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ACTO V.

ESCENA PRIMERA.

JUSTO, TORCUATO, EL ESCRIBANO.

Descúbrese á Torcuato sentado, con prisiones, y con la misma ropa que debe llevar al suplicio. Justo, algo distante, se pasca con aire profundamente inquieto y abatido. El Escribano estará retirado lejos de todos, y habrá centinelas dobles. La escena es de dia.

JUSTO al escribano.

Dejadnos solos por un rato, y avisad cuando sea tiempo. (Se va el Escribano.) (Sacando el reloj.) Ya no me queda esperanza alguna... La hora funesta está cercana, y Don Anselmo no parece... ¡Oh justo Dios! ¿Negaréis este consuelo á mis ardientes lágrimas?

TORCUATO con voz desmayada.

En este triste y pavoroso instante la imágen de Laura ocupa únicamente mi memoria, y el eco penetrante de sus suspiros resuena en el fondo de mi alma. ¡Ay Laura! Yo no soy digno de tan amargas lágrimas... (Mirando á su padre.) Mi padre..... Ah! su venerable presencia y su tristeza me destrozan el corazon... ¡Oh muerte! Sin estos objetos tú no serias terrible á mis ojos. (Llamando á su padre.) Padre...

JUSTO, sin oirle, y paseándose.

¡Hay que vencer tantas dificultades antes de hablar á un Soberano!

Padre...

TORCUATO, con voz mas animada.

JUSTO paseándose, pero sin volver el rostro.

Las lágrimas me ahogan... No puedo responderle.

TORCUATO esforzando-mas la voz.

Querido padre...

¡Hijo mio!

JUSTO prontamente.

TORCUATO.

Yo estoy fatigado, y el peso de los grillos no me deja llegar á vuestras plantas... Mi hora se acerca... Dignaos de bendecir por la última vez á este hijo desgraciado.

JUSTO acercándose y tomando su mano.

¡Hijo mio! Tus angustias se acabarán muy luego, y tú irás á descansar para siempre en el seno del Criador. Allí hallarás un padre que sabrá recompensar tus virtudes.

TORCUATO.

Sí, venerado padre: voy á ofrecerle mi espíritu, y á interceder en su presencia por los dulces objetos de que me separa su justicia... ¡Padre mio! Vuestro corazon y el de Laura, llenos de pureza y rectitud, tendrán todo su valor ante el Omnipotente. Ah! qué consuelo! Esperar en el seno de la eternidad la compañía de dos almas tan puras!

JUSTO.

Tú has cumplido, hijo mio, con todos tus deberes, y puedes creerte dichoso, pues vas á recibir el galardon. Ah! nosotros, infelices, que quedamos sumidos en un abismo de afliccion y miseria, mientras tu espíritu sobre las alas de la inmortalidad va á penetrar las mansiones eternas, y á esconderse en el seno del mismo Dios que le ha criado! Procura imprimir en tu alma estas dulces ideas, que ellas te harán superior á las angustias de la muerte. (A este tiempo se oye el reloj que da las once: Torcuato se estremece; Justo, horrorizado se aparta de él, volviendo el rostro á otro lado, é inmediatamente entra el Escribano.)

ESCENA SEGUNDA.

ESCRIBANO, LOS DICHOS.

ESCRIBANO desde la puerta, y con voz tímida.

Señor... la hora ha dado ya.

TORCUATO asustado.

¡Oh Dios!... Esta es la última de mi vida... ¿ Con qué no hay remedio?.... (Resignado despues de alguna pausa.) Vamos pues á morir.

JUSTO con estrema inquietud, paseando por el frente de la escena.

Este Don Anselmo... Don Anselmo!.. Gran Dios! ¿Así abandonais al inocente?.... (Hace seña al Escribano, que se habrá mantenido á la puerta.)

ESCENA TERCERA.

LOS DICHOS.

El Escribano sin salir hace una seña desde la puerta, y á ella entran sucesivamente el Alcaide, la tropa y los ministros de justicia. El Alcaide despoja á Torcuato de sus prisiones, los soldados con bayoneta calada le rodean por todos lados, y la gente de justicia se coloca parte al frente y parte cerrando la comitiva. El Escribano precede á todos. En este orden irán saliendo con mucha pausa, У entretanto sonará á lo lejos música militar lúgubre. Justo se mantiene inmoble en un estremo del teatro con toda la serenidad que pueda aparentar, pero sin volver el rostro hácia el interior de la escena.

TORCUATO mientras le quitan las prisiones. Querido padre, yo os recomiendo á la inocente Laura: sustituidla el lugar de este hijo que vais á perder.

JUSTO.

Hijo mio: ella será mi único consuelo en las angustias que me aguardan.

TORCUATO empezando á salir.

