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Leon, conquistador de Almería, grande, noble, glorioso como monarca, intrépido, belicoso, invicto como guerrero?

Estos Fernandos y estos Alfonsos eran soberano, que tenian á su disposicion todos los medios y todos los elementos que un reino podia dar de sí la elevacion de su misma dignidad los colocaba á demasiada distancia del pueblo; eran ademas los que le imponian los pechos y gabelas: nobles y pueblos los amaban y respetaban por sus grandes hechos, los admiraban tambien, pero no se familiarizaban con ellos por medio de la poesía popular. Por el contrario, los castellanos estaban dispuestos á celebrar y ensalzar á todos aquellos genios guerreros, valerosos, independientes, que sin el auxilio del rey, contra la voluntad y aun á despecho del rey, arrostrando hasta las iras del rey, sabian hacerse respetar por sí mismos, por su valor y sus hazañas, hasta llegar á desafiar á su propio soberano. Los tres personages favoritos de los romanceros y del pueblo, Bernardo del Carpio, Fernan Gonzalez y el Cid, todos estuvieron en pugna con sus propios monarcas, y alguno se emancipó completamente de ellos. Propensos los castellanos de aquella edad á la independencia, orgullosos con sus recientes fueros, apreciadores de su valor individual, estaban dispuestos á celebrar ó á acoger con favor las poesías que ensalzaban aquellos héroes salidos de ellos mismos, que á pesar del odio y la persecucion del moΤΟΜΟ Υ.

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narca sabian hacerse una fortuna ó un estado independiente, y mas cuando tenian por injusto el odio del rey como sucedia con el de Alfonso respecto del - Cid.

«¡Dios, qué buen vasallo, si oviese buen Señor!>>

ponia el autor del Poema en boca de todos los ciudadanos de Burgos cuando el Cid pasaba desterrado por el rey de Castilla. Si á esto agregamos la lealtad á aquel mismo rey cuyo enojo sufria, su maravillosa intrepidez, su actividad prodigiosa, sus triunfos sobre los moros, su arrogancia, y muchas veces su generosidad, cualidades de alto precio para los castellanos, no estrañaremos le hiciesen tema perpétuo de los romances populares.

Un ilustrado español de nuestros dias ha hecho el siguiente juicio del Cid. «Cuando una region (dice) se halla dividida en estados pequeños, enemigos unos de otros, es frecuente ver levantarse en ellos caudillos que fundan su existencia en la guerra y su independencia en la fortuna. Si la victoria corona sus primeras empresas, al ruido de su nombre y de su gloria acuden guerreros de todas partes á sus banderas, y aumentando el número de sus soldados consolidan su poderío. Especie de reyes vagabundos, cuyo dominio es su campo, y que mandan toda la tierra en donde son los mas fuertes, los régulos que los temen ó los necesitan compran su amistad ó su asistencia á fuerza de humillaciones y de presentes: los que resis

ten tienen que sufrir todo el estrago de su violencia, de sus correrías y de sus saqueos. Cuando ningun príncipe los paga, la máxima terrible de que la guer, ra ha de mantener la guerra es seguida en todo rigor, y los pueblos infelices, sin distincion de aliado y de enemigo, son vejados con sus extorsiones, ó inhumanamente robados y oprimidos. Héroes para los unos, foragidos para los otros, ya terminan miserablemente su carrera, cuando deshecho su ejército se deshace su poder; ya dándoles la mano la fortuna, se ven subir al trono y á la soberanía. Tales fueron algunos generales en Alemania cuando las guerras del siglo XVII., tales los capitanes llamados Condottieri por los italianos en los dos siglos anteriores, y tal probablemente fué el Cid en su tiempo, aunque con mas gloria y quizá con mas virtudes "").»

Sentimos no estar de todo punto conformes con la idea que este nuestro distinguido compatriota ha formado del Campeador, si bien sus últimas palabras denotan ya suficientemente cuánto se distinguió de los condottieri de Italia el ilustre capitan español. Nosotros mismos que desaprobamos la conducta de Rodrigo Diaz con el monarca leonés en Carrion, que censuramos su arrogancia en Burgos y la humillacion que con su juramento hizo sufrir al rey, no podemos menos de admirar la fidelidad que guardó siempre á aquel mismo monarca á pesar de haber experimen

(1) Quintana, Vidas de Españoles célebres: en la del Cid.

tado en tantas ocasiones ó su desvío, ó su enojo, ó su mal querer; la modestia y lealtad con que habiendo podido formar para sí un 'estado y señorío independiente, guardó y sometió sus importantes adquisiciones á su rey y señor. Digna de admiracion, si no de elogio, hallamos tambien la astucia y la política con que el Cid se manejó con tantos príncipes musulmanes y cristianos. La importante conquista de Valencia fué obra no menos de habilidad y de destreza que de perseverancia y de valor, y su éxito hubiera acreditado de grande á un poderoso soberano cuanto mas á un simple caballero sin otros elementos que los que con su brazo y su espada y con la fama de su nombre supɔ adquirir. Si no se conservó Valencia para el cristianismo despues de su muerte, ya no pudo ser culpa suya: seríalo de las circunstancias, ó seríalo de Alfonso que la destruyó y abandonó. Hallámosle muchas veces generoso con los vencidos; vémosle ciertamente en otras duro y cruel en el castigar, y el suplicio de Ben Gehaf fué á todas luces horrible; ¿pero no le atenuará nada la rudeza de la época, y el modo como en su tiempo se trataba y consideraba á los musulmanes? (4)

(1) Sin disculpar, ni menos justificar aquella inhumana accion del Cid, citaremos un comprobante de la manera como en aquellos tiempos se miraba á los sarracenos. Quiso Sancho Ramirez de Aragon enlos Fueros de Jacaaliviar la suerte de los musulmanes cautivos, y

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creyó haber dado un brillante testimonio y notable rasgo de clemencia y generosidad con la medida siguiente: «Si alguno ha tomado en prenda de su vecino un esclavo ó esclava sarracena, enviele ȧ mi palacio, y el dueño del esclavo ó esclava déle pan y agua;

Duélenos tambien sobremanera que el brioso capitan, el batallador invicto, el campeador insigne, el que humilló é hizo tributarios tantos reyes mahometanos, el que venció á tantos poderosos príncipes, hiciera alianzas con los sarracenos contra los monarcas cristianos; que amigo y confederado del emir de Zaragoza, combatiera y aprisionára al conde barcelonés; que sirviendo á los Beni-Hud enrojeciera con sangre cristiana los campos de Aragon é hiciera á las madres catalanas llorar á sus hijos cautivos con mengua de la caballería y menoscabo de la cristiandad. Cuando hablábamos de Fernan Gonzalez dijimos: «Notamos con orgullo entre otras nobles cualidades del conde Fernan Gonzalez la de no haberse aliado nunca con los sarracenos ni transigido jamás con los enemigos de su patria y de su fé: cualidad que desearíamos sacar á salvo en mas de un monarca cristiano y en mas de un celebrado campeon español de los que en la galería histórica irán apareciendo ().» Cuando esto escribíamos, teníamos nuestro pensamiento en el Cid Campeador. Menester es no obstante confesar, por mas que nos sea doloroso, que esas alianzas con los mahometanos que nuestra severidad histórica nos obliga á condenar, eran tan frecuentes en aquellos tiempos que debemos creer se miraban como su

porque es un hombre y no debe morir de hambre como una bestia. Ja medida del legislador prueba cual seria la idea que el

pueblo tendria de sus deberes para con un musulman.

(1) Part. II. lib. I. cap. 47 de nuestra Historia.

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