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vista: ¿quién se atreverá á sostener que aquellos anuncios de general condescendencia no eran dictados por el patriotismo, y aprobados por la razon?

¿Acaso porque esta aprobacion no fué solemnizada enton

ces,

mirarémos el silencio de la Sociedad como una prueba concluyente contra la utilidad del pensamiento? Yo no sé ciertamente esplicar este misterio. Por aquel tiempo vivia muy distante del teatro de esta discusion, y en nuestras actas no hallo siquiera un rastro de luz que pueda ilustrarme acerca de ella. Pero si es lícito conjeturar en materia tan oscura, me inclinaré á creer, que en aquel período el juicio del público no vino en apoyo del de la sociedad: que alguna conversacion indiscreta, algun inconveniente no previsto suspendió la aprobacion que estaba tan generalmente indicada; y en fin, que los que entonces gobernaban, esperaron para realizar este designio aquella sazon oportuna que tiene señalado el destino al logro de las revoluciones políticas.

Esta sazon, señores, ha llegado ya; ha llegado natural y súbitamente, sin esfuerzo alguno de nuestra parte, y cuando menos lo esperábamos. El nombre de una dama, nacida para ser excepcion de su sexo y para honrarle, suena de repente en nuestra asamblea: todos los votos se reunen en su favor: se la admite por aclamacion en nuestra sociedad. Abierto ya el paso, se dispensa la misma distincion á otra dama, tan conocida por su ilustre orígen, como por su elevado espíritu, y cuya generosidad habia sabido grangearse anticipadamente la gratitud de este cuerpo. El entusiasmo hubiera pasado mas adelante; pero la razon le puso límite. Habló el censor, el oráculo de nuestra constitucion (71) ilustró la materia, y para no errar en objeto tan importante, se fió á las tranquilas meditaciones de esta Junta el exámen del método que deberémos adoptar en lo sucesivo.

Paréceme que la admision de las señoras se deberá hacer en la forma comun. Si esta Junta no hubiese puesto límites á la libre facultad de proponer que se habian arrogado los socios, seria sin duda necesario ocurrir á la licencia que infaliblemen te naceria de esta libertad; pero vinculado ya en el Señor Director el derecho exclusivo de proponer, nada tenemos que recelar; pues la Sociedad reconoce una cabeza, pues la elige

libremente, es claro que debe colocar en ella aquella suma de confianza que corresponde á las facultades con que la dota, y á los encargos que la fia. Yo no temo jamás abuso alguno en este punto. El empleo de Director nada tiene de apetecible; por consiguiente nunca le dispensará el favor, sino la justicia; y esto quiere decir que debemos esperar una serie de directores prudentes. Si alguna vez faltare, la proposicion de media docena de mugeres, que al fin podrá no admitir la Sociedad, no será el mayor mal que puede causarle. Por otra parte, el señor Director debe proceder de acuerdo con los dos primeros oficiales del cuerpo, y esta precaucion, en que le ofrecemos un escudo contra la importunidad, se convertirá en freno, cuando se rinda á ella con demasía. En suma, entre estos oficiales se contará siempre el censor, y de la severidad de principios unida á este empleo, y tan sabiamente confirmada con el ejemplo del que hoy le ocupa, debemos esperar que una idea tan provechosa y dirigida al mayor bien de este cuerpo y del público no se convertirá jamás en un principio de confusion y desórden.

