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entereza? Vaya no se puede ponderar. Entonces se ahorcaban hombres á docenas.

Habria mas delitos.

TORCUATO.

SIMON.

¿Mas delitos que ahora? Pues no ves que estamos rodeados de ladrones y asesinos?

TORCUATO.

Segun eso habria menos conocimiento de las leyes?

SIMON.

¿De las leyes? Bueno! Ahí están los Comentarios que escribieron sobre ellas: míralos, y verás si las conocieron. Hombre hubo que sobre una ley de dos renglones escribió un tomo en folio. Pero hoy se piensa de otro modo. Todo se reduce á libritos en octavo, y no contentos con hacernos comer y vestir como la gente de estrangia, quieren tambien que estudiemos y sepamos á la francesa. ¿No ves que solo se trata de planes, métodos, ideas nuevas?... ¡Así anda ello! ¿Querrás creerme, que hablando la otra noche Don Justo de la muerte de mi yerno, se dejó decir que nuestra legislacion sobre los duelos necesitaba de reforma; y que era una cosa muy cruel castigar con la misma pena al que admite un desafío, que al que le provoca? ¡Mira tú qué disparate tan garrafal! Como si no fuese igual la culpa de ambos! Que lea, que lea los autores, y verá si encuentra en alguno tal opinion.

TORCUATO.

No por eso dejará de ser acertada. Los mas de nuestros autores se han copiado unos á otros, y apenas hay dos que hayan trabajado seriamente en descubrir el espíritu de nuestras leyes. Oh! en esa parte lo mismo pienso yo que el señor Don Justo.

Pero hombre...

SIMON.

TORCUATO.

En los desafíos, señor, el que provoca es por lo comun el mas temerario, y el que tiene menos disculpa. Si está injuriado, por qué no se queja á la justicia? Los tribunales le oirán, y satisfarán su agravio segun las leyes. Si no lo está, su provocacion es un insulto insufrible; pero el desafiado...

SIMON.

Que se queje tambien à la justicia.

TORCUATO.

¿Y quedará su honor bien puesto? El honor, señor, es un bien que todos debemos conservar; pero es un bien que no está en nuestra mano, sino en la estimacion de los demas. La opinion pública le da y le quita. ¿Sabeis que quien no admite un desafío es al instante tenido por cobarde? Si es un hombre ilustre, un caballero, un militar, ¿ de qué le servirá acudir á la justicia? La nota que le impuso lo opinion pública, ¿podrá borrarla una sentencia? Yo bien sé que el honor es una quimera, pero sé tambien que sin él no puede subsistir una monarquía; que es el alma de la sociedad; que distingue las condiciones y las clases; que es principio de mil virtudes políticas, y en fin, que la legislacion, lejos de combatirle, debe fomentarle y protegerle.

SIMON.

¡Bueno, muy bueno! Discursos á la moda, y opinioncitas de ayer acá déjalos correr, y que se maten los hombres como pulgas.

TORCUATO.

La buena legislacion debe atender á todo, sin perder de vista el bien universal. Si la idea que se tiene del honor no parece justa, al legislador toca rectificarla. Despues de conseguido se podrá castigar al temerario que confunda el honor con la bravura. Pero mientras duren las falsas ideas, es cosa muy terrible castigar con la muerte una accion que se tiene por hourada.

SIMON.

Segun eso al reptado que mata á su enemigo se le darán las gracias. No es verdad?

TORCUATO.

Si fué injustamente provocado; si procuró evitar el desafío por medios honrados y prudentes; si solo cedió á los ímpetus de un agresor temerario, y á la necesidad de conservar su repucion, que se le absuelva. Con eso nadie buscará la satisfaccion de sus injurias en el campo, sino en los tribunales: habrá menos desafíos, ó ninguno; y cuando los haya, no reñirán entre sí la razon y la ley, ni vacilará el juez sobre la suerte de un

la ropa de su cama, que hubo de volver de su profundo letargo, y me dijo que venia corriendo. Ya yo me volvia muy satis fecho de su respuesta, cuando veo que dando una vuelta al otro lado se echó á roncar como un prior: con que me quité de ruidos, y con grandísimo del tiento le fuí á poco poco corporando; le arrimé las calcetas; ayudéle á vestirse, y gracias a Dios, le dejo ya con los huesos en punta.

TORCUATO.

Muy bien. ¿Y has sabido si tendrémos carruaje?

FELIPE.

in

¿Carruaje? Cuantos pidais. Mientras la Corte está en San Ildefonso, no hay cosa mas de sobra en Segovia; pero como yo no sabia donde era nuestro viaje, no me atreví á ajustar alguno. Si vamos á Madrid, tendrémos retornos á docenas. El coche que trajo al Alcalde de Corte aun no se ha ido , y se podrá ajustar barato. Ah, señor (me acuerdo ahora por el Alcalde de Corte), ¿ no sabeis lo que hay de nuevo?...

