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En tanto que este capitan fué y vino á este socorro, algunos españoles de pié y de caballo, como he dicho, ⚫con nuestros amigos entraban á pelear á la ciudad fasta cerca de las casas grandes que están en la plaza; y de allí no podian pasar porque los de la ciudad tenian abierta la calle de agua que está á la boca de la plaza, y estaba muy honda y ancha, y de la otra parte tenian una muy grande y fuerte albarrada, y allí peleaban los unos con los otros fasta que la noche los despartió.

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Un señor de la provincia de Tascaltecal que se dice Chichimecatecle, de que atrás he fecho relación, que trujo la tablazon que se hizo en aquella provincia para los bergantines, desde el principio de la guerra residia con toda su gente en el real de Pedro de Albarado; y como via que por el desbarato pasado los españoles no peleaban como solian, determinó sin ellos de entrar él con su gente á combatir los de la ciudad, dejando cuatrocientos flecheros de los suyos áà una puente quitada de agua, bien peligrosa, que ganó á los de la ciudad; lo cual nunca acaecia sin ayuda nuestra. Pasó adelante con los suyos, y con mucha grita, apellidando y nombrando á su provincia y señor, pelearon aquel dia muy reciamente, y hobo de una parte y otra muchos heridos y muertos; y los de la ciudad bien tenian creido que los tenian asidos; porque como es gente que al retraer, aunque sea sin victoria, sigue con mucha determinacion, pensaron que al pasar del agua, donde suele ser cierto el peligro, se habian de vengar muy bien dellos. E para este efecto y socorro Chichimecatecle habia dejado junto al paso del agua los cuatrocientos flecheros; y como ya se venian retrayendo, los de la ciudad cargaron sobre ellos muy de golpe, y los de Tascaltecal echáronse al agua, y con el favor de los flecheros pasaron; y los enemigos, con la resistencia que en ellos fallaron, se quedaron, y aun bien espantados de la osadía que habia tenido Chichimecatecle 1. Dende á dos días que los españoles vinieron de hacer guerra á los de Marinalco, segun que vuestra majestad habrá visto en los capítulos antes deste, llegaron á nuestro real diez indios de los otumíes, que eran esclavos de los de la ciudad; y como he dicho, habiéndose dado por vasallos de vuestra majestad, y cada dia venian en nuestra ayuda á pelear, y dijéronme cómo los señores de la provincia de Matalcingo 2, que son sus vecinos, les -facian guerra y les destruian su tierra, y les habian quemado un pueblo y llevádoles alguna gente, y que venian destruyendo cuanto podian, y con intencion de venir á nuestros reales y dar sobre nosotros, porque los de la ciudad saliesen y nos acabasen; y á lo mas desto dimos crédito, porque de pocos dias á aquella parte cada vez que entrábamos á pelear nos amenazaban con los desta provincia de Matalcingo; de la cual, aunque no teniamos mucha noticia, bien sabiamos que era grande y que estaba veinte y dos leguas de nuestros reales; y en la queja que estos otumíes nos daban de aquellos sus vecinos, daban á entender que los diésemos socorro, y aunque lo pedian en muy recio tiempo, confiando en el ayuda de Dios; y por quebrar algo las alas á los de la ciudad, que cada dia nos amenazaban Esta accion prueba que en los indios hay esfuerzo y valor. • Puede ser Temascalcingo.

