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mós, porque estábamos los unos de los otros un tiro de herradura, y los españoles tomaban de cada dia mucho mas ánimo y determinaban de pasar; y tambien porque vian que mi determinacion era aquella, y que cayendo ó levantando no se habia de hacer otra cosa. Parecerá á vuestra majestad que pues tanto peligro recibiamos en el ganar de estas puentes y albarradas, que éramos negligentes, ya que las ganábamos, no las sostener, por no tornar cada dia de nuevo á nos ver en tanto peligro y trabajo, que sin duda era grande; y cierto así parecerá á los ausentes; pero sabrá vuestra majestad que en ninguna manera se podia facer, porque para ponerse así en efecto se requerian dos cosas: ó que el real pasáramos allí á la plaza y circúito de las torres de los ídolos, ó que gente guardara las puentes de noche; y de lo uno y de lo otro se recibiera gran peligro y no habia posibilidad para ello; porque teniendo el real en la ciudad, cada noche y cada hora, como ellos eran muchos y nosotros pocos, nos dieran mil rebatos y pelearan con nosotros, y fuera el trabajo incomportable y podian darnos por muchas partes. Pues guardar las puentes gente de noche, quedaban los españoles tan cansados de pelear el dia, que no se podia sufrir poner gente en guarda dellos, y á esta causa nos era forzado ganarlas de nuevo cada dia que entrábamos en la ciudad1. Aquel dia, como se tardó mucho en ganar aquellas puentes y en las tornar á cegar, y no hubo lugar de hacer mas, salvo que por otra calle principal que va á dar la ciudad de Tacuba se ganaron otras dos puentes y se cegaron, y se quemaron muchas y buenas casas de aquella calle, y con esto se llegó la tarde y hora de retraernos, donde recibiamos siempre poco menos peligro que en el ganar de las puentes; porque en viéndonos retraer, era tan cierto cobrar los de la ciudad tanto esfuerzo, que no parecia sino que habian habido toda la victoria del mundo, y que nosotros íbamos huyendo; é para este retraer era necesario estar las puentes bien cegadas, y lo cegado al igual suelo de las calles, de manera que los de caballo pudiesen libremente correr á una parte y á otra; y así, en el retraer, como ellos venian tan golosos tras nosotros, algunas veces fingiamos ir huyendo, y revolviamos los de caballo sobre ellos, y siempre tomábamos doce ó trece de aquellos mas esforzados; y con esto, y con algunas celadas que siempre les echábamos, continuo llevaban lo peor, y cierto verlo era cosa de admiracion; porque por mas notorio que les era el mal y daño que al retraer de nosotros recibian, no dejaban denos seguir, hasta nos ver salidos de la ciudad 2. E con esto nos volvimos á nuestro real, y los capitanes de los otros reales me hicieron saber cómo aquel dia les habia sucedido muy bien, y habian muerto mucha gente por la mar y por la tierra; y el capitan Pedro de Albarado, que

4 Aquí se prueba la pericia militar, pues el que vea tantas albarradas y acequias como rodean á Méjico, conocerá que si se hubiera quedado dentro, hubieran perecido de hambre y sitiados por todas partes; lo que no es cordura en un general.

? Este es el acertado medio que eligió Cortés, ir debilitando insensiblemente á los enemigos, quemar y arruinar las casas y valerse de su misma ceguedad para aniquilarles, ya que no se querian entregar. Fué otro emperador Tito compasivo de los habitantes de Jerusalen; pero viendo su durcza, se valió deste instrumento para arruinarla y no dejar piedra sobre piedra.

estaba en Tacuba, me escribió que habia ganado dos ó tres puentes; porque, como era en la calzada que sale del mercado de Temixtitan á Tacuba, y los tres bergantines que yo le habia dado podian llegar por la una parte á zabordar en la misma calzada, no habia tenido tanto peligro como los dias pasados; y por aquella parte de Pedro de Albarado habia mas puentes y mas quebradas en la calzada, aunque habia menos azoteas que por las otras partes 3.

