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sentantes y menestrales, de mimos y saltimbanquís, y otros bichos de semejante ralea. Mientras los mas sobresalientes admitidos en los palacios y castillos consagraban su talento á lá diversion de los grandes y señores, los menos entretenian con sus bufonadas al pueblo congregado en las plazas y corrillos. Así empezó la representacion de los misterios, y asi tambien la de acciones profanas, que despues verémos coincidiendo con esta época.

Es de notar que ya por aquel tiempo el pueblo que asistia á todos estos espectáculos, empezaba á ser algo. Reunido en ciudades ó villas populosas; siguiendo en la guerra el estandarte Real bajo el pendon de sus concejos, y protegido en la paz á la sombra del gobierno municipal; representado en las córtes por procuradores, y regido en su casa por jueces electivos; y finalmente dado al pacífico ejercicio de la industria y las artes en corporaciones privilegiadas, se le ve existir civilmente y empezar á ser menos dependiente y mas rico; y si no se mezcló en las diversiones de la nobleza, por lo menos se dió con ansia á verlas y admirarlas, y á un mismo tiempo se enriqueció y se entretuvo con ellas.

Juegos privados.

Por último el siglo xi nos ofrece abundantes testimonios de todas las recreaciones públicas y privadas que se conocieron despues hasta los Reyes Católicos. En él hay memoria de los juegos de aljedrez y damas, que menciona la Historia de Ultramar con los nombres de escaques y de tablas. La hay de los juegos de pelota, de tejuelo, de dados, y otros diferentes que citan las Leyes de Partida, y prueban que la nobleza y pueblo se iban aficionando á diversiones mas sedentarias, y que si aquella cazaba menos, este no necesitaba salir en romería para solazarse.

Tal era el estado de Castilla cuando nacieron sus espectáculos; y tal tambien el de Aragon, aunque no hayamos hablado particularmente de sus usos y costumbres. Los que conocen su historia saben que los juegos y regocijos de su nobleza y pueblo distaban poco en el siglo x de los que hemos indicado. Una razón particular hace creer que en este reino se

habrian arraigado primero los que vinieron de Oriente, ya porque á las guerras de Ultramar pasaron de sus provincias mayor número de aventureros con el Conde de Tolosa, que no de España la mayor, y ya por su trato íntimo y frecuente con el pais francés, que adoptó mas temprano estas usanzas. La misma causa debió producir los mismos efectos en Navarra, y con menos duda debemos suponer el mismo gusto en Portugal, como que era una astilla recientemente cortada del tronco castellano.

Fuera cosa larga seguir paso á paso el progreso y término de estos espectáculos; pero ya que indicamos su orígen general, pide el objeto de este informe que digamos lo que baste para conocer la forma y espíritu de cada uno, y mas aun su influencia política. Porque recoger y apuntar estérilmente los hechos, ni es difícil ni provechoso: reunirlos, combinarlos, y deducir de ellos axiomas y máximas políticas, es lo que mas importa, y lo que solo puede hacer la historia ayudada de la filosofía.

$. SEGUNDO.

HISTORIA PARTICULAR DE LOS ESPECTACULOS.

Caza.

Aquella notable revolucion en el gusto y las ideas, que iba puliendo los ánimos y templando poco a poco las costumbres, se sintió primero en los pasatiempos conocidos; porque el espíritu humano está siempre mas pronto á mejorar, que á criar de nuevo. La caza, usada de tan antiguo como hemos visto, tan recomendada á los príncipes y señores por el Rey Sabio (78), en que se mostró tan entendido Alfonso XI (79), y á que fueron tan aficionados despues Juan II, y Enrique IV, de un entretenimiento privado y montaraz vino á ser una diversion cortesana. Extendido su uso y mejorada su forma, ya los reyes y grandes no salian solos y en privado á correr monte, sino en público con grande aparato y comitiva, y bizarramente vestidos y armados al propósito. Seguíales gran número de monteros, ballesteros y halconeros con muchedumbre de per

ros y neblíes aquellos adornados con gálanas libreas, y éstos con ricos collares y capirotes. No resonaba solo en los montes como otro tiempo el áspero son del cuerno, sino que los llenaba la fiera armonía de atabales, bocinas y trompetas. Ni ya cazaban solo los caballeros y escuderos, que tambien nuestras gallardas matronas concurriendo á la diversion, la hacian mas agradable y brillante. Seguidas de sus dueñas y doncellas, y bien montadas y ataviadas, penetraban por la espesura y gozaban del fiero espectáculo sin miedo ni melindre. Lo comun era que observasen desde andamios alzados al propósito, las suertes y lances de la caza, sin que fuese raro ver á las mas varoniles y arriscadas bajar de sus catafalcos á lanzar los halcones, ó tal vez á mezclarse con su venablo en mano entre los cazadores y las fieras. ¡Tanto podia la educacion sobre las costumbres! Y tanto pudiera todavía si encaminada á mas altos fines, tratase de igualar los dos sexos, disipando tantas ridículas y dañosas diferencias como hoy los dividen y desigualan!

