Imágenes de página
PDF
ePub
[ocr errors]

comer temiendo que le envenenasen, hasta que D. Alonso su hermano natural, que le acompañó algun tiempo en la prision, le hacia la salva. Retiráronse los Beamonteses que se escaparon de la derrota á Pamplona y Tafalla, y el Rey creyendo que con esta batalla les habria anonadado por mucho tiempo, marchó á Zaragoza donde iba á tener Córtes. En ellas se nombraron cuarenta Diputados para que en comision permanente entendiesen de todos los negocios que ocurriesen hasta nueva convocacion, pues estas se cerraron el dia 20 de Noviembre. Entretanto los Beamonteses á los que D. Juan creia abatidos, hacian la guerra con mayor furor, pues aunque presos con el Príncipe, D. Luis de Beamonte, D. Juan de Cardona y otros gefes principales, se sostenian con la poderosa ayuda del infante de Castilla D. Enrique, casado en 15 de Setiembre de 1440 con D.a Blanca hermana de D. Carlos. Apoderáronse de varios pueblos y castillos, y so pretesto de que el gobernador de Aragon ausiliaba continuamente á los Agramonteses desde Ejea, acometieron las fronteras de este reino al propio tiempo que el Rey de Castilla amenazaba hacer lo mismo, y que el Conde de Medinaceli por motivos particulares se apoderaba de Villaroya y de Villaluenga. Hay quien asegura que estando D. Carlos en Tafalla, despachó para su primo el Rey de Portugal un correo con ciertos tratos y negocios, que el mensagero fué preso en Tudela y llevadas las cartas al Rey, y que este que, desvanecido ya el primer impetu de cólera, empezaba á dar oidos á las proposiciones de concordia que se le hacian, enfurecido nuevamente con este descubrimiento, hizo trasladar al Príncipe de Tafalla á Mallen, y de Mallen á Monroy. Semejante disposicion desagradó en gran manera á los cuarenta diputados aragoneses, que veian con dolor la severidad de Don Juan para con su hijo, y sus fronteras amenazadas por Navarros y Castellanos. Para que el mal no pasase mas adelante, trataron de servir de medianeros en los asuntos de Navarra, y para ello enviaron á Pamplona á Miguel del Espital, individuo de su seno, con encargo de rogar á los Beamonteses que enviasen embajadores á Zaragoza con amplios poderes. No se negaron estos á una

invitacion tan conforme à su voluntad, pero advirtieron al enviado aragones, que no querian nombrar embajadores para su corte, ni tratar de convenio, sin que antes estuviesen en ella el Príncipe, el Condestable y Cardona, para cuyo caso enviaron á pedir seguro. Los Diputados participaron al Rey esta respuesta, que no fué conforme à sus deseos, y así ordenó que se asentase primero la concordia, prometiendo que despues de asentada, él mismo acompañaria el Príncipe á Zaragoza.

En este tiempo los diputados juntaron las tropas que debian defender sus fronteras, y sabedores de la repugnancia que las causaba el mezelarse en las cosas de Navarra, les juraron que no asistirian á D. Juan en la "recuperacion del reino de Navarra ni el castigo de sus rebeldes" (4). Como era de esperar, D. Juan se disgustó con los diputados por esta conducta; mas ellos contestaron que cumplian su deber prestando semejante juramento, pues aquellas tropas estaban únicamente destinadas à defender el reino, y á hacer la guerra en el condado de Medinaceli.

No descuidaban estos nobles aragoneses lo tocante à la concordia, que fué asegurada de conformidad con el Príncipe y los de Pamplona, siendo sus principales condiciones: que D. Carlos fuese puesto en libertad ; que se le entregase su estado de Viana, y á sus parciales todas las villas, castillos y rentas que se les habian ocupado; que se rindiesen á su padre Pamplona y Olite que seguian la voz del Príncipe; que las rentas de Navarra fuesen divididas entre ambos; que el Rey de Aragon, que entonces se hallaba en Italia, fuese nombrado árbitro de todas sus diferencias; que el Príncipe pudiese disponer su casa segun su voluntad, y por fin que se concediese perdon general á los parciales de uno y otro bando. Este convenio, presentado por los cuarenta diputados de las Córtes de Aragon, fué jurado por D. Cárlos en Monroy á 43 de Mayo de 1452 en manos de un caballero llamado Bozmediano. A pesar de estas condiciones tan moderadas, la concordia no agradó al Rey que varió algunos capítulos

(1) Zurita.

acerca de la entrega de los castillos y plazas de los Beamontes y Cardona, los cuales queria retener para mayor seguridad. Queria tambien que el servicio del Príncipe se compusiese de personas de ambas parcialidades, y quedase á su alvedrío el decidir si D. Carlos iria ó no á ver al Rey de Aragon su tio. El Príncipe no podia aceptar estas condiciones sin grande ignominia, y seguro como estaba de los muchos partidarios que iba haciendo cada dia, y del armamento que en Castilla se preparaba en su favor, desechó esta concordia.

Entretanto los Beamonteses cuyo número se habia aumentado prodigiosamente, dominaban una gran parte de Navarra, y mas vencedores que vencidos, hacian espediciones y correrías, traspasando en algunas de ellas las fronteras de Aragon. Para que esto no se repitiese, los diputados de este reino enviaron á Pamplona embajadores que espusieron los males que en dichas espediciones habian sufrido, á los cuales contestaron los Navarros que no era su ánimo causar ningun daño á Aragon, y que no llevaban otro objeto que la libertad y gobierno de D. Carlos. Y no se contentaron solamente con dar esta respuesta, sino que enviaron dos embajadores á las Córtes de Zaragoza para asegurarles lo mismo y para manifestarlas su agradecimiento por cuanto habian hecho en favor del de Viana, mandando al mismo tiempo pregonar en las fronteras la paz entre Aragon y Navarra.