En todo este tiempo los naturales de Iztapalapa, y Oichilobuzco, y Mejicacingo, y Culuacan, y Mizquique, y Cuitaguaca, que, como he hecho relacion, están en la laguna dulce, nunca habian querido venir de paz, ni ́ tampoco en todo este tiempo habiamos recibido ningun daño dellos; y como los de Calco eran muy leales vasallos de vuestra majestad, y veian que nosotros teniamos bien que hacer con los de la gran ciudad, juntáronse con otras poblaciones que están al rededor de las lagunas, y hacian todo el daño que podian á aquellos del agua; y ellos, viendo cómo de cada dia habiamos victoria contra los de Temixtitan, y por el daño que recibian y podrían recibir de nuestros amigos, acordaron de venir, y llegaron á nuestro real, y rogáronme que les perdonase lo pasado, y que mandase á los de Calco y á los otros sus vecinos que no les hiciesen mas daño. Y yo les dije que me placia y que no tenia enojo dellos, salvo de los de la ciudad; y que para que creyesen que su amistad era verdadera, que les rogaba que, porque mi determinacion era de no levantar el real hasta tomar por paz ó por guerra á los de la ciudad, y ellos tenian muchas canoas para me ayudar, que

hiciesen apercebir todas las que pudiesen con toda la mas gente de guerra que en sus poblaciones habia, para que por el agua viniesen en nuestra ayuda de allí adelante. Y tambien les rogaba que porque los españoles tenian pocas y ruines chozas, y era tiempo de muchas aguas, que hiciesen en el real todas las mas casas que pudiesen, y que trujesen canoas para traer adobes y madera de las casas de la ciudad que estaban mas cercanas al real. Y ellos dijeron que las canoas y gente de guerra estaban apercebidos para cada dia ; y en el hacer de las casas sirvieron tan bien, que de una parte y de la otra de las dos torres de la calzada donde yo estaba aposentado, hicieron tantas, que dende la primera casa hasta la postrera habria mas de tres ó cuatro tiros de ballesta. Y vea vuestra majestad que tan ancha puede ser la calzada que va por lo mas hondo de la laguna, que de la una parte y de la otra iban estas casas, y quedaba en medio hecha calle, que muy á placer, á pié y á caballo, íbamos y veniamos por ella; y habia á la continua en el real, con españoles y indios que les servian, mas de dos mil personas, porqué toda la otra gente de guerra nuestros amigos se aposentaban en Cuyoacan, que está legua y media del real, y tambien estos de estas poblaciones nos proveian de algunos mantenimientos, de que teniamos harta necesidad, especialmente de pescado y de cerezas 4, que hay

3 Desde la iglesia mayor sale derecha una calle para Tacuba, ♥ én esto no ha habido variacion.

▲ Capulines se llaman las cerezas, pero de mal sabor y muy inferiores á las de España,

tantas, que pueden bastecer, en cinco 6 seis meses del año que duran, á doblada gente de la que en esta tierra hay.

nado muchas puentes, y por las sustentar y guardar ponia velas de pié y de caballo de noche en ellas, y la otra gente íbase al real, que estaba tres cuartos de legua de allí. E porque este trabajo era incomportable, acordó de pasar el real al cabo de la calzada que va á dar al mercado de Temixtitan, que es una plaza harto mayor que la de Salamanca, y toda cercada de portales á la redonda; é para llegar á ella no le faltaba de ganar sino otras dos ó tres puentes, pero eran muy

que siempre peleaba y habia victoria. E aquel dia que digo en el capítulo antes deste, como via que los ene→ migos mostraban flaqueza, y que por donde yo estaba les daba muy continuos y recios combates, cebóse tan

