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syphistas. Si se quiere decir que en la práctica no se lleva el principio á sus mas estremas consecuencias, convendré voluntariamente en esto. Siempre sucede lo mismo cuando se parte de un principio falso. Produce tan imediatamente resultados tan absurdos y maléficos que prontamente se ve forzado á detenerse. He aquí porque la industria pràctica no admite el Sisphismo: el castigo seguiria muy pronto al error, y no podria ocultarse: Pero en punto à industria especulativa, tal como la profesan los hombres teóricos, se puede seguir por mucho tiempo un principio falso, ántes que se advierta la falsedad por las consecuencias complicadas; y cuando al fin se revelan se, obra segun el principio opuesto, se incurre encontradicion y se busca la justificacion en este otro axioma moderno, en este incomparable absurdo: "En Economía política no hay principio absoluto.

Veamos pues si los dos principios absolutos que acabamos de establecer no reinan à su vez, el uno en la industria práctica y el otro en las instituciones sobre la industria.

He citado ya á M. Bugeaud; pero en él hay dos hombres: el agricultor y el hombre de Estado. Como agricultor dirije todos sus esfuerzos á este doble fin: ahorrar el trabajo, obtener pan barato. Cuando prefiere un arado bueno á uno malo, cuando perfecciona los abonos; cuando para labrar sus tierras substituye en cuanto puede la accion de la atmósfera á la de la azada ó la grada; cuando llama en su ayuda todos los procedimientos, cuya enerjía y perfeccion le han revelado la ciencia y la esperiencia, no tiene ni puede tener otro fin que disminuir la proporcion del esfuerzo á los resultados. No tenemos otro medio de reconocer la habilidad del cultivador y la perfeccion del procedimiento, sino midiendo lo que él ha minorado en punto á esfuerzos y ha aumento en cuanto á resultados; y como todos los agricultores del mundo obran bajo este principio, puede decirse que la humanidad entera aspira, sin duda en su propia ventaja, á obtener lo mas barato ya sea el pan, ya sea otro producto, á reducir la fatiga necesaria para tener á su disposicion una cantidad dada.

Una vez comprobada esta tendencia de la humanidad, me parece que bastaria para revelar el verdadero principio, y para indicar en que sentido se debe auxiliar á la industria (si entra en la mision del hombre público ayudaria) porque seria absurdo decir que las disposiciones de los hombres deben obrar en sentido inverso de las leyes de la Providencia.

Entre tanto hemos oido á M. Bugeaud, como diputado, esclamar: "Nada entiendo de la teoría de la baratéz: quisiera mejor ver el pan mas caro y mas abundante el trabajo." Y en consecuencia el diputado de la Dordogne vota por las medidas que tienen por efecto poner travas à las permutas, por ouanto nos procuran indirectamente que la produccion directa no pueda proveernos sino de una manera mas dispendiosa.

Mas es muy evidente que el principio de M. Bugeaud como diputado, está diametralmente opuesto al que sostiene como agricultor. Consecuente consigo mismo, su voto seria contrario á toda restriccion, ó bien se le veria transferir á su hacienda el principio que proclama en la tribuna. Entonces se le veria sembrar su trigo en el campo mas estéril, porque lograria de este modo trabajar mucho para obtener poco. Se le veria proscribir el arado porque la labor con las uñas satisfaria su doble deseo: el pan mas caro y el trabajo mas abundante.

La restriccion tiene por fin reconocido y por efecto confesado aumentar el trabajo y asimismo provocar la carestía, que no es otra que la escasez de los productos. Luego, llevada á estos últimos lí mites, es el Sisyphismo puro tal como lo hemos definido; trabajo infinito, producto nulo.

