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NOTAS MANUSCRITAS,

por la mayor parte genealógicas, que puso á las márgenes de un ejemplar de la Crónica de D. Juan II de la edicion de Logroño, año 1517, en fol.

LOFE BRAVO DE ROJAS,

sevillano,

EN EL AÑO 1555.

LAS TRANSCRIBE DE SU MANO, Y LAS ILUSTRA CON AUMENTO

DE OTRAS Y LA VIDA LITERARIA DEL AUTOR,

D. RAFAEL DE FLORANES.

NOTICIA DE LOPE BRAVO DE ROJAS.

Este ilustre hijo y ciudadano de Sevilla vivia á la mitad del siglo XVI, reinando en España el Emperador Don Cárlos. El mismo señala puntualmente el tiempo de sus estudios. En el año 1554 pasó la Instituta en Salamanca, siendo su maestro y catedrático el licenciado D. Sebastian de Rivera, individuo del Colegio Mayor de Cuenca de aquella ciudad, de cuyos padres y ascendientes hace me

moria (1). Pero se detuvo poco en este estudio, que acaso no seria de su genio; y pasado el año, se restituyó á Sevilla.

En el siguiente 1555 por diciembre adquirió un ejemplar de la Crónica del Rey D. Juan II, de la edicion de Logroño de 1517, hecha por Arnao Guillen de Brocar, célebre impresor de aquella edad, que habia traido á España el gran Cardenal Jimenez, con buena fortuna, pues gozamos hoy por su industria muchos excelentes libros, de que acaso careceriamos (2). Este costó 20 rs. á Lope Bravo, como él lo apuntó de su letra sobre la portada; y al pié de ella puso su firma con rúbrica, nombrándose Lope Bravo de Rojas; única memoria por donde sabemos haberle correspondido este apellido, unido al de Bravo, que únicamente le dan los autores que le nombran, y nosotros citarémos.

En este retiro se entregó al mas dulce estudio de la historia, especialmente de España: y entre las cuatro partes que en general la constituyen, narrativa, tópica, geográfica y genealógica, se inclinó mas á esta última. Sin duda seria mas de su gusto. Son todas cuatro ciertamente muy importantes; pero el beneficio de la genealó

(1) En la nota al cap. 61, año VIII de la Crónica del Rey Don Juan II, dice así: "Alonso Fernandez y Doña Aldonza uvieron á « D. Alonso Fernandez de Montemayor, que casó con Doña Elvira « Laso de la Vega: uvieron á D. Francisco de Montemayor, que casó « con Doña Juana de Vadillo, hija de Mosen Diego de Vadillo y de « su primera muger, y uvieron á D. Diego de Montemayor, cuyos hermanos son D. Alonso Fernandez de Montemayor, que ha es<«<tado en Indias, y el licenciado D Sebastian de Rivera, colegial del colegio de Cuenca en Salamanca, y catedrático de Instituta, <«< que fué mi maestro por el año de 1554 cuando yo estuve alli." (2) Fr. Pedro de Quintanilla y Mendoza, Vida de Ximenez, libro 3, cap. 10, pág. 137 y 38.

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gica aun se toca mas en la práctica; al paso que en ella son mas frecuentes las discordias de las familias sobre el arreglo de sus intereses, que muchas veces padecen injustas usurpaciones por la obscuridad de las líneas, de los enlaces y entronques de unas con otras.

Este estudio empezó con buen método, por donde otros ó nunca le empiezan, ó le acaban con desórden; quiero decir, por las crónicas de nuestros Reyes de Castilla, cuya leccion, debiendo siempre anticiparse á la de la historia general de la nacion, y aun de las particulares de reinos, provincias, ciudades, familias etc., como manantial de que todas estas deben derivar su fomento y su idea, o totalmente se abandona, ó dañosamente se pospone por algunos presuntuosos eruditos, que andan por ahí perdidos por estilos de gusto y librillos de moda, que por fin contribuyen á todo su descrédito.