Como dos ó tres dias arreo habíamos entrado por la parte de nuestro real en la ciudad, sin otros tres ó cuatro que habiamos entrado, y siempre habiamos victoria contra los enemigos, y con los tiros y ballestas y escopetas matábamos infinitos, pensábamos que de cada hora se movieran á nos acometer con la paz, la cual deseá→→ bamos como á la salvacion ; y ninguna cosa nos apro-anchas y peligrosas de ganar; y así, estuvo algunos dias vechaba para los atraer á este propósito; y por los poner en mas necesidad, y ver si los podria constreñir de venir á la paz, propuse de entrar cada dia en la ciudad y combatilles con la gente que llevaba por tres ó cuatro partes, y hice venir toda la gente de aque-to en el sabor de la victoria y de las muchas puentes y llas ciudades del agua en sus canoas; y aquel dia por la mañana habia en nuestro real mas de cien mil hombres nuestros amigos. E mandé que los cuatro bergantines, con la mitad de canoas, que serian hasta mil y quinientas, fuesen por la una parte; y que los tres, con otras tantas, que fuesen por otra y corriesen toda la mas de la ciudad en torno, y quemasen y hiciesen todo el mas daño que pudiesen. E yo entré por la calle principal adelante, y fallámosla toda desembarazada fasta las casas grandes de la plaza, que ninguna de las puentes estaba abierta, y pasé adelante á la calle que va á salir á Tacuba, en que habia otras seis ó siete puentes. E de allí proveí que un capitan entrase por otra calle con sesenta ó setenta hombres, y seis de caballo fuesen á las espaldas para los asegurar; y con ellos iban mas de diez ó doce mil indios nuestros amigos; y mandé á otro capitan que por otra calle hiciese lo mismo; y yo con la gente que me quedaba seguí por la calle de Tacuba adelante, y ganamos tres puentes, las cuales se cegaron, y dejamos para otro dia lus otras, porque era tarde, y se pudiesen mejor ganar, porque yo deseaba mucho que toda aquella calle se ganase, porque la gente del real de Pedro de Albarado se comunicase con la nuestra y pasasen del un real al otro, y los bergantines ficiesen lo mismo. Y este dia fué de mucha victoria, así por el agua como por la tierra, y hóbose algun despojo de los de la ciudad; en los reales del alguacil mayor y Pedro de Albarado se hobo tambien mucha victoria.

Otro dia siguiente volví á entrar en la ciudad por la órden que el dia pasado, y diónos Dios tanta victoria, que por las partes donde yo entraba con la gente no parecia que habia ninguna resistencia; y los enemigos se retraian tan reciamente, que parecia que les teniamos ganado las tres cuartas partes de la ciudad, y tambien por el real de Pedro de Albarado les daban mucha priesa, y sin duda el dia pasado y aqueste yo tenia por cierto que vinieran de paz, de la cual yo siempre, con victoria y sin ella, hacia todas las muestras que podia. Y nunca por eso en ellos hallábamos alguna se ñal de paz; y aquel dia nos volvimos al real con mucho placer, aunque no nos dejaba de pesar en el alma, por ver tan determinados de morir á los de la ciudad1.

En estos dias pasados Pedro de Albarado habia ga1 Cortés se compadeció siempre mucho de la terquedad de los indios, en lo que fué culpado su emperador y caudillo Quatemoc,

