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Doña Juana de Castro, engañadas con pretexto de casamiento, porque estas señoras se quejaron mucho de su injuria, á lo menos de Doña María Gonzalez de Hinestrosa que arrebatada del lecho de su marido le habia dado un hijo llamado D. Fernando, que fué señor de Niebla; de Doña Isabel (la que criaba á su propio hijo D. Alonso, habido en Doña María de Padilla) que le dió dos; y dejando otras que quedan en duda, de la mucho lozana é fermosa doña Maria Alonso Tamayo, que siendo manceba del Rey D. Pedro (dice Lopez García de Salazar escribiendo en el año 1471) heredó el solar de Tamayo, y casó despues con Pero García de Salazar, de quien descienden familias nobles que apunta este escritor de las mismas.

Así que el testamento del Rey D. Pedro en que se funda una gran parte de su defensa y acaso la mejor, tiene demasiadas apariencias de fingido en tiempos muy posteriores por alguno de los que concibieron el empeño de acriminar la Crónica del Rey y deshonrar á su autor. Pero no es esto lo único que nos hace sospechosa la conducta del Dean de Castilla en su apología.

Retirado Zurita de Toledo sin haber podido el Dean acabar con él cosa útil en el mismo año 1570, le cometió por cartas el Dean, extendiendo mas su saña contra Don Pedro Lopez de Ayala, al paso que su pasion en favor del Rey D. Pedro. Peor partido sacó aquí. Zurita que debió creer le hacia muy poco honor en contemplarle capaz de entrar en cosa no justa, resumió sus alientos y puesto muy sobre sí le atacó con varias cartas, satisfaciendo con discreta arrogancia á todas sus apariencias, y fundamentando una extrema defensa por Ayala y su Crónica. Pero la mejor defensa fué que no contento Zurita con esto, buscó los mas antiguos ejemplares que pudo descubrir

della, y colacionándolos unos con otros, por la conformidad en lo mas sustancial, y los apoyos que agregó, dejó incontrastable la Crónica. Y esta es la gran obra de Zurita que hoy estimamos tanto, y publicó con dichas sus cartas y las del Dean el doctor Dormer en Zaragoza año 1683, intitulada "Emiendas de Zurita" "Emiendas de Zurita" que siempre será el principal apoyo de la mia, y la piedra de la ofensien de los contrarios.

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La historia es por ventura la ciencia mas universal é interesante. Ella sola es quien nos participa toda la luz necesaria en muchos casos, y la fuente copiosísima de

(1) No sabemos que el autor escribiese la segunda parte.

donde recibimos con una evidencia convincente una gran parte de verdades útiles que vienen á nuestro conocimiento. Nada hay en efecto mas estimable que las memorias que nos han quedado de la antigüedad, y ¡ ojalá que estas fuesen mayores en número y estuviesen menos corrompidas! Pero no pudiendo llegar hasta nosotros por otro medio que el de la tradicion ó la escritura, ellas son frecuentemente alteradas, y de otras tantas maneras cuantos son los genios, las costumbres y los intereses de los hombres, semejantes á las puras y cristalinas aguas de una fuente, que saben siempre á los mineros por donde se comunican, ó á los rayos de luz que siendo tan brillantes y puros en su orígen se visten de varios colores segun son los del vidrio por donde pasan. Las verdades mas interesantes experimentan con mayor frecuencia esta suerte fatal; ó bien el interés de alterarlas produce el espíritu de partido, ó bien el ocio; ó la ignorancia de los que las buscan, les obliga á seguir con necia escrupulosidad el camino mas desconocido, aunque sea el mas equivocado; ó escasos finalmente de genio y de talento se esfuerzan inútilmente en un empeño superior á la debilidad de sus fuerzas. Tales son siempre los fuertes obstáculos que se oponen al descubrimiento de la verdad, y tales los que yo he tenido que vencer. Una materia tan complicada por su naturaleza, separada de nosotros por la interposicion de tantos siglos, y tratada con tan poca buena fe por la mayor parte de los escritores, se presentaba inaccesible á todos los esfuerzos. Pero la causa pública de los estudios es demasiado interesante para que yo la mirase con indiferencia (1), al mismo tiempo que

(1) In publica studiorum causa nullo modo prævaricandum erat. Cano, de Locis Theologicis, lib. XI, cap. VI.

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