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CAPITULO II.

FLANDES.—INGLATERBA.

CÉLEBRE SITIO DE OSTENDE.

De 1598 a 1605.

Continúa la guerra de los Paises Bajos en el reinado de Felipe III.—EI cardenal Andrés gobernador de Flandes durante la ausencia del archiduque.-Operaciones del almirante de Aragon en Cléves y Westfalia. Toma de Rhinberg.-Escesos de las tropas del Almirante -Liga de príncipes alemanes contra el general español.-Mauricio de Nassau.-La isla de Bommel.-Van á Flandes los archiduques Alberto é Isabel.-Desgraciada campaña del arcbiduque.-Batalla de las Dunas. Derrota del ejército español.-Recobra Mauricio à Rhinberg.-Guerra incesante que las flotas inglesas y holandesas hacen á las naves españolas en todos los mares.-Empresa frustrada de una armada española contra Inglaterra.-Desembarco de un ejército español en Irlanda.-Sufre un descalabro, capitúla y se vuelve á España.-Muerte de la reina Isabel de Inglaterra y sucesion de Jacobo VI. de Escocia.-Paz entre Inglaterra y España.-Flandes: memorable sitio de Ostende por el archiduque Alberto y los españoles.-Dificultades, pérdidas, gastos inmensos.-Porfiado empeño de todas las naciones.-El príncipe Mauricio de Nassau.-El marqués de Espínola.-Esfuerzos y sacrificios de una y otra parte.—Campaña durante el cerco -Pérdida de Grave y la Esclusa.-Larga duracion del sitio de Ostende.-Mortandad horrible.-Rindese Ostende á los tres años al marqués de Espinola.-Alta reputacion militar del marqués.

La tardía medida de Felipe II. de ceder la soberanía de los Paises Bajos á su hija Isabel Clara Euge

nia y al archiduque Alberto no ahorró á España nuevos sacrificios de hombres y de tesoros, ni menos costosos ni menos inútiles que los que habia consumido ya en mas de treinta años de una lucha tan porfiada como infructuosa. Felipe III. que recibió esta funesta herencia se creyó obligado á sostener aquellos Estados para su hermana, asi por el natural amor á ésta como por honor de la nacion española, sin cuyos auxilios y recursos era en verdad imposible sujetar aquellas provincias, atendida la pujanza que habia tomado la rebelion. Y aun con ellos se pudo y se debió calcular que habia de ser inútil intentarlo; porque si Felipe II. en el apogéo de su poder, con su infatigable laboriosidad, con ministros tan hábiles, despiertos y activos, con generales de la fama, del nervio y de la inteligencia del de Alba, de Requesens, de don Juan de Austria y de Alejandro Farnesio, no habia sido poderoso á domar á los indóciles flamencos, ¿cómo podia esperarse que lo fuese su hijo, indolente como él era, menos entero que antes el poder de España, y con ministros tan ineptos como el de Lerma? Y sin embargo Felipe III. y su primer ministro tuvieron la flaqueza de creer que podrian hacer ellos lo que Felipe II. no habia podido alcanzar.

Cuando el archiduque Alberto salió de los Paises Bajos para incorporarse en Italia á la princesa Margarita (1598) y de alli venir juntos á España á celebrar sus dobles bodas, dejó el gobierno de aquellas pro

vincias á su primo hermano el cardenal Andrés, obispo de Constanza, y el mando de las armas al almirante de Aragon, marqués de Guadalete, don Juan de Mendoza, con órden de que procurára asegurar algun paso sobre el Rhin para poder penetrar en las provincias del Norte, ó en caso de que esto no le fuera posible, acantonar el ejército en el ducado central de Cleves-Berg, porque otra empresa no permitian los costosos gastos que tenia que hacer para su viage, y bos que habia hecho para sosegar los motines de las tropas. Movió en efecto el almirante su ejército, fuerte entonces de diez y nueve mil hombres y dos mil quinientos caballos, y con él ocupó la comarca de Orsoy sobre el Rhin. Mas no contento con esto, confiado en la superioridad de sus fuerzas, determinó poner sitio á Rhinberg. El incendio de un almacen de pólvora que voló el castillo y sepultó bajo sus escombros al gobernador y á toda su familia apresuró la rendicion de la ciudad sitiada (15 de octubre, 1598). Con la entrega de Rhinberg se atemorizaron otras ciudades y fortalezas circunvecinas, de modo que en poco tiempo, rendidas unas y tomadas otras, dominó el almirante de Aragon los paises neutrales de Cleves y de Westfalia, que pertenecian á Alemania, y alojó en ellos el ejército real. Esta violacion de territorio alarmó y conmovió los príncipes y señores del círculo de Westfalia, especialmente al duque de Cleves, al elector Palatino y al landgrave de Hesse, que indignados

no solo contra aquella ocupacion, sino tambien contra los desórdenes, robos, violencias y asesinatos que cometian las tropas españolas, italianas y walonas del almirante, interesaron al mismo emperador y consiguieron de él que intimára á Mendoza la evacuacion de las ciudades y territorios que ocupaba. Desestimada la intimacion por el almirante y el cardenal, resolvieron los príncipes emplear contra ellos la fuerza y las armas, aunque con la lentitud con que suelen obrar comunmente los confederados.

Todavía permaneció el general español en aquellos paises todo el invierno sin ser inquietado, y en la primavera del año siguiente (1599) emprendió la campaña dirigiendo principalmente sus miras y sus operaciones á la isla y ciudad de Bommel, á la cual puso cerco. A la defensa de los puntos atacados acudió el conde Mauricio de Nassau, con poca gente respecto á la que tenia el almirante español, pero bien dirigida, porque era ya un excelente general el hijo del príncipe de Orange. Sin resultado de gran consideracion se mantuvo en aquellos contornos la campaña por ambas partes la primavera y el estío del aquel año, combatiéndose fuertemente asi en tierra como en las aguas de los rios que circundan aquella isla, acometiéndose y rechazándose alternativamente, y levantando unos y otros fortalezas á las márgenes del Mosa y del Waal, entre las cuales fué la mas notable la que el cardenal gobernador hizo construir con el nombre de

San Andrés, y con la que se proponia, como dice un historiador de aquel tiempo, «poner freno á la boca, y yugo al cuello de la Holanda. Pero el conde Mauricio levantó por su parte otro fuerte en la ribera contraria, no tan grandioso, pero suficiente para tener por alli á raya los españoles. El conde Mauricio habia sido reforzado con algunos cuerpos de hugonotes que llevó de Francia el intrépido y entendido general francés La Noue. Pero los príncipes coligados de Alemania habian procedido con tal parsimonia y lentitud, que era casi pasado el estío cuando se presentó su ejército delante de Rhinberg, numeroso sí, porque ascendia á veinticinco mil hombres, pero compuesto de gente nueva, y mandado por un general de muy poca esperiencia como era el conde de la Lippa. Asi fué que sobre sufrir algunos reveses en vez de alcanzar triunfos, moviéronse tales discordias entre los cabos alemanes, quejándose unos de otros entre sí, y culpando todos de inepto á su general, que aunque para componer sus disidencias fué enviado el prudente flamenco Guillermo de Nassau, todo fué inútil: la indisciplina, los desórdenes y la confusion fueron en aumento, y el ejército confederado se desbandó y disolvió por sí mismo (noviembre, 1599), volviéndose atropelladamente los soldados á sus respectivos paises y lugares (1).

(4) Bentivoglio; Guerras de Historia de Rebus Bélgicis, lib, VII. Flandes, lib. V.-Grot., Anales é y VIII.-De Thou, lib. CXXII.

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