Pero se teme que estos males nazcan de la concurrencia de las señoras á nuestras Juntas, y de ahí se concluye que deben ser excluidas de ellas. Este punto merece ser examinado muy detenidamente. Yo no atino como se han podido separar estas dos cuestiones: á saber, admision y concurrencia. Abrir con una mano las puertas de esta sala á las señoras, y con otra impedirles la entrada, seria ciertamente una cosa bien repugnante. ¿Cómo podemos creer que sean insensibles á la especie de desaire que envuelve en sí esta exclusion? « Por ventura, dirán, se trata solo de ennoblecer la lista de los socios con los nombres de unas personas cuya compañía desdeñan, ó creen peligrosa? Acaso están negados á nuestro sexo el celo y los ta lentos económicos? Acaso están reñidas con él la urbanidad y la prudencia? Tanto ha cundido la corrupcion en nuestros dias, que no puede encontrarse una muger sola que no sea objeto de distraccion y embarazo entre los hombres ? »

Desengañémonos, señores, estos puntos son indivisibles: si admitimos á las señoras, no podemos negarles la plenitud de derechos que supone el título de socios; mas si tememos que el uso de estos derechos puede sernos nocivo, no las admita

mos; cerrémosles de una vez y para siempre nuestras puertas. Mas por ventura, ¿son justos y bien fundados estos temores? Examinémoslo despacio y sin alucinarnos.

Si las señoras viniesen frecuentemente á nuestras juntas, si viniesen en gran número, si trajesen á ellas aquel espíritu de orgullo ó de disipacion con que suelen presentarse en otras concurrencias, ciertamente que causarian no poca turbacion en el curso de nuestras operaciones; pero, hablando de buena fé, ¿ se puede temer este inconveniente?

Yo supongo que no admitirémos un gran número de seño. ras. Esto conviene, y esto está en nuestra mano. Si queremos que miren este título como una verdadera distincion, no le vulgaricemos; dispensémosle con parsimonia, y sobre todo, siempre con justicia. No le concedamos precisamente al naci. miento, á la riqueza, á la hermosura. Apreciemos en phora buena estas calidades; pero apreciémoslas cuando estén realzadas por el decoro y por la humanidad, por la beneficencia, por aquellas virtudes civiles y domésticas que hacen el honor de este sexo. Si así lo hiciéremos, ¡ cuánto valor no darémos á los mismos testimonios que nos arranquen estas virtudes! Qué fondo, qué caudal tan precioso no tendremos para premiarlas! Cuánta gloria no nos traerán los pocos nombres que agregue mos á nuestra lista! Pero sobre todo, ¡ cuán poco deberémos temer de su concurrencia á nuestras juntas!

Pero supongamos que alguna vez el deseo de instruirse, la beneficencia ó la curiosidad las traigan á nuestras asambleas, Siendo pocas, siendo escogidas, no siendo fácil que todas se reunan en un mismo dia, ¿qué mal podrán hacernos? ¡Pero qué digo! ¿quién no ve que nos harán un gran bien ? Conozca. mos los hombres, y si los conocemos aprovechémonos de esté deseo de agradar al otro sexo, que los acompaña desde la cuna. Este deseo no es peculiar del jóven, del frívolo, del libertino; es un deseo del hombre en todas las edades, en todos los tiempos, en todos los estados de la vida. ¿A quién fueron nunca ingratas sus alabanzas? Quién es el que desdeña sus aplausos? Yo invoco á los hombres de todos los siglos, á todos los literatos, á todos los filósofos, al mismo Caton, que me digan si los vivas halagüeños de esta bella porcion de la humanidad, les han sido alguna vez desagradables.

Y si esta ciega y natural propension sabe dar tan gran precio á los aplausos del otro sexo, ¿cuánto no valdrán de parte de una porcion tan preciosa, y escogida? Aprovechémonos, pues, de este resorte, que en algun modo está unido á nuestra constitucion. Las mugeres de la Grecia animaron alguna vez á los atletas y luchadores: en Roma excitaban la aplicacion de los histriones y los mimos; pero en las monarquías pueden ser útiles á todas las clases, y dar el tono á todas las condiciones. España fué una nacion guerrera cuando la belleza no apre ciaba otros dones que los despojos del valor: fué despues literata, y el ingenio era el primer acreedor á, sus favores. Hagamos que las damas conozcan el patriotismo; hagamos que aprecien á los que le profesan, y veréis multiplicarse infinitamente el número de los patriotas.

