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yugando á Florencia que rehusó entrar en el tratado general, y autorizado por la Señoría para que pusiera en ella la forma de gobierno que fuera de su agrado, es para nosotros una de las figuras de mas magnitud que pueden verse en la gran galería histórica. Y el humillador del papa prosternado á los pies del pontífice, y el opresor de Italia apareciendo el libertador de los príncipes y estados italianos, y el agitador del mundo presentándose como el pacificador general, podría ser un grande hipócrita, pero no podia menos de ser un grande hombre.

IV.

Revolucion religiosa y politica en Europa.-Lutero: la Reforma.—Conducta de los papas y de Cárlos V.-Dletas de Worms y de Spira.-La Confesion de Augsburgo.-La Liga de Smalkalde.—Enrique de Inglaterra.—Ana Bolena.— La Compañía de Jesus.-El concilio de Trento.—El Interim.— Guerras de religion.-Libertad de conciencia en Alemania ̧

Casi nunca se verifica un cambio material en la condicion de los pueblos sin que ó le preceda ó le acompañe la revolucion moral. Casi siempre ó le produce ó coopera eficazmente á su desarrollo la idea, ese agente poderoso é impalpable, que sacude, derriba y trastorna sin ser visto como el viento, y que

obrando en los ánimos y en los espíritus, mina sordamente el edificio social y prepara los sacudimientos materiales.

La idea que en el siglo XVI. ejerció mas influjo en la situacion material, moral y política de las naciones, y en las relaciones de los pueblos entre sí, fué la de la Reforma religiosa que comenzó á predicar Lutero. Antes que una idea se anuncie formulada y proclamada por un hombre, suele preexistir en los entendimientos de muchos, bien que le falte la combinacion que da la forma. Esto esplica por qué luego que aparece con forma de doctrina encuentra pronto adeptos, y se agrupan prosélitos en derredor del que la enuncia. Si Lutero no hubiera proclamado la Reforma, la habria predicado otro; y á falta del abuso y de la prodigalidad de las indulgencias, habríase servido de otra cualquiera arma para declamar contra la corrupcion de la córte romana y para combatir la desmedida autoridad que de siglos atrás habian ido arrogándose los pontífices. Porque, en efecto, el clero romano daba por desgracia sobrado pábulo á la censura de sus costumbres, y los papas habian llevado demasiado lejos su afan de dominacion temporal, para que en una reaccion de ideas y en cierto progreso de civilizacion no halláran los hombres harto pretesto para sublevarse contra el principio de autoridad llevado á la exageracion.

Dos caminos tuvo Roma para haber ahogado en su

principio la voz de Lutero. El uno era la reforma verdadera de sus costumbres, con lo cual habria quitado el pretesto á las declamaciones del fraile de Wittemberg, y tal vez Lutero no hubiera sido herege; y si hubiera insistido en serlo, no habria encontrado secuaces ni protectores. El otro era el de la energía para sofocar en su origen el primer grito de alarma é inutilizar al primer declamador. Siguiendo Roma un término medio, y alternando entre el rigor y la blandura, desterrando unas veces al innovador y anatematizando su doctrina, dándole otras veces salvo-conducto y admitiendo sus proposiciones á discusion solemne en la dieta del imperio, envalentonábale la blandura, el rigor le exasperaba, y arrastrado á su vez por el halago y por el despecho, de predicador contra la relajacion de costumbres y contra el abuso de las indulgencias pasó á detractor de las mas venerandas prácticas de la disciplina de la Iglesia y á impugnador de los mas sagrados y fundamentales dogmas del catolicismo. Lutero se hizo un herege obstinado é incorregible, un heresiarca desatentado y procaz. Su principio de libre exámen, su sistema de emancipacion del pensamiento, halagaba á los espíritus filosóficos, fatigados de la traba del principio de autoridad. La máxima de independencia temporal del poder pontificio lisongeaba á los príncipes, cansados de la sumision á Roma, ejercitada en poner y quitar soberanos temporales. El ensanche de su doctrina en

punto á moral pública arrastraba á las masas, ávidas siempre de licencia y enemigas de freno. Lutero se encontró pronto con príncipes protectores, con eclesiásticos adictos, con pueblos que le aclamaban como al libertador del género humano: la cuestion religiosa se hizo tambien cuestion política, y tomó proporciones colosales. Y aun las habria tomado mayores, si Lutero hubiese sido menos irritable y bilioso, menos grosero é insultante, si no se hubiera desatado en improperios y denuestos contra lo mas respetable y santo, y sobre todo si el reformador de las costumbres del clero no hubiera escandalizado al mundo con las suyas.

Toda doctrina nueva que alcanza algun éxito encuentra pronto apóstoles que avancen mucho mas allá que el primer iniciador, y esto aconteció al doctor de Wittemberg. Uno de sus primeros discípulos, Munzer, le dejó muy atrás predicando la igualdad absoluta entre todos los hombres, la comunidad de bienes, y todo lo que ha sido comprendido despues bajo el nombre moderno de socialismo, lo cual produjo el levantamiento de los campesinos de Alemania, y aquella guerra sangrienta en que perecieron mas de cien mil labriegos. Lutero se asustaba ya de dos cosas; de las modificaciones que se iban introduciendo en su doctrina,

y

de las conmociones políticas que ocasionaba. No era gran talento el del autor del libre exámen cuando se asombraba de las naturales consecuencias de su obra.

La heregía de Lutero nació en Alemania el mismo año que Cárlos de Austria se coronaba rey de Castilla (1517). Cuando fué á coronarse emperador, encontró ya el imperio contaminado y conmovido con la heregía luterana, y en la dieta de Worms (1521) se halló frente á frente con el reformista. «Nunca este hombre, dijo Cárlos V. al verle entrar, me hará á mí ser herege.» Asi fué; pero no previó que aquel hombre le habia de obligar á dejar de ser emperador. Treinta y seis años mas adelante, en su retiro de Yuste, se arrepentia del salvo-conducto que le habia dado en aquella dieta, y exclamaba: «¡Cómo erré yo en no matar á Lutero!» Le otorgó salvo-conducto para que se retirára, y luego dió un edicto imperial mandándole prender. El edicto de Worms nunca fué ejecutado. En la dieta de Spira se resolvió darle cumplimiento (1529); pero protestaron cinco príncipes y catorce ciudades imperiales. Cuando Cárlos V. volvió otra vez á Alemania, los protestantes le dieron en rostro con la Confesion de Augsburgo, y cuando quiso que se ajustáran á la fórmula católica, le contestaron con la liga de Smalkalde (1530). Los príncipes protestantes del imperio desafiaban ya al mas poderoso monarca del mundo. Los necesitó para que le ayudáran á arrojar los turcos de Hungría, y celebró con ellos el tratado de paz de Nuremberg (1532), que equivalia á un compromiso de tolerancia religiosa. Y Cárlos V. volvió á España con la gloria de haber vencido á tres

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