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el suyo por un Rey que hubo en España llamado Luso, entre los sucesores del Padre Tubal: y las Asturias este, porque el Príncipe Astur quiso agasajarlas con él. ¿Y qué dificultad hay en esto? Como si no supiésemos que el señor Rey Hispalo, undécimo en el Real catálogo de los de España, hubiese perpetuado del mismo modo su nombre en la ereccion de Sevilla, segun Fray Juan Annio lo asegura; y Salazar que le alega, no es hombre que ponga nada de su cabeza.

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De los fenicios tambien estuvieron varios hombres ilustres. Uno de ellos el muy honrado Siqueo Acerva, marido de la Sra. Elisa Dido, bien conocida por la fundacion de Cartago. Pero este que solo buscaba intereses, bien presto cargó de plata y oro en los Pirineos, y con su armada dió la vuelta para su tierra. Pero con mala fortuna suya; porque allá le mató el ambicioso Pygmaleon su cuñado, por la codicia de estos tesoros. Mas fué lo peor, que ni aun con ese avaro siquecidio satisfizo las ansias de su sed al dinero. Esa es la época del rito Fenicio en CáAndalucía. Pero de buena fe es menester confesar, que á todas esas entradas las dejó atrás bien pronto la que en 596 hizo en España el ruidoso Nabucodonosor el Segundo. Las de este, sí, que fueron expediciones sonadas. (El que quiera no equivocarse podrá añadir una tilde, por la respectiva á España). Este poderoso Rey de Caldea, que antes habia bajado á Judea, destruido á Jerusalen, y tomado cautivo al Rey Sedechias, determinó volver contra Tiro. Los tirios que vivian en Cádiz no se olvidaron de sus hermanos en un ataque como este. Aprestáronles benévolamente muchos y buenos socorros. Qué esas me teneis,,dijo Nabucodonosor? Resolvió, pues, vengar reciamente la injuria. Aparejó una armada

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en que embarcó gentes de varias naciones que le obedecian; caldeos, persas y las diez tribus debeladas de Israel (que por fin ya han parecido al cabo de tanto buscarlas); tan bien escoltado, arribó á Cádiz: saqueó los pueblos castigó el agravio, y descargándose de las gentes que traia para cargar mejor de riquezas, marchó á sus dominios orientales. Los caldéos que trajo, poblaron en Sevilla; los persas en Córdoba; que de ahí quedó á los cordobeses el ser tan buenos ginctes como los persianos. Los judíos de las diez tribus, como mas diligentes y entremetidos, pasaron adelante.

Descubrieron el sitio en que hoy está Toledo, y fundaron allí, dando á la ciudad el nombre hebreo de Tholdoth, que quiere decir generaciones, como en memoria de las muchas que habia diferentes en las diez tribus pobladoras. Y esta es una cosa de que sigue mucha gloria á Toledo, y á los demás lugares que en el circuito poblaron dichas gentes; que son: Accca, Layos, Escalona, Yepes, Maqueda, Novés y Talavera, nombres todos de extraccion hebráica. Por mano de estos judíos trasportados por Nabucodonosor entró en España la Santa Escritura de que ellos usaban en Judea. Su synagoga la formaron en la parroquia de Santa María la Blanca, donde hoy subsiste el monasterio de Santo Tomás: y ella fué la mas insigne que tuvieron los judíos, prescindiendo de la establecida en el tem-. plo de Salomon. Otra colonia de estos hebraizantes pasó á vivir á Zamora, donde fundaron otra que tambien fue bien insigne; y en tanto se tuvieron siempre, que se lisonjearon ser para ellos la Epístola de S. Pablo escrita á los hebreos. Los de Toledo fueron de tan buena índole, que dieron amargas quejas á sus herma

