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de Cataluña; que se asignasen al Príncipe de Viana doce mil florines al año; que no se persiguiese á los aragoneses D. Juan de Ixar, D. Felipe de Castro y D. Fernando de Bolea y Calloz, ni á sus familiares por haber defendido al Príncipe; que el gobierno de Navarra y el de sus castillos y plazas fuese entregado á catalanes, aragoneses y valencianos; y por fin que la Diputacion y Consejo quedasen facultados para hacer cumplir todas estas condiciones, pudiendo resistir al que se opusiera, del modo que creyesen mas conveniente.

Asombrada la Reina al oir estas proposiciones trató de hacer cambiar á lo menos las que humillaban la dignidad real; pero los mensageros le manifestaron que ellos nada podian bacer, y que los diputados y el consejo no querian de ningun modo alterarlas. Al ver esta tenacidad dijo D. Juana que tampoco estaba ella facultada para admitirlas, con cuyo motivo marchó á Aragon para comunicarlas á su marido.

Entretanto los embajadores que D. Carlos envió á Castilla habian ya dado fin á los tratos del matrimonio y D. Enrique los envió á Arévalo juntamente con el Obispo de Astorga para que visitasen á D.a Isabel. Para estrechar mas la concordia queria el castellano verse con D. Carlos; pero los catalanes que sabian cuanto peligro corria este si salia del Principado, le aconsejaron que no se moviese, y asi lo hizo.

Comunicadas al Rey las proposiciones de Villafranca, volvió D.a Juana a Cataluña, y conociendo sin duda, aunque tarde, que su carácter altivo le habia atraido el odio que sus naturales le profesaban, mudó de sistema; asi fué que à pesar de haber empleado en su viage de ida y vuelta muy pocos dias, dió á los diputados y Consejo muchas escusas y seguridades.

En Navarra se habia vuelto à encender la guerra con el mismo furor que en los años anteriores, pues los beamonteses que estaban muy oprimidos por la condesa Leonor, aprovecharon la primera ocasion para sacudir su yugo. Apenas organizado un pequeño ejército, quisieron hacer un obsequio à su Príncipe conquistándole á fuerza de armas, pues no querian devolvérselo por

pactos, su principado de Viana que como punto muy importante estaba defendido por Pedro de Peralta, à quien D. Juan habia nombrado su Condestable de Navarra.

Al saber el Rey de Castilla esta resolucion, los ausilió con algunas tropas, mientras que Carlos de Artieda, decidido partidario del Príncipe, se levantó en su favor con la villa de Lumbier. Tales sucesos no podian menos de llamar seriamente la atencion de D. Juan, y asi fué que al primer chispazo nombró Capitan general de aquel reino à su hijo natural D. Alonso de Aragon, uno de los mas valientes capitanes de su tiempo, y á cuyo valor y actividad se debió que la insurreccion no tomase el vuelo que tomara en otra época.

Volvamos a Cataluña. Al saberse en Barcelona la aproximacion de la Reina, la Diputacion y el Consejo la enviaron comisionados que la suplicaron les diese la respuesta de su marido y que no pasase de Igualada, Piera ó Villafranca, á lo cual contestó que el Rey la habia encargado que diese su respuesta al Príncipe en persona y á los mismos diputados y concelleres, para cuyo objeto pasaria el dia siguiente à San Cucufate desde Piera á donde iba á dormir aquella noche. Partieron los enviados con esta respuesta que no fué del agrado de D. Carlos, pues apenas la supo, se dirigió al Consejo al que espuso que estando tan encendida la guerra en Navarra podia serle dañoso recibir a su madrastra, en atencion à la cual se deliberó que si D.a Juana no habia salido de Piera, no pasase de allí ó de Igualada y Villafranca, y si ya hubiese partido à la llegada del nuevo mensagero, no pasase de Martorell. En este consejo é inmediatamente de esta deliberacion, pronunció el Arzobispo de Tarragona un largo y elocuente discurso cuyo resultado fué declarar todos en general y cada uno en particular "que estaban aparejados de poner sus personas y bienes y toda la patria por la defensa del Príncipe: y por su justicia, honra y estado: visto que el bien y daño era comun del Príncipe y del Principado." (4)

(1) Zurita.

Perseveraba la Reina en querer pasar mas adelante; mas el de Viana que deseaba impedirlo á toda costa, la envió embajadores para que les declarase la voluntad de su padre y la suplicasen que no se acercase ni á cuatro leguas de Barcelona. Tan continuados desaires exasperaron su orgullo; pero su furor llegó al colmo cuando pasando à Tarrasa con intencion de comer, el pueblo se alborotó al saber su aproximacion, la cerró las puertas y tocó á somaten como si se acercase una cuadrilla de bandidos. Renunciamos á pintar la cólera de D.a Juana, pues aunque subió al último grado, no produjo ningun efecto digno de mentarse: la reprimió al ver que nada podia contra gente tan tenaz, y se dirigió á Caldes donde por fin recibió á los embajadores de la Diputacion y del Príncipe. Declaróles que era la voluntad de su real esposo condescender à la mayor parte de las peticiones que se le habian hecho; pero que por el decoro de la dignidad real se habia visto precisado á hacer algunas limitaciones. Declaró que no queria separar á sus consejeros, pero que lo haria con el Canciller, Vice-canciller, Regente de la Cancillería y el Gobernador de Cataluña, el cual hasta el mismo dia que la Reina entró en Caldes no salió de su prision. No queria tampoco conceder la administracion del Principado á D. Carlos, pero si todos sus derechos y rentas esponia muchas razones para persuadirles de que no prohibiesen á D. Juan la entrada en Cataluña, prometiéndoles á pesar de la vergüenza que esto le causaba, no verificarlo hasta que todas aquellas disensiones se hubiesen desvanecido, caso en que ya no era necesario el nombramiento de Lugar teniente, pues la justicia podia muy bien ser administrada por D. Carlos siendo solamente Gobernador general. Ofrecia sin embargo, si el Principado lo juzgase necesario, hacer el nombramiento demandado revistiéndole de iguales poderes que los que á él le habia concedido su hermano D. Alfonso, esto es, sin facultad de tener córtes, ni de poner ni remover oficiales. Concedia que el Príncipe fuese aconsejado por catalanes y que en caso de Lugar-tenencia, la ejerciese este ayudado de un consejo compuesto de doce personas del cuerpo de Diputados y de seis indi

