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ó bien apiñados en derredor de los muros y barreras, lidiando y pugnando por vencerlos? Y con tal conflicto, ¿quién no se horrorizará al contemplar la saña con que unos y otros harian subir hasta el cielo su rabioso alarido, y con que llenos de sudor y fatiga, y cubiertos de polvo y sangre se obstinaban todavía en el horrendo ministerio de recibir ó dar la muerte?

Pero en otro tiempo y situacion ¡ cuán diferentes escenas no presentarian estos salones, hoy desmantelados, solitarios y silenciosos! Cuál seria de ver á los próceres mallorquines, cuando despues de haber lidiado en el campo de batalla ó en liza del torneo á los ojos de su Príncipe, venian á recibir de su boca y de sus brazos la recompensa de su valor! Y si la presencia de las damas realzaba el precio de esta recompensa, ¡qué nuevo entusiasmo no les inspiraria, y cuánto al mismo tiempo no hincharia el corazon de los escuderos y donceles, preparándolos para estas nobles fatigas, bien premiadas entonces con solo una sonrisa de la belleza! Y qué si los consideramos cuando en medio de sus Príncipes y sus damas, cubiertos, no ya del morrion y coraza, sino de galas y plumas, se abandonaban enteramente al regocijo y al descanso, y pasaban en festines y banquetes, juegos y saraos las rápidas y ociosas horas! El espíritu no puede representarse sin admiracion, aquellas asambleas menos brillantes acaso; pero mas interesantes y nobles que nuestros modernos bailes y fiestas, pues que allí, en medio de la mayor alegría, reinaban el órden, la union y el honesto decoro ; la discreta cortesanía templaba siempre el orgullo del poder, y la fiereza del valor era amansada por la tierna y circunspecta galantería (4).

Tales ideas, ó si V. quiere ilusiones, se ofrecen frecuentemente á mi imaginacion, y la hieren con tanta mas viveza,' cuanto se refieren á objetos que no solo pudieron verse, sino que probablemente se vieron en este castillo; porque ha de saber V. que á fines del siglo XIV le habitaron Don Juan I y Doña Violante de Aragon (5); aquellos Príncipes tan agriamente censurados por su aficion á la danza, la caza y la poesía, y por la brillante galantería que introdujeron en su corte. Mallorca los recibió con extraordinaria generosidad, y no hubo demostracion, fiesta ó regocijo que no hiciese para lisonjear sus aficiones; pero Bellver, donde fijaron su residencia, fué

el principal teatro de estos pasatiempos. ¿Quién, pues, recordando aquella época, en medio de estos salones, cuya gallarda arquitectura armoniza tan admirablemente con tales destinos, no se detendrá á meditar sobre lo que en otro tiempo pasaba en ellos? De mí sé decir, que á veces me representan tan al vivo aquellas fiestas, que creo hallarme en ellas; y siguiendo la voz y los pasos de sus concurrentes, admiro la enorme diferencia que el curso de pocos siglos puso entre las ideas y costumbres de aquel tiempo y del nuestro. Ya me figuro á una parte á los ancianos caballeros, tan venerables por sus canas, como por las cicatrices ganadas en la guerra, hablando de las batallas arrancadas, y peligrosos fechos de armas de un buen tiempo pasado, mientras que ahora los vigorosos paladines tratan solo de justas y torneos, encuentros y botes de lanza, despreciando en el seno mismo de la paz, la fatiga y la muerte. A veces creo ver á unos y otros mezclados con los donceles y caballeros noveles que en la mañana de su vida adornaban ya las gracias de su edad con el respeto á los mayores; y entonces así admiro la reverente atencion con que estos mozos sabian oir y callar, como el celo con que los viejos desenvolvian ante ellos cuanto una larga experiencia les enseñara en los duros ejercicios de la guerra y la caza. Si se trataba de la primera, marchas, correrías, peleas, cercos, asaltos de plazas, eran materia de sus conversaciones; si de la segunda, alanos y sabuesos, osos y jabalíes, garzas y gerifaltes la llenaban. Duros encuentros en la guerra, estrechos lances de montería y cetrería era su delicia en la paz; sin que por eso se desdeñasen de hablarles alguna vez de armas y caballos, lorigas y cimeras, adornos y paramentos militares para temporizar con su edad, y aficionarlos mas y mas á estos ejercicios. Tales eran sus conversaciones, tales los gustos de una nobleza que formaba la primera milicia, y era el mas robusto apoyo del Estado; y yo no puedo recordarlos sin admirar una época en que hasta las diversiones y pasatiempos la instruian, y preparaban para llenar los altos fines de su institucion.

