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con fundamentos que nos parecen sólidos, que unidas en un cómputo las tierras desmontadas en toda la Isla para la siembra de la caña hasta el año de 1828, componen la misma estension de las que han sufrido el desmonte en los veinte años transcurridos despues.

¿Y qué ventajas nos ofrecerá este cálculo, dirán algunos de los innumerables hombres que solo viven para lo presente, que utilidad nos trae esta observacion por esacta que sea? Muchas y de gran consideración, contestaremos los que pensamos en el porvenir, los que creemos que el hombre no vive solo en la miserable série de años en que le toca hacer su papel en las rápidas escenas de la existencia, crea y tiene en su derredor objetos que han de sucederle y representarle; y tengamos lástima, por no decir otra cosa, del hombre que mira indiferente la suerte de su descendencia, del hombre que no vé en pos de sí una posteridad que reclama sus esfuerzos en beneficios de la fortuna y bienestar doméstico, de la prosperidad social, de la felicidad y engrandecimiento de su pais.

Pero contentemonos solo con una observacion. ¿Quien es el individuo que ha salido de esta ciudad, cualquiera que sea el rumbo que haya tomado y sin alejarse mucho del punto de su partida no contempla con admiracion esos espacios que parecen interminables y en los que no se vé un solo bosque? Es verdad que donde se enseñoreaban robustos y frondosos árboles se han recojido productos materiales en aumento de la riqueza del pais y en desarrollo de la poblacion, la civilizacion y de la industria; es verdad que donde existieron bosques hace ménos de un siglo, se mantiene todavía productiva la tierra, la surca contínuamente el arado, la cultiva el afanoso labrador y se nos presentan á la vista esos cuadros pintorescos con distintos matices del constante verdor de una primavera no interrumpida; pero no es allí donde los grandes productos volverán á aparecer; y sobre todo, al lado de esos mismos espacios en que todavía se conservan señales de vejetacion, de legumbres y plantas efimeras, hay otros numerosísimos que permanecen para siempre improductivos. Pues bien: esto ha sucedido, aunque tengamos que repetirlo por la prodigalidad con que nuestros mayores han empleado en hacha y el incendio en los frondosos bosques, sin cuidarse en lo mas mínimo de su reposicion. Considérese ahora lo que sucederá, dentro de otra generacion, en esos inmensos terrenos en que hoy vejeta majestuosa la rica planta da Otahity, y en los que se observa la misma práctica que en el pasado siglo para abatir los bosques, la misma incuria para plantar árboles, útiles á la renovacion de las virtudes de la tierra, útiles tambien á la misma industria azucarera bajo el aspecto de combustibles, de este elemento de toda necesidad, cuya escasez en muchos puntos se anuncia ya tan imperiosamente, que ha hecho pensar en emplear el carbon de piedra como un medio para alimentar la poderosa accion de las máquinas de vapor de los injenios. Tenemos una prueba reciente de esto último. Uno de nuestros mas entendidos y laboriosos hacendados estableció la soli

citud hace pocos meses para que se libertase de derecho al carbon mineral en su importacion, alegando por causa la próxima escasez de combustible, considerando que este medio haría bajar los precios de este artículo en el mercado. Formalizado este espediente hasta llegar á la Superintendencia general de Hacienda de esta Isla, fué elevado á S. M. con el mas pronunciado apoyo del intelijente gefe que la preside, y no hace muchos dias que hemos visto publicada la disposicion de S. M. accediendo á esta solicitud. Calculemos al mas ínfimo precio este combustible, como una mercancía voluminosa y de considerable peso para su conducion así de ultramar como la que debe dársele para llegar á las fincas, siempre será un artículo que hará figurar los gastos en los injenios con una partida mas, en circunstancias, nada ménos, de ser imprescindible la necesidad de introducir toda clase de economías, que mitiguen la despreciacion del azúcar, y que hoy ocasionan los brazos..

Parecerá que insistimos demasiado sobre este particular, y acaso nos criticará alguno de nuestros lectores que nos ocupemos tanto de un punto que parece accesorio al objeto de que tratamos. Conocemos por otra parte la inutilidad de nuestras observaciones, porque ciertamente, no seremos mas felices que otras veces en que hemos declamado contra esta falta de prevision, ņi tendremos tampoco más fuerza de conviccion que otros y otros de los que han dado á conocer estos males; pero nosotros cumplimos con lo que corresponde á hombres que se proponen solo referir los hechos, decir la verdad. Estamos esponiendo actualmente la práctica observada en los desmontes para preparar la tierra para la siembra de la caña, y en circunstancias de esplicar los procedimientos empleados, no era posible precindir de la horrible tala y desolacion con que vemos ir desapareciendo los bosques, no á fuer de reformadores, sino como narradores leales; y lejos de arrepentirnos de haber incurrido en esta digresion, si así place llamarla á nuestros lectores, todavia permanecemos en ella.