albarradas que les habia ganado, que determinó de les pasar y ganar una puente en que habia mas de sesenta pasos desfechos de la calzada, todo de agua, de hondura de estado y medio y dos; é como acometieron aquel mismo dia, y los bergantines ayudaron mucho, pasaron el agua y ganaron la puente, y siguen tras los enemigos, que iban puestos en huida. E Pedro de Albarado daba mucha priesa en que se cegase aquel paso porque pasasen los de caballo, y tambien porque cada dia por escrito y por palabra le amonestaba que no ganase un palmo de tierra sin que quedase muy seguro para entrar y salir los de caballo, porque estos facian la guerra. E como los de la ciudad vieron que no habia mas de cuarenta ó cincuenta españoles de la otra parte, y algunos amigos nuestros, y que los de caballo no podian pasar, revuelven sobre ellos tan de súpito, que los hicieron volver las espaldas y echar al agua; y tomarón vivos tres ó cuatro españoles, que luego fueron á sacrificar, y mataron algunos amigos nuestros. E al fin Pedro de Albarado se retrujo á su real; y como aquel dia yo llegué al nuestro y supe lo que habia acaecido, fué la cosa del mundo que mas me pesó, porque era ocasion de dar esfuerzo á los enemigos y creer que en ninguna manera les osariamos entrar. La causa por que Pedro de Albarado quiso tomar aquel mal paso fué, como digo, ver que habia ganado mucha parte de la fuerza de los indios, y que ellos mostraban alguna flaqueza, é principalmente porque la gente de su real le importunaban que ganasen el mercado, porque aquel ganado, era toda la ciudad casi tomada, y toda su fuerza y esperanza de los indios tenian allí; y como los del dicho real de Albarado veian que yo continuaba mucho los combates de la ciudad, creian que yo habia de gánar primero que ellos el dicho mercado; y como estaban mas cerca dél que nosotros, tenian por caso de honra no le ganar primero. E por esto el dicho Pedro de Albarado era muy importunado, y lo mismo me acaecia á mí en nuestro real; porque todos los españoles me ahincaban muy recio que por una de tres calles que iban á dar al dicho mercado entrásemos, porque no teniamos resistencia, y ganado aquel, terniamos menos trabajo; y yo disimulaba por todas las vias que podia, por no lo hacer, aunque les encubria la causa; y esto era por los inconvenientes y peligros que se me repreque primero queria morir que entregarse, por evitar la nota de cobarde que pusieron á Muteczuma, y en verdad fué prudencia.

sentaban; porque para entrar en el mercado habia infinitas azoteas y puentes y calzadas rompidas; y en tal manera, que en cada casa por donde habiamos de ir estaba hecha como isla en medio del agua.

Como aquella tarde que llegué al real supe del desbarato de Pedro de Albarado, otro dia de mañana acordé de ir á su real para le reprehender lo pasado, y para ver lo que habian ganado y en qué parte habia pasado el real, y para le avisar lo que fuese mas necesario para su seguridad y ofensa de los enemigos. E como yo llegué á su real, sin duda me espanté de lo mucho que estaba metido en la ciudad, y de los malos pasos y puentes que les habia ganado; y visto, no les imputé tanta culpa como antes parecia tener, y platicado cerca de lo que habia de hacer, yo me volví á nuestro real aquel dia. Pasado esto, yo fice algunas entradas en la ciudad por las partes que solia; y combatian los bergantines y canoas por dos partes, y yo por la ciudad por otras cuatro, y siempre habiamos victoria, y se mataba mucha gente de los contrarios, porque cada dia venia gente sin número en nuestro favor. E yo dilataba de me meter mas adentro en la ciudad; lo uno por si revocarian el propósito y dureza que los contrarios tenian, y lo otro, porque nuestra entrada no podia ser sin mucho peligro, porque ellos estaban muy juntos y fuertes y muy determinados de morir. Y como los españoles veian tanta dilación en esto, y que habia mas de veinte dias que nunca dejaban de pelear, importunábanme en gran manera, como arriba he dicho, que entrásemos y tomásemos el mercado, porque, ganado, á los enemigos les quedaba poco lugar por donde se defender, y que si no se quisiesen dar, qué de hambre y sed se moririan, porque no tenian qué beber sino agua salada de la laguna, Y como yo me excusaba, el tesorero de vuestra majestad me dijo que todo el real afirmaba aquello, y que lo debia de hacer; y á él y á otras personas de bien que allí estaban les respondí que su propósito y deseo era muy bueno, y yo lo deseaba mas que nadie; pero que yo lo dejaba de hacer por lo que con importunacion me hacia decir, que era, que aunque él y otras personas lo hiciesen como buenos, como en aquello se ofrecia mucho peligro, habria otros que no lo hiciesen. Y al fin tanto me forzaron, que yo concedí que se haria en este caso lo que yo pudiese; concertándose primero con la gente de los otros reales.

