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tad que costaria algun dia á sus súbditos entender estas leyes, y por eso les decia en una de ellas: onde conviene, que el que quisiere leer las leyes de este nuestro libro, que pare en ellas bien mientes, é que las escodriñe, de guisa que las entienda (31). Pero si esta es una obligacion del súbdito, obligado á vivir segun ellas, ¿cuál será la del magistrado que debe interpretarlas, y hacerlas observar ?

Y si el magistrado necesita de un profundo conocimiento de nuestra lengua para entender las leyes, ¿cuánto mas le habrá menester para corregirlas ó formarlas de nuevo; esto es, para ejercer la mas noble y augusta de sus funciones? Cómo responderá al Príncipe cuando, honrándole con su confianza, le llame para asistirle en la formacion de las leyes? Cuando le diga: «Yo voy á hablar con mi pueblo, y á darle documentos de paz y de justicia para que viva segun ellos, ejercite las virtudes públicas y domésticas, y sea conducido á la abundancia y la felicidad. Tú que debes ser el depositario y el órgano de ellos, sé tambien quien los forme y publique. Habla el sagrado idioma de la justicia, y esplica sus preceptos en unas sentencias que no desdigan de su majestad y su importancia. Haz tú las leyes, y yo les inspiraré con mi sancion la fuerza de ligar á tu voluntad los habitadores de dos mundos.>>

¡Qué encargo tan augusto; pero qué encargo tan árduo y peligroso! Prescindamos por un momento de la materia de las leyes, y hablando solo de su forma, ¿quién es el hombre que pueda lisonjearse de que sabe hablar el idioma que les conviene? El idioma de estas leyes, que deben hablar con precision y claridad á los que rodean el trono, y á los que están escondidos en las cabañas? De estas leyes, que deben ser entendidas del que ha consagrado toda su vida á la indagacion de la sabiduría, y del que apenas tiene otra idea que la de su existencia? De estas leyes, que deben servir de norte al navegante en los mas remotos climas de la tierra, y de luz al labrador en el retiro de su alquería? De estas leyes que, segun el oráculo de nuestro sabio legislador, deben esplicar las cosas segun son, é el verdadero entendimiento de ellas (32): que deben contener enseñamiento, é castigo escrito para que liguen, é apremien la vida del hombre (33): que deben hablar en palabras llanas é paladinas, para que todo ome las pueda entender é rete

to,

ner (34): que deben ser sin escatima, é sin punto, por que no puedan del derecho sacar razon tortizera por mal entendimien ni mostrar la mentira por verdad, nin la verdad por mentira (35); que deben..... Pero acaso estoy abusando ya de la bondad de V. E., á quien no pueden esconderse, ni la certeza, ni la importancia de esta verdad. ¡Ojalá que todos aquellos á quienes el legislador llama á su lado para formar las leyes la tengan siempre ante sus ojos! Ojalá que penetrados de su importancia señalen en la distribucion de sus tareas una buena parte al estudio de la lengua en que deben dictar á los pueblos los decretos del Soberano!

Entre tanto pueda yo celebrar la fortuna de verme asociado á un cuerpo que con su ejemplo y enseñanza me puede dar tantos auxilios para el desempeño de una obligacion tan delicada! Séame lícito esplicar el gozo con que entro á ejercer las funciones de académico, bajo la direccion del esclarecido ciudadano, que en el antiguo lustre de su cuna, en el gran nombre de sus claros ascendientes, y en los brillantes títulos de su casa no ha encontrado un pretexto para entregarse al ocio, sino un estímulo poderoso para consagrar al bien público sus tareas, labrándose así un lustre personal, tanto más apreciable, cuanto le debe solamente á su aplicacion y á su celo. Séame lícito, en fin, congratularme con la escogida porcion de ciudadanos, que trabajando á todas horas en limpiar y enriquecer la lengua castellana, se erigen en maestros de sus hermanos, enseñando á los pueblos el lenguaje de las leyes que deben obedecer, y á los magistrados el idioma en que deben dictar sus oráculos á los pueblos. Madrid 25 de setiembre de 1781.Gaspar Melchor de Jovellanos (36).

ORACIONES.

ORACION

Que pronunció en el Instituto sobre la necesidad de unir el estudio de la literatura al de las ciencias (37).

SEÑORES:

La primera vez que tuve el honor de hablaros desde este lugar, en aquel dia memorable y glorioso, en que con el júbilo mas puro y las mas halagüeñas esperanzas os abrimos las puertas de este nuevo Instituto y os admitimos á su enseñanza, bien sabeis que fué mi primer cuidado realzar á vuestros ojos la importancia y utilidad de las ciencias que veniais buscando. Y si algun valor residia en mis palabras, si alguna fuerza les podia inspirar el celo ardiente de vuestro bien (38) que las animaba, tampoco habreis olvidado la tierna solicitud con que las empleé en persuadiros tan provechosa verdad, y en exhortaros á abrazarla. Y qué? despues de corridos tres años, cuando habeis cerrado ya tan gloriosamente el círculo de vuestros estudios, y cuando vamos á presentar al público los primeros frutos de vuestra aplicacion y nuestra conducta, ¿estarémos todavía en la triste necesidad de persuadir é inculcar una verdad tan conocida ?