Parecerá que incurrimos en contradiccion cuando nos lamentamos de ver que desaparezcan tan rápidamente los bosques de la Isla en el fomento de una industria, que no se hubiera elevado al grado en que hoy se ostenta, y que nosotros hemos reconocido, si no se hubiesen desembarazado en tanta abundancia y con tanta facilidad los terrenos inmensurables que se han dedicado al cultivo de la caña. Pero una reflexion mas detenida verá en nuestras observaciones una cosa muy distinta. Es evidente que no podria pretenderse que creciesen los campos de caña, y con ellos la produccion, y que á la vez conservásemos los bosques; pero esto no quiere decir que se haya procedido con economía. Nadie es capaz de negar que es costumbre inmemorial en los injenios, buscar constantemente la tierra nueva para las siembras, cuando el plantío va dando muestras de que el terreno ha perdido su primera fertilidad; y entonces se cree mas útil derribar el bosque, que reanimar el terre

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no por los numerosos medios que se conocen; nadie pondrá en duda que el cultivo mismo de la caña ha sido descuidado, y que no se ha pensado mucho en estudiar el modo con que un terreno dado produzca el mayor número de cañas, ó de azúcar posible, esto es, cañas con todas las galas de la vejetacion, con todas las virtudes dir azúcar; nadie nos contradecirá en fin cuando decimos que apénas hay hacendado que haya establecido en sus posesiones el sistema de bosques artificiales, ya para utilizar y mejorar esas tierras que se han cansado de dar productos, y sin haberlas auxiliado jamás, volver á formar en ellas el precioso mantillo, y preservarlas de nuevo de la poderosa accion de nuestro ardiente sol, ya para esos elementos de combustible que no tardarian en ofrecer, para compensar en alguna manera el consumo de los bosques naturales. Y si es cierto cuanto dejamos espuestos ¿porqué nos hemos de privar el decirlo, cuando queremos dar á conocer los bienes y los males que ofresca la rica industria que nos ocupa?

Convenimos en que los injenios que se fomentan en tierras vírjenes, y en cuya aréa no se ha encontrado siquiera un reducido espacio para formar las chozas en que puedan guarecerse los trabajadores, no puede pensarse en sembrar árboles, cuando la abundancia de los que existen es un estorbo para la industria; pero viene despues otra época, no muy tarde, en que desvirtuados los primeros cañaverales que se constituyeron, es preciso reponerlos con otros nuevos: se aprovecha la corta produccion de este campo mientras sostiene cañas; pero se destruye una parte del bosque para ensanchar el plantío. Este sistema lo exije el natural deseo de aumentar la produccion; y como se cree mas dificil revivir las cansadas propiedades de los terrenos cultivados, que abrir tierra nueva, se toma este último partido. No reñiriamos por esto si tuviesemos la inútil y loca pretension de dirijir el interés de algun hacendado; pero á lo ménos ¿porqué en esos terrenos que tanto han producido no se plantan árboles, elijiendo esa clase numerosa de que proporcionan tantas semillas nuestros bosques, que crecen con suma precocidad y que no piden mas que un pequeño cuidado en los primeros tiempos de plantados? Sabemos muy bien lo que se contestarà á esta pregunta lo mismo que á otros muchos que la han hecho antes de nosotros; pero omitimos reproducir aquí el imprudente modo de raciocinar de los que á nuestros oidos han manifestado burlarse de toda medida previsora sobre este punto: no espondremos tampoco la conviccion de otros que precisamente confiesan la necesidad de atender á un objeto de tamaña importancia, pero que no proceden à la obra. Los perjuicios se hacen mas palpables de dia en dia; el mal existe y se incrementa cada vez mas, y á no ser por lo mucho que van escaseando los brazos (lo que por otra parte será una ruina para el país si no hallamos modo de reponerlos) dentro de algunos años nos quedariamos sin bosques, tendriamos que recibir de fuera hasta la leña así como recibimos el pan. Cuando reflexionamos

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en esta imprevision funesta, y que nace precisamente de los mismos progresos industriales, de la misma facilidad de los actuales recursos, que ya no seran tan ámplios, nos ponemos á punto de cometer la herejía económica de declamar contra los ferro-carriles, las má. quinas de vapor y contra todos los elementos que han contribuido á aumentar en tanto grado la produccion de azúcar, Pero tanto ganariamos con esto, como con todo lo que dejamos advertido: la dilapidacion contra que declamamos no se corrijirá, será preciso que la dura mano de la apremiante necesidad imponga su forzosa ley, para hacer despues en mil fatigas y privaciones lo que desde hoy podria prepararse y evitarse. Si queremos vivir solo para nosotros, y gozar nosotros solos, sigamos así olvidados enteramente del porvenir; pero si nuestros hulmildes escritos llegan algun dia á manos de los que pronto nos empujarán para que les cedamos el puesto, veràn que no ha faltado entre sus antepasados quién advirtiera á sus contemporáneos que á la vez que gozaban los beneficios que por todas partes les brindaba la abundante feracidad de la invidiable Cuba, labraban la esterilidad y la miseria de sus descendientes. Maldito sea de Dios el hombre que solo vive para sí!

