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cnbrir de luto y horfandad, sino paises ignorados y desiertos, pueblos condenados á obscuridad é infortunio, para volar á su consuelo, llevándoles con las virtudes humanas, con las ciencias útiles y las artes pacíficas, todos los dones de la abundancia y de la paz, para agregarlos á la gran familia del género humano, y para llenar así el mas santo y sublime designio de la creacion.

Por mas distante que se halle de la presente corrupcion esta halagüeña perspectiva, no parecerá agena del espíritu humano al que, siguiendo su historia, calculare por los pasos dados los que puede dar todavía hacia su perfeccion. Esta historia acredita que los hombres se cultivaron al paso que se conocieron y reunieron ; que sus luces se adelantaron á la par de sus descubrimientos, y que la geografía fué siempre ante ellos alumbrándolos en la investigacion y conocimiento de la naturaleza. A la luz de esta antorcha se fueron disipando poco á poco los seres monstruosos, los errores groseros y las fábulas absurdas que habia forjado el interés combinado con la ignorancia, y que tan fácilmente adoptara la sencilla credulidad.

Cuando no se habia esplorado la tierra, fué tan fácil creerla llena de sátiros y faunos, de centauros y esfinges, como suponer dríadas y náyades en bosques y rios nunca vistos, ó trito nes y sirenas en mares nunca surcados. Sobre esta credulidad levantaron sus descripciones los antiguos naturalistas: ella dió asenso á los gigantes y pigmeos, y á los monóculos y hermafroditas ella forjó la salamandra, y el basilisco, y el pelícano alimentado con la sangre materna, y al fénix renaciendo de sus cenizas ella, en fin, abortó estos entes quiméricos, estas propiedades maravillosas, estas ocultas y estupendas virtudes, que embrollando la antigua historia natural, la convirtieron en un caos confuso de portentos y fábulas. Y por ventura, ¿pudo tener otro origen aquella supersticion, que tanto ha corrompido la antigua moral, y cuyos restos han penetrado hasta nosotros por medio de tantos siglos y generaciones? Vosotros veis que cuando los entes mitológicos no existen ya sino entre los adornos de la poesía, todavía un mundo ideal, poblado de seres imaginarios, llena de terror al vulgo crédulo con sus genios y hadas sus espectros y duendes, sus brujas y adivinos, sus encantos y sortilegios. Tan horrenda creacion

solo pudo concebirse en la ignorancia de la naturaleza. Pero al fin la geografía descubrió todos sus espacios, la verdad los iluminó, y el mundo mágico va desapareciendo por todas partes.

Una ojeada, aunque rápida, sobre la geografía de los antiguos (15), acabará de convenceros de esta verdad. Veréis por ella cuan lentamente procedieron los hombres en el conocimiento de la tierra, y á cuantos y cuan groseros errores dió crédito su primera ignorancia. Hubieron de correr muchos siglos, y de sucederse muchas generaciones, antes de alcanzar unas verdades que vosotros habeis aprendido en pocos dias Sea esto dicho no para vuestro orgullo, sino para vuestra enseñanza. Por mucho que se haya adelantado en este camino, vosotros estais forzados á seguirle con la misma lentitud, aunque con mayores auxilios; y si teneis alguna ventaja sobre vuestros mayores, la debeis á las luces que han esparcido so bre él, y á las ilustres fatigas que emplearon en franquearle y abrir sus senderos. Sigámoslos, pues, un instante; y observando sus pasos, veréis en las dificultades mismas que vencieron, cuan dignos se han hecho de vuestra gratitud y veneracion.

Hubo un tiempo en que el hombre, no sospechando mas tierra que la que alcanzaban sus ojos, juzgaba que el horizonte natural la circunscribia. Notando que el sol se escondia tras la cambre vecina, esperaba tranquilo verle asomar al otro dia por la montaña opuesta, ó salir de entre las aguas del mar cercano. Forzado despues por sus necesidades á mudar de residencia y clima, hubo de ensanchar el mundo; pero habia cruzado ya muchas y distantes regiones, cuando empezó á concebir la tierra como una llanura inmensa, rodeada en torno por las aguas, y cubierta de la ancha bóveda del cielo. Aquí solo llegó la geografía en la infancia del espíritu humano: esta era la geografía de los sentidos, y esta es todavía la del hombre salvaje, cuya razon no se elevó sobre sus necesidades naturales.

Pero al fin los hombres, mirando al cielo, dieron un paso en el conocimiento de la tierra; y aquí verdaderamente empezó la geografía racional. Observando que en proporcion que se adelantaban, aparecian en el cielo nuevos astros, y sobre el

horizonte nuevos objetos, hubieron de inferir que describian una curva, mas no se atrevieron á determinar su naturaleza; pues que unos concibieron el mundo con una enorme barca, y otros como un inmenso cilindro, cortado por los polos. Bastaba sin duda repetir esta observacion en diversos sentidos, y hácia diferentes plagas, para colegir la esfericidad del globo y con todo corrieron muchas edades antes que fuese sospechada esta verdad. Y si acaso la alcanzó mas temprano un pueblo desconocido, de cuya antigua existencia y sabiduría dan indicios algunos conocimientos importantes, derivados á las groseras naciones del oriente, ved aquí otra prueba de la desidia del espíritu humano, pues que hubieron de pasar mas de cuarenta siglos antes que Thalés y Anaximandro la volviesen á anunciar á la sabia Grecia.

Pero si esta luminosa verdad puso á los griegos en el buen sendero de la geografía, enseñándoles á buscar en la esfera celeste el conocimiento de nuestro globo, su ardiente imaginacion, arrebatada por el magnífico espectáculo que se abria á sus ojos, se lanzó á contemplarle, y perdida, por decirlo así, en los cielos, se olvidó de la tierra, ó se desdeñó de mirarla. Así es como en medio de sus grandes descubrimientos astronómicos, debemos admirar con humillacion lo poco que adelantaron en la geografía.

