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ñanla gran número de pequeños lirios blancos, muy parecidos al jazmin y de su tamaño, y tambien las flores de la jabonera, de un morado tirante á azul, que son tan tempranas como de corta vida. Siguen las del cantueso de violado claro, para durar casi todo el año; las del talespi formadas de pequeñísimos flósculos blancos, y las amarillas y celestes de las achicorias. Viene luego el gallardo gladiolo, aquí clavell de moro, de muy ardiente color carmesí, y luego un bellísimo orchis, que yo llamaria especular, porque la abejita que nace sobre su flor tiene la espalda de un gracioso color de acero tan brillante, que refleja la luz, con su marco de finísima pelusa de terciopelo musgo; hasta que al fin, desvolviéndose toda la gala de la primavera, se ve la verde alfombra que cubre el cerro matizada con tanta y tan rica variedad de colores y formas, que no se puede pisar sin el delicioso sentimiento que la bella y exuberante naturaleza excita, ni contemplarla sin levantar el es píritu hacia la inagotable bondad de su divino Autor.

De lo dicho inferirá V. fácilmente que este término no será menos rico en pastos, y con efecto entre tanta muchedumbre de hermosas plantas crece y amorchigua con el mayor vigor la numerosa plebe de las gramíneas, trifolios y demas yerbas prateoses, que nunca faltan en las cañadas, y solo se agostan en dos altos en la fuerza del estío. Esta abundancia se debe á la de los rocíos que proporciona la vecindad del mar, la cual ademas hace estas yerbas muy sabrosas y preciadas por los pastores vecinos. Pero si uno ó dos rebaños de ovejas, abonando el suelo las aumenta tanto como las disfruta, tres ó cuatro de voraces cabras asuelan con su diente venenoso hasta las plantas que las protegen. Los tiernos pinaretes, acebuches, algarrobos y lentiscos son devorados al nacer por este animal destructor, tan enemigo del arbolado como del cultivo; y viniendo alguna vez en pos de él los puercos con su hocico minador, todo lo talan y apuran, hasta la esperanza de su reproduccion. Así es como mientras el celo duerme, la codicia vela, y se apresura á consumar la total ruina de un bosque, que bien cuidado y defendido pudiera recobrar todavía su antigua riqueza y hermosura.

Desde la primavera era en otro tiempo muy frecuentado en los dias festivos, en que el pueblo palmesano venia á gozar en

él las dulzuras de la estacion, y á solazarse y merendar entre sus árboles. Extremamente aficionado á esta inocente diversion, á que da el nombre de pan-caritat (11), se le veia llenar y hermosear el cerro, esparcido acá y allá en diferentes grupos, en que familias numerosas con sus amigos y allegados, trincando, corriendo, riendo y gritando, pasaban alegremente la tarde, y á veces todo el dia. Y como la juventud haga siempre el primer papel en estos inocentes desahogos, allí es donde se la veia bullir, y derramarse por toda la espesura, llenándola de movimiento y alegre algazara para abandonarla despues á su ordinaria y taciturna soledad. ¡Cuántas veces he gozado yo de tan agradable espectáculo, mirándole complacido desde mi alta atalaya ! Pero estos inocentes y fáciles placeres, tan ardientemente apetecidos, como sencillamente gozados por todo un pueblo alegre y laborioso, le fueron al fin robados, y desaparecieron con los árboles, á cuya sombra los buscaba.