¿Y cuál no seria en ella el influjo del amor en las costumbres públicas cuando la hermosura le desdeñaba si las marciales gracias del valor no le ennoblecian? Figúrese V. por un rato el coro de la juventud militar, reunido al de las graves

matronas y modestas damiselas, solo accesibles al trato en semejantes concurrencias.

No crea V., no, que su conversacion versaba sobre brocados y cintas, airones y tocados, ó adornos mujeriles, sino sobre los varoniles ejercicios de la liza y la caza; y si alguna vez se desviaba hácia la parte mas agradable de ellos, era para fijar con sus decisiones el gusto de las sobre-vistas y plumajes, y la agudeza de las divisas y empresas amorosas de los caballeros. Jueces de la gallardía y del gusto, jamás negaban su aprecio al valor discreto; y en sus danzas y banquetes, en sus cacerías y deportes privados, para él reservaban el agrado y la dulce sonrisa, mientras su ceño y desvíos arred raban al necio orgullo y á la flaca cobardía, y los escarmentaban.

Así es como á vista de estas paredes nacen una de otra mil agradables ilusiones, que fuera molesto referir; pero no quiero callar una, que en cierto modo pertenece á la historia de este castillo, y que tampoco desagradará á V., para quien solo escribo. Por otra parte, ¿no seria muy árida y enojosa su descripcion, si detenido yo en las formas de sus piedras, desechase las reflexiones que despiertan, privando á V., y privándome á mí del placer con que se recuerdan tan respetables memorias?

Es bien sabido que en la época de que hablamos, la judicatura del ingenio estaba reservada á las damas, como la del valor, y que la literatura de entonces se reducia casi á la poesía provenzal (6), especialmente en la corte de Aragon, en cuyo molde fué vaciada la de Mallorca. Esta poesía, que habia nacido en Cataluña, y pasado de allí al pais cuyo nombre tomó, era toda erótica, y toda consagrada al bello sexo, cuyos amores y zelos, favores y desdenes, constancia y perfidias, daban materia á todos sus poemas. ¿Y quién ignora que las leyes del ingenio se tenian entonces en los consistorios ó córtes de amor (7), donde las damas presidian y juzgaban ; ni que á esta diversion fueron sobre manera aficionados los soberanos que residieron aquí en 1394? Será, pues, creible que en un pais do esta poesía era de tan antiguo cultivada, y en una temporada que se dió toda á fiestas y alegrías, no se hubiese celebrado un consistorio para poner á prueba los ingenios de Aragon y Mallorca? ¡ Oh, y cuán brillante y discreta asamblea no

presentarian bajo de estas bóvedas, el rey cercado de sus grandes y barones, la reina presidiendo en medio de las dammas aragonesas y palmesanas, y los nobles trovadores de Aragon, Cataluña y Mallorca, recitando ó cantando entre ellas á competencia sus terzones y serventesias, trobos y decires, pa. ra obtener de su mano la violeta de oro, premio del vencedor! Y aun acabado tan solemne acto, ¿qué seria oirlos cantar al son del arpa ó del land sus lais y virolais, para deporte de las mismas damas, ó bien hacerlos tañer y cantar por sus juglares y menestriles, mientras que las acompañaban en las dan zas y zarabandas de sus saraos, esperando siempre de sus la bios la recompensa de su ingenio? Y pensando en esto, será posible no sentir alguna parte del entusiasmo que tales asam bleas inspiraban?