con estos y mostraban tener esperanza de ser dellos s0corridos, y este socorro de ninguna parte les podia venir, si destos no, determiné de enviar allá á Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor, con diez y ocho de caballo y cien peonés, en que habia solo un ballestero, el cual se partió con ellos y con otra gente de los otumíes, nuestros amigos; y Dios sabe el peligro en que todos iban, y aun el en que nosotros quedábamos; pero como nos convenia mostrar mas esfuerzo y ánimo que nunca, y morir peleando, disimulábamos nuestra flaqueza así con los amigos como con los enemigos; però muchas y muchas veces decian los españoles que pluguiese á Dios que con las vidas los dejasen y se viesen vencedores contra los de la ciudad, aunque en ella ni en toda la tierra no hubiesen otro interés ni provecho; por do se conocerá la aventura y necesidad extrema en que teniamos nuestras personas y vidas. El alguacil mayor fué aquel dia á dormir á un pueblo de los otumíes que está frontero de Marinalco, y otro dia muy de mañana se partió y llegó á unas estancias de los dichos otumíes, las cuales halló sin gente, y mucha parte dellas quemadas; y llegando mas á lo llano, junto à una ribera halló mucha gente de guerra de los enemigos, que habian acabado de quemar otro pueblo ; y como le vieron, comenzaron á dar la vuelta, y por el camino que llevaban en pos dellos hallaban muchas cargas de maíz y de niños asados que trajan para su provision, las cuales habian dejado como habian sentido ir los españoles; y pasado un rio que allí estaba mas adelante en lo llano, los enemigos comenzaron á reparar, y el alguacil mayor con los de caballo rompió por ellos y desbaratólos, y puestos en huida, tiraron su camino derecho á su pueblo de Matalcingo, que estaba cerca de tres leguas de allí; y en todas duró el alcance de los de caballo fasta los encerrar en el pueblo, y allí esperaron á los españoles y á nuestros amigos, los cuales venian matando en los que los de caballo atajaban y dejaban atrás; y en este alcance murieron mas de dos mil de los enemigos. Llegados los de pié donde estaban los de caballo y nuestros amigos, que pasaban de sesenta mil hombres, comenzaron á huir hacia el pueblo, adonde los enemigos hicieron rostro, en tanto que las mujeres y los niños y sus haciendas se ponian en salvo en una fuerza que estaba en un cerro muy alto que estaba allí junto. Pero como dieron de golpe en ellos, hiciéronlos tambien retraer á la fuerza que tenian en aquella altura, que era muy agra y fuerte, y quemaron y robaron el pueblo en muy breve espacio, y como era tarde, el alguacil mayor no quiso combatir la fuerza, y tambien porque estaban muy cansados, porque todo aquel dia habian peleado: los enemigos toda la mas de la noche despendieron en dar alaridos y hacer mucho estruendo de atabales y bocinas.

Otro dia de mañana el alguacil mayor con toda la gente comenzó á guiar para subirles á los enemigos aquella fuerza, aunque con temor de se ver en trabajo en la resistencia, y llegados,no vieron gente ninguna de los contrarios; é ciertos indios amigos nuestros descendian de lo alto, y dijeron que no habia nadie y que al cuarto del alba se habian ido todos los enemigos. Y estando así vieron por todos aquellos llanos de la redonda mu

cha gente, y eran los otumies; é los de caballo, creyendo que eran los enemigos, corrieron lácia ellos y alancearon tres ó cuatro; y como la lengua de los otumíes es diferente desta otra de Culúa, no los entendian mas de como echaban las armas y se venian para los españoles; y todavía alancearon tres ó cuatro, pero ellos bien entendieron que habia sido por no los conocer. E como los enemigos no esperaron, los españoles acordaron de se volver por otro pueblo suyo que tambien estaba de guerra; pero como vieron venir tanto poder sobre ellos, salieronle de paz, y el alguacil mayor habló con el señor de aquel pueblo, y díjole que ya sabia que yo recibia con muy buena voluntad á todos los que se venian á ofrecer por vasallos de vuestra majestad, aunque fuesen muy culpados; que le rogaba que fuese á hablar con aquellos de Matalcingo 1 para que se viniesen á mí, y profirióse de lo hacer así y de traer de paz á los de Marinalco; y así, se volvió el alguacil mayor con esta victoria á su real. E aquel dia algunos españoles estaban peleando en la ciudad, y los ciudadanos habian enviado á decir que fuese allá nuestra lengua, porque querian hablar sobre la paz; la cual, segun pareció, ellos no querian sino con condicion que nos fuésemos de toda la tierra; lo cual hicieron á fin que los dejásemos algunos dias descansar y fornecerse de lo que habían menester, aunque nunca dellos alcanzamos dejar de tener voluntad de pelear siempre con nosotros, y estando así platicando con la lengua muy cerca los nuestros de los enemigos, que no habia sino una puente quitada en medio, un viejo dellos allí á vista de todos sacó de su mochila 2, muy despacio, ciertas cosas que comió, por nos dar á entender que no tenian necesidad, porque nosotros les deciamos que allí se habian de morir de hambre, y nuestros amigos decian á los españoles que aquellas paces eran falsas; que peleasen con ellos; y aquel dia no se peleó mas porque los principales dijeron á la lengua que me hablase.

