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aquel viage le nombró duque de Lerma, título con que se le conoce en la historia. Y mientras indicaba al hábil diplomático y benemérito consejero don Cristóbal de Mora, á quien se debia el reino de Portugal, que sería de su real agrado se retirára de la córte, escribía al asistente y ciudad de Sevilla que festejáran á la marquesa de Denia á su paso por aquella ciudad, dándole cuenta de lo que hiciesen, lo cual les sería muy agradecido, por la grande y particular estimacion que la marquesa le merecia. ¡A tal punto se iba rebajando la magestad de Felipe III. (!»

El mismo marqués de Denia fué el encargado por el rey de cumplimentar á la reina, que habia desem-barcado en Vinaroz (28 de marzo, 1599), lo cual ejecutó acompañado de treinta y seis caballeros, vestidos de encarnado y blanco, que eran los colores de Margarita de Austria. El 18 de Abril hizo la reina su entrada pública y solemne en Valencia, y aquel dia se ratificaron los dos matrimonios, el del rey don Felipe

(4) «Don Diego Pimentel, mi «asistente de Sevilla. Ya habreis «entendido como la marquesa de Denia fué por mar á Sanlúcar á hallarse al parto de la condesa de Niebla su bija: y porque su vuel«ta á Castilla ha de ser por ahí, «me ha parecido avisarlo, y encargaros mucho, como lo hago, tengais particular cuidado de que «entienda esa ciudad de mi parte que de toda la buena acogida y udemostracion que hiciesen con sella quedaré yo muy servido por

«la estimacion que hago de la per«sona de la marquesa, y lo bien que su marido me sirve.... etc.» Zúñiga, Anales de Sevilla, t. IV. p. 194.

La ciudad correspondió cumpl damente á la recomendacion y agasajó á la marquesa, no solo con fiestas, sino con regalos de joyas y hasta dinero, dando esto último argumentos á los poetas para sátiras y epigramas que debieron abochornar mucho á la esposa del favorito.

con Margarita de Austria, y el de la infanta Isabel con el archiduque Alberto. Leyendo aisladamente la relacion de las costosísimas fiestas con que se solemnizaron estas bodas, la descripcion de los magníficos arcos de triunfo, de las comidas, danzas, saraos, toros, fuegos, fiestas, torneos y cañas; de las riquísimas galas y aderezos, del lujo en carrozas y en libreas, en perlas y piedras preciosas, en telas y en brocados, que reyes y príncipes, damas y caballeros desplegaron en aquellos dias; quien leyere que solo el marqués de Denia gastó mas de trescientos mil ducados, sin contar las joyas que regaló á la comitiva de la reina y del archiduque; que subió el gasto del rey en aquella jornada á novecientos cincuenta mil ducados, y el de los grandes y señores de Castilla á más de tres millones, creería que la España se encontraba en un estado brillante de opulencia y de prosperidad.

Pero al tiempo que tales prodigalidades se hacian, el rey se quejaba á las córtes de no poder sustentar su persona y dignidad real, por que no habia heredado sino el nombre y las cargas de rey, vendidas a mayor parte de las rentas fijas del real patrimonio, y empeñadas por muchos años las que habian quedado: celebraban frecuentes reuniones los consejeros para discurrir arbitrios que proponer á los procuradores para socorrer al rey; se intentaba ganarlos para que otorgáran el servicio llamado de la molienda, y en vista de las dificultades que ofrecia se trataba de es

tablecer una sisa general en los mantenimientos. En Valencia se gastaba con profusion escandalosa; en el resto del reino enseñaba su pálido rostro la miseria pública, y en Sevilla se recibia una limosna del Nuevo Mundo, que pronto habia de disiparse y desaparecer como en manos del hijo pródigo.