Esto acaso exigiria de nosotros la opinion pública, y esto haríamos en su obsequio, si no nos prometiésemos captarla mas bien con hechos que con discursos. Sí, señores: á pesar de los progresos debidos á nuestra constancia y la vuestra, y en medio de la justicia con que la honran aquellas almas buenas que penetradas de la importancia de la educacion pública, suspiran por sus mejoras; sé que andan todavía en derredor de vosotros ciertos espíritus malignos, que censuran y persiguen vuestros esfuerzos : enemigos de toda buena instruccion, como del bien público, cifrado en ella, desacreditan los objetos

de vuestra enseñanza, y aparentando falsa amistad y compa. sion hácia vosotros, quieren poner en duda sus ventajas y vuestro provecho particular. Tal es la lucha de la luz con las tinieblas, que presentí y os predije en aquel solemne dia; y tal será siempre la suerte de los establecimientos públicos, que haciendo la guerra á la ignorancia, tratan de promover la verdadera instruccion.

¿Pero qué podria yo responder á unos hombres, que no por celo, sino por espíritu de contradiccion; no por conviccion, sino por envidia y malignidad, murmuran de lo que no entienden, y persiguen lo que no pueden alcanzar? No, no espereis que les respondamos sino con nuestro silencio y nuestra conducta. Vean hoy los frutos de vuestro estudio, y enmudezcan. Ellos serán nuestra mejor apología, y ellos serán tambien su mayor confusion, si menospreciando nosotros sus susurros, seguís constantes vuestras útiles tareas, como las industriosas abejas labran tranquilamente sus panales mientras los zanganos de la colmena zumban y se agitan en derredor.

Un nuevo objeto, no menos censurado de estos zóilos ni á vosotros menos provechoso, ocupa hoy toda mi atencion, y reclama la vuestra: en el curso de buenas letras, ó mas bien en el ensayo de este estudio, que hemos abierto con el año, visteis anunciar el designio de reunir la literatura con las ciencias; y esta reunion, tanto tiempo ha deseada y nunca bien establecida en nuestros imperfectos métodos de educacion, parecerá á unos estraña, á otros imposible, y acaso á vosotros mismos inútil ó poco provechosa.

Es nuestro ánimo satisfacer hoy á todos, porque á todos debemos la razon de nuestra conducta. La debemos al Gobierno, que nos ha encargado de perfeccionar este establecimiento; la debemos al público, á cuyo bien está consagrado ; y pues que nos habeis confiado vuestra educacion, la debemos á vosotros principalmente. Qué, ¿ me atreveria yo á pediros este nuevo sacrificio de trabajo y vigilias, si no pudiese presentaros en él la esperanza de un provecho grande y seguro? Ved, pues, aquí lo que servirá de materia á mi discurso. No temais, hijos mios, que para inclinaros al estudio de las buenas letras trate yo de menguar ni entibiar vuestro amor á las ciencias. No por

cierto: las ciencias serán siempre á mis ojos el primero, el mas digno objeto de vuestra educacion: ellas solas pueden ilustrar vuestro espíritu ellas solas enriquecerle; ellas solas comunicaros el precioso tesoro de verdades que nos ha transmitido la antigüedad, y disponer vuestros ánimos á adquirir otras nuevas, y aumentar mas y mas este rico depósito; ellas solas pueden poner término á tantas inútiles disputas, y á tantas absurdas opiniones; y ellas en fin, disipando la tenebrosa atmósfera de errores que gira sobre la tierra pueden difundir algun dia aquella plenitud de luces y conocimientos que realza la nobleza de la humana especie.

Mas no porque las ciencias sean el primero, deben ser el único objeto de vuestro estudio; el de las buenas letras será para vosotros no menos útil, y aun me atrevo á decir no menos necesario.

Porque ¿qué son las ciencias sin su auxilio? Si las ciencias esclarecen el espíritu, la literatura le adorna; si aquellas le enriquecen, esta pule y avalora sus tesoros: las ciencias rectifican el juicio y le dan exactitud y firmeza ; la literatura le da discernimiento y gusto y le hermosea y perfecciona. Estos oficios son esclusivamente suyos porque á su inmensa jurisdiccion pertenece cuanto tiene relacion con la espresion de nuestras ideas. Y ved aquí la gran línea de demarcacion que divide los conocimientos humanos. Ellas nos presenta las ciencias empleadas en adquirir y atesorar ideas, y la literatura en enunciarlas: por las ciencias alcanzamos el conocimiento de los séres que nos rodean, columbramos su esencia, penetramos sus propiedades, y levantándonos sobre nosotros mismos, subimos hasta su mas alto orígen. Pero aquí acaba su ministerio, y empieza el de la literatura, que despues de haberlas seguido en su rápido vuelo, se apodera de todas sus riquezas, les da nuevas formas, las pule y engalana, y las comunica y difunde, y lleva de una en otra generacion.

Para alcanzar tan sublime fin no os propondré yo largos y penosos estudios: el plazo de nuestra vida es tan breve, y el de vuestra juventud huirá tan rápidamente, que me tendré por venturoso si lograre economizar algunos de sus momentos. Tal por lo menos ha sido mi deseo, reduciendo el estudio de las bellas letras al arte de hablar, y encerrando en él todas

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