconia mayor ó ulterior, y en nuestros dias superior, pertenecieron, segun él, las diócesis Vasatense, Acuense, Aturense y Lactorense, con los vizcondados Leomaniense (Lomaigne), Gabarritano (le Gabardan), así llamado de su capital Gabarrito (Gabarret), Martianense, Acuense, Tartassiense, Taursanense, Lupaneriense, Juliacense y Leporetano, 6 Lebretense, que lleva ahora el título de ducado. En la Vasconia citerior 6 inferior, como la llamamos ahora, se hallaban la Vascitania, ó region de los vascones, la prefectura Lapurdense y el distrito de Bearn, y en una y otra los condados Fidenciacense, Astariacense, (Estarac), Bigerricó, Convenense y Gaura, Mañoacense ó Mayenacense (Magnoac) é Insulano, que tomó este nombre de una isla del Jordan. Segun el mismo escritor, del condado Fidenciacense ó de Fézenzac se desprendió luego el de Armañac, así como se separó del de Estarac el condado de Pardiac.

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(El mismo Adriano de Valois en la noticia de las Galias). Convenas y Leon de Convenas. Gerónimo en el libro undécimo contra Vigilancio, que era de Convenas, dice de él estas palabras: «No desdice de su linaje, como que desciende de aquellos salteadores y advenedizos á quienes Neyo Pompeyo, despues de conquistada España y deseoso de ir á gozar del triunfo, mandó bajar de las cumbres del Pirineo y reunirse en una poblacion, que por esto fué llamada ciudad de Convenas (convena, allegadizo), » Y mas abajo añade: «Despoje hasta ahora, la Iglesia de Dios, y como descendiente de los vetones, arebacos y celtiberos, invada las iglesias de las Galias. » Pero Gorónimo, con su perdon sea dicho, se contradice en estos pasajes; porque, si aquellos ladrones y advenedizos, desalojados de las breñas del Pirineo, fueron los que Pompeyo reunió en una ciudad que por esto se llamó de Convenas (ahora | Cominges), ¿cómo es posible que esos mismos ladrones y convenasd el Pirineo descendiesen de los vetones, arebacos y celtiberos? Los celtiberos y los arebacos ó

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arevacos, eran pueblos de la España tarraconense que moraban junto al rio Duero, á larga distancia del Pirineo y de la inmediata Aquitania, y mucho mas lejos estaban todavía los vetones, pueblo de la provincia de Lusitania. En la España tarraconense pone Tolomeo por órden á los verones, á los arevacos, á los carpetanos, mas al mediodía que los vacceos y los arevacos, y últimamente á los celtiberos; y Plinio pone asimismo en la España citerior, junto al Tajo á los carpetanos, y lindando con estos, á los vacceos, á los verones (pues así debe leerse, y nó vetones), á los celliberos y á los arebacos, ó arevacos, así llamados del rio Areva. El órden con que Plinio y Tolomeo colocan á esos tres pueblos de España, y la denominacion que les dan, me persuaden que debe leerse verones, en lugar de vetones, en el libro de Gerónimo; pero ni aun así puede sostenerse el dictámen de este autor, que hace descender á nuestros antiguos convenas de tres pueblos tan distantes, como eran los que vivian á orillas del Duero, en Numancia, en Gisgonza y en Segovia. Además, César, en el libro tercero de la guerra civil, tampoco hace derivar á nuestros convenas de otro sitio que de los montes Pirineos. Estas son sus palabras: Envió (César) al legado Publio Vatinio á las orillas del rio » Aps, donde proclamase en alta voz y reiteradamente, si era lícito á ciudadanos, como lo habia sido á los fugitivos del Pirineo y á los ladrones, el enviar mensajeros de paz á otros ciudadanos. Las palabras de César, mal interpretadas hasta ahora, creo que no pueden aplicarse sino á los convenas; pues aquél se reduce á preguntar por medio del legado Publio Vatinio, si le será lícito enviar mensajeros de paz á su conciudadano Neyo Pompeyo, ya que lo habia sido á los fugitivos del Pirineo y á los ladrones, esto es, á los piratas. De estos fugitivos á quienes Gerónimo llama salteadores y advene➡ dizos, unos eran indígenas, moradores de la cordillera del Pirineo que divide la España de la Aquitania, y que guardando el antiguo vicio de aquellos puebios españoles, se empleaban en el robo en aquellos mismos sitios donde se abrigaron mas adelante los bandoleros; y otros eran esclavos, que escapándose de sus dueños huian de los fronterizos pueblos de Vasconia, verdaderos ladrones, asesinos y otros hombres perdidos, que se retiraban en aquellos sitios por miseria, por temor al castigo, ó por su aficion á la rapiña. Desde sus guaridas, infestaban con súbitas correrías y talas las vecinas campiñas, y cuando pasaban alguna vez á España los ejércitos romanos, acechaban siempre la ocasion oportuna para saltear la retaguardia. Combatiólos Pompeyo al regresar vencedor de España, y cuando se vieron circunvalados, conociendo que no podian resistir á los soldados romanos, le enviaron embajadores para tratar de su rendicion; mas como Pompeyo no estaba para entretenerse en negocio de tan poca monta, los obligó solamente á que, abandonando el monte, se estableciesen en los llanos de la vecina Aquitania, y fundasen allí una ciudad. Los moradores de esta y de toda su campiña recibieron entonces el nombre de allegadizos (convenc, como efectivamente lo eran), ó, como interpreta Estrabon, Cúyxλudes, ó Cuviλudes, porque se habian reunido allí, procedentes de muchos otros lugares. Nó de otra manera mandó Bebic bajar á la llanura á los ligures que habitaban las cumbres de los Alpes, entre los rios Varo y Macra ; y así tambien, á ejemplo de Pompeyo, obligó Augusto César á parte de los cántabros á abandonar las alturas, mandando á los vencidos astures que estableciesen sus viviendas