Dende á cuatro dias que el alguacil mayor vino de la provincia de Matalcingo, los señores della y de Marinalco y de la provincia de Cuiscon, que es grande y mucha cosa, y estaban tambien rebelados, vinieron á nuestro real, y pidieron perdon de lo pasado, y ofreciéronse de servir muy bien; y así lo hicieron y han hecho hasta ahora.

En tanto que el alguacil mayor fué á Matalcingo, los de la ciudad acordaron de salir de noche y dar en el real de Albarado; y al cuarto del alba dan de golpe. E como las velas de caballo y de pié lo sintieron, apellida ron de llamar al arma; y los que allí estaban arremetieron á ellos; y como los enemigos sintieron los de caballo, echáronse al agua; y en tanto llegan los nuestros y pelearon mas de tres horas con ellos; y nosotros oimos en nuestro real un tiro de campo que tiraba; y como teniamos recelo no los desbaratasen, yo mandé armar la gente para entrar por la ciudad, para que aflojasen en el combate de Albarado; y como los indios hallaron tan recios á los españoles, acordaron de se volver á su ciudad; y nosotros aquel dia fuimos á pelear á la ciudad.

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En esta sazon ya los que habiamos salido heridos del desbarato estábamos buenos, y á la Villarica habia aportado un navío de Juan Ponce de Leon, que habian desbaratado en la tierra ó isla Florida; y los de la villa enviáronme cierta pólvora y ballestas, de que tenia❤ mos muy extrema necesidad; y ya, gracias á Dios, por aquí á la redonda no teniamos tierra que no fuese en nuestro favor; y yo, viendo como estos de la ciudad estaban tan rebeldes y con la mayor muestra y determinacion de morir que nunca generacion tuvo, no sabia qué medio tener con ellos para quitarnos á nosotros de tantos peligros y trabajos, y á ellos y á su ciudad no los acabar de destruir, porque era la mas hermosa cosa del mundo; y no nos aprovechaba decirles que no habiamos de levantar los reales, ni los bergantines habian de cesar de les dar guerra por el agua, ni que habiamos destruido á los de Matalcinco y Marinalco, y que no tenian en toda la tierra quien los pudiese socor→ rer, ni tenian de donde haber maíz, ni carne, ni frutas, ni agua ni otra cosa de mantenimiento. E cuanto mas destas cosas les deciamos, menos muestra viamos en ellos de flaqueza; mas antes en el pelear y en todos sus ardides los hallábamos con mas ánimo que nunca. E yo, viendo que el negocio pasaba desta manera, y que habia ya mas de cuarenta y cinco dias que estábamos en el cerco, acordé de tomar un medio para nuestra seguridad y para poder mas estrechar á los enemigos, y fué que como fuésemos ganando por las calles de la ciudad, que fuesen derrocando todas las casas dellas del un lado y del otro; por manera que no fuésemos un paso adelante sin lo dejar todo asolado, y lo que era agua hacerlo tierra firme, aunque hobiese toda la dilacion que se pudiese seguir. E para esto yo llamé á todos los señores y principales nuestros amigos, y dijeles lo que tenia acordado; por tanto, que hiciesen venir mucha gente de sus labradores, y trujesen sus coas, que son unos palos, de que se aprovechan tanto como los cavadores en España de azada; y ellos me respondieron que así lo harian de muy buena voluntad, y que era muy buen acuerdo; y holgaron mucho con esto, porque les pareció que era manera para que la ciudad se asolase3; lo cual todos ellos deseaban mas que cosa del mundo.

