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LOS QUE LAS ALEGARON DESCUBRIENDO Á SU AUTOR DON FRANCISCO DE CASTILLA.

1.° El P. Fernando de Avila, año 1646, en el libro ya citado.

2.° El Dr. Dormer, año 1683, en el lugar tambien citado.

3.o Y el P. M. Sarmiento, sabio benedictino, página 237, de sus Memorias para la Historia de la poesía y poetas españoles, que habia concluido en 1745, y se imprimieron en Madrid despues de su muerte, en 1775, aunque estos dos hombres grandes estuvieron tan lejos de dejarse engañar con la apariencia de estos hermosos oropeles, que como quienes habian leido mucho y meditado mucho mas en documentos públicos y reservados, despreciando la oposicion infundada, decretaron al señor Ayala las mas altas y mas dignas alabanzas, que á su tiempo producirémos.

Qué efecto hubiesen causado tales coplas en el mismo juicio del P, Sarmiento, es muy fácil comprenderlo de la serenidad de ánimo con que despues de haberlas copiado nos muestra la única consecuencia que de ellas le pareció se podia exprimir, pues dice: de todo se colige, que la Crónica que D. Pedro Lopez de Ayala escribió del Rey D. Pedro no ha sido de la aceptacion de todos. Vése aquí como los hombres no comunes que engendraron el vigor y la grandeza de su espíritu en la madurez de los estudios y en una larga advertencia de los engaños del mundo, no se dejan sorprender de cualesquiera apariencias, ni tomar por asalto, sino que prevenidos de las varias artes y falacias enemigas saben labrar

en sus almas un castillo roquero inexpugnable á la fuerza de todas las insidias. Tal es el corto efecto que hizo contra este baluarte la batería que contra él se asestó, de tanto ruido para los oidos de otros. Semejante ejempló verémos despues repetido en la fortaleza igualmente inexpugnable del sabio Gerónimo Zurita.

II.

don diego de CASTILLA, DEAN DE TOLEDO, AÑO 1570.

Tenemos dicho de quién y cómo fué la primera impugnacion y el séquito que tuvo. Su principal y ya único fundamento en la crónica que imputa al obispo de Jaen D. Juan de Castro, es trascendental á todos los otros impugnadores que siempre insisten en repetirle. Por eso no hablamos de él ahora ni queremos detenernos á examinarle hasta que habiendo puesto las nociones particulares de cada apología, entremos en el exámen de los fundamentos comunes á todas, de cuya clase es el presente. Ahora, pues, seguirémos en paz el catálogo de los apologistas, dando á cada uno sus sectarios la graduacion correspondiente, como se ha hecho en el primero Don Francisco de Castilla, que engendró muchos.

Podemos decir que entre todos fué el primogénito D. Diego de Castilla, su sobrino, dean de Toledo (por los años 1570) pues ya en la lista de los sectarios de las coplas donde se ha notado su interés, que en esta causa es igual al de su tio; de que es consecuencia le embaracen las mismas excepciones, pues las prendas de este principal y mas nervioso impugnador de nuestra crónica, y de

su autor el grave Ayala, tienen en lo comun el crédito y alabanza, que leemos en el Nobiliario de Haro, tom. 2.o, pág. 11, donde le predica-cuarto nieto del Rey D. Pedro, caballero de singular aficion á los profesores de buenas letras y estudios, y de grande vigilancia y celo en las cosas eclesiásticas.

El mismo D. Diego en sus notas á la relacion del Rey D. Pedro que él compuso y atribuyó á Gracia Dei, como luego comprobarémos, se llama hermano de D. Luis de Castilla, arcediano de Cuenca, de quien tambien se hablará; y dice que ambos fueron hijos de D. Felipe de Castilla (hermano de D. Francisco el de las coplas) y calla á la madre, sin advertir si el padre fué casado ó los hubo fuera de matrimonio, como yo creo sucedió, pues D. Luis de Salazar escribe que D. Felipe fué tambien dean de Toledo. Y así D. Diego parece que encubre el misterio de su filiacion y la de su hermano explicándola con algun rodeo así: Don Felipe de Castilla tuvo dos descendientes (ó mi manuscrito está corrupto); el mayor se llamó D. Diego de Castilla, dean y canónigo que es de Toledo; y el segundo D. Luis de Castilla, arcediano y canónigo que es de la iglesia de Cuenca.