A invitacion de los catalanes pasaron los reyes de Valencia á Barcelona, (junio, 1599) para celebrar córtes y prestar en ellas el mútuo y acostumbrado juramento. Allí se despidieron el archiduque y la infanta, y recibidos magníficos presentes y mas magníficas promesas de ser socorridos con hombres y dinero de España para acabar de sujetar las provincías rebeldes, partieron para los Paises Bajos (7 de junio) con mas esperanzas que medios y recursos habian de tener para verlas cumplidas. Las Córtes de Cataluña sirvieron al rey con un millon de ducados, con cien mil á la reina, y al marqués de Denia con diez mil, no sabemos con qué título; y acabado el solio y visitado el monasterio de Monserrat, regresaron los reyes por Tarragona á Valencia y Denia (julio), donde se regalaron otra vez en la casa del privado, con razon envanecido de tener por dos veces en tan poco tiempo de huésped al soberano de dos mundos. Alli recibió Felipe embajada de los aragoneses solicitando se dignára pasar á aquel reino á celebrar córtes antes de regresar á Castilla. No les prometió el rey tener cór tes, pero sí visitarlos, y asi lo cumplió.

En honor de la verdad esta jornada de Felipe III. á Aragon se señaló por un rasgo de clemencia y de justicia, que halagó grandemente á los aragoneses, y los predispuso á recibir con tanta magnificencia como regocijo al nuevo soberano. No quiso éste entrar en Zaragoza hasta que se quitáran de la puerta del puente y de la casa de la diputacion las cabezas de don Juan de Luna y de don Diego de Heredia, ajusticiados de órden de Felipe II. por los disturbios y alteraciones de 1591, y se les diese sepultura honrada y se borráran de los muros las inscripciones infamantes que recordaban sus pasadas culpas. Ya en Madrid se habia mandado poner en libertad á la esposa y á los hijos del desgraciado Antonio Perez, prófugo entonces en estrañas tierras. No contento con estos actos de reparacion el nuevo monarca, mandó publicar en Zaragoza un perdon general por las pasadas revueltas, exceptuando solo á Manuel don Lope y á otros dos ó tres que á la sazon se hallaban en Francia, autorizando á todos los demas para que volvieran libres y tranquilos á sus hogares, y declaró al difunto conde de Aranda por buen caballero y leal vasallo, restituyendo la posesion de su estado á su hijo. Loco de júbilo con estos actos el pueblo de Zaragoza, recibió á sus reyes (11 de setiembre) con aclamaciones de fervoroso entusiasmo, y los festejó los dias que alli permanecieron con todo lo que pudieron inventar de mas espléndido y brillante. Juró Felipe mantener y guardar

los fueros del reino, bien que lastimosamente ya quebrantados por su padre: y al ver los aragoneses las buenas disposiciones que hácia ellos mostraba su soberano, rogáronle que al menos les quitára y estinguiera el odioso tribunal de la Inquisicion: Felipe les respondió que lo miraría para mas adelante, y les ofreció que volvería á tener córtes, ya que por entonces no podia detenerse. Sirviéronle ellos con doscientos mil ducados, con diez mil á la reina, al marqués de Denia con seis mil, y con algunos menos á don Pedro Franqueza y á otros secretarios, los cuales vemos por las relaciones que comenzaban de esta manera á tomar dinero de los pueblos, novedad que no podia menos de conducir á la sórdida corrupcion que tanto habremos de lamentar después.

Desde Zaragoza emprendieron SS. MM. su regreso á Madrid (22 de setiembre), bien que antes de entrar en la capital pasaron algun tiempo en solaces y recreos por los sitios reales. La capital de la monarquía celebró tambien la entrada de la nueva reina con públicos y suntuosos festejos (diciembre, 1599), derribando manzanas enteras de casas para ensanchar las calles por donde habia de pasar, que para esto no se economizaban dispendios en el nuevo reinado. Felipe continuó prodigando mercedes á toda la familia de su valido. Entonces fué cuando elevó á duque de Lerma al marqués de Denia, dió á su hijo el marquesado de Cea, y á su nieto el condado de Ampudia. Hizo

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