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en la capitulacion de Villafranca, le declararon por públicos pregones enemigo de la república, mandando que si fuese habido se le tratase como á cualquiera otra persona de su partido. Esta declaracion prueba á la verdad el poco aprecio que D. Juan s les merecia y ademas el escasísimo respeto á la dignidad real: pero no es esto unicamente lo que algunos deducen de semejante acto, sino que aprovechando esta como otras ocasiones, califican á los sublevados de "gente feroz y mal intencionada." Si al referir un suceso de tanta importancia se dijese lisa y llanamente la verdad, no nos veríamos de nuevo en el caso de hacer notar las inexactitudes en que por descuido ó malicia algunos han incurrido y que por amor al buen nombre de Cataluña deben ser detenidamente corregidas. No es por cierto la simple declaracion del Rey como enemigo del pais lo que exalta á algunos escritores y les induce à usar de dichas calificaciones, pues aun→ que ciegos no pueden desconocer este derecho espreso literalmente en los capítulos de Villafranca; sino que aseguran que fué tanto el furor de los rebeldes, que la Diputacion con beneplácito de la ciudad de Barcelona, y queriendo privar á toda la familia real del derecho que à mandarles tenia, declaró "que el Príncipe D. Hernando á quien habian jurado y recibido por señor, era persona privada y quedaba depuesto del señorío y por públicos pregones le dieron por enemigo manifiesto del Principado: siendo de diez años." Al leer estas palabras se dirá que efectivamente fué muy dura y desacertada esta conducta: pero sucedió esto así? la declaracion de D. Fernando como enemigo del pais se hizo como se supone? De ninguna manera. De las palabras que hemos copiado de un escritor cuyo nombre callamos por respeto a la buena opinion que de él se tiene, se deduce que el Príncipe fué declarado enemigo espresamente y como tal escluido de la sucesion; mas deseosos nosotros de averiguar la verdad en asunto tan importante hemos buscado en vano un documento que lo justifique. El "Llibre de algunes coses assenyalades” del archivo municipal de Barcelona, describe cuanto ocurrió de notable en esta guerra, y al hablar de este suceso di

ce así: "per quant lo senyor Rey era intrat en lo principat de Cathalunya ço es á Balaguer ma armada rompent la capitulacio per ell é per la terra fermada tratantnos com á enemichs é per tal fou á vIII del present (Junio de 1462) lo dit señor publicat per enemich de la terra é no solament ell mes encara los que son é seran ab lo dit senyor Rey." De estas últimas palabras dedujo sin duda el primero que habló de este asunto que D. Fernando fué declarado enemigo del Principado; mas aunque efectivamente lo fué, no empero del modo directo, espreso, con que algunos lo dan á entender. D. Fernando fué declarado enemigo del pais pero no como Príncipe, sino como partidario de D. Juan: lo fué porque hizo armas contra la causa que Cataluña defendia. Y aun asi, no lo fué en la época que se dice, en la que por su corta edad nada podia hacer contra los sublevados, sino algunos años despues en que voluntariamente quiso tomar la espada: y por fin no fueron los catalanes los que tal hicieron, sino él mismo que sabiendo la declaracion arriba espresada, quiso libre y espontáneamente hacerles la guerra. Ahora bien, es esto lo que las palabras que al principio de esta impugnacion hemos copiado quieren decir? Es imparcialidad, es buena fe decir que D. Fernando a quien los catalanes habian jurado y recibido por señor fué declarado enemigo manifiesto del Principado y añadir para colmo de malicia siendo de diez años? Mucho nos aflige el ver que por una necia prevencion se caiga en tales inconsecuencias.

Entretanto el Conde de Pallars batia furiosamente la Gironella, de la cual sin duda se hubiera apoderado á no haber entrado en Cataluña el Conde de Foix à la cabeza de setecientas lanzas francesas, con que Luis onceno ausiliaba al Rey de Aragon conforme a lo pactado. En efecto habiendo aquel vencido en Portús al Vizconde Rocaberti, que quiso impedirle el paso, se apo deró de Figueras y se dirigió apresuradamente à salvar á la Reina, cuyos apuros sabia. Al llegar esto á conocimiento de Pallars, levantó el campo y se marchó por Hostalrich á Barcelona, mientras Foix se dirigia á Gerona que à su aproximacion le abrió las puertas. En esta ocasion no podemos menos de tributar

elogios á la noble conducta de D.a Juana, que à pesar de los insultos que muchos gerundenses la prodigaron durante el sitio, concedió perdon general al recobrar la libertad perdida. No desmayaron los catalanes por tan infausto suceso, antes sabiendo los gefes del ejército situado en Tárrega llamado la Bandera de Barcelona "que Juan de Saravia, uno de los mas intrépidos partidarios del Rey, se habia retirado al castillo de Rubinat despues de haberse apoderado de un precioso botin, se dirigieron con bastantes fuerzas á sitiarle. Nada consiguieron sin embargo, porque reunidas por el Rey todas las que halló á mano, corrió á su socorro y derrotó al ejército contrario, á pesar de ser mucho mayor que el suyo. Se dice que en esta batalla murieron mas de trescientos hombres del ejército catalan entre ellos D. Jofre de Castro, y que en el alcance otros setecientos sufrieron igual suerte. Muchos fueron los prisioneros; pero merecen particular mencion D. Hugo y D. Guillen de Cardona, D. Roger de Eril, Juan de Agulló y Valseca, á los cuales menos al último, sacrificó D. Juan á su encono, cuyo ardor no pudo templar la sangre de los mil que perecieron en la batalla.