viduos del consejo de Ciento de Barcelona. Negó la peticion de que el consejo del Rey se compusiese solo de catalanes por no escitar la rivalidad de las demas provincias de su reino; pero concedió que en lo perteneciente á Cataluña no pudiese D. Juan aconsejarse sino de los naturales de este pais y que fuese educado por los mismos su hijo D. Fernando. Y respecto á lo de Navarra ni siquiera contestó dando por escusa que no convenia responder por el estado en que se hallaban las cosas de aquel reino. Al oir los embajadores esta respuesta, no pudieron ya contener su indignacion; se salieron de la sala sin acabar de oir á la Reina que les hizo saber antes de que volviesen á la capital, que su esposo la habia dado amplios poderes ofreciéndoles, si le permitian la entrada, arreglarlo todo á gusto de la Diputacion y de la ciudad. La rotunda negativa á la condicion mas justa, el empeño que tenia de entrar en la ciudad aun á trueque de concederlo todo, y la desercion que algunos nobles verificaron de las filas de D. Carlos, hicieron creer al pueblo que se tramaba alguna cosa contra su Príncipe querido, y en su consecuencia se armó en un instante y pidió á gritos salir contra la Reina y los traidores que la favorecian. Mucho trabajo costó á las autoridades sosegar aquel tumulto, lográndolo al fin, despues de prometer que por ningun concepto se le permitiria la entrada, y que en nada cederian de lo que le habian pedido anteriormente. La noticia del alboroto llegó á oidos de D.a Juana, y no creyéndose bastante segura en Caldes, marchó á Martorell y de Martorell á Villafranca. En esta villa permaneció algun tiempo durante el cual consultó al Rey lo que debia hacer, hasta que habiendo recibido su respuesta, admitió á los enviados de la ciudad y Principado que eran el Abad de Poblet, el caballero Juan Zabastida y el ciudadano barcelonés Juan Lull. Llegados estos á la real presencia, les hizo aquella un largo razonamiento en el que encareció la benignidad de su esposo que todo lo concedia menos la facultad de reunir córtes, pues no habia de ellas ninguna necesidad, añadiendo que si esta existia y el Principado las consideraba necesarias, interpondria ella su mediacion. En cuanto á lo de Na

varra consintió en poner en sus plazas y castillos gentes de la corona de Aragon, pero con la condicion de que en nombre del Principado enviasen una embajada à D. Enrique de Castilla, rogándole que desistiese de la guerra que hacia en aquel reino. Imponderable fué la alegria de los barceloneses cuando fué firmada la capitulacion: reuniéronse en gran número frente la habitacion del Príncipe y llenaron el aire de entusiastas vítores. (Nota 5.a)

En Navarra las cosas se hallaban en muy mal estado. Al saber D. Cárlos que su cuñado el Conde de Foix habia vuelto á entrar en aquel reino y que con gran número de tropas suyas socorria á los agramonteses, no pudo menos de interesarse en favor de los que con tanto valor y constancia le habian defendido y que aun entonces invocaban su nombre en las batallas; y en su consecuencia nombró capitan general de aquel reino à D. Luis de Beamonte, al cual y á D. Juan de Cardona dió poder para que se aliasen nuevamente con el Rey de Castilla. Asi lo hicieron, y con esta ayuda y á pesar de que solo tenian á Lumbier que les habia dado Artieda, dominaban mucho territorio y tenian á los partidarios de D. Juan en continua alarma.

En Barcelona todo habia mudado de aspecto. No era ya aquella ciudad exigente que con las armas en la mano dictaba leyes á sus Monarcas; era una ciudad pacífica que depuesto en un instante el aparato guerrero que algun dia creyó necesario, saboreaba las dulzuras de la paz. Habíase anunciado para el dia 24 de Junio una gran solemnidad; esta era la jura de D. Carlos como Primogénito de Aragon. Para celebrarla con mas pompa, la Diputacion y el Consejo de Ciento puestos de acuerdo prepararon muchos festejos é hicieron adornar el bellísimo templo de la Catedral con sin par magnificencia. Llegó por fin el dia y apenas asomó el sol, el general repique de campanas y los ecos de armoniosa música anunciaron que iban a colmarse las esperanzas tantas veces frustradas, el ardiente deseo de muchos reinos. Sonó la hora apetecida y el príncipe D. Carlos rodeado de los Diputados y Concelleres de Ciento y gran número de barones, no

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