Entre tanto que esto se concertaba pasáronse tres ó cuatro dias: los de la ciudad bien pensaron que ordenú nábamos algunos ardides contra ellos; y ellos tambien, segun después pareció, ordenaban lo que podian para su defensa, segun que tambien lo barruntábamos. E concertado con nuestros amigos que por la tierra y por la mar los habiamos de ir á combatir, otro dia de mañana, después de haber oido misa, tomamos el camino para la ciudad; y en llegando al paso del agua y albarrada que estaba cabe las casas grandes de la plaza, queriéndola combatir, los de la ciudad dijeron que estuviésemos quedos, que querian paz; y yo mandé á la gente que no pelease, y dijeles que viniese allí el señor de la ciudad á me hablar y que se daria órden

3 Así se ejecutó, porque no se ve hoy en Méjico rastro del gentilismo, y todos sus edificios fueron asolados.

+ Barruntar es imaginar 6 conjeturar, y segun la ley 2, tit. 26, partida 11, se llaman barruntes à las espías.

cibian daño, y los de caballo lo recibian de los que estaban puestos en las paredes, y hubiéronse de retraer, é hirieron dos caballos; lo cual me dió ocasion para les ordenar una buena celada, como adelante haré relacion á vuestra majestad; y aquel dia en la tarde nos volvimos á nuestro real, con dejar bien seguro y llano todo lo ganado, y á los de la ciudad muy ufanos, porque creian que de temor nos retraimos. E aquella tarde hice un mensajero al alguacil mayor para que antes del dia viniese allí á nuestro real con quince de caballo de los suyos y de los de Pedro de Albarado.

en la paz; y con decirme que ya le habian ido á llamar, me detuvieron mas de una hora; porque en la verdad ellos no habian gana de la paz, y así lo mostraron, porque luego, estando nosotros quedos, nos comenzaron á tirar flechas y varas y piedras. E como yo vi esto, Comenzamos á combatir el albarrada y ganámosla; y en entrando en la plaza, hallámosla toda sembrada de piedras grandes porque los caballos no pudiesen correr por ella, porque por lo firme estos son los que les hacen la guerra, y hallamos una calle cerrada con piedra seca y otra tambien llena de piedras, porque los caballos no pudiesen correr por ellas. E dende este dia en adelante cegamos de tal manera aquella calle del agua que salia de la plaza, que nunca después los indios la abrieron; y de allí adelante comenzamos á asolar poco a poco las casas, y cerrar y cegar muy bien lo que teniamos ganado del agua ; y como aquel dia llevábamos mas de ciento y cincuenta mil hombres de guerra, hízose mucha cosa; y así, nos volvimos aquel dia al real, y los bergantines y canoas de nuestros amigos hicieron mucho daño en la ciudad, y volviéronse á reposar.

Otro dia por la mañana llegó al real el alguacil mayor con los quince de caballo, y yo tenia de los de Cuyoacan allí otros veinte y cinco, que eran cuarenta ; y á diez dellos mandé que luego por la mañana saliesen con toda la otra gente, y que ellos y los bergantines fuesen por la órden pasada á combatir y á derrocar y ganar todo lo que pudiesen; porque yo, cuando fuese tiempo de retraerse, iria allá con los otros treinta de caballo, y que pues sabian que teniamos mucha parte de la ciudad allanada, que cuanto pudiesen, siguiesen de tropel á los enemigos hasta los encerrar en sus fuerzas y calles de agua, y que allí se detuviesen con ellos hasta que fuese hora de retraer; é yo y los otros treinta de caballo, sin ser vistos, pudiésemos meternos en la celada en unas casas grandes, que estaban cerca de las otras grandes de la plaza; y los españoles lo hicieron como yo les avisé, y á la una hora después de mediodía tomé el camino para la ciudad con los treinta de caballo; y allegados, dejélos metidos en aquellas casas, y yo me fuí y me subí en la torre alta, como solia; y estando allí unos españoles, abrieron una sepultura y hallaron en ella, en cosas de oro, mas de mil y quinientos castellanos; y venida ya la hora de retraer, mandéles que con mucho concierto se comenzasen de retraer, y que los de caballo, desque estuviesen retraidos en la plaza, hiciesen que acometian y que no osaban llegar; y esto se hiciese cuando viesen mucha copia de gente al rededor de la plaza y en ella, y los de la celada estaban ya deseando que se llegase la hora, porque tenian deseo de hacerlo bien y estaban ya cansados de esperar; y yo metíme con ellos, y ya se venian retrayendo por la plaza los españoles de pié y de caballo y los indios nuestros amigos,que habian entendido ya lo de la celada; y los enemigos venian con tantos alaridos, que parecia que conseguian toda la victoria del mundo, y los nueve de caballo hicieron que arremetian tras ellos por la plaza adelante, y retraíanse de golpe; y como hobieron hecho esto dos veces, los enemigos traian tanto furor, que á las ancas de los caballos les venian dando hasta los meter por la boca de la calle, donde estábamos la celada. E como vimos á los españoles pasar adelante de nosotros, y oimos soltar un tiro de escopeta, que teniamos por señal, conocimos que era tiem