en las plazas que tenian en el llano, temeroso de la confianza que les infundian las asperezas de los montes en que tenian sus guaridas, como lo escribe Aneo Floro. Mas adelante se valió de este medio el mismo Pompeyo, cuando, despues de haber vencido en repetidos combates navales á los piratas de Cilicia, obligó á los pocos que quedaron à que viviesen reunidos en ciudades, teniendo asiento fijo en sitios apartados del mar. Por medio de esta traslacion quedaron convertidos los de Convenas, de ladrones, en guardadores de lo justo y equi

tativo; de esclavos fugitivos, en dueños propietarios; de montañeses en campesinos, y de españoles en aquitanos. Por esto menciona Plinio en la Aquitania á los convenas como incorporados en una poblacion, entre los sediboniates y los begerros, 6 bigerrones, porque lo fueron efectivamente por Neyo Pompeyo, quien formó de todos aquellos miembros dispersos un solo cuerpo, obligándolos á cultivar la tierra, y á vivir bajo el imperio de las leyes.

LIBRO I.

DE LOS CATORCE PRIMEROS REYES DE NAVARRA, HASTA DON GARCÍA SEXTO EL DE NÁJERA.

CAP. I. - Don Garcia Jimenez, primer rey de Navarra.

Navarra, idea del valor y la constancia, y hermoso centro de donde salieron las reales líneas de tanto imperio, como resistió constante por tres siglos á la potencia de los godos, así tambien, cuando éstos fueron vencidos por los moros, pudo resistir á su inundacion furiosa. Perdida España el año de setecientos y catorce en el cómputo mas cierto, á poco tiempo los vascones navarros, determinaron elegir rey, y para su eleccion el año de diez y seis establecieron las siguientes leyes, que aun duran en gran parte en nuestro tiempo: Que jurase el rey, no empeorar, sino mejorar los fueros. Que se obligase á distribuir bienes, y honores entre los naturales de la tierra, aunque bien podian ser admitidos al gobierno y sus honores cinco de los extranjeros. Que para hacer cortes, ejercer la potestad judicial, hacer guerra, paz, ó tregua con alguno de los príncipes, y así de otros hechos de consecuencia, hubiesen de intervenir doce de los ricos hombres, ó de los mas sabios y ancianos. Que tuviese sello para sus decretos, alférez que en la guerra le llevase la divisa, y que pudiese labrar moneda; pero de una misma ley, y una vez sola. Que la noche antes de la coronacion velase en la iglesia catedral, y que por la mañana, asistiendo al sacrificio de la misa, recibiese la sacra Eucaristía, ofreciendo en el altar de su moneda, y tambien paños de púrpura. Que antes de la aclamacion él mismo se ciñese la espada en señal de su supremo poder, y en este dia ninguno pudiese ser armado caballero, y que puesto en pié sobre el escudo, lo levantasen los ricos hombres, clamando en alta voz real, real, real, derramando el rey sobre el pueblo de su moneda, y despues del paseo y pública aclamacion, besándole los ricos hombres la mano. Y estas son las leyes, y ceremonias, y la de ungirse nuestros reyes, es antiquísima, y tanto, que no se sabe su origen.

