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secos que soplan desde el N. E. al N. O., se ven entapizados de una costra de musgo tenacísimo, cuyas escamas blanquecinas, jaldes, grises y negras, anuncian, como las hiedras en los viejos robles, su venerable, pero fresca y robusta ancianidad. Por el contrario, á la parte opuesta de los vientos y lluvias australes, que frecuentemente le azotan, atacando el glúten, y desuniendo el grano de la piedra, abren paso á los ardientes rayos del sol, que mientras corre de oriente á poniente, penetran hasta las entrañas de sus sillares, y los corroen y deshacen y graban en ellos la marca de flaca decrepitud. ¿Pero acaso la naturaleza, confiando al observador el secreto de sus operaciones, no le avisa tambien para que se instruya y oponga á sus estragos? Y por qué no se aprovechará de esta leccion la arquitectura? No podria, ayudada de la mineralogía, hallar materias ó preparaciones que resistiesen al influjo de los fluidos devastadores que vienen de aquella plaga? Y si lograse vencerle, la duracion de sus bellezas no iria á la par con el deseo de los artistas y de los poderosos que trabajan para la eternidad?

Con todo, la verdadera flaqueza de esta obra no se esconde á la observacion de su interior. El dice que los muros van poco á poco perdiendo su aplomo, pues se los ve acá y allá desprendidos, y aun separados del labio de las bóvedas; sin duda, á lo que yo juzgo, á efecto

del empuje de los garitones, que volados en lo mas alto del muro, luchan continuamente contra su nivel, á pesar del robusto, pero mal entendido apoyo que les fué dado. Y si á esto se añade el lento estrago que van haciendo en las bóvedas las aguas trascoladas desde la plataforma, que ya gotean en abundancia sobre las habitaciones y galerías, y las filtradas del algibe, que atacan sus cimientos, fácil es de inferir que el hado de ruina y mortalidad viene con paso acelerado sobre esta fortaleza.

Por otros medios, menos perceptibles, concurre tambien la naturaleza al mismo fin. El gran número de gorriones, vencejos, pinzones, trigueros y otros pajarillos, que antes subian del bosque á revolotear ó posarse en las torres y ante-pechos, socavan continuamente sus grietas, para abrir en ellas sus nidos, y hacer sus crias. Hoy, á la verdad, van á menos por la causa que diré despues; pero probablemente no le abandonarán las aves de rapiña y mal agüero, que tambien anidan y moran en los hondos mechinales y anchas aberturas de las torres, que cada dia ahondan y aumentan entre ellas se distinguen el buho y la lechuza, cuyos tristes ecos hacen en esta soledad mas medroso el silencio de la noche. Cria tambien aqui una especie de pequeño azor, llamado en el pais churriquer, de tan estraña condicion, que asi persigue á las aves inocentes y pacíficas, como á las malignas y guerreras de su raza; y tan

valiente, que ataca á vencer en la lucha á los mas poderosos gavilanes. Pero el interior del castillo es todavía mas fecundo, especialmente. en aquellos insectos y sabandijas, á cuya multiplicacion concurre la vejez de las obras, á una con su desaliño y abandono. Mientras que los ratones y ratas, de enorme tamaño, y las comadrejas y garduñas, sus perseguidoras, que crian en los fosos y conductos, le minan continuamente por los cimientos, una especie de lagartija muy numerosa, que se abriga en sus muros, trepa por ellos á todas horas, deshace el mortero que fija los sillares, y se introduce por las habitaciones: es mas corta, mas ancha y menos vivaracha que las que conocemos por allá; pero no menos inocente, aunque distinguida en esta isla con el horrible nombre de dragó. No sé si puedo aplicar este dictado al escorpion; pero sí que no es raro hallarle en el interior de los cuartos mas aseados, sin que yo sepa que hasta ahora haya ofendido á ninguno de sus moradores.

Pero si V. cuenta que en esta fortaleza, fuera de algunas piezas, ascadas por los que hoy las ocupan, nada se repara, se cuida, se barre, ni se limpia, no estrañará que sea mucho mayor en ella la abundancia de aquellos insectos que acompañan la inmundicia, y la castigan, sobre todo en las cuadras de la pobre tropa. Por grande que sea la aficion de V. á la historia natural, bien me disimulará que pase en silen

cio la larga nomenclatura de esta parte asquerosa del reino animal belvérico; pero al mismo tiempo gustará de tener noticia de dos insectos que hay aqui, y que no he visto en otra parte, el uno es una espécie de escarabajo, harto hermoso; tiene la forma y tamaño de un grillo, aunque un poquito mas largo, y es muy notable por el brillante color de sus alas, barnizadas de oro y carmin. Críase, á lo que creo, en el fɔso, pero se ve alguna vez en las habitaciones altas, y aunque he procurado conservar dos, no lo pude lograr por no saber el método. El otro es una mosca, ó mas bien mariposa fosfórica, que se ve por las noches de verano (8): tendrá como media pulgada de largo, sobre dos líneas de ancho; en la cabeza una escama ó conchita blanca, que la cubre toda á manera de toca, por bajo de ella salen dos alas tan largas, que plegadas una sobre otra, cubren casi el resto de su cuerpo, y son espesas y de color pardo, de forma que cuando está en reposo, y mirada por las alas presenta la forma de una monja. Bajo de estas tiene otras dos alas blanquecinas, muy delgadas y transparentes; que solo desenvuelve un rato antes de elevarse; su vuelo es corto; circular, siempre de abajo arriba; y volviendo casi al punto de donde partió. El cuerpo tiene la figura de un gusano; y de la parte inferior y estrema de él lanza una luz amarillenta, pero tan viva, que se percibe aunque no sea en plena oscuridad, y que pues

aparece y desaparece por intérvalos, y especialmente si la tocan, es de creer que usa de ella á su arbitrio. Esta mosca ama mucho la luz, como las demas mariposas nocturnas, pero con harta mas cordura, pues que la galantea sin morirse por ella. Con esto, si V. quiere bautizarla, con tan buena razon la podrá dar el nombre de monjita, como el de coqueta.

El reino vegetal que produce el castillo, si no mas fecundo, es mas vario y notable, y concurre asi á acelerar su decadencia, como á hacer mas agradable y pintoresca su vista. Sin coutar las varias especies de liquen ó musgo que cubren sus paredes, ni las yerbas y plantas que nacen libremente en su esplanada y fosos, las torres, los muros, la plataforma, y hasta las bóvedas interiores producen otras muchas. La bella y pomposa alcaparra, llamada aquí tápara, con sus grandes flores blancas, y sus estambres violados, de entre los cuales se levanta erguido el verde pié de su fruto: la parietaria, el hinojo marino, y los albelies, blanco y carmesí, son los mas comunes, asoman en todas partes por las bendiduras de los sillares del muro, y le entapizan; pero ademas se ve gran número de otras plantas, ya coronando los antepechos, y ya brotando en la plataforma. En solo el plano de esta he distinguido ya el llantero, la stella maris, la melera, la granza ó rubia, una especie de gamon juncoso, el euforbio, la pimpinela, el geranio, la verbena, el talasparvianse,

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