Otro dia siguiente por la misma órden entramos en la ciudad; y llegados á aquel circúito y patio grande 1 donde están las torres de los indios, yo mandé á los capitanes que con su gente no hiciesen sino cegar las calles de agua y allanar los pasos malos que teniamos ganados, y que nuestros amigos, dellos quemasen y allanasen las casas, y otros fuesen á pelear por las partes que soliamos, y que los de caballo guardasen á todos las espaldas. E yo me subí en una torre mas alta de aquellas, porque los indios me conocían y sabia que les pesaba mucho de verme subido en la torre; y de allí animaba á nuestros amigos y haciales socorrer cuando era necesario; porque, como peleaban á la continua, á veces los contrarios se retraian, y á veces los nuestros; los cuales luego eran socorridos con tres o cuatro de caballo, que les ponian infinito ánimo para revolver sobre los cuemigos; y desta manera y por esta órden entramos en la ciudad cinco ó seis dias arreo, y siempre al retraer echábamos á nuestros amigos delante y haciamos á algunos de los españoles se metiesen en celada en unas casas, y los de caballo quedábamos atrás y haciamos que nos retraiamos de golpe, por sacarlos á la plaza. Y con esto, y con las celadas de los peones cada tarde alanceábamos algunos; y un dia destos habia en la plaza siete ú ocho de caballo, y estuvieron esperando que los enemigos saliesen; y como vieron que no salian, hicieron que se volvian; y los enemigos, con recelo que á la vuelta no los alanceasen, como solian, estaban puestos por unas paredes y azoteas, y habia infinito número dellos; y como los de caballo revolvian tras ellos, que eran ocho ó nueve, y ellos les tenian tomada de lo alto una boca de la calle, no pudieron seguir tras los enemigos que iban por ella, y hubié-po de salir; y con el apellido de señor Santiago damos ronse de retraer. E los enemigos, con favor de como los habian hecho retraer, venian muy encarnizados, y ellos estaban tan sobre aviso, que se acogian donde no re

Este patio grande ó plazuela era tan capaz, que se refiere por los historiadores que en las festividades gentilicas cabian en ella diez mil personas celebrando sus danzas, que llaman mithotes.

de súpito sobre ellos, y vamos por la plaza adelante alanceando y derrocando y atajando muchos, que por nuestros amigos que nos seguian eran tomados; de manera que desta celada se mataron mas de quinientos, todos los mas principales y esforzados y valientes hombres; y aquella noche tuvieron bien que cenar nuestros