Establecidas así las leyes eligieron nuestros vascones navarros por su rey al esforzado don García Jimenez, señor de Abarzuza y de Amescua, el año de diez y ocho, aunque otros anteponen la eleccion dos años, y

otros la posponen seis. Andan tambien discordes los autores en señalar el lugar en que se hizo, y mejor será confesar, que se ignora sino es que quiera recurrirse al nombre de corona de Navarra, que aun hoy conserva una gran peña, cerca de Viguria, y Amescua, de donde su hijo era señor el rey electo, como tambien su hijo don Iñigo García Arista, á quien le hacen sin razon muchos autores conde de Bigorra de Francia, equivocando este nombre con Viguria.

Empezaron a echarse por el singular esfuerzo de nuestro rey, los primeros cimientos de la libertad de España, peleando por ella los naturales de las regiones montuosas; á que ayudó mucho la porfía de los mo→ ros en invadir á la Galia Narbonesa, para suceder así á los godos en todo su señorío.

Cuando Abderramen, vencido por Carlos Martelo y el duque de Aquitania, Eudon, se retiró á España con su destrozado ejército por la parte del Pirineo de Navarra, llamándose, como sucede unas á otras las desgracias, encontró su último estrago, cogiendo los na→ varros aquellos pasos estrechos, y acabandole de destrozar, matándole á él y á los suyos: pero esta cumplida victoria puso en el ahogo mayor al rey don García, y sus navarros; pues luego se vieron invadidos de Abdemelic, que sucedió á Abderramen. Acometió éste con tan numeroso ejército, que pensó arrasar las cumbres del Pirineo; pero halló tal resistencia en nuestra gente, que se vió obligado á huir á Córdoba, habiendo padecido una pérdida muy grande: ¡tan visible fué la asistencia del cielo! Aquí como en otros muchos lances, se deja ver cuán fundada es la tradicion y fama de la especial asistencia de lá celebradísima imágen de nuestra Señora de Roncesvalles. Aprovechando las discordias que sobrevinieron luego entre los moros, pudo el rey don García, no solo mantenerse en sus montañas, sino animarse á fabricar varios castillos, especialmente en el valle de Roncal, y tierras finitimas. Fueron de igual oportunidad los años siguientes para la cristiandad de España; por despedazarse en ella varios ejércitos de paganos, que entre

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el hierro, y estragos renacian como hidras infernales; con cuya ocasion el rey don Alonso el católico, yerno de don Pelayo, logró muchas y grandes conquistas, y lograron tambien algunas los navarros, acometiendo por las tierras llanas de el reino, y por las comarcas de la Bureba, en que en tiempo de los godos insistieron tantas veces, de que se originaron varias disensiones con los reyes de Asturias, como á su tiempo diremos. Ahora baste decir, que no las hubo entre estos dos príncipes guerreros y triunfadores, y que murió el nuestro despues de continuados combates el año de setecientos cincuenta y ocho, habiendo muerto el católico en el año precedente.

De cuidado omitimos varias individualidades, que fuera facil traer de este rey verdaderamente grande; pero de las regiones que dominó, diremos algo en rápido movimiento. Eran estas regiones las de Pamplona, Deyo, y la Berrueza, que se retuvieron siempre por sus naturales, y son estas dos últimas parte de aquel ramo de montes, que naciendo del Pirineo, se enderezan hacia el Ebro sobre Estella, los Arcos, y Viana, y formando el costado septentrional de Navarra, se continuan con Álava, la Bureba, y las montañas de Burgos, hasta que dividiendo las Asturias de los llanos de Leon, buscan, entrando por Galicia el Océano occidental de España. Inclúyanse las valles de Roncal, de Baztan, las cinco villas, y otras que se acercan mucho por Fuenterrabia al Océano; y fuera de eso muchísimas montañas que se desgajan del Pirineo, las que desde cerca de Sangüesa corren por Caseda, valle de Aibar, Galipienzo, San Martin de Uns, Santa María de Uxue, hasta dar en la Bardena; las que empiezan á encumbrarse á la vista de Pamplona, la Sierra del Perdon, Andia, Urbasa, y la Sonsierra de Navarra hasta tocar en el Ebro, y la gran montaña de Aralar, y otra numerosidad copiosa de lugares, entrando tambien los pueblos jaccetanos, y las provincias de Álava, Vizcaya, y Guipuzcoa, de que a su tiempo diremos.

CAP. II. Don Iñigo Garcia Arista, rey segundo de Na

varra.