Pero como estas crónicas (las que de ellas se imprimieron) por lo comun llegaron al público con gruesos errores de sustancia y de texto, segun fué mas o menos la instruccion ó la incuria de los que las escribieron y dieron á luz, pocos podian darse por seguros de su leccion y sus noticias, sin un nimio cotejo de las mismas ediciones con diferentes manuscritos antiguos de buena nota,

sin una difusísima leccion de los mejores libros y memorias de los tiempos correspondientes, únicos auxilios en sustancia con que en algun modo se puede percibir la verdad ó el engaño de un antiguo historiador. Pero porque despues de impresos los libros, comunmente se descuidó de conservar los manuscritos, creyéndose con demasiado favor de la imprenta, que esta descendió del Cielo á excusarlos, y que mientras ella durase, no volverian á ser necesarios, resultaron dificultades insuperables á los agre

sores de esta empresa, y tanto mayores cuanto los siglos en que vivian iban mas apartados de aquel descuido. A tanta distancia se percibian confusamente las voces de aquellos remotos órganos. Sería, pues, preciso al que quisiese percibirlas bien, acercarse con mucho trabajo al mismo arranque de ellas. Pero habia en el medio escabrosas montañas de dificultades, que impedian llegar el oido tan cerca.

La antigüedad es modesta y en cierto modo esquiva, siempre recata los arcanos de su seno. Esos códices desaparecieron con tal velocidad que, hallar alguno despues de su fuga, se reputaba, dice Cano, un presente exquisito de la fortuna (1). Aun el que parecia, venia exigiendo tantas condiciones, para dejarse entender, que algunos por no sufrirlas le arrojaban de sí con enfado. A la verdad, la ciencia de calificar manuscritos y manejarlos con acierto y con fortuna, pide severo juicio, larga práctica, inmensa leccion y mil precauciones que han encarecido los hombres expertos (2). Leer cuanto es capaz de contribuir al desengaño de una historia, es tambien obra divina. Lo mas descansa pacíficamente en varios encierros al cuidado del abandono y la polilla, heredera de estos bienes, sino universal, seguramente mejorada en tercio

(1) Codices ejusmodi non semper hominum diligentiæ obveniunt, sed fortuna. De Loc. Theologic., lib. 11, cap. 6, pág. 85, tom. II, edit. Matrit. 1764.

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(2) D. Antonio Agustin, de Emendat. Gratian. Dial, 18, tom. I, pag. 199, edit. Paris. 1760 Baluzius, ibid. in Not. tom. II, pag. 434 P. Andr. Pinto Ramirez, Spicileg. Sacr. tract. 1, cap. 51, S. V, pag. 552. Lugdun. 1648-P. Orleans prolog. á la Hist. de las revoluc. de Inglater.-D. Luis de Salazar, Exámen Apologet. pág. 46 á 50.-Feijóo, Teatr. Crit. Disc. de las Causas del Amor, Adic. núm. 80 á 85 etc.

y quinto. Pero no se hable solamente de lo inédito: abracemos tambien los libros dados á luz. ¿Pues qué? ¿ Porque estos se hayan impreso, se nos están entrando por los ojos? ¡Buen modo de entrarse por ellos! La vista tenemos ya cansada de verlos huir de nosotros. Y los pocos que quedan (se entiende antiguos y conducentes al propósito), ¿dónde se juntan á congreso? ¿Qué librería los tiene todos? ¿Dónde está el hombre dichoso, que á una mano los posée? No están sino, á la verdad, muy derramados, muy distantes unos de otros, muy apartados del uso de un solo poseedor.

Hubo sí entre nosotros en diversos tiempos, diversos hombres muy celosos y de ánimo varonil, que á fuerza de un afan extraordinario, de bastante industria y mucho gasto, intentaron levantar (digámoslo así) este entredicho de la antigüedad, y hacernos hablar con ella boca á boca. Entre el escombro de las ruinas que la cubrian, desenterraron muy ajadas algunas reliquias suyas, que miramos ahora como otras tantas perlas de valor muy subido. Pero tales alientos pasaron por peregrinos, y casi está Apolo en divinizarlos, porque no falten imitadores á su hazaña.

Entre los pocos que aspiraron á esta gloria en el siglo XVI fué uno de los primeros el erudito sevillano Lope Bravo de Rojas, el cual con el buen desco de mejorar nuestras crónicas y de averiguar á fondo la verdad de la historia de la nacion, se sujetó al afan de viajar, buscar manuscritos, cotejarlos con los impresos, carear entre sí diferentes ediciones de las mismas crónicas (si de estas las habia diferentes), y advertir por notas sus propias observaciones. Tambien vió varios archivos de comunidades y casas ilustres; entre ellos el fecundísimo de su pa

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