Si todavía está en su vigor el sistema de practicar la primera operacion dirijida á preparar el terreno para la siembra de la caña, no ha variado tampoco mucho el modo de sembrarla y cultivarla. En el estado actual de esta industria, no aseguraremos nosotrros, pero á lo menos podemos presumir, que esa estension demasiado prolongada en los campos de nuestros injenios á fin de contar con grandes y numerosos cañaverales para conseguir una zafra abundante, proviene ó debe provenir de defectos en el cultivo de la planta, de la falta de mejoramientos en los terrenos y de la ausencia de labores en la tierra. No vemos un imposible en que el campo de cinco caballerías de tierra que produce en los primeros años mas de mil cajas de azúcar, ó sean 13,000 @ netas, déjase de ofrecer con corta diferencia el mismo rendimiento. Pero está muy lejos de suceder así, y no hay hacendado práctico que despues algunos años no haya esperimentado que con el transcurso del tiempo, esas caballerías de caña no les dan mil cajas, necesitando á veces duplicada estension de terreno.

Esta desventaja no puede provenir sino de una de estas dos cosas, ó de ámbas reunidas, á saber: esterilizacion ó empobrecimiento del terreno, ó dejeneracion ó desmejoramiento de las cañas; y como estos dos males si no desaparecen á virtud de la observancia de los principios agronómicos, por lo menos pueden mitigarse en gran manera, es forzoso decidir como consecuencia precisa que si subsisten aquellos inconvenientes es por defecto ó neglijencia en el cultivo de tan ricos campos.

Al esponer el sistema observado hasta nuestros dias no declamaremos vanamente á fuer de maestros, acusando à la impericia ó la rutina. Acaso nosotros mismos no sabriamos hacer mas, ó incur.

ririamos en el mismo mal que deploramos, encontrando mas conveniente ocupar esa grande estension de terrenos, que reducirnos á mas estrechos límites para obtener los mismos productos. Pero si es evidente la necesidad de economizar los bosques, si es incuestionable que la reduccion de los campos, como no sea á espensas de la producción, economiza tambien los brazos, el tiempo y las operaciones, si el gran problema, en fin, resuelto en toda industria rural, es obtener la mayor produccion posible en el menor espacio de terreno igualmente posible, parece una consecuencia precisa que deben buscarse los medios de encontrar este resultado en los distintos procedimientos que constituyen el cultivo. Las cañas cultivadas ordenadamente, sazonadas por los principios que reciban de una tierra apropiada á la buena vejetacion, han de rendir mucho mas que las que no gozen de estas propiedades; y si puede conseguirse que una caballería de tierra rinda constantemente cuatro mil arrobas de azúcar, ¿será razonable omitir los medios de alcanzar esta ventaja, pretendiendo suplir este beneficio en la produccion con el duplicado costo y trabajo de sembrar y cultivar un doble espacio?

No es posible obtener constantemente este producto, nos dirán los amigos del trabajo fácil y de los medios dispendiosos; no hay un hacendado que cuente esta produccion, sino como un fenómeno; y si esto es posible vengan las reglas y el método para conseguirlo. He aquí pues tres razones que parecen concluyentes en el estado actual de la industria azucarera; pero nos parece que todas perderán su fuerza á lá luz de la imparcial observacion. No se puede obtener constantemente el producto de cuatro mil ó mas arrobas por caballería de tierra, que asignamos como en hipótesis; esto seria cierto; pero es porque no se ponen los medios para conseguirlo, porque no se esfuerza el agricultor en reanimar la tierra misma y el mismo plantío que rindió igual producto en sus principios. Ahora bien, si al pedírsenos las reglas y el método para conseguirlo, confesamos nuestra ignorancia ó la falta de estudios teóricos y prácticos no por esto dejarà de ser el cultivo de la caña, si no defectuoso, por lo ménos incompleto y lleno de inconvenientes y prácticas perjudiciales, susceptible por consiguiente de recibir mejoras. No es nuestro objeto dar estas reglas, indicar estos procedimientos, porque el fin principal de la obra que escribimos es presentar los ramos de subsistencia y de riqueza del pais, tales como han existido desde sus primeros tiempos y como existen hoy, indicar los vacíos que aun restan por llenar, los obstáculos que se oponen á su mayor progreso, y si bien alguna vez indicamos el modo con que pudiera conseguirlo, no tendremos la vana presuncion de abrogarnos una preponderancia capaz de dar la ley. Esto corresponde al interés particular, al cual pretendemos manifestar lo que creemos útil, pero no dirijir con ridículas pretensiones de suficiencia. Con esta advertencia qué hacemos ahora y que esperamos valga para siempre, continuaremos

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