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mento de D. Blanca reinase él; pero que si las cosas llegaron á tan lamentable estremo, fue por haber venido su madrastra á mandar con tanta afrenta suya y de su reino.

Al saber D. Juan los grandes obsequios que el Rey de Aragon y su hijo natural D. Fernando le prodigaban, dejó de navegar contra corriente; no demostraba ya aquel odio que de tanto baldon le cubria; pero los Foix que no perdian ninguna ocasion, intrigaron tanto, que encendido nuevamente su furor, convocó Córtes de su parcialidad en Estella, y en ellas desheredó á Don Carlos y á D. Blanca pasando la sucesion à su hija la condesa Leonor. Este acto aunque nulo por su naturaleza, podia sin imbargo desconcertar en algun modo á sus contrarios; pero D. Juan de Beamonte á quien el Príncipe habia encargado el gobierno de Navarra, y sus parciales, en vez de amedrentarse y para contrabalancear el daño que de este acto podia seguírseles, resolvieron oponerle otro de tanto ó mayor peso y asi el dia 16 de Marzo del mismo año proclamaron solemnemento á D. Carlos por rey de Navarra. Zurita y otros que le siguieron, aseguran que el alzamiento de D. Carlos á rey se hizo sin haberlo de ningun modo provocado D. Juan, y en tiempo en que cediendo á las instancias de Domingo Vidal enviado del Rey de Aragon, escuchaba ya sin enfado las proposiciones de concordia que este le hacia. Pero esta opinion es inadmisible á nuestro parecer, pues ¿cómo imaginarse que D. Juan de Beamonte y los suyos tan fieles à la voluntad del de Viana, verificasen sin un poderoso motivo un acto que sabian perfectamente que debia desagradarle? ni ¿cómo suponer que los de Pamplona hubiesen despreciado la oportunidad del convenio, cuando D. Carlos habia ido á Nápoles con la sola intencion de que su tio intercediese para que esto se verificase? ¿Habíanse de oponer sin ninguna razon á la voluntad de D. Carlos y á la de Alfonso 5.° que era ya su único amparo? Imposible; y para probarlo hasta la evidencia, nos serviremos de las mismas palabras de Zurita. Al llegar á España Domingo Vidal encontró las cosas de Navarra en el mayor rompimiento, y como su mision era traer à concierto á los dos partidos, pidió á

estos ante todo un año de tregua que aceptó Beamonte y rehusó D. Juan. Negada esta proposicion, trató inutilmente de hacer que este aceptase las proposiciones que le parecian decorosas á los dos partidos; mas vista su tenacidad, pasó á Pamplona donde reunido en 2 de Junio un consejo de los principales Beamonteses, les presentó unos capítulos de concordia inadmisibles de todo punto sin ir contra su interes y aceptar su desdoro. Sin embargo Beamonte le preguntó si aquellas proposiciones se las hacia en nombre del Rey de Aragon, y habiéndole respondido negativamente, replicó que teniendo órden de obedecer ciegamente á aquel, lo aceptarian todo, y aun la afrenta, si él se lo ordenaba, pero que no siendo por su mandato, preferian cualquier daño a una paz tan infame y vergonzosa. Ahora bien; el que aceptara hasta la afrenta si el Príncipe ó el Rey de Aragon se lo ordenasen, podia, racionalmente pensando, verificar el acto de 16 de Marzo sin ninguna provocacion? Hubiérase atrevido á ar― rostrar la cólera del Príncipe y el desagrado de D. Alonso desairando á su enviado? Creer esto seria un absurdo: semejante conducta es inconcebible. × l1,

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Como era de esperar, el acto de Pamplona disgustó en gran manera á D. Cárlos y asi se lo escribió á su Gobierno, Diputacion y Consejo; y no se contentó solamente con esto, sino que en union de su tio envió embajadores à Pamplona para que manifestasen que la voluntad de entrambos era que aquel acto se revocase, lo cual se verificó en Febrero de 1458, pero protestando Beamonte y los suyos que no renunciaban la facultad que tenian y les pertenecia de intitular á D Carlos rey de Navarra en su tiempo y lugar, y que aquella revocacion que hacian no tuviese fuerza hasta que D. Juan revocase tambien los procesos que habia formado contra D. Carlos y su hermana (1).

Entretanto el Rey de Navarra procuraba por todos los medios que estaban á su alcance entablar relaciones de amistad con el Marques de Villena que gobernaba á su placer al Rey y reino de

(1) Zurita.

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Castilla, logrando al fin por su mediacion que se concertasen unas vistas de ambos Monarcas, las que se verificaron trasladándose la corte del Navarro à Corella, y la de D. Enrique à Alfaro. A ellas acudieron tambien la Condesa de Foix y D. Juan de Beamonte que tuvo el sentimiento de volverse á Pamplona sin que se aceptasen por el Rey de Navarra y á sugestion de la infanta Leonor, las admisibles proposiciones de convenio que por amor á la paz presentó en nombre de sus parciales. Nada resultó de estas vistas en favor de D. Carlos, pues lo único que se hizo en ellas fue una convencion entre los Reyes de Navarra y de Castilla en virtud de la que se separaron muy amigos y resueltos à sostener su amistad por mucho tiempo.

