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juntarse en corrillos, y á otras semejantes privaciones. El furor de mandar, y alguna vez la codicia de los jueces, ha estendido hasta las mas ruines aldeas, reglamentos que apenas pudiera exigir la confusion de una corte; y el infeliz gañan que ha sudado sobre los terrones del campo, y dormido en la era toda la semana, no puede en la noche del sábado gritar libremente en la plaza de su lugar, ni entonar un romance á la puerta de su novia.

Aun el pais en que vivo, aunque tan señalado entre todos por su laboriosidad, por su natural alegría, y por la inocencia de sus costumbres no ha podido librarse de semejantes reglamentos; y el disgusto con que son recibidos, y de que he sido testigo alguna vez, me sugiere ahora estas reflexiones. La dispersion de su poblacion, ni exige, ni permite por fortuna la policía municipal inventada para los pueblos agregados; pero los nuestros se juntan á divertirse en las romerías, y allí es donde los reglamentos de policía los siguen é importunan. Se ha prohibido en ellas el uso de los palos, que hace aquí necesarios, mas que la defensa, la fragosidad del pais ; se han vedado las danzas de hombres se ha hecho cesar á media tarde las de mugeres; y finalmente se obliga á disolver antes de la oracion las romerías, que son la única diversion de estos laboriosos é inocentes pueblos. ¿Cómo es posible que estén bien hallados y contentos con tan molesta policía ?

Se dirá que todo se sufre, y es verdad: todo se sufre, pero se sufre de mala gana; todo se sufre, ¿ pero quién no temerá las consecuencias de tan largo y forzado sufrimiento? El estado de libertad es una situacion de paz, de comodidad y de ale. gría; el de sujecion lo es de agitacion, de violencia y disgusto: por consiguiente el primero es durable, el segundo expuesto á mudanzas. No basta pues que los pueblos estén quietos ; es preciso que estén contentos, y solo en corazones insensibles, ó en cabezas vacías de todo principio de humanidad, y aun de política, puede abrigarse la idea de aspirar á lo primero sin lo segundo.

Los que miran con indiferencia este punto, ó no penetran la relacion que hay entre la libertad, y la prosperidad de los pueblos, ó por lo menos la desprecian, y tan malo es uno como otro. Sin embargo esta relacion es bien clara, y bien digna

de la atencion de una administracion justa y suave. Un pueblo libre y alegre será precisamente activo y laborioso; y siéndolo, será bien morigerado y obediente á la justicia. Cuanto mas goce, tanto mas amará el gobierno en que vive, tanto mejor le obedecerá, tanto mas de buen grado concurrirá á sustentarle y defenderle. Cuanto mas goce, tanto mas tendrá que perder, tanto mas temerá el desórden, y tanto mas respetará la autoridad destinada á reprimirle. Este pueblo tendrá mas ansia de enriquecerse, porque sabrá que aumentará su placer al paso que su fortuna. En una palabra, aspirará con mas ardor á su felicidad, porque estará mas seguro de gozarla. Sien⚫ do pues este el primer objeto de todo buen gobierno, ¿ no es claro que no debe ser mirado con descuido ni indiferencia?

Hasta lo que se llama prosperidad pública, si acaso es otra cosa que el resultado de la felicidad individual, pende tambien de este objeto; porque el poder y la fuerza de un Estado no consiste tanto en la muchedumbre y en la riqueza, cuanto y principalmente en el carácter moral de sus habitantes. En efecto, ¿qué fuerza tendria una nacion compuesta de hombres débiles y corrompidos, de hombres duros, insensibles, y agenos de todo interés, todo amor público?

Por el contrario, unos hombres frecuentemente congregados á solazarse y divertirse en comun, formarán siempre un pueblo unido y afectuoso; conocerán un interés general, y estarán mas distantes de sacrificarle á su interés particular. Serán de ánimo mas elevado, porque serán mas libres, y por lo mismo serán tambien de corazon mas recto y esforzado. Cada uno estimará á su clase, porque se estimará á sí mismo, y estimará las demas, porque querrá que la suya sea estimada. De este modo, respetando la gerarquía y el órden establecidos por la constitucion, vivirán segun ella, la amarán, y la defenderán vigorosamente, creyendo que se defienden á sí mis mos. Tan cierto es que la libertad y la alegría de los pueblos, están mas distantes del desórden que la sujecion y la tristeza.

No se crea por esto que yo mire como inútil, ú opresiva la magistratura encargada de velar sobre el sosiego público. Creo por el contrario, que sin ella, sin su continua vigilancia, será imposible conservar la tranquilidad y el buen órden. La libertad misina necesita de su proteccion, pues que la licencia

suele andar cerca de ella, cuando no hay algun freno que detenga á los que traspasan sus límites. Pero hé aquí donde pecan mas de ordinario aquellos jueces indiscretos que confunden la vigilancia con la opresion. No hay fiesta, no hay concurrencia, no hay diversion en que no presenten al pueblo los instrumentos del poder y la justicia. A juzgar por las apariencias pudiera decirse que tratan solo de establecer su autoridad sobre el temor de los súbditos, ó de asegurar el propio descanso, á expensas de su libertad y su gusto. Es en vano: el público no se divertirá mientras no esté en plena libertad de divertirse; porque entre rondas y patrullas, entre corchetes y soldados, entre varas y bayonetas, la libertad se amedrenta, y la tímida é inocente alegría huye y desaparece.

