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una parte del populacho ignorante à quien siempre convence el último que le habla, de suerte que un dia que D.a Juana hizo ver que queria marcharse, se presentó á ella una turba de mil doscientos hombres que la pidieron que no lo hiciese y le ofrecieron sus vidas en defensa de su marido. Esta ridícula farsa produjo un resultado muy diverso del que la Reina deseaba la Diputacion y el Consejo castigaron ejemplarmente á los gefes del motin, y persuadidos completamente los Diputados partidarios de la esposa de D. Juan que sus intenciones eran romper la capitulacion de Villafranca, se unieron muy estrechamente con el consejo para resistir con mayor entereza cuanto se intentase contra lo estipulado.

En este estado se dió en Castilla la sentencia que debia terminar las diferencias de su Rey con el de Aragon. En ella se mandó que hubiese paz entre los dos reinos y que D. Enrique restituyese à D. Juan todo lo que tenia ocupado en Navarra quedándose como en rehenes algunos castillos; que se devolviesen á todos los que siguieron à D. Carlos y posteriormente à D. Enrique todos sus bienes y dignidades; y que se pusiese inmediatamente en libertad á los prisioneros. Esta sentencia agradó á todos, y por lo tanto fué despues ratificada por los dos Monarcas. D. Juan que vió cuan mal se preparaban los negocios de Cataluña, dió en Olite los mas amplios poderes al Conde de Foix para que concluyese lo mas pronto posible la concordia pactada con Luis onceno. No se descuydó el apoderado y asentó la mas estrecha. alianza que se podia esperar, siendo una de las condiciones que su hijo mayor se habia de casar con Magdalena, hermana del frances. "Fué cosa muy pública, dice Zurita, y despues se fué confirmando por el sucesso, que la principal condicion que intervino en el matrimonio de Gaston de Foix nieto del Rey de Aragon con la hermana del Rey de Francia, fué que se le dió como en dote que la persona de la princessa (D.a Blanca) se entregasse al Conde de Foix: para assegurarlo de la sucession y de su hijo en el reino de Navarra." Para mayor seguridad de este convenio se concertaron vistas de los dos Reyes que se celebraron

entre Salvatierra que ocupaba el frances y San Pelayo en que residia D. Juan. Allí ratificaron los dos esta alianza asentando ademas que el primero socorreria á este, mientras durase la guerra de Cataluña, que ya tenia por cierta, con setecientas lanzas, en recompensa de lo cual recibiria del Aragones doscientos mil escudos para cuyo pago obligaba las rentas de los condados de Rosellon y Cerdaña, pagados los cargos à que estuviesen afectos.

Al ver D. Juan que nada debia temer del Rey de Castilla ni con mucha probabilidad del de Francia, y sosegados por otra parte los disturbios de Navarra, creyó que los catalanes humillarian su cerviz al ver que podia exigirles con la fuerza lo que por medio de su muger les pedia, pero no fué así. Para atemorizarlos se alió, como ya hemos visto, con sus vecinos, y poco despues desplegó en Aragon un grande aparato de guerra, mas todo fué en vano. Los catalanes celosos en estremo de lo pactado no consintieron la mas mínima infraccion. En tal conflicto dió órden á D.a Juana de que fuese ganando partidarios y que cuando se creyese con bastantes fuerzas se lo avisase, pues él confiaba tambien en el Arzobispo de Tarragona, Conde de Prades, Palou y Gualves, caballeros de Barcelona que tenian muchas gentes á sus órdenes. Era su intencion entrar en el Principado por la parte de Aragon y hacer sublevar á los suyos de la capital á la voz de ¡ viva el Rey!; pero este plan que hubiera alcanzado sin duda el objeto que su autor se propusiera, quedó frustrado pues llegó á oidos de la Diputacion y del Consejo. Al ver la infamia con que se queria violar la fe jurada para lo cual D.a Juana habia ya puesto dos veces los medios, escitada por la memoria del malogrado D. Carlos, muerto (segun entonces se creia) por el tósigo dado por los mismos, al ver que en esta sazon le faltaban á la palabra real, lanzó Barcelona un grito de indignacion, de rabia, de orgullo ofendido y á su eco la Reina huyó despavorida de su recinto el dia 14 de Marzo de 1462 con direccion à Gerona, y so pretesto de ir á apaciguar algunos disturbios del Ampurdan.

Mientras esto pasaba en Cataluña, tenian lugar en Navarra

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algunos hechos que merecen nuestra particular atencion. La Princesa D.a Blanca que desde la concordia celebrada por Don Carlos á su vuelta a España desde Sicilia, estaba en poder de su padre en Olite, recibió de este una órden para que se preparase para marchar con él á ver el Rey de Francia, con cuyo hermano decia que queria casarla. Verificóse la marcha en efecto aunque muy à su disgusto, y despues de haberse dirigido á varias partes, la hizo conducir á Roncesvalles donde el 23 de Abril de 4462, hizo un solemne manifiesto en que decia que la llevaban contra su voluntad, que tenia entendido que la iban á entregar á Luis onceno y al Conde de Foix y hacerla renunciar en favor de su hermana Leonor y sus hijos ó de D. Fernando de Aragon, al derecho que tenia à la corona de Navarra que le habia dejado el Príncipe de Viana en tu testamento que si esto se verificaba, seria contra su voluntad, y por lo tanto que protestaba contra cualquier renuncia que no fuese hecha en favor de D. Enrique de Castilla ó del Conde de Armaignac. Llegada despues à San Juan del Pie del Puerto dió poder el 26 del mismo mes al Rey de Castilla, al Conde de Armaignac, al Condestable de Navarra, å D. Juan de Beamonte y á D. Pedro Perez de Irurita para que procurasen su libertad, permitiéndoles si no la conseguian por medios suaves, que la emprendiesen por via de guerra, y para hallar quien con mas interes les ayudase, les autorizó para tratar su matrimonio con cualquiera Príncipe ó Rey. Estando en el mismo punto y habiendo sabido el último de Abril que la iban á llevar á San Pelayo para hacerla renunciar allí sus derechos al cetro de Navarra, conociendo cuanto el Rey de Castilla habia ayudado a su hermano, y considerando qué él era el único que podia vengar sus respectivas muertes, le hizo donacion de aquella corona y demas estados que habia heredado de D. Carlos, privando espresamente de la sucesion à D.a Leonor su hermana. Todos estos actos de desesperacion fueron tan inútiles como lo habian sido sus lágrimas y ruegos, pues allí fué entregada en nombre de los Foix al Captal de Buch que la llevó al castillo de Ortez del señorío de Bearne, donde murió envenenada por orden

