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cialmente el Príncipe de Viana el cariño de todos por su carácter apacible y por su mucha instruccion y generosidad. Durante las ausencias de sus padres, que eran muy frecuentes con motivo de la lugartenencia de Aragon que D. Juan tenia mientras permanecia Alfonso 5.o en Italia, gobernaba el reino, y su gobierno cuerdo y suave le atraia las bendiciones de todos los Navarros. Estos dias eran demasiado felices para que fuesen duraderos, y la Providencia que deseaba probar el sufrimiento de D. Cárlos, decretó, como preludio de sus desventuras, la muerte de Doña Blanca acaecida el 4.o de Abril de 1444. En su testamento instituyó esta Señora al príncipe D. Carlos su heredero universal en el reino de Navarra y ducado de Nemours, rogándole que para tomar el título de Rey y usar de él, tuviese por bien pedir la bendicion y beneplácito de su padre. Podia pues D. Carlos, si tal hubiese sido su voluntad, apoderarse del reino; pero conociendo que su padre deseaba conservarlo, y haciéndose cargo de que él quedaba con el título de gobernador de Navarra, no quiso por tal nimiedad desagradar á D. Juan, al que profesaba la mayor veneracion. Este, que poseia algunos lugares y fortalezas en Castilla, estaba como todos los grandes de aquel reino, celoso del favor que D. Juan 2.° dispensaba á D. Alvaro de Luna, y trabajó en union de aquellos para derribarle. Lo consiguieron, y recelando del mismo modo que uno adelantase mas que el otro en la confianza del Rey, formaron una convencion en la que prometieron mantenerse todos en igual valimiento con D. Juan. Era imposible que entre hombres tan ambiciosos esta concordia fuese guardada fielmente, y asi es que D. Fadrique Enriquez, almirante de Castilla, trabajaba con ahinco para lograr la confianza del Monarca. Advirtiólo D. Juan de Navarra, y se quejó de ello al Conde de Castro, el cual para disipar sus recelos y afianzar mas el vínculo de la amistad, le propuso que se casase con Doña Juana Enriquez, hija del Almirante.

No desagradó esta proposicion á D. Juan cuyo carácter ambicioso deseaba dominarlo todo, y creyendo que con este enlace iba á ser árbitro del gobierno de Castilla, la aceptó, y el dia 1.°

de Setiembre de 1444 estando en Torrelobaton contrajo segundas nupcias con D.a Juana Enriquez; mas á pesar de este matrimonio que tan funesto debia ser para Navarra y Aragon, nada consiguió, pues vuelto D. Alvaro al favor, gobernó mas á su antojo al débil Rey de Castilla. No por esto desistieron el Navarro y sus amigos castellanos de su empeño de derribar al favorito, antes declarándose públicamente enemigos del gobierno de D. Juan, llegaron á promover hostilidades entre Navarra y Castilla.

a

El desagrado que tanto al príncipe de Viana, como á los estados de Navarra, causó el segundo matrimonio de D. Juan, que no solo se hizo sin su consentimiento, sí que tambien sin su noticia, se aumentó en gran manera á la llegada de la Reina á Navarra para gobernarla en compañía del Príncipe. Esta humillacion hecha á D. Carlos, el advertir los amigos de este que la Reina hacia muchas mercedes á sus enemigos y no pocas estorsiones á ellos, su ostentacion y el orgullo con que insultaba á los pueblos y aun al mismo Príncipe, llenaron la medida del sufrimiento y prepararon las ánimos á una lamentable catástrofe. Dividióse el reino en dos bandos, que aunque formados ya en tiempo de D.a Blanca por celos del mando, en esta ocasion se organizaron y prepararon para todo suceso. Tomó el uno el nombre de beamentés de sus gefes D. Juan de Beamonte, gran prior de Navarra, ayo que habia sido de D. Cárlos y su principal consejero en el gobierno, y su hermano D. Luis, conde de Lerin y condestable de aquel reino: tomó el otro el de agramontés de sus gefes D. Pedro de Navarra señor de Agramonte y D. Pedro de Peralta. Viendo los primeros que á pesar de la escesiva generosidad y delicadeza de D. Cárlos en no querer tomar inmediatamente despues de la muerte de su madre el título de Rey, como podia hacerlo, era tenido en menos y tratado con altanería y aun con desprecio, "querian que el príncipe de Viana tomase la possession y regimiento del reino: que le dejaron su madre y agüelo, como á legítimo sucessor." Los agramonteses por el contrario "tenian la parte del Rey: á quien dezian que havian he

cho los omenages para durante su vida." (1) Antes de un rompimiento trató el Príncipe de conciliar á los gefes de los dos partidos y de hacer entender à los agramonteses la razon que le asistia; pero era tanto el odio que mutuamente se profesaban, que D. Pedro de Navarra y D. Pedro de Peralta, su amigo, confesaron ingenuamente à D. Carlos cierto dia que le hallaron de caza, que si defendian al Rey, no era porque no conociesen cuan poca razon tenia, sino por no unirse á sus contrarios.