nos los de Judea por la injusta muerte de Jesu-Cristo. Tales son los rasgos de historia antigua que nos trae Salazar de Mendoza. En la media y en la moderna no son menores sus desvaríos; pero en un mero extracto no tengo lugar de recogerlos todos. Hágalo el que se halle mas desocupado: yo le aseguro logrará una pesca muy abundante. Mas no se vaya á una obra como esta con las manos en la cabeza: prevéngase bien de papel, de plumas y paciencia: porque á proyectar crítica diligente y cabal, sé que hay materiales para terraplenar otros dos tomos tan grandes como la misma Monarquía de España. En una palabra, no hubo bagatela ó fábula entre nuestros antepasados, que no remanezca nuevamente en estos libros del doctor Salazar. En este hombre vemos renovado todo el espíritu tragador de nuestro Florian de Ocampo. Si la fantasía mas desconcertada se subiese á los espacios imaginarios, no era capaz que trajese de allá mayor número de desatinos, de implicaciones y de indiscretas fábulas. ¿Cuánto mejor habria sido á este hombre contenerse en los puros límites de su asunto, tocante á la justicia con que gozan los Reyes de España sus estados, que irse á exaltar á un hemisferio de que verisimilmente no descendería sano? Para mayor caida se remontan algunos. De buena providencia debiera obligársele al librero publicador de esta obra, á que nuevamente la recogiese donde quiera que se hallase, y con otra tan seria y tan sólida como corresponde al augusto objeto que en ella se desaira con groseras fábulas, satisfaciese cumplidamente al torcido concepto que puede haberse formado dentro ó fuera del reino, de la justicia del Trono, del genio de la Nacion y de la literatura de España. Verdaderamente ¿qué juicio se habrá hecho de la gravedad

española entre los extranjeros, cuando hayan visto envueltos en ridículas vulgaridades los claros derechos de esta Corona? Qué! ¿entre tantos hábiles é insignes hombres literatos como hoy goza la España, no pudiera alguno cumplir, si fuera menester, ese alto asunto de que abusó Salazar, y tan firme, limpia y dignamente como él se lo merece, sin ir á publicar un escrito estragado de cuentos y liviandades, que en vez de ser su resguardo, será su descrédito? Qué! ¿así se pasa á envolver la perla preciosa de la justicia con que posée todos sus dominios el Rey de las Españas en el cieno pestífero de la fábula? ¿No habia algun arbitrio á lo menos de separar lo precioso de lo vil? ¿Despues de publicada la Historia literaria de España, obra sabia en que de intento se deshacen una por una todas esas fabulosas expediciones y avenidas de gentes á nuestra region, se vuelven á imprimir y á divulgar por el mundo tan ridículas necedades? Con eso será perenne el destierro del error; y en vez de ahuyentarse quedará cada dia mas radicado. Con eso los que lleguen á recojer esta obra y no aquella, continuarán embuidos por falta de desengaño en los antiguos rancios errores de nuestros antepasados; y sobre que el exterminio de las preocupaciones será perpetua empresa á los celosos de nuestra cultura, las ciencias irán hácia atrás, en vez de ir adelante; porqué unus edificans, et unus destruens ¿quid prodest illis nisi labor? como dijo el Eclesiástico ó como San Pablo: Si enim quæ destruxi, iterum· hæc reædifico: prævaricatorem me constituo. ¿Pues qué costaba para evitar estos inconvenientes, que el editor hubiese antepuesto alguna, no para advertir al público que el autor en aquella parte escribió lo que supo ó lo que leyó en Florian de Ocampo, en Annio de Viterbo, en el

Moro Rasis y en Garibay pero que ya no se admitian tales opiniones, sobre que se viese á los PP. Mohedanos en los tres tomos primeros de su Historia literaria? A mí me parece que el mérito de este par de hombres sabios, y el sagrado del asunto monárquico, merecian de justicia esta breve advertencia. Pero corria prisa beneficiar lo oculto, como si estuviese oculto sin algun misterio.

A la verdad que venian al caso para un escrito que debia ser la suma certeza, unos rasgos de historia incierta, tan propios de los siglos heróicos. ¿Ni qué necesitaba Salazar dar un vuelo tan excusado, como el de subirse á las edades lóbregas para empezar desde allí la defensa de los Estados actuales de Felipe II y sus sucesores? Qué! ¿no habia forma de asegurar el Trono de España, á no colocarle sobre los hombros de Hércules, de los Geriones, de Pygmalion, de Luso, de Abidis, de Hispalo, de Erytréo y de Gargoris, Reyes fabulosos de la antigüedad, que solo existieron en la mentirosa vanidad de los griegos, y en la fantasía audaz de Juan Annio de Viterbo? Para liquidar un hecho que tenia principios menos remotos, mas conocidos, mas bien averiguados, ¿á qué venia retroceder á la ridícula venida de las diez tribus judaicas á Toledo con Nabucodonosor, su poblacion en aquella ciudad, y su oposicion á los otros judíos de Jerusalen, por la injusta muerte de Cristo, con el mensaje de sus agrias quejas? El torpe desco de querer lisonjear nuestro autor á la imperial ciudad de su establecimiento, le hizo vender por gloriosa una novela tan insulsamente urdida. ¿Qué hombre leerá estos desatinos, sin que se le suelten carcajadas de risa? No necesita aquella imperial, meritísima, antigua y muy ilustre ciudad, las ficciones de Salazar de Mendoza, del fingido

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