Esta derrota y el sitio que inmediatamente sufrió Tárrega abatieron un poco el ardimiento de los sublevados; pero exaltado este nuevamente por los sermones del célebre orador sagrado Fr. Juan Cristoval Gualbes, en los que despues de referirles las persecuciones del Príncipe D. Carlos les incitaba á vengar su injusta muerte, resolvieron apurar todos los medios de resistencia antes que entregarse á los que creian asesinos de su Príncipe adorado. Para ello, despues de varios pareceres, determinaron la Diputacion y el Consejo de Barcelona el dia 14 de Agosto de 1462, entregarse al Rey de Castilla mediante la condicion, sin embargo, de que respetase los usages de Barcelona y las constituciones y privilegios de Cataluña. Al dia siguiente de tomada esta resolucion, partió á Castilla un caballero llamado Copons con encargo de ponerla en conocimiento de D. Enrique y pedirle en caso de aceptacion un ausilio eficaz y pronto. Vacilaba al principio el castellano; pero dominado al fin por la ambicion

dejó á un lado la incertidumbre, aceptó la oferta y prometió el socorro que se le pedia. (Nota 8.) Era su intencion marchar inmediatamente á Barcelona à recibir el juramento de los catalanes; pero negocios importantes le detuvieron en su reino, motivo por el cual el 11 de Setiembre dió poderes al Prior D. Juan de Beamonte y al Bachiller D. Juan Ximenez de Arévalo, para que en su nombre recibiesen el juramento de fidelidad de aqueIlos naturales. Hízose asi, llegaron los comisionados à Barcelona, y se verificó este acto el dia 13 de Noviembre de 1462 "ab les protestacions e forma acostumada" (1). No fueron vanas las promesas de Enrique 4.o, pues luego que supo que se le habia jurado fidelidad envió seiscientos caballos á la frontera de Aragon y algunos otros á los estados de D. Juan Ixar, que tambien se habia declarado contra el Monarca. Estos sucesos causaron á Don Juan 2.o una viva inquietud, pues veia con dolor que ausiliado por el Rey de Castilla, volveria à reanimarse el abatido espíritu de los rebeldes. Estos habian sufrido pérdidas de consideracion: ademas de los muchos que perecieron ó fueron hechos prisioneros en las correrías de D. Alonso de Aragon y del Arzobispo de Zaragoza, los de la bandera de Barcelona se vieron-obligados á abandonar Tárrega, que cayó al momento en poder del Rey, y á hacerse fuertes en Cervera. Santa Coloma, Martorell, Moncada, Vergés y algunas otras villas sufrieron la suerte de Tárrega, por cuyas rápidas victorias se envalentonaron tanto las tropas reales, especialmente los franceses, que pidieron al Monarca con las mayores instancias que les permitiese poner cerco à Barcelona, á lo cual éste condescendió, no porque asi le pareciese conve-niente, pues su intencion era no sitiar la capital hasta haber reducido la comarca, sino por complacerles, pues como dice Abarca, los necesitaba. Sin embargo, pronto conocieron uno y otros la inutilidad de semejante sitio. Los Barceloneses provistos de gente y vituallas, se rieron de su audacia; y en las frecuentes salidas que verificaron les dieron á conocer el valor que tenian y

(1) Llibre de algunes coses assenyalades.

el poco cuidado que su cerco les daba. Viendo D. Juan humillado su poder ante los muros de Barcelona, levantó el sitio á los veinte dias y se dirigió á Villafranca de la que se apoderó despues de una tenaz resistencia que le costó la vida de muchos caballeros entre los cuales es digno de contarse el Senescal de Bigorra, cuya muerte vengó degollando sin piedad á cuatrocientos hombres que se habian refugiado en la iglesia.

Los males que nuestra desgraciada patria estaba sufriendo no pudieron menos de llamar la atencion de algunos Monarcas estrangeros, los cuales interpusieron su mediacion para que aquellos terminasen. El Papa envió un nuncio apostólico á D. Juan y á los catalanes rogándoles que se concertasen, y el Rey de Francia un embajador al de Castilla para que se viese con él y pusiese en sus manos los resentimientos que tenia contra D. Juan. Logró este el objeto de su mision; pero el rigor con que en aquella sazon trataba D. Juan á D.a Blanca, convenció á los sublevados de que si este les perdonase no obraria de buena fe, y asi contestaron al nuncio negativamente.

Entretanto no pudiendo los vecinos de Perpiñan soportar la insolencia de los franceses, que segun lo pactado por los Reyes de Aragon y Francia, ocupaban su castillo, le pusieron cerco y se apoderaron de él: mas el sagaz Luis onceno aprovechando esta ocasion, les envió setecientas lanzas que no solo se apoderaron de Perpiñan, si que tambien de todo el Rosellon y la Cerdaña. Semejante conducta y mas que todo la asombrosa candidez de D. Juan, que despues de haberse esto verificado, envió á Luis la lugartenencia de aquellos dos condados, irritaron mucho á los catalanes que decian en alta voz que el Rey queria desmembrar los estados de su corona.

De Villafranca pasó este à Tarragona de la que junto con su campo y el de Urgel se apoderó con la ayuda de los franceses, á los que dejó diseminados por sus pueblos mientras que él y Foix se dirigian á Balaguer. No era otra la suerte de los sublevados en el Ampurdan: D. Pedro de Rocaberti no solo derrotó al Baron de Cruillas que le tenia sitiado en Gerona y al Conde de Pa

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