Despues de la muerte de don García Jimenez, empuñó su hijo don Inigo García Arista, el baston, ó el cetro, que en aquellos guerreros tiempos todo era uno. Señalan á este gran rey por mujer a doña Jimena, nombre familiar de estas montañas, y debe aplicársele el sobrenombre de Arista; nó por la facilidad con que se enciende la arista, sino porque á pequeña mudanza suena en el idioma vascónico arista, la encina ó roble, y sobre uno de ellos, se dice, se le apareció una cruz, estando para romper de batalla en una ocasion de tantas como tuvo; aunque la distancia de los tiempos, hace que no podamos individuarlas. Una antigua corónica de Val-de-Ilzarbe, de muy grande autoridad, atribuye á este rey varias poblaciones en lo áspero de las montañas, y dice, que bajando á tierras ménos ásperas pobló y fortificó las villas de Aibar, de Caseda, y otras muchas, con que fué pertrechando el lado meridional de Navarra contra las tierras llanas de Aragon, que con los presidios y plazas de armas Zaragoza y Huesca retenian por allí, como fronterizos los árabes. Y á los principios de este reinado, parece que fué el descubrimiento de la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Uxue, á Vsoa, que significa en el vascuenze Paloma: advocacion que tuvo y tiene; porque siguiendo un pastor á una paloma, vió, que entraba en una cueva, donde descubrió

TOMO III.

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esta imágen; y dando cuenta en el numeroso pueblo, que estaba á la falda de aquella sierra eminente cerca del de Murillo el Fruto, dejaron los habitadores su antiguo acomodado sitio, y pasando luego á poblar en la fragura, se llama aquel pueblo la villa de Nuestra Señora de Uxue. Levantó asimismo don Iñigo García varios castillos y fortalezas en las tierras de Álava, y la Bureba, y estendiéndose tambien á estas tierras don Alonso, el Católico de Asturias entre sus muchas conquistas, quisieron aquellas gentes arrimarse á los reyes de Navarra, y en tiempo de don Fruela, hijo del Católico, hicieron movimiento para echar á los de Asturias de aquel reciente señorío: pero los venció este rey, y entre los prisioneros de guerra hubo á las manos una doncella muy noble, por nombre doña Munina, de el linage de los reyes de Navarra, como la llaman el arzobispo don Rodrigo, y el rey don Alonso en su crónica; y de timbre y nobleza real, como la apellida el obispo don Lucas de Tuy. Con ella casó don Fruela, y de este matrimonio nació el ínclito don Alonso el Casto. En los años que se siguieron fué continuando nuestro rey don Iñigo la peligrosa guerra contra los árabes, y como si no fueran bastantes tantos riesgos, vióse tambien invadido de los francos. Corria el año setecientos setenta y siete de Cristo y el diez y nueve del reinado de don Iñigo, cuando Carlo Magno, que resolvió acometer á España entró por Roncesvalles con un formidable ejército para Zaragoza, y conquistando á Pamplona, que estaba desprevenida, llegó á toda priesa á apoderarse de aquella hermosa ciudad, donde se le juntó otro poderoso ejército, que habia enviado por Cataluña, para abarcarlo todo con ambos brazos. Venció Carlos con suma facilidad y presteza, y gastó el verano en distribuir gobiernos entre los árabes de Aragon y Cataluña, opuestos á Abderramen, y sujetando tambien como parece á Barcelona, dió vuelta con sus dos ejércitos por Pamplona, cuyas murallas demolió, para Francia: pero presto se obscurecieron los triunfos; porque esperando el rey don Inigo con sus navarros en los estrechos pasos de Roncesvalles, y encendido sobre manera por la demolicion de las murallas de Pamplona, quiso experimentar las fuerzas de los francos en esta primera entrada que hicieron en Navarra, y consiguió de ellos, y de tantas naciones como venian de austrasios bárbaros, longobardos y proenzales, una célebre victoria. Habia pasado Carlos con su vanguardia la llanura espaciosa del Burguete y Roncesvalles; y subiendo la cumbre de Ibañeta, fué entrando con sus tropas por la canal grande que corre hasta Valcarlos, que acaso tiene el nombre de este memorable suceso: dejaronles pasar los navarros, y empeñarse bien adentro, para que no pudiesen revolver tan facilmente; y cuando subia la retaguardia la montaña de Ibañeta, bajaron los nuestros de la de Altabizcar con grandísimo clamor, y mucho mayor esfuerzo, calaron el fondo de las hileras, rompieron el escuadron, y ejecutaron en él horrible estrago, impeliendo á los francos á la llanura. Renovóse allí la batalla; y correspondiendo los fines á los principios, fué tal el estrago que hizo nuestra gente, que se explica Eginarto con el hipérbole de que no dejaron los navarros hombre á vida, perdiendo el valeroso Roldan, general de la costa de Bretaña, Anselmo mayordomo mayor de Carlos, Egarto su maestresala, y otros muchísimos nobles. Esta es la celebradísima batalla de Roncesvalles, que algunos, no sé á qué fin pretenden en vano disminuirla. Desde aquí mudaron las cosas

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