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Y qué? solo considerarémos en ésto nuestra utilidad? nada harémos por la de este precioso sexo, de cuyos intereses tratamos? Y encargados de promover el bien de la humanidad, ¿robarémos á la mitad de ella el fruto que puede sacar del ejercicio de su virtud y sus talentos? Poned por un instante la vista en aquella porcion que suele ser objeto de nuestras declamaciones: ved la tendencia general con que camina á la corrupcion: ved por todas partes abandonadas las obligaciones domésticas, menospreciado el decoro, olvidado el pudor, desenfrenado el lujo, y canceradas enteramente las costumbres. Y nosotros que nos llamamos Amigos del pais, que nos preciamos de trabajar continuamente por su bien, ¿no opondrémos á este desórden el único freno que está en nuestra mano? Llamemos á esta morada del patriotismo á aquellas ilustres almas que han sabido preservarse del contagio; honrémoslas con nuestro aplauso, con nuestras adoraciones; hagámoslas un ob jeto de emulacion y competencia en medio de su sexo; abramos estas puertas á las que vengan á imitarlas; inspiremos en todas el amor á las virtudes sociales, el aprecio de las obligaciones domésticas, y hagámoslas conocer que no hay placer, ni verdadera gloria fuera de la virtud.

¡Ojalá que pueda realizarse alguna pequeña parte de este deseo! Qué época tan bienaventurada no fijaria para nosotros este feliz momento! Dichosos si podemos acelerarle!

Pero no nos dejemos alucinar de una vana ilusion; las da

mas nunca frecuentarán nuestras juntas, el recato las alejará, perpetuamente de ellas; ¿cómo permitirá esta delicada virtud, que vengan á presentarse en una concurrencia de hombres de tan diversas condiciones y estados? á mezclárse en nuestras discusiones y lecturas? á confundir su débil voz en el bullicio de nuestras disputas y contestaciones? Si un objeto de grande y general interés las arrebata; si un acto de beneficencia las saca de su retiro; si el deseo de presenciar los premios dispensados á la honestidad aplicada y virtuosa las trae alguna vez á nuestras juntas, entonces estos esfuerzos de la virtud, estos ejemplos raros y estimables, lejos de asustarnos, deberán ser admitidos con respeto, aplaudidos con entusiasmo y divulgados con aceptacion: tan lejos estoy de creerlos funestos.

Pero ¿ de qué, me diréis, de qué nos servirán estas asociadas sino han de concurrir á nuestras juntas? Esta pregunta, que es el mayor argumento contra los que quieren excluirlas, puesto que la exclusion no solo alejaria su presencia sino tambien su ánimo, nada prueba en nuestro sistema, Bastaráles saber que no están excluidas, para contribuir desde sus casas á cooperar con nosotros en los fines de nuestro instituto. Voy á decir como.

No apruebo que se formen clases de estas asociadas. Si trabajan solas, el lugar, la forma de sus juntas, la formacion y ordenacion de sus acuerdos, la correspondencia con nuestra Sociedad y su conducta respecto de ellas, son dificultades á que no puede darse fácil salida. ¿Quién ha de presidirlas? Qué negocios deben adjudicárseles? Quién ha de compilar sus resoluciones? Estas materias ni son fáciles de arreglar, ni es seguro abandonarlas á la casualidad y al arbitrio. La antigüedad, sobre no dar preferencia alguna entre nosotros, es título muy poco respetable entre las damas. La intervencion de hombres en sus juntas tendria muy graves inconvenientes. ¿En quién, pues, librarémos la concordia de sus asambleas, nosotros que apenas podemos vincular la de las nuestras en la prudencia de un Director? No, señores, no nos cansemos: las asociadas deben concurrir solas y separadas á trabajar por la causa comun.

De este modo, ¿qué bienes no podrémos esperar de su celo? Supongamos que se dé á cada una de las señoras el título de protectora de una de las escuelas de hilaza, de la de bordados,

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