Bien sé que al compararlas con las nuestras, el gusto me lindroso y liviano que reina en ellas, las tachará de groseras y bárbaras; ¿pero será con razon? Es inegable que los progre sos hechos en las ciencias y en el gusto, y su aplicacion á la milicia, las artes y el trato civil, han mejorado la táctica, la literatura, la industria, ó aun dado á la moderna galantería un carácter tanto menos fiero, cuanto mas pulido; pero compárense los tiempos á las costumbres, y búsquese á esta luz el influjo moral y político de unas y otras fiestas. ¿El paralelo no será ventajoso para nosotros? Aquellos usos, de que hoy nos mofamos, hacian de los caballeros discretos poetas, de los poetas esforzados paladines, y de las damas jueces capaces de calificar el valor y el ingenio de unos y otros. ¿ No se educaron en ellos los Moncadas y Torrellas, gloria de Aragon; los Rocaforts y Montaneres, terror del Oriente, y los Vidales y Mataplanes, delicia de Europa? No se educaron las Beatrices y Fanetas, musas de Aragon y Provenza, que al mismo tiempo que animaban las danzas, y endulzaban las liras de sus próceres, formaban el corazon y el espíritu de sus damiselas? Y á qué otra escuela se debieron los encantos de la bella Laura, la Sapho de su edad, y aquel su amor puro y celestial que sacó de la lira de Petrarca los sublimes suspiros que todavía respiran en las almas sensibles?

¿Y podrémos atribuir algo de semejante á nuestras tertulias, á nuestras fiestas de sociedad, y (si queda alguna cosa á que

cuadre este nombre) á nuestra moderna galantería? Citarémos algun despechado y tenebroso desafío, alguna llorona elegía, alguna muelle y torpe cantinela ? Respondan por mí los intrépidos militares, y los insignes poet as, que por nuestra dicha no se acabaron, y digan si tienen que agradecer alguna parte de su valor ó de su estro al trato público ó privado de nuestras damas.

Pero el tiempo que disipó aquellos objetos va consumiendo ahora con diente roedor hasta las duras piedras de este edificio, cuya decadencia ofrece al observador otras reflexiones de muy diferente naturaleza. Una de ellas, poco atendida, por mas que otros edificios la presenten, es que mirado por la parte del N., no solo aparece en su primera integridad, sino que sus muros, endurecidos por los vientos frios y secos que soplan desde el N. E. al N. O., se ven entapizados de una costra de musgo tenacísimo, cuyas escamas blanquecinas, jaldes, grises y negras, anuncian, como las hiedras en los viejos robles, su venerable, pero fresca y robusta ancianidad. Por el contrario, á la parte opuesta los vientos y lluvias australes, que frecuentemente le azotan, atacando el glúten, y desuniendo el grano de la piedra, abren paso á los ardientes rayos del sol, que mientras corre de oriente á poniente, penetran hastą las entrañas de sus sillares, y los corroen y deshacen, y graban en ellos la marca de su flaca decrepitud. ¿ Pero acaso la naturaleza, confiando al observador el secreto de sus operaciones, no le avisa tambien para que se instruya y oponga á sus estragos? Y porqué no se aprovechará de esta leccion la arquitectura? No podria, ayudada de la mineralogía, hallar materias ó preparaciones que resistiesen al influjo de los flúidos devastadores que vienen de aquella plaga? Y si lograse vencerle, ¿ la duracion de sus bellezas no iria á la par con el deseo de los artistas y de los poderosos que trabajan para la eternidad?

Con todo, la verdadera flaqueza de esta obra no se esconde á la observacion de su interior. El dice que los muros van poco á poco perdiendo su aplomo, pues se los ve acá y allá desprendidos, y aun separados del labio de las bóvedas; sin duda, á lo que yo juzgo, á efecto del empuje de los garitones, que volados en lo mas alto del muro, luchan continuamente con

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