Uno de los motivos porque á la sazon estaba D. Juan mas irritado contra su hijo y por lo cual sin duda desairó á Beamonte, fue por el teson con que aquel sostuvo el nombramiento de Obispo de Pamplona resistiendo tenazmente el hecho por su padre. Fué el caso que el Obispo de Pamplona murió estando el Príncipe en Nápoles, y reunidos inmediatamente en cabildo el Prior y los canónigos eligieron à una voz y con las formalidades acostumbradas á D. Juan de Beamonte, Prior de San Juan de Jerusalen en Navarra y gobernador del reino, el cual aceptó al fin aunque al principio rehusaba. Escribióse inmediatamente esta eleccion al Príncipe, ya para que tuviese conocimiento de ella, ya tambien para que pidiese al Papa su confirmacion. Pero D. Carlos que habia sabido anteriormente el fallecimiento del Obispo, pidió al Papa que confiriese esta dignidad á D. Carlos de Beamonte hijo segundo de D. Luis conde de Lerin y condestable de Navarra. Por otra parte el Rey habia nombrado Obispo al Dean de Tudela que entonces estaba en Roma; mas al saberlo su hijo, escribió al Papa y al Colegio de Cardenales impugnando este nombramiento, rogándoles que no consintiesen fuese Obispo quien no le obedecia y que por precision debia revolver la diócesis, y empeñándose en que el elegido fuese D. Carlos Beamonte pro-notario y arcediano de la Tabla. De nada sirvió al Dean de Tudela la carta que escribió al de Viana pidiéndole que tuvie

se por válido su nombramiento y haciendo mil protestas humillantes; pues decidido aquel á sostener sus derechos y á aprovechar la ocasion de premiar los servicios de una familia siempre fiel, no hizo de ella el menor caso. Cuando en Pamplona se Supo la voluntad de D. Cárlos, reunido nuevamente el cabildo nombró segunda vez obispo, y el nombramiento recayó en el Arcediano de la Tabla: mas el resultado de estas diferencias fué muy diverso de los deseos de Pamplona, del Príncipe y del Rey, pues el Pontífice queriendo igualarlos á todos, no confirmó á ninguno de los propuestos, contentándose con nombrar administrador del obispado al Cardenal Bessarion. Aunque la conducta del Papa fué enteramonte imparcial y de ella ninguno podia quejarse, sin embargo D. Juan tomó por humillacion el que se le igualase á su hijo, lo cual juntamente con las instancias de los Condes de Foix que no se descuidaban en hacerle ver mucha malicia en todos los actos del Príncipe aunque fuesen los mas inocentes, fué el motivo por el cual retardaba aquel el cumplimiento de los mandatos del Rey su hermano. Por otra parte Doña Leonor le recordaba sin cesar que habiendo su marido cumplido por su parte lo estipulado en la concordia, debia él hacer lo mismo, y esto no podia verificarse mas que resistiendo tenazmente á la voluntad de Alonso 5.°

Tal era el estado de los sucesos cuando llegó á Aragon un nuevo enviado del Monarca aragonés llamado Luis Despuig, maestre de Montesa, portador de órdenes tan terminantes que D. Juan ya no pudo resistirlas, y escusándose con los Foix, firmó en Zaragoza á 6 de Diciembre de 4457, el compromiso en que puso en manos de su hermano todas los diferencias que tenia con su hijo conforme este lo habia verificado el dia último de Junio del mismo año. Siguiendo el mensagero las instrucciones que llevaba, hizo que el Rey de Navarra revocase los procesos formados contra D. Cárlos y su hermana, lo cual tuvo lugar el dia 27 de Febrero de 1458, con la condicion sin embargo de que si D. Alfonso no diese la sentencia en el tiempo señalado, pudiese formar otros nuevos. "Reserva, dice Quintana, inven

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tada por el rencor y mala fe, à fin de no dejar nunca de tener pretesto para perseguirlos."

Apenas concluida la revocacion, celoso Despuig de llenar debidamente su encargo, pasó á Sangüesa donde el 27 de Marzo y en nombre del Rey de Aragon asentó por seis meses treguas entre el Rey de Navarra y D.a Leonor de una parte, y el Príncipe de Viana y D. Juan de Beamonte, su gobernador general, por la otra. Firmóla D.a Leonor con poder de su padre en Sangüesa, y D. Juan de Beamonte, como gobernador de Navarra por el Príncipe, en Pamplona el dia último de Marzo.

Asi las cosas, todos gozaban la dulce esperanza de una paz duradera garantizada por la sumision con que ambos contendientes debian escuchar la sentencia del Rey de Aragon cualquiera que esta fuese; pero la Providencia cuyos secretos son otros tantos misterios, habia dispuesto que el infeliz Carlos apurase hasta las heces la copa del sufrimiento y perdiese su última esperanza. En efecto Alfonso 5.o que era su único apoyo, que en su bien y en el de todos sus vasallos y amigos iba á terminar con su decision una guerra escandalosa y parricida, murió sin haberlo verificado en el castillo de Ovo el dia 27 de Junio de 1458. Su muerte fué tanto mas sentida cuantas mas esperanzas frustraba, y los que sinceramente deseaban la paz creyeron ver en ella el fatal preludio de lo que debia acontecer.

El dia antes de su muerte el Rey de Aragon otorgó testamento en el cual instituyó heredero universal de la corona de Aragon á su hermano D. Juan el rey de Navarra, y del de Nápoles ganado por su espada dispuso en favor de su hijo natural D. Fernan— do duque de Calabria y sus descendientes. Esta disposicion desagradó en estremo á los barones y nobles de este Reino que no querian ser gobernados por un bastardo, y creyendo que D. Cárlos admitiria sus proposiciones, se ofrecieron à aclamarle Rey. Este que tenia todavía muy presentes en su memoria los beneficios de su tio, no queriendo contrariarle, desoyó los ruegos que aquellos le hacian. Algunos aseguran que el Príncipe escuchaba con placer semejantes proposiciones y que se contentaba con po

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