El Baron Cárlos Dupin, la antorcha, segun se dice, en las ciencias económicas acusa á los caminos de hierro de que perjudicaná la navegacion, y está cierto de que existe en la naturaleza de un medio mas perfecto, restrinjir el uso de un medio comparativamente mas grosero. Pero los caminos de hierro no pueden perjudicar á los buques sino quitando à éstos los trasportes: no pueden lograr esto sino haciéndolo mas barato, y no pueden hacerlo mas barato sino disminuyendo la proporcion del esfuerzo empleado al resultado obtenido, pues que esto mismo es lo que constituye la baratura. Luego, el Baron Dupin, desde el momento que deplora esta supresion del trabajo por un resultado dado, obra bajo la doctrina del Sisyphismo. Lójicamente, así como prefiere el buque al ferro-carril, deberia preferir el carro al buque, el aparejo de carga al carro, y los hombros y espalda del hombre al aparejo; porque esto es lo que pide mas trabajo para obtener ménos resultado.

"El trabajo constituye la riqueza de un pueblo, deciaà la vez que queria imponer travas al comercio. No vaya à creerse que esta era una proposicion eliptica con el significado de que: "Los resultados del trabajo constituyen la riqueza de un pueblo." No; este economista queria decir muy claramente que es la intensidad del trabajo la que mide la riqueza; y la prueba es que de consecuencia en consecuencia, de restriccion en restriccion, venia á resultar un trabajo doble, para proveerse de una cantidad igual de hierro, por ejemplo. En Inglaterra el hierro estaba á 8 francos y en Francia á 16. Suponiendo el jornal del trabajo á un franco, es evidente, que la Francia por la via del cambio podia procurarse un quintal de hierro con ocho jornales tomados de la masa del trabajo. Pero no sucedió así y se necesitaban diez y seis jornales para obtener un quintal de hierro por la produccion directa. Trabajo duplicado para una satisfaccion identiea; luego, riqueza doble; Juego, la riqueza se mide no por el resultado, sino por la intensidad del trabajo. ¿No es este el Sisyphismo en toda su pureza?

Y á fin de que no sea posible la duda M. Saint-Cricq completa

mas adelante su pensamiento; y así como ha llamado riqueza la intensidad del trabajo, se le vé calificar de pobreza la abundancia de los resultados del trabajo ó de las cosas propias á satisfacer nuestras necesidades. "Por donde quiera, dice, las máquinas han tomado el lugar de los brazos del hombre; por donde quiera está superabundante la produccion; por donde quiera se ha roto el equilibrio entre la facultad de producir y los medios de consumir." Se vé pues que segun M. Saint-Cricq, si era crítica la situacion se debia á que se producia mucho, á que el trabajo era muy intelijente, muy fructuoso. Cuando estamos bien alimentados, bien vestidos, bien provistos de todas las cosas, la rápida produccion sobrepasa nuestros deseos. ¿Y sería posible pretender un término á estos bienes calificándolos como calamidad y obligarnos á trabajar mas para producir ménos?

He referido tambien la opinion de M. d'Argout, y merece que nos detengamos en ella por un instante, Queriendo que se diese un golpe á la remolacha decia: "El cultivo de la remolacha es útil sin duda; pero esta útilidad es limitada. No permite los jigantescos desarrollos que quieren predecirle. Para convencerse de esto basta notar que ese cultivo se limitará necesariamente al círculo del consumo. Duplicad, triplicad, si quereis, el consumó actual, siempre encontrareis que una mínima parte del territorio bastará a las necesidades de este consuma. ¿Quereis la prueba? Cuántas hectaras ocupadas de remolachas habia en 1828? 3130, lo que equivale á 1040 parte del terreno cultivable. ¿Cuántas hay hoy que el azúcar indijena ha invadido la tercera parte del consumo? 16,700 hectaras, ó sea 1978 parte del suelo cultivable. Supongamos que el azúcar indíjena haya invadido ya todo el consumo, no tendriamos mas que 48,000 hectaras ocupadas de remolacha ó 69 parte del terreno cultivable." (1)

1

Hay dos cosas en esta cita: los hechos y la doctrina. Los hechos tienden á establecer que se necesita poco terreno, capitales y mano de obra para producir mucha azúcar y que cada municipalidad estaria abundantemente provista dedicando al cultivo de la remolacha una hectåra de su territorio. La doctrina consiste en mirar como funesta esta circunstancia, y á ver en el mismo poder y fecundidad de la industria el limete de su utilidad.