Padre! A Dios, querido padre. (Justo no le puede responder por el esceso de su dolor: se arroja en una silla, luego se reclina sobre la mesa, cubriendo su rostro con las manos, y entretanto acaba de salir todo el acompañamiento.)

JUSTO levantando las manos al cielo.

Este Don Anselmo!....

TORCUATO fuera de la escena.

¡A Dios, querido padre!

(Justo al oirle se vuelve á cubrir el rostro, y reclinado como antes, guarda silencio por un rato).

ESCENA CUARTA.

JUSTO, CON VOZ INTERRUMPIDA.

¡ Hijo infeliz !... Yo soy quien te priva de tu inocente vida... Lo que hice para salvarte ha sido tan poco... ¡Qué idea tan hor;

rible! Pero no hay remedio... Bien presto la fúnebre campana me avisará de su muerte... (Levantándose asustado.) Ya parece que suena en mis oidos. ¡Santo Dios! (Paseándose por la esrena con suma inquietud.) No hallo sosiego en parte alguna. ¡Hijo desdichado ! ¿Es posible?... Con qué tu inocencia, tus virtudes, los ruegos de un amigo, los tiernos suspiros de una esposa, las lágrimas de un padre, y el sentimiento universal de la naturaleza, nada pudo librarte de la muerte? De una muerte tan acerba, y tan ignominiosa?... ¡Buen Dios! ¿Por qué no le socorres ?... ( Asustado.) Pero qué ruido se oye? Si estará ya espirando?

ESCENA QUINTA.

SIMON, LAURA, JUSTO.

LAURA, entra en la escena corriendo, desgreñada y llorosa, y su padre dete

niéndola.

SIMON, desde el fondo.

Señor, señor, no puedo detenerla. Un solo instante que nos descuidamos...

LAURA, mirando á todas partes.

No, no: todos me engañan. Crueles! ¿porque me quitais á mi esposo? Dónde está? Qué, no parece? Se le han llevado ya? ¡Verdugos! Crueles verdugos de mi inocente esposo ! ¿Estaréis ya contentos?... No: él no ha muerto aun, pues yo respiro. Dejadme, dejadme que vaya á acompañarle; que la sangrienta espada corte á un mismo tiempo nuestros cuellos... ¡ Querido esposo! Ah! Tú lucharás tambien con tus verdugos por venir á unirte con tu Laura. ¿Por qué no quieren que espiremos juntos ?

Hija...

JUSTO, procurando templar á Laura.

LAURA, mirándole con horror.

Yo no soy vuestra hija, cruel! yo no soy vuestra hija. Vos me habeis quitado mi esposo: sí, vos me le habeis quitado. Y no os disculpeis con las leyes, con esas leyes bárbaras y crueles, que solo tienen fuerza contra los desvalidos.

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JUSTO.

¡Qué alma podrá resistir á tantas aflicciones! (Se oye á lo lejos una confusa gritería, y casi al mismo tiempo el toque de campana que se acostumbra en semejantes casos.) ¡ Pero qué oigo Qué rumor!.......... Oh santo Dios! Recibe su espíritu. (Se vuelve á arrojar en la silla, tomando la misma situacion en que antes estuvo. Laura corre como furiosa; su padre manifiesta tambien mucho dolor, y la sigue sin hablar).

LAURA.

¿Qué, ya espiró? No, no puede ser... Mi esposo... ¡ Oh triste, oh desdichado esposo!... tú sangre corre ya derramada... Ah! voy á detenerla. ( Hace un esfuerzo por salir de la escena, y cae al suelo oprimida del dolor).

SIMON.

¡Hija mia! Hija de mi vida!... Ah! que no respira. ( Aquí se hace una larga pausa, y durante ella continua el sonido de la campana.)

JUSTO.

Este melancólico silencio llena mi alma de luto y de pavor. ¡Eterno Dios! Tú has recibido ya su espíritu en la morada de los Justos!

SIMON.

Hija unia... ¡Oh padre desdichado!

LAURA, volviendo en sí.

¿Con qué ya no hay remedio? Con qué el golpe fatal?... No: yo no puedo vivir. ¡Querido esposo! Ah, bárbaros! Ah, crueles verdugos!

JUSTO.

Buen Dios, pues nos envias esta tribulacion, conforta nuestras almas para sufrirla.

SIMON.

¡ Hija mia! Querida Laura !.......

LAURA, levantándose con furor.

¿Y el justo cielo no vengará la sangre del inocente? ¡Oh Dios! aliende á mi ruego, y haz que perezcan los verdugos que le han asesinado; que la triste sombra de mi inocente esposo llene sus corazones de susto y de zozobra; que los gritos, los atroces lamentos de su viuda infeliz resuenen siempre en sus al

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