de su hermana el dia 2 de Diciembre de 1464. Asi acabó Doña Blanca sus dias aun mas lastimeramente que D. Cárlos. Este, víctima como ella de la ambicion, murió al menos entre amigos que le asistieron en su enfermedad con tanto esmero como lo hubiera hecho una madre; mas; cuan dolorosos no serian los últimos momentos de D.a Blanca al verse abandonada, prisionera, y que si alguien estaba á su lado era para gozarse en sus tormenaftos, para mofarse de sus agravios! Víctimas infelices de la mas negra perfidia, vuestras desgracias afligieron á cuantos las presenciaron, y conmueven aun á quien despues de tanto tiempo aprende para lo futuro la esperiencia de lo pasado en nada se tuvieron vuestras virtudes, en nada vuestra inocencia, la ambicion estendió sus negras alas sobre vosotros, y os fué fatal en estremo. Vuestra triste suerte os habrá valido mucho ante el Supremo Juez; pero la tierra, en que tanto padecisteis, recordará con horror vuestra cruel persecucion y con piedad vuestro trágico fin. Escritores ilustres y numerosos os han consagrado infinitas vindicaciones de vuestra inocencia, y han desvanecido enteramente el borron con que se ha querido empañar el brillo de vuestros nombres: nosotros simples relatores de vuestros hechos, no creemos haber logrado tanto, pero sentimos infinito vuestros inmerecidos desastres, y ya que mas no podemos, tributamos á vuestra memoria una lágrima sincera que nace del corazon.

Hemos referido las persecuciones y desgraciado fin de Doña Blanca sin seguir al mismo tiempo el relato de los sucesos de Cataluña, por no vernos obligados à interrumpir á cada paso el hilo de la guerra que vamos à referir, aunque muy brevemente.

Al ver D. Juan 2.° cuanta resistencia encontraban sus planes en Barcelona, no queriendo sufrir por mas tiempo la ignominia de no poder entrar en una provincia suya, dejó toda consideracion y dirigiéndose á Balaguer, se apoderó de ella. Esta infraccion de la concordia de Villafranca fué la señal de la sublevacion del Principado: la Diputacion mandó apercibir á la gente de armas y con intervencion y consentimiento del Consejo de Barcelona fueron sacadas y bendecidas las banderas con las sc

lemnidades acostumbradas, despues de haber sido castigados muy severamente los pocos que à ello se oponian. Juntose inmediatamente un numeroso ejército, à cuyo frente fué colocado el animoso Hugo de Roger, Conde de Pallars, y conociendo este que el éxito de la guerra consistia en apoderarse de la Reina y del Infante, marchó con mucha rapidez á sitiar á Gerona apoderándose al paso del castillo de Hostalrich y venciendo à Verntallat, gefe de los vasallos de la Remenza, que seguian el partido de D. Juana. La ciudad fué batida por el intrépido Conde con tanto denuedo que a pesar de la resistencia que opusieron muchos y muy valientes capitanes que la Reina tenia á su lado, tuvo ésta que abandonarla y refugiarse en el castillo llamado de la Gironella, contra el cual el Conde dirigió inmediatamente su artiHlería la que de tal suerte vomitó fuego, que es fama que en un dia se dispararon cinco mil tiros.

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Al mismo tiempo se sublevaron Lérida, Cervera, Villafranca y otras muchas ciudades y villas, y el Rey que iba á socorrer á D. Juana tuvo que retroceder y volver á Balaguer por no creerse capaz de resistir al ejército que para impedírselo salió de Barcelona al mando de Juan Agulló. Vuelto á Balaguer, derrotó por medio de una emboscada á una partida de los de Lérida, al mismo tiempo que su hijo natural el Arzobispo de Zaragoza hacia otro tanto con una de los de Tàrrega, y que los catalanes perseguian con el mayor ahinco á los que no obraban como ellos. Nadie habia entre estos que se conservase neutral: casi todos los catalanes tanto nobles como plebeyos se declararon contra Don Juan, mas otros hubo que abandonando sus bienes á merced de la revolucion, se ofrecieron al Monarca con todo su poder. Contábanse entre estos el Conde de Prades, el Arzobispo de Tarragona, D. Mateo y D. Pedro Ramon Moncada, D. Guillen de Cervelló y D. Antonio Cardona. El Rey los recibió con mucha distincion, agradeciendo tanto más la conducta de estos caballeros, cuanto á cada instante recibia mayores pruebas del odio que casi todo el Principado le profesaba. En efecto, al saber los Diputados y Concelleres su entrada en Cataluña contra lo establecido

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