Dió el Príncipe la señal de la guerra, y ayudado de todos los beamonteses y de los socorros que le enviaron los reyes de Francia y de Castilla, se apoderó de Olite, Tafalla, Aybar y Pamplona, y sin detenerse pasó á sitiar Estella dentro de cuyos muros se hallaba D.a Juana. Acudió presuroso D. Juan á socorrer á su muger, pero no viéndose con fuerzas suficientes para oponerse á las del Rey de Castilla que en persona y juntamente con su hijo y el Príncipe de Viana dirigia el cerco, se volvió á Aragon en cuya capital entró el dia 7 de Setiembre de 1451. Era su intencion recoger toda la gente de armas que hallase disponible y volver con ella á Navarra, y para ello hizo marchar el dia 10 del mismo mes al Gobernador y al Justicia de Aragon, el primero á Egea y el segundo á Calatayud, y al Baile general á Tarazona con el objeto de que le enviasen toda la gente de guerra que habia en aquellas plazas y sus alrededores. El Príncipe creyendo que su padre tardaria en volver, despidió á los Castellanos que marcharon inmediatamente á Búrgos, y levantó el cerco; mas "hízole daño à D. Cárlos su buena, sencilla y mansa condicion❞ (2) pues habiendo su padre reunido un buen ejército, se dirigió aceleradamente á Navarra y sentó su campo sobre Aybar. D. Carlos con la mayor parte de los suyos voló á su defensa y puso sus reales en frente de los de su padre. El dia 3 de Octubre preparáronse los dos ejércitos para la pelea; pero antes de darse la señal, se interpusieron algunas personas que deseaban evitar el escándalo de semejante combate, y lograron redu(2) Mariana.

(1) Zurita.

cir á concordia á padre é hijo habiendo hecho este las siguientes proposiciones:

Que el Rey le recibiese en su gracia á él y á todos los suyos dándose un perdon general, en que fuesen comprendidos, no solo los que se hallaban presentes, sino tambien los que guarnecian las demas plazas y castillos; que se le diese la mitad de las rentas de Navarra para sustentarse él y su casa, la que debia disponer segun su voluntad ; que se le restituyese su principado de Viana, y á D. Luis y D. Juan de Beamonte, al señor de Lussa, á D. Juan de Cardona y todos sus demas partidarios, las villas, castillos, rentas, oficios y beneficios que tenian en tiempo de D.a Blanca, y que por razon de estos movimientos se les habian ocupado; que él debiese gobernar el reino durante las ausencias de su padre; que nunca se le obligase á salir de él contra su voluntad; que los Castellanos que habian venido á su socorro pudiesen volverse en salvo; y por fin que por haber jurado el Rey de Castilla no asentar cosa alguna con su padre sin anunciárselo antes, se le concediese tiempo para notificarle esta concordia.

D. Juan accedió á algunas de estas proposiciones y negó y varió otras; pero era tanta la buena fé y deseo de paz de D. Cárlos, que dijo "que como su padre le recibiese en su gracia, volveria con todos los suyos á su obediencia" (1). Firmó y juró el Príncipe la concordia, y su padre lo hizo despues juntamente con algunos personages de su corte en manos de Fr. Pablo Plagat, confesor del de Viana.

Concluida la concordia, parecia que todo debia quedar en paz y en pensar solamente como celebrar tan fausto acontecimiento, mas por desgracia no fue así: á las pocas horas de haberse firmado, los dos ejércitos vinieron á las manos. Algunos aseguran que D. Cárlos fiado en que su ejército era mayor que el de su padre, dió la señal del combate; pero pensar de esta manera es hacer injusticia al noble carácter del Príncipe, cuya buena fe se deduce de lo que llevamos dicho. Mas razonable pa

(1) Quintana.

rece la opinion de Aleson que dice, "que en la enemistad que se tenian las dos parcialidades, no es de estrañar que saltase alguna chispa que causó aquel incendio sin que ni padre ni hijo pudiesen contenerle" (4).

Los del Príncipe eran muchos, pero noveles; los del Rey pocos, pero aguerridos. En el primer ímpetu aquellos rompieron la vanguardia de este que ya empezaba á volver el rostro, y que sin duda hubiera llevado lo peor, á no haber estado alli Rodrigo de Rebolledo, valiente capitan del Rey, que con algunos pocos se sostuvo peleando contra muchos enemigos, dando con esto tiempo á los suyos para rehacerse. Generalizóse la batalla cada vez mas sangrienta, hasta que cejando los jinetes andaluces del Príncipe, cuando por otro lado este triunfaba, introdujeron el desórden en las filas beamontesas, que por consiguiente fueron derrotadas. Durante la batalla, estas con D. Carlos al frente traian á mal andar á la guardia del Rey, el cual sin duda hubiera caido en su poder, á no advertirlo D. Alonso de Aragon, su hijo natural, que volando en su ayuda con algunos criados, derrotó completamente á sus contrarios, é hizo prisionero á Don Cárlos, que solo á él quiso rendirse, lo cual verificó entregando el estoque y una manopla que D. Alonso recibió apeado y besándole la rodilla. Zurita asegura que la rendicion del Príncipe no se verificó de esta manera, sino que cuando vió á su ejército derrotado, se retiró à la fortaleza, y desde allí "llamando merced se puso en poder del Rey su padre." Siguiendo siempre lo que parece mas probable, dirémos que es natural sucediese del primer modo, pues no puede cocebirse, que en tiempo de guerra estuviese tan desprovista la fortaleza, ó que fuese tan débil, que el Príncipe tuviera que rendirse en tan poco tiempo y sin ninguna resistencia.

Furioso D. Juan, se negó ásperamente á ver á su hijo al que hizo conducir al castillo de Tafalla. Viendo este tanta aversion, y temiéndolo todo de su padre y de su madrastra, no queria

(1) Quintana.

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