tiempos. Que en aquellos dias de llanto se esperimentaron curaciones y otros sucesos estraordinarios está fuera de duda: los dietarios de la Diputacion, los del Consejo y el "llibre de algunes coses assanyalades" lo atestiguan si esto fué casualidad ó milagro del Príncipe, no lo diremos porque no nos hallamos autorizados para decidirlo; solo si que fué mucha casualidad la repeticion de tantos sucesos maravillosos que asombraron á millares de testigos. Pero para probar que no era infundada la credulidad de aquellas gentes, nos bastará decir que à mediados del siglo pasado cuando ya habian transcurrido trescientos años desde estos sucesos y por lo tanto no podia atribuirse à espíritu de partido lo que se dijese en pro de esta opinion, Finestres en su historia de Poblet hablando de D. Carlos escribia lo siguiente: Estuvo su cuerpo en el presbiterio de la Catedral de Barcelona hasta el año 1472 que de órden del Rey su padre lo trajo á Poblet el Abad D. Miguel Delgado, y conserva hoy dia una admirable integridad y viendo un legado apostólico el don de curacion que Dios le está continuando, dió licencia año 1542 para separar del cuerpo un brazo que se guarda con veneracion en la sacristia del monasterio, y un dedo que se guarda en la iglesia del priorato de San Vicente de Valencia, y al contacto de estas reliquias esperimentan frecuentemente los enfermos que devotamente le invocan maravillosas curaciones." Ahora bien, cuando en el siglo pasado se escribian estas palabras ¿ se podrá calificar de " mentirosa y ruda liviandad" la buena fe de los barceloneses de tres siglos antes? ó querrá tambien el jesuita acusar de ruda y mentirosamente liviano al Legado apostólico que hizo la concesion arriba mencionada y al buen Finestres que la creyó? Si esto fuese asi, sentiríamos formalmente que fuese un eclesiástico quien tal hiciera. Por lo demas la ciudad de Barcelona que tanto le habia amado en vida, determinó honrarle cuanto pudiese despues de muerto, para lo cual puestos de acuerdo los Diputados y Consejeros de Ciento, le hicieron celebrar las mas espléndidas exéquias entre las que lo mas notable fué el entierro, pues à él asis tió ademas de muchos prelados, grandes, diputados, concelleres, nobles, comunidades y ciudadanos, tan gran número de pueblo, que pasaban de quince mil personas las que seguian el féretro. Prueba la mas convincente del grande amor que los barceloneses profesaban á D. Cárlos, del cual dice Sandoval "que, perdieron en él todos los Españoles el mejor Rey que ha tenido España." Esparcióse inmediatamente despues de su muerte la voz de que en Morella le habian dado un veneno lento que ocasionó su temprana muerte, y Quintana añade que al poco tiempo murió tambien su repostero de resultas de haber gustado unas yerbas que en aquella villa se dieron al Príncipe, y al que despues de abierto hallaron los pulmones podridos como á su amo. Esta circunstancia unida à las demas razones que tan oportunamente menciona el referido escritor, esto es, el rencor de la madrastra, la ambicion de que reinase su hijo D. Fernando, el enojo de su padre, la rabia de tener que soltarle de la prision á los gritos de los pueblos indignados, no haber tenido un dia bueno desde que salió de Morella, la frecuencia con que se usaba el veneno en aquel tiempo, y la manera bárbara con que trataron despues á D. Blanca, á todo lo cual nos atrevemos á añadir la constante armonía que durante estos últimos años reinó entre D. Juan y su esposa y los Condes de Foix, que a pesar de las reiá teradas súplicas de D. Carlos nunca fueron separados del gobierno de Navarra, y la aparente humildad con que condescendieron á todas las inadmisibles exigencias del Principado, son para nosotros algo mas que indicios de la verdad de aquel rumor. Todas estas razones unidas à lo reciente que estaba la muerte de D. Carlos, convencieron á las gentes de que este habia sido víctima de la ambicion de su madrastra y de su hermana Leonor y de la debilidad sino encono de su padre: opinion confirmada por la impaciencia con que el Rey hizo jurar á D. Fernando por primogénito de Aragon despues de la pertinacia con que siempre lo negó al hijo de D.a Blanca, que si fué jurado como tal, se hizo sin el consentimiento paterno. Efectivamente apenas verificadas las exéquias del Príncipe de Viana, D. Fernando fué jurado por las Córtes aragonesas que se celebraron en Calatayud el dia 14 de Octubre de 1461. Y á pesar de que sin la edad de catorce años no podia segun la ley ejercer jurisdiccion civil ni criminal y de que aun no habia cumplido diez, su padre solicitó que se le dispensase la edad, peticion de la que tuvo que desistir, temiendo con razon que las Córtes le desairaran al ver la contradiccion de esta conducta con la que observó con el difunto. Segun los capítulos de Villafranca D. Fernando debia obtener despues de la muerte de D. Carlos la lugar-tenencia y gobierno del Principado. Por este motivo y para que fuese jurado, le envió el Rey á Cataluña en compañía de su madre que debia ejercerla en su nombre. Al llegar á Lérida hizo el juramento acostumbrado, y desde luego empezó á gobernar, como hijo primogénito, gobernador y lugar-teniente general del Rey. Internáronse inmediatamente en Cataluña y aunque al llegar á Monserrate recibió cartas de los de Barcelona en que avisaban á la Reina que no pasase mas