Yo no sé si alguna particular providencia quiso agravar mi infortunio, contemplando á mis ojos el horror de esta soledad; sé sí que al paso que caian los árboles y huian las sombras del bosque, le iban abandonando poco á poco sus inocentes y antiguos moradores. No ha mucho tiempo que se criaba en él toda especie de caza menor, que como contada entre los derechos del Gobierno, y por lo mismo poco perseguida, crecia en libertad, y además se aumentaba con la que acosada en los montes vecinos buscaba aquí un asilo. Abundaban sobre todo los conejos, cuya colonia domiciliada aquí por Don Jaime el II, se habia aumentado á par de su natural fecundidad. Solíalos yo ver con frecuencia al caer de la tarde salir de sus hondas inadrigueras, saltar entre las matas, y pacer seguros en la fresca yerba á la dudosa luz del crepúsculo. Criábanse tambien muchas liebres, y alguna, al atravesar yo por la espesura, pasó como una flecha ante mis pies, huyendo medrosa de su misma sombra. El ronco cacareo de la perdiz se oia aquí á todas horas; y cuántas veces su violento y repentino vuelo no me anunció que escondia sus polluelos al abrigo de los lentiscos! Desde que la aurora rayaba, una muchedumbre de calandrias, jilgueros, verderones y otros pajarillos salia á llenar el bosque de movimiento y armonía, bullendo por todas partes, picoteando en insectos y flores, cantando, saltando de rama en

rama, volando á las distantes aguas, y volviendo á buscar su abrigo so las copas de los árboles, y tal vez esconder en ellas el fruto de su ternura; y mientras la bandada de zancudos chorlitos, rodeando velozmente la falda y laderas del cerro, los asustaba con sus trémulos silbidos, el tímido ruiseñor, que esperaba la escasa luz para cantar sus amores, rompia con dulces gorgeos el silencio y las sombras de la noche, y enviaba desde la hondonada el eco de sus tiernos suspiros á resonar en torno de estos torreones solitarios. V. comprenderá, sin que yo se lo diga, cuanto consolarian este desierto tan agradables é inocentes objetos; pero todos le van ya desamparando poco a poco; todos desaparecen, y sintiendo conmigo su desolacion, todos emigran á los bosques vecinos, y abandonan una patria infeliz, que ya no les puede dar abrigo ni alimento; mientras que yo, desterrado tambien de la mia, quedo aquí solo para sentir su ausencia y destino, y veo desplomarse sobre el mio todo el horror y tristeza de esta soledad.

¡Qué mucho, pues, que la abandonen los hombres! No echaré yo menos por cierto aquellos, que duros é insensibles, alguna vez subian á este cerro para turbar la paz y la dicha de séres bien inocentes, y que hallando un bárbaro placer en la muerte y la destruccion, ya los sobresaltaban con el súbito ladrido de sus perros, ya los hacían caer sin vida al tiro de sus armas insidiosas, ó ya mas crueles, aprisionándolos en sus redes, los privaban de la compañía y libertad, que les eran mas caras que la vida! ¿Pero cómo no echaré menos el espectáculo de un pueblo laborioso y pacífico, que de cuando en cuando subia á reposar aquí de sus fatigas, y á gozar á la sombra de los árboles, y entre tan sencillos objetos, un placer puro y sin remordimiento?

Ah! con cuánta pena no observo ya desde esta atalaya, que si alguna vez la costumbre trae una que otra familia á estos antes amados lugares, se la ve volver triste y atónita, hallando yermas y desnudas las escenas que antes hermoseaba la naturaleza con sus galas, y encantaba el amor con sus ilusiones! Su maldicion cae entonces sobre sus bárbaros devastadores, y acudiendo á la estéril venganza de los débiles, los condena al ceño de sus contemporáneos, y á la execracion de la posteridad. A sus quejas responde mi alma afligida, y jamás oye reso

nar la segur sobre estos árboles, que no esclame con el tierno Cantor de los jardines :

Un ingrat possesseur

Sans besoin, sans remords les livre á la coignée.

Ils meurent: de ces lieux s'exilent pour toujours
La douce réverie, et ses tendres amours!

Al norte, y á tiro de fusil del castillo, está el almacen de pólvora de la plaza: es un edificio de ciento cincuenta pies de largo, sobre cincuenta de ancho, bien cerrado y defendido con un buen pararayo, con su cuerpo de guardia para un oficial y doce ó quince hombres; todo bien construido, pero á mi juicio mal situado: el almacen, por la cercanía del castillo, que sin duda perecerá en una explosion casual; y el cuerpo de guardia, por la del almacen, de que apenas dista diez varas, teniendo ademas la puerta, ventana y dos chimeneas hácia él. Y he aquí los únicos edificios del recinto, si ya no se cuenta por tal la casa yerma de la Joana, que está al lado de su límite meridional.

