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comercio, consejos y tribunales que se aprovechen de las lu ces y auxilios de estos cuerpos, el Gobierno los verá trabajar á porfía, por la comun utilidad. Nada será para las sociedades mas lisonjero que la proporcion de cooperar con el Gobierno al logro del bien público, y esto las empeñará insensiblemente en el trabajo por medio del aprecio, que es el mayor de todos los estímulos.

Pero de aquí deberá resultar otra utilidad de mayor extension, cual será la de uniformar las máximas del magistrado con las del ciudadano; único medio para cambiar de una vez las opiniones en materia de gobierno, y desterrar del todo las preocupaciones que les sirven de apoyo.

Nosotros no quisiéramos pasar por entusiastas; ¿ pero cómo podemos callar una verdad que todos conocemos?

Nuestra edad ha notado ya con asombro la portentosa alteracion que en una docena de años causó en las ideas el establecimiento de las sociedades. A un magistrado, individuo de nuestra clase, cuyo nombre pasará á nuestros descendientes cubierto de esplendor y de gloria, se debe el primer impulso de esta revolucion (68). ¿Quién no ha visto brillar en sus obras aquella admirable reunion de la economía y el derecho, sin la cual es siempre estéril ó funesta la ciencia del jurisconsulto, y siempre aventurado el acierto en las resoluciones públicas? Quién no le ha visto clamar por la ereccion de estos cuerpos, que meditaba para que fuesen un dia los depositarios de sus máximas y principios? Propuso el plan de ellos, formó ó perfeccionó sus leyes, los animó con su ejemplo, y los ilustró con sus luces. Las sociedades, respondiendo á la voz de su celo patriótico, siguieron sus huellas, estudiaron sus obras, abrazaron sus principios, y los conocimientos económicos se difundieron rápidamente por todas nuestras provincias. ¡Qué progresos, pues, no podrémos esperar en favor de la pública ilustracion, cuando el magistrado, resuelto á acelerarla, se empeñe en distinguir y honrar los trabajos de unos cuerpos á quienes debe la nacion un bien tamaño !

Entonces no buscarán los amigos del pais mejor ni mas gloriosa recompensa. Lejos de nosotros otras esperanzas. El Gobierno deberá de justicia honrar, promover y premiar á los que se distingan en tan gloriosa carrera, pero en el momento

en que estos premios personales se exijan, ya no serán debidos.

No hablarémos aquí de la dotacion de las sociedades: conocemos que sin facultades será menor la suma del bien que puedan hacer al público; pero este bien será mas cierto y mas durable. Al punto que reciban su dotacion, entrarán en una dependencia muy peligrosa y funesta. El magistrado público intervendrá en su conducta, en la inversion de sus fondos, en la pureza de su administracion, en la formalidad de su cuenta y razon, de aquí pasará á conocer de la justicia de sus resoluciones; y entonces aquel espíritu de honrada libertad que hoy reina en ellas, desaparecerá del todo de sus juntas. No lo dudemos, señores; el desinterés es la única virtud que puede conservar á las sociedades su reputacion y su independencia. En suma, los medios de mejorar estos cuerpos deben reducirse á dos en nuestro dictámen: 1.° Que las Sociedades se compongan únicamente de personas capaces de llenar el objeto de su instituto; 2.° Que el Gobierno haga confianza de ellas, y se aproveche de sus luces y aprecie sus trabajos.

No incluyó la clase entre estos medios la perpetuidad de los directores, porque está muy lejos de creerla conveniente. Las sociedades deben elegir anualmente su cabeza, y ser libres en reelegirla cuando el bien del cuerpo lo exija.

El hombre mas á propósito para este delicadísimo encargo está espuesto á dejarlo de ser dentro de algunos años de ejercicio. El trabajo cansa, las impertinencias fastidian, se entibia el celo, se debilita la autoridad; y en este estado el órden y lá subordinacion se desvanecen del todo.

Por otra parte, ¿qué estímulo no será para el trabajo de un individuo, la esperanza de ser llamado á presidir la sociedad por el voto comun de sus miembros ? No será la ambicion quien haga apreciable este honor; ó si lo fuere, será una ambicion honrada y digna de una alma noble. La eleccion se mirará siempre como una calificacion del celo y los talentos del elegido, y como un testimonio del aprecio que hace de ellos todo el cuerpo. ¡ Desdichado el hombre que recibiere con indiferencia esta distincion! Desdichado del que fuere insensible á su dulce atractivo!

Iguales serian las ventajas de la perpetuidad? No, cierta

mente el extender la duracion del mando de las personas en quienes no concurre un mérito singular y sin competencia, no se debe considerar necesario, pues esta duracion puede verificarse por medio de las reelecciones. Por otra parte, la esperanza de ellas será una especie de antídoto contra aquella funesta somnolencia que produce la larga posesion de los empleos; de forma, que en unos el deseo de obtener la primera silla, y en otros el de conservarla, formarán una especie de emulacion que no puede dejar de sernos provechosa.