adelante, no quiso leerlas ni dar audiencia á los mensageros hasta estar en Valldoncellas, á donde se dirigió inmediatamente. En esta ocasion los Diputados é individuos del Consejo estaban sumamente divididos: unos decian que no debia permitírsele la entrada en la capital del Principado, puesto que ella habia sido la causa de todos los pasados males en los cuales envolveria segunda vez à la república, si gobernaba en nombre de su hijo D. Fernando; pero otros mas estrictamente amantes de la justicia opinaron que segun capitulacion firmada en Villafranca, no podia impedírsele, y que obrar de otra manera seria provocar sin ningun motivo la cólera del Rey D. Juan. Esta opinion fué la que prevaleció. En consecuencia entraron D.a Juana y su hijo mayor en Barcelona el dia 2 de Noviembre y pocos dias despues juró la primera en nombre del segundo guardar y observar los usages, privilegios y costumbres de Barcelona, y las constituciones, libertades y actos de córtes de Cataluña en la misma forma que poco tiempo antes lo había verificado el malogrado D. Carlos. Satisfechos ya los deseos de D. Juana respecto al juramento, su espíritu activo é intrigante en sumo grado empezó á poner en planta los medios para alcanzar otro fin. Era este que los mismos catalanes llamasen al Rey, y para lograrlo trató de ganarse el afecto de los Diputados y Concelleres; pero el recuerdo del encono con que habia perseguido à su entenado estaba demasiado vivo, y en vez de alcanzar su objeto no hizo mas que irritarlos con sus intrigas. Habíalo ya pedido varias veces à la Diputacion en la que tenia algunos amigos, y no habiendo recibido nunca una respuesta decisiva, se presentó un dia nuevamente diciendo que no saldria de alli hasta que se le concediese lo que pedia. Sin duda lo hubiera logrado si solo hubiese dependido de la Diputacion; pero esta la respondió que aunque por su parte no se opondria á la entrada del Rey, para ello era preciso el consentitimiento de la ciudad, y que el consejo opinaba por la estricta observancia de la concordia de Villafranca. Como no era la Reina muger que por poco se arredrase, se presentó inmediatamente al Consejo de Ciento ante el cual se estrellaron todas sus esperanzas por no haber encontrado en él un solo defensor. En este tiempo el astuto Luis 11.° de Francia al que D. Carlos habia últimamente pedido socorro, habiendo tenido noticia del descontento que empezaba á cundir en Barcelona, envió un embajador á esta ciudad con encargo de decir á sus representantes que les estaba muy agradecido por cuanto habian hecho con el Príncipe de Viana que era su amigo y pariente, y que supuesto que este ya estaba muerto, debian procurar con todos sus esfuerzos la libertad de D.a Blanca para lo cual prometia ayudarles con todo su poder. Sorprendió á Diputados y Concelleres esta embajada cuyo verdadoro objeto no acertaban á descubrir, y asi le respondieron que nada habian hecho que mereciese tanto encomio y agradecimiento, pues cuanto trabajaron por D. Cárlos se lo debian por ser su Príncipe primogénito, y estar por lo tanto destinado à regirles algun dia. En cuanto à la libertad de D.a Blanca comisionaron al mismo embajador para que la pidiese à D. Juan en su nombre y en el del Rey de Francia. Apesar de esta contestacion no pudo Luis mantener ocultas sus intenciones, pues un segundo embajador que envió sostenia con empeño y procuraba hacerlo creer á las gentes que por muerte de Don Carlos el cetro de Navarra debia pasar á la casa de Francia. Conocida su verdadera intencion, le dejaron perorar cuanto quiso no haciendo de sus discursos el menor caso: conducta notable que hasta los mismos detractores del Principado se han visto precisados á elogiar. Aunque la guerra de Navarra habia perdido mucha parte de su furor con la muerte del de Viana y con la vuelta de D. Enrique á Castilla, tenian los beamonteses bastante tropa sobre las armas para poner en alarma al Rey. Este con objeto de acabar de una vez una guerra tan larga y pertinaz, trabajaba sin cesar para hacer desistir al de Castilla de sus pretensiones logrando al fin que viniese de buena fe à la concordia que antes de la muerte del Príncipe habia consentido por pura formalidad. Por otra parte el de Francia no le daba ya ningun cuidado, pues el sagaz Conde de Foix se lo hizo suyo por medio de un pacto en que él consintió. Las condiciones eran que el Frances ayudaria al Aragones en la guerra de Navarra con tal que nombrase al Conde y Condesa de Foix sus herederos en aquel Reino, debiendo antes dar órden para que la Princesa D.a Blanca renunciase el derecho que tenia à aquella corona, ó se hiciese monja, ó la entregase á D.a Leonor y á su marido. Asi D. Juan siguiendo la práctica empezada en D. Carlos, se disponia á sacrificar otra hija á su ambicion. La Reina en tanto seguia en Barcelona intrigando para que los catalanes llamasen al Rey, pero el Consejo seguia en la misma negativa. Esta tenacidad la exasperaba; mas resuelta á conseguirlo á toda costa, cambió de modo de obrar y dejando el papel de suplicante, tomó á su vez el de tribuno. Ibase á las parroquias y cofradías, y allí dirigia à las masas varios discursos á en que les pintaba la necesidad de que llamasen al Rey, haciéndoles para cuando llegase este caso las promesas mas lisongeras. Este alhago y la dignidad de que estaba revestida engañaron á |