Dase este nombre á una cueva excavada en la peña, pero cerrada de pared, con su puerta y ventana, y pozo al exterior, su habitacion alta y baja, su horno, su cocina y otras piezas dentro: todo ruinoso, abandonado y aun detestado. La tradicion vulgar, dice que moró en ella no ha mucho tiempo la Joana, grande hechicera, que en vida solia convertirse en gato, y tomar otras formas á su placer, y que ahora su sombra se complace de visitarla de tanto en tanto. Esto se dice: dos higueras, que yo he visto plantadas, ó casualmente nacidas cerca de su puerta, pueden haber confirmado esta vulgaridad, pues su fruto, aunque de buena apariencia, se avanece y pudre sin llegar á sazonar, sin duda por hallarse estas plantas en una umbría y estar del todo descuidadas. No obstante, los simples pastores y cabreros del bosque cuentan y creen que cierto canónigo antojadizo murió de haberlos comido; y he aquí la ridícula historia forjada sobre el abandono de esta casilla, que probablemente no tuvo otra causa que la esterilidad y fragosidad del terreno inmediato, destinado antes al cultivo, de que aun hay indicios. Sea lo que fuere, la fuerza de la supersticion

la hace mirar con horror, y aleja de ella pastores y ganados, por mas que ofrezca algun pasto y un abrigo seguro contra la inclemencia. ¡Notable prueba de su poder, cuando no le vencen el interés ni la necesidad!

Sirven tambien al adorno del sitio de Bellver diferentes alquerías y casas de campo situadas en sus confines, las cuales, bien plantadas y cultivadas, completan la escena, y hacen agradable contraste con el agreste desaliño del cerro. A la parte del E. se halla el predio de son Armadans, cuyas cercas forman por el O. el lindero oriental de Bellver, mientras por el N. y S. confinan con dos caminos que bajan á la ciudad. A la del N. se ven los de son Dureta y sa Taulera (12), cuyos vastos términos corta por la espalda el torrente, que corriendo O. E. por una frondosísima cañada, lleva las aguas recogidas de di. versas y distantes alturas al puente de san Maxí, do desembo. ca en el mar. Al O. el término de la Taulera, toca y se mezcla con los hermosos valles de son Berga, que recogiendo otra gran copia de aguas de los altos montes, que vierten al áspero camino de Bendinat, las introducen en las cañadas de Bellver, formando su límite por S. O. N. S., y saliendo despues á cortar el de Porto-Pi, y caer al mar entre los pequeños predios litorales de corbo-mari, y el terrén. En las laderas, y altura del otro lado de esta cañada, se ven los graciosos predios del Re. tiro, son Vich, son Gual y sa Cova, cuyos términos son mejor conocidos por el general y mas digno nombre de la Bonanova. Detenerme á describir tantos objetos, ó extenderme á otros que se descubren en sus cercanías, fuera salir demasiado de mi propósito. Bástame decir que se ven tan graciosamente dis tribuidos en torno de Bellver, tan felizmente situado cada uno, y formando todos un conjunto tan vario y tan bien poblado, plantado y cultivado, que por mas que se observe, jamás la vista apura sus gracias, ni se cansa de verlas.

Pero sobre todo (y con esto voy á concluir), ninguna vecindad honra mas, ninguna recomienda ni alegra tanto los términos de Bellver, como el santuario de la Bonanova, que da su nombre al confin de que hablé últimamente. Situado al O. de Palma, y á medio tiro de cañon del castillo y del mar, y dedicado á la Vírgen María, es por decirlo así, el Begoña ó el Contrueces de los mareantes mallorquines. Apenas estos han em

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