amigos, porque todos los que se mataron, totnaron y llevaron hechos piezas para comer. Fué tanto el espanto y admiracion que tomaron en verse tan de súpito así desbaratados, que ni hablaron ni gritaron en toda esa tarde, ni osaron asomar en calle ni en azotea donde no estuviesen inuy á su salvo y seguros. E ya que era casi de noche que nos retraimos, parece que los de la ciudad mandaron á ciertos esclavos 1 suyos que mirasen si nos retraiamos, ó qué haciamos. E como se asomaron por una calle, arremetieron diez ó doce de caballo, y siguiéronlos de manera que ninguno se les escapó. Cobraron desta nuestra victoria los enemigos tanto temor, que nunca mas en todo el tiempo de la guerra osaron entrar en la plaza ninguna vez que nos retraiamos, aunque solo uno de caballo no mas viniese, y nunca osaron salir á indio ni á peon de los nuestros, creyendo que de entre los piés se les habia de levantar otra celada. Y esta deste dia, y victoria que Dios nuestro Señor nos dió, fué bien principal causa para que la ciudad mas presto se ganase, porque los naturales della recibieron mucho desmayo y nuestros amigos doblado ánimo; y así, nos fuimos á nuestro real con intencion de dar mucha priesa en hacer la guerra y no dejar de entrar ningun dia hasta la acabar. E aquel dia ningun peligro hubo en los de nuestro real, excepto que al tiempo que salimos de la celada se encontraron unos de caballo, y cayó uno de una yegua, y ella fuése derecha á los enemigos, los cuales la flecharon, y bien herida, como vió la mala obra que recibia, se volvió hácia nosotros 2, y aquella noche se murió; y aunque nos pesó mucho, porque los cabaHos y yeguas nos daban la vida, no fué tanto el pesar como si muriera en poder de los enemigos, como pensamos que de hecho pasara, porque si así fuera, ellos hubieran mas placer que no pesar por los que les matábamos; los bergantines y las canoas de nuestros amigos hicieron grande estrago en la ciudad aquel dia, sin recibir peligro alguno.

Como ya conocimos que los indios de la ciudad estaban muy amedrentados, supimos de unos dos dellos de poca manera, que de noche se habian salido de la ciudad y se habian venido á nuestro real, que se morian de hambre, que salian de noche á pescar por entre las casas de la ciudad, y andaban por la parte que della les teniamos ganada buscando leña y yerbas y raíces que comer. E porque ya teniamos muchas calles de agua cegadas, y aderezados muchos malos pasos, acordé de entrar al cuarto del alba y hacer todo el daño que pudiésemos. E los bergantines salieron antes del dia, y yo con doce ó quince de caballo y ciertos peones y amigos nuestros entramos de golpe, y primero pusimos ciertas espías; las cuales, siendo de dia, estando nosotros en celada, nos ficieron señal que saliésemos, y dimos sobre infinita gente; pero como eran de aquellos mas miserables y que salian á buscar de comer, los mas venian desarmados,

4 La servidumbre es de derecho de gentes secundario, supuestas las guerras y ambicion de los hombres, y así la introdujeron los mejicanos.

2 El instinto de los caballos y yeguas es tan grande, que se puede tener por el mas vivo después del de los elefantes, de los que y de los caballos se refieren cosas maravillosas, particularmente en el reconocimiento á sus dueños, y no querer admitir á los extraños.

y eran mujeres y muchachos; é ficimos tanto daño en ellos por todo lo que se podia andar de la ciudad, que presos y muertos pasaron de mas de ochocientas personas, é los bergantines tomaron tambien mucha gente y canoas que andaban pescando, y ficieron en ellas mùcho estrago. E como los capitanes y principales de la ciudad nos vieron andar por ella á hora no acostumbrada, quedaron tan espantados como de la celada pasada, y ninguno osó salir á pelear con nosotros; y así, nos volvimos á nuestro real con harta presa y manjar para nuestros amigos.

Otro dia de mañana tornamos á entrar en la ciudad, y como ya nuestros amigos veian la buena órden que llevábamos para la destruccion della, era tanta la multitud que de cada dia venian, que no tenian cuento. E aquel dia acabamos de ganar toda la calle de Tacuba y de adobar los malos pasos della, en tal manera que los del real de Pedro de Albarado se podian comunicar con nosotros por la ciudad, é por la calle principal, que` iba al mercado, se ganaron otras dos puentes y se cegó bien el agua, y quemamos las casas del señor de la ciudad, que era mancebo de edad de diez y ocho años, que se decia Guatimucin, que era el segundo señor después de la muerte de Muteczuma; y en estas casas tenian los indios mucha fortaleza, porque eran muy grandes y fuertes y cercadas de agua. Tambien se ganaron otras dos puentes de otras calles que van cerca desta del mercado, y se cegaron muchos pasos; de manera que de cuatro partes de la ciudad las tres estaban ya por nosotros, y los indios no hacian sino retracrse hacia lo mas fuerte, que era á las casas que estaban mas metidas en el agua.

