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Mas se educó en Sorez; Paris y Roma nueva fé le infundieron, vicios nuevos le inocularon. Cátale perdido.

No es ya el mismo: ¡oh cuál otro el Vidasoa torno á pasar! cuál habla por los codos! ¿Quién calará su atroz galimatias? Ni Du Marsais, ni Aldrete le entendieran. Mira cual corre en polison vestido por las mañanas de un burdel á otro, y entre alcahuetas y rufianes bulle. No importa, viaja incógnito con palo, sin insignias y en frac: nadie le mira. Vuelve, se adoba, sale y huele á almizcle desde una milla... ¡Oh! cómo el sol chispea en el charol del coche ultramarino! ¡Cuál brillan los tirantes carmesíes sobre la negra crin de los frisones! Visita: come en noble compañía: al Prado, á la luneta, á la tertulia y al garito despues. ¡Qué linda vida, digna de un noble! ¿Quieres su compendio? Puteó, jugó, perdió salud y bienes, y sin tocar á los cuarenta abriles la mano del placer le hundió en la huesa. ¡Cuántos, Arnesto, asi! Si alguno escapa, la vejez se anticipa, le sorprende, y en cínica é infame soltería,

solo, aburrido, y lleno de amarguras, la muerte invoca, sorda á su plegaria. Si antes al ara de himeneo acoge su delincuente corazon, y el resto

de sus amargos dias le consagra, ¡triste de aquella que á su yugo uncida víctima cae! Los primeros meses la lleva en triunfo acá y allá; la mima, la galantea.... Palco, galas, dijes, coche á la inglesa: ¡míseros recursos! el buen tiempo pasó. Del vicio infame corre en sus venas la cruel ponzoña. Tímido, exhausto, sin vigor.... ¿oh rabia? el tálamo es su potro. Mira, Arnesto, ¡cuál desde Gades á Brigancia el vicio ha inficionado el gérmen de la vida! ¡Y cuál su virulencia va enervando la actual generacion! Apenas de hombres la forma existe.... ¿A dónde está el forzudo brazo de Villandrando? Do de Argüello, ó de Parédes los robustos hombros? ¿El pesado morrion, la penachuda y alta cimera acaso se forjaron para cráneos raquíticos? Quién puede sobre la cuera y la enmallada cota vestir ya el duro y centellante peto? Quien enristrar la ponderosa lanza? Quién.... ¡Vuelve, oh fiero berberisco! vuelve, y otra vez corre desde Calpe al Deva, que ya Pelayos no hallarás, ni Alfonsos, que te resistan. Débiles pigmeos te esperan. De tu corva cimitarra al solo amago caerán rendidos.

¿Y es este un noble Arnesto? ¿Aquí se cifran los timbres y blasones? ¿De qué sirve

la clase ilustre, una alta descendencia sin la virtud? Los nombres venerados de Laras, Tellos, Haros y Girones qué se hicieron? Qué genio ha deslucido la fama de sus triunfos? Son sus nietos á quienes fia su defensa el trono? Es esta la nobleza de Castilla?

Es este el brazo un dia tan temido, en quien libraba el castellano pueblo su libertad? ¡Oh vilipendio! oh siglo! Faltó el apoyo de las leyes: todo se precipita. El mas humilde cieno fermenta y brota espíritus altivos, que hasta los tropos del Olimpo se alzan. ¿Qué importa? venga denodada, venga la humilde plebe en irrupcion, y usurpe lustre, nobleza, títulos y honores. Sea todo infame bebetría; no haya clases ni estados. Si la virtud sola les puede ser antemural y escudo, todo sin ella acabe y se confunde.

NUEVA RELACION

Y CURIOSO ROMANCE, EN QUE SE CUENTA MUY A LA LARGA COMO EL VALIENTE CABALLERO ANTIORO DE ARCADIA VENCIÓ POR SÍ Y ANTE SÍ A UN EJÉRCITO ENTERO DE FOLLONES TRANSPIRENAICOS.

PRIMERA PARTE.

Cese ya el clarin sonoro de la fama vocinglera, mientras que

mi cuerno entona

de Antioro las proezas:
mónstruo de ingenio y pujanza,
á cuya voz se esperezan
de las pirenáicas cumbres
las erguidas eminencias.
Cese

y vague el ronco estruendo
de mi retumbante avena
por el anchuroso espacio
de las cerúleas esferas;
y ya que justa la Fama
supo encaramar sobre ellas
el rumor de sus victorias
tan grandes como estupendas,
lleven ahora del mundo,

por las partes descubiertas,
sus nuevos heróicos triunfos,
los ecos de mi corneta.
Llévenlos, y vuele el nombre
de este fénix de la escena,
desde la tórrida Angola
hasta la helada Noruega;
que no al magnilocuo vate
han de dar siempre materia
los fieros botes de lanza

con que

el Númen de la guerra bate de las altas torres las titubeantes almenas; no siempre del ciego Niño las mas seguras ternezas se han de publicar en breves almibaradas endechas. Venga, pues, el estro hinchado del Dios rubicundo, venga á buscar mi voz y enchirla del nombre y timbres de Huerta. ¿Y dime tu, heróica Musa, qué Dios tremendo á su escelsa vencedora pluma dió

tan descomunadas fuerzas;
fuerzas que abatir lograron
las arrogancias tipheas
de los necios botarates
cimbrios, lombardos y celtas?
¿Dí cómo la heróica fama
de este paladin poeta,

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