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nistracion que autorizase este abandono: tal es el apoyo de los Montes-pios, con cuyo ejemplo se piensa autorizar el que examinamos. Es verdad que tales Montes-pios no pueden precisamente decirse establecidos para la nobleza. El Gobierno se ha propuesto socorrer en ellos á los que le sirven, teniendo consideracion, no tanto á las clases, como á las personas. Dis. frútanlos no pocas familias, que no pertenecen á la nobleza; y es bien que así sea, puesto que la nobleza misma, esta nobleza pobre y desidiosa, que ahora mueve tanto nuestra compasion, se deja arrebatar los empleos, que debiera ocupar, y que se reparten á miembros mas vigilantes, y menos perezosos porque al fin estas ventajas son para los que velan, y no para los que duermen. Mas, como quiera que sea, la nobleza empleada disfruta de los Montes, está socorrida en ellos; y esto me basta para concluir, que el nuevo Monte de que hablamos, no es necesario para esta respetable porcion de la nobleza.

ટ Y por ventura lo seria para la tercera y restante porcion de esta clase ? para aquellos nobles, que no han servido al Rey en la tropa, que no se han hecho capaces de entrar en la magistratura, que no han sabido contraer ninguna especie de mérito que los elevase á alguno de tantos empleos como ofrecen las oficinas de la Corte ? Parecerá acaso paradoja lo que voy á decir, pero ello es cierto, y no tengo reparo en afirmarlo: que para ninguna porcion de la nobleza será mas inútil que para esta el Monte-pio. Vamos á demostrarlo.

El Monte está principalmente fundado para socorrer las viudas y huérfanos de estos nobles; pero estos nobles dejarán tras de sí viudas y huérfanos? Cómo es posible contar con este caso? Pues qué, quien no tiene lo preciso para mantenerse solo, ¿ buscará en el matrimonio la multiplicacion de sus necesidades?

Si un noble, cual aquí le suponemos, encuentra una muger rica dentro, ó fuera de su clase, se casará seguramente: pero en tal caso no habrá menester el Monte-pio, y estará en la segunda clase de nuestra division. La riqueza de su muger asegurará para despues de sus dias su subsistencia y la de su familia.

Mas si este noble no encuentra muger acomodada, segura

mente no se casará. Los hombres generalmente arreglan sus ideas á la situacion en que los puso la Providencia, ó á que los condujo su misma desidia. Se casa el que tiene esperanzas de poder mantener una familia; quien no las tiene huye del ma trimonio. Esta verdad, demasiado confirmada con la esperiencia, es mas forzosa en los nobles, en quienes la necesidad de vivir con cierta decencia, aumenta las dificultades y los recelos de pasar al matrimonio. Un plebeyo pobre se casará tal vez con la esperanza de hallar en su aplicacion y con el trabajo de sus manos los medios de mantener una familia; pero el noble, el que cree injurioso á su distincion este trabajo, el que en medio de una clase ilustre vive pereciendo, y lucha con la pobreza por no humillarse á trabajar, ¿ buscará en el matrimonio nuevas necesidades, nuevos estorbos á la conservacion de su nobleza ?

¿Cuántos nobles vemos (¡y ojalá que no fuese tan frecuente este funesto ejemplo!) cuántos vemos que poseyendo pingües mayorazgos y decentes empleos, dejan todavía de casarse, por temor solo de no poder mantener en el matrimonio todo el esplendor que la vanidad (13) y el lujo de los presentes tiem pos exige de su clase? Seamos, pues, consiguientes, y no nos dejemos arrastrar de un falso impulso de caridad; conozcamos mejor los hombres, y juzguemos de ellos por lo que comunmente son. Los nobles de que vamos hablando, viven y mueren en el celibato, y son seguramente los que tienen menos necesidad de Monte-pio: á su muerte no quedará quien los llore, y el olvido con que será castigada su memoria, servirá de escarmiento á los que viven como ellos entregados á la ociosidad y á la desidia.

Pero yo no quiero dejar efugio alguno á los que se obstinan en autorizar este Monte: les doy de barato que entre los nobles de esta última porcion, haya algunos que, arrastrados de la inconsideracion, ó del capricho, pasen al matrimonio sin empleo, y sin bienes; vé aquí el único caso en que pudiera ser necesario el Monte: pero á estos infelices el mismo establecimiento les ha cerrado la entrada, porque los socorros del Monte no se regalan, se compran; no se cobran despues de la muerte, si no se han pagado en vida. Y qué, ¿un noble cual aquí le suponemos; un noble sin empleo y sin bienes; un no

ble que no teniendo de que vivir, agrava su necesidad, pasando al matrimonio, se hallará de repente con los medios de mantener una familia, y con sobrantes para comprar los socorros del Monte? Sufrirá una necesidad presente y segura, por evitar una necesidad remota y contingente? Dejará que su mujer y sus hijos perezcan á sus ojos porque no perezcan despues de su mu erte? No es esto un sueño? No es esto negarse al conocimiento de unas verdades que confirma diariamente la esperiencia?

Pero concedamos tambien que estos nobles puedan comprar, y compren con efecto los socorros del Monte: confieso que en este caso no seria el Monte inútil para ellos; pero seria muy perjudicial al Estado. El Monte les servirá de pretexto para vivir en su desidia, para empeñarse en conservar las prerogativas de su clase; en una palabra, para ser unos ciudadano solo inútiles, sino tambien perniciosos.

nos,

A fin de poner estas consecuencias mas en claro, sigamos por un instante estos nobles, y veamos como llenan el lugar que ocupan en el cuerpo social. De este exámen debe resultar un nuevo convencimiento en nuestro favor.