Otro dia siguiente, que fué dia del apóstol Santiago, entramos en la ciudad por la órden que antes, y seguimos por la calle grande 3, que iba a dar al mercado, y ganámosles una calle muy ancha de agua, en que ellos pensaban que tenian mucha seguridad, y aunque se tardó gran rato, y fué peligrosa de ganar, y en todo este dia no se pudo, como era muy ancha, de acabar de cegar, por manera que los de caballo pudiesen pasar do la otra parte. E como estábamos todos á pié, y los indios veian que los de caballo no habian pasado, vinieron de refresco sobre nosotros, muchos dellos muy lucidos; y como les ficimos rostro, y teniamos muchos ballesteros, dieron la vuelta á sus albarradas y fuerzas que tenian, aunque fueron hartos asaeteados. E demás desto todos los españoles de pié llevaban sus picas, las cuales yo habia mandado facer después que me desbarataron, que fué cosa muy provechosa. Aquel dia por los lados de la una parte y de la otra de aquella calle principal no se entendió sino en quemar y allanar casas, que era lástima cierto de lo ver; pero como no nos convenia hacer otra cosa, éranos forzado seguir aquella órden. Los de la ciudad, como veian tanto estrago, por esforzarse decian á nuestros amigos que no ficiesen sino quemar y destruir, que ellos se las harian tornar á hacer de nuevo, porque si ellos eran vencedores, ya ellos sabian que

Esta calle grande que iba al mercado de Tlatelulco es, en mi juicio, la que sigue por San Francisco, junto á la acequia principal hasta la plaza de Santiago Tlatelulco en derechura, y en medio. está la parroquia de Nuestra Señora de la Redonda.

habia de ser así, y si no, que las habian de hacer para nosotros; y desto postrero plugo á Dios que salieron verdaderos, aunque ellos son los que las tornan á hacer.

Pedro de Albarado por la misma calle con cuatro de caballo, que fué sin comparacion el placer que hobo la gente de su real y del nuestro, porque era camino para dar muy breve conclusion á la guerra. Y Pedro de Albarado dejaba recaudo de gente en las espaldas hilados, así para conservar lo ganado como para su defensa; y como luego se aderezó el paso, yo con algunos de caballo me fuí á ver el mercado, y mandé à la gente de nuestro real que no pasasen adelante de aquel paso. E des

Otro dia luego de mañana entramos en la ciudad por la órden acostumbrada, y llegados á la calle de agua que habiamos cegado el dia antes, fallámosla de la manera que la habiamos dejado; y pasamos adelante dos tiros de ballesta, y ganamos dos acequias grandes de agua que tenian rompidas en lo sano de la misma calle, y llegamos á una torre pequeña de sus ídolos, y en ella halla-pués que anduvimos un rato paseándonos por la plaza, mos ciertas cabezas de los cristianos que nos habian muerto, que nos pusieron harta lástima. E dende aquella torre iba la calle derecha, que era la misma adonde estábamos, á dar á la calzada del real de Sandoval, é á la mano izquierda iba otra calle á dar al mercado, en la cual ya no habia agua ninguna, excepto una que nos defendian, y aquel dia no pasamos de allí, pero peleamos mucho con los indios. E como Dios nuestro Señor cada dia nos daba victoria, ellos siempre llevaban lo peor; y aquel dia, ya que era tarde, nos volvimos al real.