No es ciertamente el camino de alcanzar el fin para que fué instituido el magistrado público. Si es lícito comparar lo humilde con lo excelso, su vigilancia deberia parecerse á la del Sér supremo; ser cierta y continua, pero invisible: ser conocida de todos, sin estar presente á ninguno : andar cerca del desórden para reprimirle, y de la libertad para protegerla; en una palabra, ser freno de los malos, y amparo y escudo de los buenos. De otro modo el respetable aparato de la justicia se convertirá en instrumento de opresion, y obrando contra su mismo instituto, afligirá y turbará á los mismos que debiera consol ar y proteger (92).

Tales son nuestras ideas acerca de las diversiones populares. No hay provincia, no hay distrito, no hay villa ni lugar que no tenga ciertos regocijos y diversiones, ya habituales, ya periódicos, establecidos por costumbre. Ejercicios de fuerza, destreza, agilidad ó ligereza; bailes públicos (93), lumbradas ó meriendas; paseos, carreras, disfraces ó mojigangas sean los que fueren, todos serán buenos é inocentes con tal que sean públicos. Al buen juez toca proteger al pueblo en tales pasatiempos; disponer y adornar los lugares destinados para ellos; alejar de allí cuanto pueda turbarlos, y dejar que se entregue libremente al esparcimiento y alegría. Si alguna vez se presentare á verle, sea mas bien para animarle, que para amedrentarle, ó darle sujecion: sea como un padre, que se complace en la alegría de sus hijos, no como un tirano envidioso del contento de sus esclavos. En suma, nunca pierda de

vista que el pueblo que trabaja, como ya hemos advertido, no necesita que el gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse.

Diversiones ciudadanas.

Mas las clases pudientes que viven de lo suyo, que huelgan todos los dias, ó que á lo menos destinan alguna parte de ellos á la recreacion y al ocio, difícilme nte podrán pasar sin espectáculos, singularmente en grandes poblaciones. En las pequeñas, compuestas por la mayor parte de agricultores, podrá haber poca diferencia en las costumbres de sus clases. Cada una tiene sus cuidados y pensiones diarias. Los propietarios y colonos, grangeros y asalariados, todos trabajan de un modo ó de otro ; y si en los ricos son menos necesarias las tareas de fatiga, tambien el destino de mayor parte de tiempo al sueño, á la comida y al descanso, ó cuando no á la caza, la conversacion, el juego y la lectura llenan los espacios del dia, é igualan muy exactamente la condicion de unos y otros.

Esta última reflexion es tanto mas exacta, cuanto el exceso de fortuna, que suele hacer apetecibles otras diversiones mas artificiosas, saca frecuentemente á los ricos de los pueblos pequeños y los acerca á las grandes ciudades, donde confundidos en la clase que les pertenece, siguen las costumbres, los usos y las distribuciones de los demas individuos de ella, y desde entonces están colocados en la segunda parte de nuestra division, de que hablarémos ahora.

La influencia de la riqueza, del lujo, del ejemplo, y de la costumbre en las ideas de las personas de esta clase, las fuerza, por decirlo así, á una diferente distribucion de su tiempo, y las arrastra á un género de vida blanda y regalada, cuyo principal objeto es pasar alegremente una buena parte del dia. La ociosidad, y el fastidio que viene en pos de ella, hace necesarias las diversiones, y esta es la verdadera esplicacion del ansia con que se corre á ellas en los lugares populosos. Es verdad que una buena educacion seria capaz de sugerir muchos medios de emplear útil y agradablemente el tiempo sin necesidad de espectáculos. Pero suponiendo que ni todos recibirán esta educacion, ni aprovechará á todos los que la reciban, ni cuando aproveche será un preservativo suficiente para

aquellos en quienes el ejemplo y la corrupcion destru yan lo que la enseñanza hubiere adelantado; ello es que siempre quedará un gran número de personas pará las cuales las diversiones sean absolutamente necesarias. Conviene, pues, que el gobierno se las proporcione inocentes y públicas, para separarlas de los placeres oscuros y perniciosos.

Cuando esta razon no bastase para establecer la necesidad de los espectáculos, otra muy urgente y poderosa aconsejaria su establecimiento, cual es la importancia de retener á los nobles en sus provincias, y evitar esta funesta tendencia que Hlama continuamente al centro la poblacion y la riqueza de los extrémos. Las recientes providencias dadas para alejar de Madrid á los forasteros, prueban concluyentemente esta necesidad; pues ciertamente los que se hallaban en la corte sin destino no vinieron en busca de otra cosa que de la libertad y la diversion, que no hay en sus domicilios. La tristeza que reina en la mayor parte de las ciudades echa de sí á todos aquellos vecinos, que poseyendo bastante fortuna para vivir en otras mas populosas y alegres, se trasladan á ellas usando de su natural libertad; la cual lejos de circunscribir, debe ampliar y proteger toda buena legislacion. Tras ellos van sus familias y su riqueza, causando, entre otros muchos, dos males igualmente funestos: el de despoblar y empobrecer las provincias, y el de acumular y sepultar en pocos puntos la poblacion y la opulencia del estado con ruina de su agricultura, industria, tráfico interior, y aun de sus costumbres. Veamos, pues, cuales son los remedios que se pueden aplicar á estos males.

Maestranzas.

Entre varios entretenimientos propios para ocupar la nobleza de las ciudades, hay uno mas digno de atencion de lo que comunmente se cree. Hablo de las maestranzas, cuyo instituto perfeccionado y multiplicado, pudiera producir grandes bienes. Ningun ejercicio tan inocente, tan saludable, tan propio de la educacion de un noble, como el que forma el principal objeto de estos cuerpos. Su gobierno, su policía, su enseñanza metódica, sus regocijos, sus fiestas, no solo ocuparian y entretendrian útilmente á los nobles de las provincias,

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