Casados estos ciudadanos con una mujer pobre y necesita. da como ellos, ¿cuál es el partido que deberán tomar ? Buscarán alguna honesta ocupacion, ó seguirán en su antigua y funesta ociosidad? La razon pedia que abandonasen su clase, y que sacrificando la vanidad de la hidalguía á los derechos de la humanidad, buscasen cualquiera medio honrado de mantener su familia, aunque fuese incompatible con la conservacion de la nobleza. En efecto, su propia conservacion, la de su esposa y la de sus hijos, son obligaciones demasiado sagradas, para no merecer el sacrificio de un título, que al cabo no es otra cosa que una distincion accidental. Así lo hacen no pocos nobles en las provincias septentrionales de España; y estos ejemplos admirables á los ojos de la filosofía, son ciertamente dig. nos de la aprobacion universal. Son tambien dignos de que los aplauda la política, porque al mismo tiempo que sacan de la nobleza á unos individuos, que solo servirian para afrentarla y deslucirla, convierten en útiles y honrados ciudadanos muchos miembros inútiles del cuerpo de la nobleza. ¿Y se querrá que á nuestros ojos autorice el Gobierno un Monte-pio

cuyo único efecto seria conservar dentro de la nobleza un mayor número de estos miembros inútiles? Un Monte-pio que sea un nuevo pretexto á la pereza, y dé un nuevo apoyo á la desidia de estos nobles?

Observemos á un hombre de este clase, que cerrando el oi. do á la voz de la razon, y lo que es mas, al grito de la humanidad, se obstina en conservar la nobleza en medio del hambre y de la desnudez de su familia: que en lugar de buscar su subsistencia en el trabajo, quiere vivir de trampas é invenciones: que se ocupa continuamente en engañar al mercader y al artesano, y en poner en contribucion todas las clases para mantenerse en la suya; ¿ habrá quien diga que este monstruo es digno de la compasion de sus hermanos, y de la proteccion del Gobierno? Abramos una vez los ojos, y desterremos de entre nosotros semejantes ejemplos.

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La nobleza, lejos de abrigar y socorrer, debe desconocer y arrojar de su seno estos individuos que la infaman, y que acaso la hacen aborrecible. Sea noble enhorabuena, el que biendo heredado de sus mayores con el esplendor de su linaje, los bienes de fortuna necesarios para conservarle, ha sabido aumentar uno y otro por su aplicacion y sus virtudes. Séalo aquel, que habiendo nacido de familia ilustre, pero pobre, ha sabido con su estudio y sus servicios, obligar al Estado á que se encargase de su subsistencia y la de su familia: perezcan de necesidad y de miseria los que, habiendo disipado la herencia de su padres, ó no sabiendo sacudir su desidia, quieren mantener todavía su esplendor, rodeados por todas partes de la miseria. Sirva el espectáculo de estos infelices, abandonados á un tiempo por su clase, que les desconoce, y por las otras que desconocen ellos, sirvan, digo, de ejemplo y de terror á sus iguales, y ofrezcanles un provechoso escarmiento, para que nunca la vanidad sirva de fomento á la pereza, ni se crea que el lustre de la nobleza es compatible con la infame ociosidad. Tres ó cuatro familias nobles reducidas á mendigar por la desidia, ó mala conducta de sus gefes, serian mas provechosas al Estado y á la nobleza, que un millon de Montes-pios derramados por el reino.

He oido alegar el ejemplo de los Montes-pios de artesanos, y veo con no poca admiracion, que han servido de modelo al

que vamos examinando. Yo no me incluiré á analizar estos establecimientos, que han debido su orígen á principios muy recomendables; conozco que han sido protegidos por el Gobier. no con sanísimas miras, y los respeto por lo mismo. Pero baste reflexionar que una familia reducida á la miseria por la muerte de un artesano honrado y laborioso, pudiera servir de desaliento á todos los de su clase; fomentar esta manía, demasiado arraigada en ella, de sacar á los hijos á otras profesiones y aumentar este temor natural del pobre al matrimonio, que tanto multiplica cada dia el número de los estériles celibatos. Pero tales ejemplos, en los nobles, producirian efectos enteramente contrarios hácia el bien público; porque siendo la nobleza una cualidad estéril, y la profesion del artista productiva para el Estado, supuesta la necesidad del individuo, el Estado ganará siempre en que se abandone la primera, y perderá en que se deje sin amparo la segunda. Por lo mismo, los Montes-pios de artesanos servirán siempre al fomento de la aplicacion, los de nobles al de la pereza; aquellos animarán la industria, estos la ociosidad; unos aumentarán el número de los vecinos útiles; otros el de los perjudiciales; y finalmente, unos serán dignos de la vigilancia, y otros de la aversion del Gobierno.

Réstame una reflexion que pondrá el sello á mis ideas, á saber: que aun cuando los Montes-pios de nobles fuesen útiles en alguna parte, siempre serian perniciosos en Madrid. La curiosidad, las diversiones, los pleitos, y la ociosidad misma, atraen á las córtes un número increible de nobles, que empezando por perder primero su sencillez, y luego sus costumbres, acaban por fijar su residencia en ellas, rendidos á cierta especie de encanto, que no les permite salir de estas poblaciones. Cuánto pierdan en esto las provincias y sus ciudades, cuanto concurra á la ruina de las familias, cuánto á la corrupcion de las costumbres, y cuánto en fin, al desdoro de la nobleza misma, es bien notorio y bien sentidamente llorado por el patriotismo. ¿Cuál, pues, seria el efecto de nuestro Montepio con respecto á este abuso? Quién es tan topo que no columbre las largas y funestas consecuencias que produciria? Quién no ve que el Monte llamaria á este centro comun toda la nobleza pobre de las provincias ; que aumentaria el cuerpo

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