No me constituyo aquí en defensor de la remolacha ni en juez de los hechos estraños producidos por M. d' Argout. Pero merece la pena investigar la doctrina de un hombre de Estado que ha manejado los negocios de agricultura y comercio.

He dicho al comenzar que existe una verdadera relacion entre

(1) Es justo decir que Mr. d'Argout ponia este estraño lenguaje en boca de los adversarios de la remolacha; pero se lo apropiaba formalmente y lo sancionaba por otra parte con una ley á la cual servia de justilicacion.

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el esfuerzo industrial y su resultado: que la imperfeccion absoluta consiste en un esfuerzo infinito sin resultado alguno; la perfeccion absoluta en un resultado ilimitado sin esfuerzo alguno; y la perfectibilidad en la disminucion progresiva del esfuerzo comparado al resultado.

Pero M. d'Argout nos enseña que la muerte está donde creemos encontrar la vida, y que la importancia de una industria está en razon directa de su impotencia. ¿Que esperar, por ejemplo, de la remolacha? No veis que 48,000 hectaras de terreno, un capital y una mano de obra proporcionada bastarian á proveer de azúcar á toda la Francia? Luego esta es una industria de una utilidad limitada; limitada, bien entendido en cuanto al trabajo que ella exije, única manera, segun M. d' Argout, por la cual puede ser úti una industria. Esta utilidad seria mucho mas limitada todavia, si á merced de la fecundidad del suelo ó de la riqueza de la remolacha se cosechase en 24,000 hectaras, lo que no puede obtenerse sino en 48,000. Oh! Si se necesitase veinte veces, cien veces mas tierra, mas capitales y brazos para llegar al mismo resultado, en hora buena, pod riàn fundarse algunas esperanzas sobre la nueva industria; y esta seria digna de toda la proteccion, por que ofreceria un vasto campo al trabajo nacional. Pero producir mucho con poco! Oh! este es un mal ejemplo que es preciso reprimir.

Mas lo que es verdad respecto al azúcar no puede ser error relativamente al pan. Si la utilidad de una industria debe apreciarse, no por las necesidades satisfechas que una cantidad de trabajo, determinado está en aptitud de producir, sino por el contrario, por el desarrollo de trabajo que exije para subvenir á una cantidad dada de necesidades satisfechas, lo que debemos desear evidentemente, es que cada hectara de tierra produzca poco trigo, y cada grano de trigo poca sustancia alimenticia; en otros términos: que sea poco fértil nuestro territorio; porque entonces la suma de las tierras, capitales y mano de obra que seria necesario poner en movimiento para alimentar la poblacion, será comparativamente mucho mas considerable; aun se puede decir que el medio que se presenta al trabajo humano está en razon directa de esta infertilidad. Los deseos de Bugeaud, Saint-Cricq, Dupin y d' Argout estaran satisfechos; el pan será caro y el trabajo abundante, el país será rico, rico á la manera que lo entienden estos Señores.

Lo que deberiamos desear tambien es que se estinga y debilite la intelijencia humana; porque mientras ella exista buscará incesantemente aumentar la proporcion del fin con los medios, y del producto con el trabajo. Porque en esto y esclusivamente en esto es en lo que consiste.

Creo deber repetir aquí que no acuso á los hombres tales como los que he citado, de que sean siempre y absolutamente Sisyphistas; porque ciertamente no lo son en sus transacciones particulares. Cada uno de ellos procura buscar por la produccion directa lo que

le habia de costar mas caro, Pero digo que son Sisyphistas cuando no quieren que el pais haga otro tanto.

(Continuará.)

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