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y del aplauso, y sobre todo á la vista de sus rivales y sus damas, sin sentir alguna parte del entusiasmo y la palpitacion que herviria en sus pechos aguijados por los mas poderosos incentivos del corazon humano, el amor y la gloria? Por eso cuando Jorge Manrique, deplorando la muerte de su padre el Maestre de Santiago. recordaba el esplendor y la grandeza de la córte, en que don Rodrigo pasára su juventud, prorumpe en estas tan sentidas palabras:

¿Qué se hizo el rey don Juan?
los infantes de Aragon
¿qué se hicieron?

¿Qué fué de tanto galan?
¿Qué fué de tanta invencion

como trajeron?

Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras,
y cimeras,

¿Fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las heras?

¿Qué se hicieron las damas?
sus tocados: sus vestidos,
sus olores?

¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?

¿Qué se hizo aquel trovar;

*

las músicas acordadas

que tañian?

¿Qué se hizo aquel danzar,
y aquellas ropas chapadas
que traian?

Aquella, en efecto, fué la época en que mas brillaron el esfuerzo y la galantería castellana. Juan el II, á imitacion de su tatarabuelo, fué muy dado á estas diversiones, presentándose muchas veces en ellas, y logrando mas aplausos que los que desperdiciaba la adulacion. ¿Y quién de nosotros ignora aquella célebre justa, que con admiracion de naturales y estrangeros mantuvo el valiente paladin asturiano Suero de Quiñones, en el paso del puente de Orbigo, famoso por este suceso, y de la cual cantó otro poeta:

Aun dura en la comarca la memoria
de tanta lid, y la cortante reja
descubre aun por los vecinos campos
pedazos de las picas y morriones,
petos, caparazones y corazas,

en los tremendos choques quebrantados.

Con varia suerte continuó este espectáculo hasta el siglo anterior. Habíanle prohibido los concilios, privando á los que morian en él de sepultura eclesiástica, y aun los reyes de Francia vedaron los torneos fuera de la córte. Pero

la prohibicion de los Cánones, que no aparece en nuestra disciplina nacional, se entendió de aquellos torneos y justas que los franceses llamaban á fer emoulu (que pudieramos traducir á casquillo quitado), porque en ellos el riesgo de muertè era próximo. Aun la que se hizo en Francia es atribuida por el presidente Hainault á la política de sus reyes, que querian atraer los nobles á la corte. Ello es que entre nosotros corrieron sin tropiezo, hasta que ridiculizadas las ideas caballerescas por la obra inmortal de Cervantes, y mas aun por el abatimiento en que cayó la nobleza á fines de la dinastía austriaca, acabaron del todo estos espectáculos, perdiendo el pueblo uno de los primeros estímulos de su elevacion y carácter.

¿Y por qué no lo miraremos como una pérdida? Sin duda que á los ojos de la moderna cultura desaparece toda la ilusion de este espectáculo, y que nada se ve en los torneos que no huela á ignorancia y barbarie. Pero sin aprobar lo que podia haber en ellos de bárbaro y brutal (13) ¿qué nombre daremos á esta comezon de crítica, que perdiendo de vista las costumbres y los tiempos, no sabe descubrir aquel secreto vínculo que tan poderosamente los enlaza? Pues qué cuando la nobleza, encargada de la defensa pública, formaba nuestra caballería, y en ella el mas poderoso nervio de nuestras huestes; cuando se lidiaba de hombre á hombre, y cuerpo á cuerpo, y cuan

do la táctica de los campos era exactamente la misma que la de las lizas, ¿podremos mirar como ageno de la educacion de la nobleza un ejercicio tan conforme á su profesion y á sus deberes? ¡Rara contradiccion por cierto! Censuramos como bárbaros el espíritu y bizarría de la antigua nobleza, y baldonamos á la nobleza actual por haberlos perdido! Seamos mas justos; y si aplaudimos el destierro de aquel furor que reinaba en los torneos, dolámonos á lo menos de no haber subrogado cosa alguna á un espectáculo tan magnífico, tan general y tan gratuito. ¿Hay por ventura algo que se le parezca en nuestras ruines, esclusivas y compradas fiestas? Hay alguna que tenga la mas pequeña relacion, ó la mas remota influencia (se entiende provechosa) en la educacion pública?

TOROS,

Ciertamente que no se citará como tal la lucha de toros, á que nos llaman ya la materia y el órden de este escrito. Las leyes de Partida la cuentan entre los espectáculos ó juegos públicos. La 57, tít. 15, part. 1, la menciona entre aquellas á que no deben concurrir los prelados. Otra ley (la 4 part. 7 de los cufamados) puede hacer creer que ya entonces se ejercitaba este arte por personas viles, pues que coloca entre los infames á los que lidian con fieras bravas por dinero. Y si mi memoria no

me engaña, de otra ley ú ordenanza del fuero de Zamora se ha de deducir, que hacia los fines del siglo XIII habia ya en aquella ciudad, y por consiguiente en otras, plaza ó sitio destinado para tales fiestas.

Como quiera que sea, no podemos dudar que este fuese tambien uno de los ejercicios de destreza y valor á que se dieron por entretenimiento los nobles de la edad media. Como tales los hallamos recomendados mas de una vez, y de ello da testimonio la crónica del conde de Buelna. Hablando su cronista del valor con que este paladin, tantas veces triunfante en las justas de Castilla y Francia, se distinguió en los juegos celebrados en Sevilla para festejar el recibimiento de Enrique III cuando pasó allí desde el cerco de Gijon, «E algunos, dice, corrian toros, en los cuales non fué ninguno que tanto se esmerase con ellos, asi á pie como á caballo, esperándolos, poniéndose á gran peligro con ellos, é faciendo golpes de espada tales, que todos eran maravillados (14).»

Continuó esta diversion en los reinados sucesivos, pues la hallamos mencionada entre las fiestas con que el condestable señor de Escalona celebró la presencia de Juan el II cuando vino por la primera vez á esta gran villa, de que le hicieron merced.

Andando el tiempo, y cuando la renovacion de los estudios iba introduciendo mas luz en las ideas, y mas humanidad en las costumbres,

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