No puede dudarse que al obrar los Navarros de esta manera se conducian de buena fe, y que los gefes Beamonteses hubieran deseado que la paz publicada hubiese sido fielmente guardada: mas, quién detiene un torrente desbordado? á pesar de los pregones, de los avisos, de los mandatos, los gefes de las partidas traspasaban á su antojo las fronteras y trataban á los pueblos aragoneses, cual si fueran enemigos. Esto juntamente con la prision de Ixar, que habia ido à los pueblos que seguian la voz del Príncipe para tratar de la concordia, enojó en gran manera á los diputados, que desistieron de ser medianeros. Al saberse en Navarra esta noticia, la guerra se encendió con mas fuerza, exasperando la tenacidad y rigor de D. Juan los ánimos de los par

tidarios de su hijo, que habiendo juntado mil y quinientos caballos en su favor, á todo se atrevian y casi todo lo alcanzaban. Pocos eran los pueblos que no estuviesen dominados por ellos, y aun en los que tenian los Agramonteses se trababan frecuentes disputas, cuyo resultado siempre era funesto. El Rey de Navarra desamparado por los Aragoneses, cuya opinion general era favorable à su hijo, no era bastante para reprimir tamaños disturbios y habia de ver, sin poderlo remediar, los rápidos progresos de la anarquía, no solo en el reino que decia ser suyo, sino tambien en aquel, cuya felicidad y buen gobierno le encomendó su hermano.

Los diputados de Aragon no pudieron sufrir por mas tiempo este cruel estado, y aun á riesgo de indisponerse con D. Juan, enviaron al Rey de Aragon como embajadores á Juan Jimenez Cerdan y al letrado Ramon de Palomar, pidiendo su vuelta y enumerandole los infinitos males que les acarreaba su ausencia.

Esta posicion tampoco agradaba á los Beamonteses de buena fe, que veian con dolor que à pesar de tantos males, no alcanzaban la libertad del Príncipe. Esta idea sin duda les movió á enviar tres embajadores al Rey para que este supiese sus grandes deseos de concordia, y á los cuarenta diputados de Aragon para que volviesen á tomar el noble cargo de intercesores. Hizose asi, y D. Juan, aunque tenaz, no pudo resistir á los ruegos de ambos reinos. Sacó à su hijo de la prision de Monroy y le llevó consigo á Zaragoza, en donde entró el dia 9 de Enero de 1453. Se empezó inmediatamente à tratar de concordia, y so pretesto de que esta debia arreglarse con amplia libertad, lograron los diputados que el Rey les entregase al Príncipe, lo que verificó en la sala de Córtes, estando en ella reunidos los cuarenta, el dia 25 del mismo mes. La entrega de D. Carlos tuvo por condiciones, que este no pudiese salir de Zaragoza, y que debian custodiarle dos diputados. Se señalaron treinta dias para concluir el convenio, mas este término tuvo que prorogarse dos veces por la sencilla razon de persistir el Rey en su tenaz rigor, y de oponerse el Príncipe à cuanto le parecia injusto. Por fin

despues de muchos dias de proroga, y despues de largos y agitados debates, el 24 de Mayo quedaron asentadas las bases de la concordia que fué jurada en Córtes el dia 5 de Junio inmediato. D. Carlos fué puesto en libertad el 22 del mismo mes. Segun los capítulos del convenio el Príncipe debia reducirse á la obediencia de su padre y entregarle todas las plazas y castillos que llevaban su voz, quedando en rehenes para seguridad de su cumplimiento el condestable de Navarra D. Luis de Beamonte y dos hijos suyos, Juan de Sarasa, Luis de Arbizo, Juan de San Juan, Gil de Unzue, Carlos de Aoyz y Juan y Martin de Artieda. Marchó el Príncipe à Navarra con intencion de llevar á debido cumplimiento lo estipulado en la concordia; pero á su llegada le movieron por segunda vez à probar si podia conseguir la corona de Navarra, causa de tantas calamidades. Debilidad fu` nesta que despues le hizo derramar muchas lágrimas á él, y mucha sangre à su nacion! Algunos pretenden disculpar esta inconsecuente y aun culpable conducta, y entre ellos el grave Mariana dice "que la codicia del padre y poco sufrimiento del hijo" fueron la causa de la lucha cruel que à la libertad de este se siguió; pero ninguno de los analistas que hemos consultado refiere despues de la concordia hecho alguno nuevo de que pueda inferirse la codicia que en aquel se supone. La opinion arriba mencionada parece la mas probable y aun cuando se aleguen en defensa del Príncipe lo vivos que debia tener en la memoria los sufrimientos de su largo cautiverio, él al fin habia jurado una concordia, despues de la cual nada debia recordar de lo pasado. La historia no puede perdonarle que con un paso imprudente haya deslucido el brillo de la justicia que le asistia, faltando sin ningun motivo à una solemne promesa, y comprometiendo la existencia de los leales caballeros que por libertarle de la prision, se pusieron en manos de su rencoroso padre.

El Príncipe de Castilla que odiaba mortalmente á su suegro, estaba siempre en la frontera enviando á los Beamonteses socorros de todas clases, al mismo tiempo que se juntaban al Príncipe, ademas de los Castellanos, algunas compañías de Gascones

« AnteriorContinuar »