(Torcuato nada le responde.)

FELIPE.

Acaban de traer á la cárcel á Juanillo, el criado del Marqués. (Torcuato se inmuta.)

FELIPE.

¡Pobrete! Ahora tendrá que confesar de plano, si no quiere cantar en el ansia. Dicen que sabe cuanto pasó en el desafío de su amo. Par diez él será muy tonto en no desembuchar cuanto ha visto.

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Haz que mis vestidos se pongan en los baules: á Eugenia que te entregue toda mi ropa blanca; y date prisa, porque nuestro viaje es pronto, y durará algunos dias.

FELIPE, aparte.

Aquí hay algun misterio. (Anda por el cuarto poniendo en órden los muebles, y recogiendo alguna ropa de su amo que habrá sobre ellos).

TORCUATO.

Aun no parece Anselmo.... (Sacando el reloj). Las siete y

cuarto. ¡Qué tardo pasa el tiempo sobre la vida de un desdichado !

FELIPE, sin dejar su ocupacion.

¡ Tan recien casado hacer un viaje!... ¡ El está tan triste!... ¿Qué diablos tendrá ?

TORCUATO.

Acaso juzgará intempestiva mi resolucion. Ah! no sabe toda la afliccion de mi alma.

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Cuidado con lo que te tengo prevenido. Si alguien me buscare, que no estoy en casa, y si Don Simon preguntase por mí, que estoy escribiendo.

ESCENA TERCERA.

ANSELMO, TORCUATO.

ANSELMO.

A fe, amigo mio, que me has hecho bien mala obra. ¡Dejar la cama á las siete de la mañana!... Hombre, no lo haria ni por una duquesa ; mas tu recado fué tan ejecutivo... (Despues de alguna pausa). Pero, Torcuato, tú estas triste.... Tus ojos.... Vaya, apostemos á que has llorado?

TORCUATO.

En mi dolor apenas he tenido ese pequeño desahogo.

ANSELMO.

¿Desahogo las lágrimas ?... No lo entiendo. ¿ Pues qué, un hombre como tú no se correria?....

TORCUATO.

Si las lágrimas son efecto de la sensibilidad del corazon, ¡ desdichado de aquel que no es capaz de derramarlas!

ANSELMO.

Como quiera que sea, yo no te comprendo. Torcuato, tus ojos están hinchados, tu semblante triste, y de algunos dias

á esta parte noto que has perdido tu natural alegría. ¿Qué es esto? cuando debieras.... Hombre, vamos claros: ¿quieres que te diga lo que he pensado ? Tú acabas de casarte con Laura, y por mas que la quieras, tener una muger para toda la vida; sufrir á un suegro viejo é impertinente, empezar á sen. tir la falta de la dulce libertad, y el peso de las obligaciones del matrimonio, son sin duda para un jóven graves motivos de tristeza; y ve aquí á lo que atribuyo la tuya. Pero si esta es la causa, tú no tienes disculpa, amigo mio, porque te la has buscado por tu mano. Por otra parte Laura es virtuosa, es linda, tiene un genio dócil y amable, te quiere mucho; y tú, que has sido siempre derretido, creo que no la vas en zaga. Sobre todo (viendo que no le responde), Torcuato, tú no debes afligirte por frioleras; goza con sosiego de las dulzuras del matrimonio, que ya llegará el dia en que cada cual tome su partido.

TORCUATO.

á

¡Ay Anselmo! Esas dulzuras, que pudieran hacerme tan dichoso, se van á cambiar en pena y desconsuelo yo las voy perder para siempre.

ANSELMO.

A perderlas? Pues qué?.... Ah! (Dándose una palmada en la frente). Ahora me acuerdo, que tu criado me dijo no sé qué de un viaje.... Pero yo estaba tan dormido...

TORCUATO.

Tú eres mi amigo, Anselmo, y voy á darte ahora la última prueba de mi confianza.

ANSELMO.

Pues sea sin preámbulos, porque los aborrezco. ¿Puedo servirte en algo? Mi caudal, mis fuerzas, mi vida, todo es tuyo: dí lo que quieres, y si es preciso....

TORCUATO.

Ya sabes que fuí autor de la muerte del Márqués de Montilla, y que este funesto secreto, que hoy llena mi vida de amargura, se conserva entre los dos.

ANSELMO.

Es verdad pero en cuanto al secreto no hay que recelar. Tú sabes tambien cuanto hice con Juanillo, el criado del Marqués, para alejar toda sospecha; pues aunque solo tenia algunos an

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