Estas monterías, que por aparatosas y caras estaban de suyo reservadas á los poderosos, se hicieron al fin exclusivas para su clase, cuando la legislacion ampliando los derechos señoriles, colocó entre ellos el dominio de los montes bravos, y la facultad exclusiva de perseguir las fieras. No era empero tan fácil llevar esta dominacion hasta los aires y las aves del cielo, y por eso la caza de cetrería hubo de quedar entre los derechos comunales, y servir al recreo de todos. Tener un halcon y doctrinarle á lanzarse sobre las tímidas aves, y traerlas á la mano, no requeria mas que ingenio y paciencia, y era dado al mas infeliz solariego. Así fué como esta diversion se hizo general y ordinaria (80); como se perfeccionó mas y mas cada dia, y como al fin formó aquel arte admirable (81) en que brillaba tanto el ingenio de los hombres, como el rapaz instinto de las aves amaestradas por él.

La memoria de una y otra cacería continúa constantemente por nuestras crónicas hasta dar en los siglos cultos. En el xv estaban aun entrambas en toda su fuerza; pero vínoles al fin su hado, y cayeron entrambas en olvido, cuando de una parte la extension del cultivo y los reglamentos de montes acabaron con los bosques y las fieras; y de otra, cuando la perfec

cion de las armas de fuego hizo tan inútiles los alanos y los halcones, como las ballestas y catapultas.

Torneos.

Pero el valor de nuestros antiguos caballeros, no contento con ejercitarse en los montes, buscó en los poblados y ciudades una escena de lucimiento mas pública y solemne, y la halló en las justas y torneos. Bofordar, alanzar y romper tablados, era diversion muy de antes conocida, y aun del torneo se halla memoria en las leyes Alfonsinas, no solo como una evolucion de táctica en la guerra, sino como un pasatiempo en la paz. Mas como estas leyes no nombren las justas y torneos entre los juegos públicos, á que no debian concurrir los prelados, de creer es que hubiesen tardado algun tiempo en recibir la forma y el concepto de espectáculos.

Êranlo ya sin duda bajo de Alfonso XI, de quien dice su Crónica que aunque en algun tiempo estidiese sin guerra, siempre cataba en como se trabajase en oficio de caballería, faciendo torneos, et poniendo tablas redondas, et justando. Acaso en esto no menos parte que el gusto tuvo la política de aquel Monarca, que siempre pugnó por volver los nobles al gusto y ejercicio de las armas. Las turbulencias de las dos últimas tutorías habian corrompido sus ánimos, y convirtiendo el espíritu militar en espíritu de intriga y de partido, los habian dividido y hécholos mas que fieles y guerreros facciona. rios y revoltosos. Para unirlos para elevar sus ánimos, fundó el Rey la órden de caballería de la banda, en la cual á las fórmulas monacales que se introdujeron en los institutos de las otras, sustituyó las del amor y cortesanía, mezclando y templando los preceptos militares con los de la galantería. Esta institucion y las solemnes coronaciones que el mismo Príncipe y su nieto Juan I celebraron en Búrgos, donde en medio del mas brillante aparato, y de una prodigiosa concurrencia fueron armados tantos caballeros naturales y extranjeros, fueron Jidiadas tantas justas y torneos, y fueron admirados tantos convites y fiestas y alegrías, acabaron de fijar y refinar el gusto caballeresco.

Desde entonces los torneos fueron la primera diversion de

las cortes y ciudades populosas, y con ellos se celebraron las ocasiones mas señaladas de regocijo público, coronaciones y casamientos de reyes, bautismos, juras y bodas de príncipes, conquistas, paces y alianzas, recibimientos de embajadores y personajes de gran valía, y aun otros sucesos de menor monta, ofrecian á la nobleza, siempre propensa á lucir y ostentar su bizarría, frecuentes motivos de repetirlos. Con el tiempo se solemnizaron tambien con torneos las fiestas eclesiásticas (82), y al fin llegaron á celebrarse por mero pasatiempo; pues de una de estas fiestas dispuestas en Valladolid por el condestable Don Alvaro de Luua, en que justó de aventurero Juan el II, da noticia muy individual la crónica de aquel infeliz valido (cap. 52 ).

Creciendo la aficion á este regocijo, crecieron tambien su pompa y el número de combatientes presentados á él. Hubo torneo de quince á quince, de treinta á treința, de cincuenta á cincuenta, y aun de ciento á ciento: que tantos caballeros lidiaron en las fiestas con que fué celebrada en Zaragoza la coronacion del buen Infante de Antequera.

Lidiábase en los torneos á pie y á caballo, con lanza ó con espada (83), en liza ó en campo abierto, y con variedad de ar maduras y de formas. La justa era de ordinario una parte del espectáculo, á veces separada, y siempre mas frecuente, como que necesitaba de menor aparato y número de combatientes. Distinguíase del torneo en que este figuraba una lid en torno de muchos con muchos, y aquella una lid de encuentro de hombre á hombre. Y otro tanto se puede decir de los juegos de caña y sortija, porque estas diversiones juntas ó separadas admitian un mismo ceremonial, y unas mismas leyes (84) con mas o menos pompa, segun el lugar y la ocasion con que se celebraban.

Pero en todas brillaba el espíritu de galantería que las engrandeció, y fué haciendo mas espectables desde que empezaron á concurrir á ellas las damas. Las matronas y doncellas nobles no asistian como simples espectadores, sino que eran consultadas para la adjudicacion de los premios, y eran tambien las que por su mano los entregaban á los combatientes. No habia caballero entonces que no tuviese una dama á quien consagrar sus triunfos, ni dama que no graduase por el nú

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