En vano la crítica pretende librarlos de esta nota, que oscurecerá siempre su fama en la historia de las ciencias. Por ella vemos que habiendo partido el globo en cinco zonas, condenaron las tres á perpetua soledad y muerte, no creyendo que pudiese penetrar la vida ni los rayos de la luz benéfica por las tinieblas y eterno hielo de los polos, ni que cosa alguna pudiese respirar ni germinar bajo los rayos perpendiculares del sol equinoccial. Creyeron solo habitables las dos zonas medias; la una por esperiencia, y la otra por la analogía de su temperamento; pero al mismo tiempo las juzgaron incomunicables y condenadas á perdurable separacion, por la interposicion de la zona tórrida. Ved aquí el límite en que se detuvo la geografía práctica de los griegos, y ved aquí tambien donde pereció con la libertad y la gloria de aquel gran pueblo; pues que ni la escuela de Alejandría, ni los estudios de Roma, aunque ennoblecidos con los nombres de Ptolomeo y Estrabon,

de Mela y Plinio, la pudieron sacar de tan estrechos confines. Vedla, en fin, reducida á una escasa porcion de las regiones contenidas entre el círculo boreal y el trópico de Cáncer. ¡Qué mucho que el cronista de la naturaleza se quejase del cielo, porque despues de abandonar al Océano la mayor parte del orbe, hubiese robado al hombre tres partes de la tierra!

¿Y por ventura eran de esperar mayores luces de una edad que abandonaba el progreso de las ciencias á la especulacion de algunos filósofos, y en que el espíritu de descubrimientos no tenia mas estímulos que los de la ambicion? Ya Estrabon observó con su acostumbrado juicio que todos los progresos de la geografía fueron debidos al genio de la guerra ; que las conquistas de Alejandro le abrieron el oriente, las de Mitridates el norte, y las de Roma el occidente. Pero como si estos azotes del género humano tratasen mas de oprimirle que de conocerle, ó como si se horrorizasen de contemplar unas re. giones que habian inundado en sangre y cubierto de ruinas, sus nombres apenas merecen entrar en la historia de la geografía. Llámelos enhorabuena señores del mundo la ignorancia; pero siempre será cierto que su oriente no pasó del Gánges, su norte de los montes Carpatos, su mediodía de las costas mediterráneas de Africa, y su occidente de las orillas del Elva siempre será cierto que nada conocieron de las regiones que con los nombres de Suecia, Dinamarca, Prusia, Polonia y Rusia hacen tan gran figura en el mapa político de Europa nada de los vastos paises situados hácia el ártico, y en los estremos del Asia: nada, en fin, del nuevo inmenso continente de América, cuya estension abraza los círculos polares, y cuyo conocimiento es ya tan familiar á cada uno de nosotros.

Aun esta débil gloria de la antigua geografía debia perecer con la del nombre romano. En vano la buscaréis entre las bárbaras naciones, que inundando su imperio, ahuyentaron de él las ciencias, las artes y los descubrimientos de la antigüedad. Entonces dividida la Europa en reinos pequeños, partida en mas pequeños señoríos, turbada con frecuentes guerras, infestada por aventureros y bandidos, sin estudios, sin comercio, sin ninguna relacion de correspondencia ó comunicacion habitual, dejó de conocer el resto de la tierra, y aun

que vamos examinando. Yo no me incluiré á analizar estos establecimientos, que han debido su orígen á principios muy recomendables; conozco que han sido protegidos por el Gobier. no con sanísimas miras, y los respeto por lo mismo. Pero baste reflexionar que una familia reducida á la miseria por la muerte de un artesano honrado y laborioso, pudiera servir de desaliento á todos los de su clase; fomentar esta manía, demasiado arraigada en ella, de sacar á los hijos á otras profesiones y aumentar este temor natural del pobre al matrimonio, que tanto multiplica cada dia el número de los estériles celibatos. Pero tales ejemplos, en los nobles, producirian efectos enteramente contrarios hácia el bien público; porque siendo la nobleza una cualidad estéril, y la profesion del artista productiva para el Estado, supuesta la necesidad del individuo, el Estado ganará siempre en que se abandone la primera, y perderá en que se deje sin amparo la segunda. Por lo mismo, los Montes-pios de artesanos servirán siempre al fomento de la aplicacion, los de nobles al de la pereza; aquellos animarán la industria, estos la ociosidad; unos aumentarán el número de los vecinos útiles; otros el de los perjudiciales ; y finalmente, unos serán dignos de la vigilancia, y otros de la aversion del Gobierno.

Réstame una reflexion que pondrá el sello á mis ideas, a á saber: que aun cuando los Montes-pios de nobles fuesen útiles en alguna parte, siempre serian perniciosos en Madrid. La curiosidad, las diversiones, los pleitos, y la ociosidad misma, atraen á las córtes un número increible de nobles, que empezando por perder primero su sencillez, y luego sus costumbres, acaban por fijar su residencia en ellas, rendidos á cierta especie de encanto, que no les permite salir de estas poblaciones. Cuánto pierdan en esto las provincias y sus ciudades, cuanto concurra á la ruina de las familias, cuánto á la corrupcion de las costumbres, y cuánto en fin, al desdoro de la nobleza misma, es bien notorio y bien sentidamente llorado por el patriotismo. ¿Cuál, pues, seria el efecto de nuestro Montepio con respecto á este abuso ? Quién es tan topo que no columbre las largas y funestas consecuencias que produciria? Quién no ve que el Monte llamaria á este centro comun toda la nobleza pobre de las provincias ; que aumentaria el cuerpo

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