Ni temamos que esta misma emulacion haga nuestras elecciones mas turbulentas. Acaso este seria el mayor inconveniente de la perpetuidad. Basta que se reflexione sobre el principio de la emulacion de que hablamos, para conocer que desdeñará aquellos manejos sórdidos, aquellas intrigas miserables y obscuras que solo sabe urdir un vil interés. Habrá sí, competencias nacidas del diverso modo que tengan los electores de ver y estimar el mérito de los aspirantes; pero estas mismas competencias serán una especie de censura, que acrisolando el valor de sus méritos, asegurará mas bien el acierto en la preferencia del elegido.

Por último, la Sociedad acaba de acordar la eleccion de directores de clases, con el loable intento de ofrecer así un nue vo estímulo al celo de los socios, y de hacer un ensayo de su aptitud para la presidencia del cuerpo. Todos han conocido la utilidad de esta institucion, la cual cesaria en el punto en que se perpetuasen los directores, No es, pues, conveniente que los directores sean perpetuos.

Pero la clase, firme en sus principios, debe prevenir que todo esto se entiende en el caso de que las elecciones se hagan por los cuarenta mas antiguos de los que concurriesen á ellas, segun dispone el estatuto. Mas si continuase el método de circunscribirlas á los que concurriesen de los cuarenta mas antiguos, no podria responder con igual seguridad del cumplimiento de sus vaticinios.

En resúmen el dictámen de la clase se reduce: 1.o á que la Sociedad puede informar al Consejo, que al presente no advier te decadencia alguna, ni en el celo de sus individuos, ni en su concurrencia á las juntas: 2.° Que no reconoce en sus sesiones mas partido que el de la razon, ni mas discordias que

las que son consiguientes á la natural diversidad de opiniones, á la ambigüedad misma de las materias, y á la debilidad del espíritu humano: 3.° Que segun su constitucion y proporcio. nes hace al público todo el bien que puede, y todo el que el Gobierno debe esperar de ella: 4.° Que para que produzca un mayor bien, bastan dos remedios, á saber: que solo se componga de sujetos capaces de llenar las funciones de su instituto, y que el Gobierno haga confianza de ellos, se aproveche de sus luces y aprecie sus trabajos; de cuyos medios ha tomado el primero por sí mismo, y pide al Consejo que proporcione el segundo: 5.° Que es mas conveniente la anualidad que la perpetuidad de los Directores: 6.° y último: Que si alguna otra sociedad del reino se ha hecho por la desidia ó mala avenencia de sus individuos digna de la censura que achaca á todas la Real órden, se digne su suprema justificacion de hacer presente á S. M. que sobre aquella sola deberá recaer la pena del desaire, declarando que la de Madrid, lejos de merecerle, se ha hecho digna por su aplicacion, su ilustracion y su celo, de la confianza del Gobierno y de la gratitud del público.

Sobre todo V. E. resolverá lo que fuere de su mayor agrado. Madrid 3 de octubre de 1786. Don Gaspar de Jovellanos.-Señor Don Juan Perez de Villamil.

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MEMORIAS.

MEMORIA

Leida en la Sociedad Económica de Madrid sobre si debian ó no admitir en ella las señoras (69).

SEÑORES:

I la importancia de las cuestiones que suelen agitarse en nuestra Sociedad se hubiera de medir por el interés con que las tratan sus individuos, tendria yo derecho de asegurar que la que va á examinarse es de las mas graves é importantes que pueden ocurrir. Apenas habia crecido este cuerpo, y ya uno de sus mas celosos individuos clamaba porque se franqueasen sus puertas á las señoras. Su propuesta no solo fué oida con aceptacion, sino tambien con una especie de entusiasmo; y este pensamiento, aunque tan nuevo, y al parecer tan repugnante, corrió sin la menor contradiccion, faltando solo para solemnizarle aquella sancion escrita que fija y da valor á todas las resoluciones de nuestra Sociedad.

Si la memoria de este suceso no fuese tan reciente, pudiera recelarse que la natural prevencion con que nuestro sexo mira siempre los intereses del otro habia inclinado hácia él los dictámenes, ó bien que los habia reunido en favor suyo, no tanto la razon cuanto aquella generosa galantería de que suelen tal vez hacer alarde aun los espíritus mas severos.

Pero despues de haber oido los raciocinios con que sostuvo esta proposicion aquel célebre individuo, á cuya voz estuvieron fiados tanto tiempo los intereses del público; aquel que todavía los promueve con tanto ardor, colocado al frente de la magistratura (70); despues de haber observado la risueña perspectiva de bienes y ventajas que este padre y bien hechor de la Sociedad le presentó en la preciosa Memoria que tenemos á la

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