En la última de las notas añade, que á él le crió desde niño, dió estudios en Salamanca y dejó algunos legados su tia Doña María Niño de Portugal, hermana de su abuela Doña Juana de Zúñiga, muger que fué de su abuelo D. Alonso de Castilla, padre del suyo. La cual Doña María, ya viuda de su marido Bautista de Monterrey, se retiró al lugar de Montamarta, cerca de Zamora, donde vivió con mucha virtud, y labró y dotó á su costa una magnífica capilla en el convento de Padres Gerónimos que estuvo allí, y fué posteriormente trasladado á

Zamora, en la cual dió decente sepulcro á los huesos de su marido, y de órden de ella se enterraron tambien los suyos. Que despues al tiempo de la traslacion del convento á Zamora, los PP. Gerónimos suprimieron esta capilla, y convirtieron á sus propios usos el retablo y otras cosas; y aunque pasaron los huesos al nuevo templo, no les dieron en él colocacion equivalente á la que tuvieron en Montamarta. Por lo cual D. Diego agradecido á la buena memoria de su tia y bienhechora, se apuró fuertemente, y despues de un litigio de mas de 30 años, por fin los sujetó á restablecer la capilla, ayudándoles él con muchas limosnas, á que añadió á sus expensas un decente sepulcro en la misma capilla al lado del evangelio y todo el ornato desta, con que quedó un edificio

suntuoso.

Tal es el grave apologista que mas recio se empeñó en vindicar la fama de su causante el Rey D. Pedro, diciendo oprobios de la crónica vulgar y de su autor, y poniendo en práctica para salir con su intento los mas raros y mas sagaces ardides que pudo inspirarle el calor de su empeño. Alabamos el fin, pero extrañamos los medios. La primera batería se puso no tanto en descargar unas fuerzas incontrastables, apoyadas de municiones irresistibles como aquí pudieran serlo los legítimos y genuinos documentos desenterrados con novedad, cuanto en conquistar por asalto ó por cohecho las opiniones, los sufragios, los votos de muchos que escribian á la sazon ó pensaban escribir para que la posteridad contase las fuerzas por el número, cuando no el número sino el númen en tales materias es quien debe hacer la guerra; pues no es extraño ni inaudito que en las manos de pocos ha puesto Dios muchas veces la victoria de muchísimos.

En su tiempo vivia, escribia y era célebre Zurita, fuertísimo castillo, que debia tomarse por combate, por asalto ó por alianza de paz si habia de ser de buen éxito la guerra; como que conquistado este gran voto en la materia, se ganaba mucho terreno en esta campaña, é irremediablemente venian luego á la mano casi de un golpe todas las otras guarniciones.

Pero las artes que valieron á nuestro D. Diego para deslumbrar á Pisa, en parte á Mariana, Villegas, Diego de Yepes, y totalmente á Salazar de Mendoza, toledanos de su tiempo, á quienes sin duda combatió por los medios que á Zurita no alcanzaron, respecto á este hombre macizo, sólido, constante, fuerte y magnánimo. Antes creo yo que el Dean se arrepintiese muchas veces de haberle intentado sojuzgar como á los otros, pues de resultas quedó su causa de peor condicion. Era preciso considerar se trataba con un Zurita, esto es con una alma muy robusta, que jamás supo rendir su cuello al servir de la lisonja, hincar su rodilla á la acepcion, ni reconocer mas imperios que el de una libre filosofía. Bajo de esta militaba, y para él no habia mas dominio sobre la tierra. No era el suyo un espíritu débil y apocado que él dejase solo en amago sus opiniones, por no poderlas demostrar, pasaba adelante, y brevísimamente las ideas de su ánimo aparecian convertidas en obras de sus manos.

Don Diego no tenia un cabal conocimiento del carácter de este héroe, cuando se atrevió á guerrearle con unas vulgares tentaciones. Mas potencia necesitaba para cautivar á este hombre, contra el cual debiera asestar otra mas fuerte artillería, teniendo presente que hay espíritus que no se echan con conjuros, sino con oraciones. ¿Quién no reflexiona que para un talento diestro en

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