mirando los portales della, los cuales por las azoteas estaban llenos de enemigos, é como la plaza era muy grande y veian por ella andar los de caballo, no osaban llegar; y yo subí en aquella torre grande que está junto al mercado, y en ella tambien y en otras hallamos ofrecidas ante sus ídolos las cabezas de los cristianos que nos habian muerto, y de los indios de Tascaltecal nuestros amigos, entre quien siempre ha habido muy antigua y cruel enemistad. E yo miré dende aquella torre lo que teniamos ganado de la ciudad, que sin duda de ocho partes teniamos ganado las siete; é vienOtro día siguiente, estando aderezando para volverá do que tanto número de gente de los enemigos no era entrar en la ciudad, á las nueve horas del dia vimos de posible sufrirse en tanta angostura, mayormente que nuestro real salir humo de dos torres muy altas que es- aquellas casas que les quedaban eran pequeñas y puestaban en el Tatebulco 1 ó mercado de la ciudad, que no ta cada una dellas sobre sí en el agua, y sobre todo la podiamos pensar qué fuese, y como parecia que era grandísima hambre que entre ellos habia, y que por mas que saumerios, que acostumbran los indios á ha- las calles hallábamos roidas las raíces y cortezas de los cer á sus ídolos, barruntamos que la gente de Pedro de árboles, acordé de los dejar de combatir por algun dia, Albarado habia llegado allí, y aunque así era la verdad, y movelles algun partido por donde no pereciese tanno lo podiamos creer. E cierto aquel dia Pedro de Al- ta multitud de gente; que cierto me ponia en mucha barado 2 y su gente lo hicieron valientemente, porque lástima y dolor el daño que en ellos se hacia, y contiteniamos muchas puentes y albarradas de ganar, y siem- nuamente les hacia acometer con la paz; y ellos decian pre acudian á las defender toda la mas parte de la ciu- que en ninguna manera se habian de dar, y que uno solo dad. Pero como él vió que por nuestra estancia íbamos que quedase habia de morir peleando, y que de todo estrechando á los enemigos, trabajó todo lo posible por lo que tenían no habiamos de haber ninguna cosa, y entrarles al mercado, porque allí tenian toda su fuerza; que lo habian de quemar y echar al agua, donde nunca pero no pudo mas de llegar á vista dél, y ganalles aque-pareciese; y yo, por no dar mal por mal, disimulaba en llas torres y otras muchas que están junto al mismo mercado, y es tanto casi como el circúito de las muchas torres de la ciudad; los de caballo se vieron en harto trabajo, y les fué forzado retraerse, y al retraer les hirieron tres caballos; y así, se volvieron Pedro de Albarado y su gente á su real, y nosotros no quisimos ganar aquel dia una puente y calle de agua que quedaba no mas para llegar al mercado, salvo allanar y cegar todos los malos pasos; y al retraernos apretaron reciamente, aunque fué á su costa.

Otro dia entramos luego por la mañana en la ciudad, y como no habia por ganar fasta llegar al mercado sino una traviesa de agua3 con su albarrada, que estaba junto á la torrecilla que he dicho, comenzámosla á combatir, y un alférez y otros dos ó tres españoles echáronse al agua, y los de la ciudad desampararon luego el paso, y comenzóse á cegar y aderezar para que pudiésemos pasar con los caballos; y estándose aderezando, llegó

En Tlatelulco.

2 Este Pedro de Albarado, de que se ha hablado antes, fué insigne en todas sus acciones, y aun se conserva el nombre del salto de Albarado, que fué à la entrada de la Traspana, donde saltó la acequia muy ancha, estribando sobre la lanza.

3 Pudo ser donde hoy está el puente que llaman de las Guerras.

no los dar combate.

Como teniamos muy poca pólvora, habiamos puesto en plática, mas habia de quince dias, de hacer un trabuco 4; y aunque no habia maestros que supiesen hacerle, unos carpinteros se profirieron de hacer uno pequeño, y aunque yo tuve pensamiento que no habiamos de salir con esta obra, consentí que lo siguiesen; y en aquellos dias que teniamos tan arrinconados los indios acabóse de hacer, y llevóse á la plaza del mercado para lo asentar en uno como teatro 5 que está en medio della, fecho de cal y canto, cuadrado, de altura de dos estados y medio, y de esquina á esquina habrá treinta pasos; el cual tenian ellos para cuando hacian algunas fiestas y juegos, que los representadores dellos se ponian allí porque toda gente del mercado y los que estaban en bajo y encima de los portales pudiesen ver lo que se hacia; y traido allí, tardaron en lo asentar tres ó cuatro dias; y los indios nuestros amigos amenazaban con él á los de la ciudad, diciéndoles que

Esta invencion de trabuco de palo no era fácil de conseguir, aunque se conoce la ingeniosidad de Cortés y que habia leido matemáticas.

5 Este teatro pudo estar en el mismo sitio que hoy la ermita junto á Santiago, que tiene un atrio elevado.

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