Otro dia me junté con algunas personas principales de nuestro real, y acordamos de hacer saber al alguacil mayor y á Pedro de Albarado cómo otro dia siguiente habiamos de entrar en la ciudad y trabajar de llegar al mercado, y escribíles lo que ellos habian de hacer por la otra parte de Tacuba; y demás de lo escribir, para que mejor fuesen informados, enviéles dos criados mios para que les avisasen de todo el negocio ; y la órden que habian de tener era que el alguacil mayor se viniese con diez de caballo y cien peones y quince ballesteros y escopeteros al real de Pedro de Albarado, y que en el suyo quedasen otros diez de caballo, y que dejase concertado con ellos que otro dia, que habia de ser el combate, se pusiesen en celada tras unas casas, y que hiciesen alzar todo su fardaje, como que levantaban el real, porque los de la ciudad saliesen tras de

llos, y la celada les diese en las espaldas. Y que el dicho alguacil mayor, con los tres bergantines que tenian y con los otros tres de Pedro de Albarado, ganasen aquel paso malo donde desbarataron á Pedro de Albarado, y diese mucha priesa en lo cegar, y que pasasen adelante, y que en ninguna manera se alejasen ni ganasen un paso sin lo dejar primero ciego y aderezado; y que si pudiesen sin mucho riesgo y peligro ganar hasta el mercado, que lo trabajasen mucho, porque yo habia de hacer lo mismo; que mirasen que, aunque esto les enviaba á decir, no era para los obligar á ganar un paso solo de que les pudiese venir algun desbarato ó desman; y esto les avisaba porque conocia de sus personas que habian de poner el rostro donde yo les dijese, aunque supiesen perder las vidas. Despachados aquellos dos criados mios con este recaudo, fueron al real, y hallaron en él á los dichos alguacil mayor y á Pedro de Albarado, á los cuales significaron todo el caso segun que acá en nuestro real lo teniamos concertado. E porque ellos habian de combatir por sola una parte, y yo por muchas, enviéles á decir que me enviasen setenta ú ochenta hombres de pié para que otro dia entrasen conmigo; los cuales con aquellos dos criados mios vinieron aquella noche á dormir á nuestro real, como yo les habia enviado á mandar.

Dada la órden ya dicha, otro dia, después de haber oido misa 1 salieron de nuestro real los siete bergantines con mas de tres mil canoas de nuestros amigos; y yo con veinte y cinco de caballo y con la gente que tenia y los setenta hombres del real de Tacuba, seguimos nuestro camino, y entramos en la ciudad, á la cual llegados, yo reparti la gente desta manera: habia tres calles dende lo que teníamos ganado, que iban á dar al mercado, al cual los indios llaman Tianguizco 2, y á todo aquel sitio donde está llámanle Tlaltelulco; y la una destas tres calles era la principal, que iba á dicho mercado; y por ella dije al tesorero y contador de vuestra majestad que entrasen con setenta hombres y con mas de quince ó veinte mil amigos nuestros, y que en la retroguarda Hevasen siete ú ocho de caballo, y como fuesen ganando las puentes y albarradas las fuesen cegando, y llevaban una docena de hombres con sus azadones y mas nuestros amigos, que eran los que hacian al caso para el cegar de las puentes. Las otras dos caHles van dende la calle de Tacuba á dar al mercado, y son mas angostas, y demás calzadas y puentes y calles de agua, Y por la mas ancha dellas mandé á dos capitanes que entrasen con ochenta hombres y mas de diez mil indios nuestros amigos, y al princípio de aquella calle de Tacuba, dejé dos tiros gruesos con ocho de caballo en guarda dellos. E yo con otros ocho de caballo y con obra de cien peones, en que había mas de veinte y cinco ballesteros y escopeteros, y con infinito número de nuestros amigos, seguí mi camino para entrar por la otra calle angosta todo lo mas que pudiese. E á la boca

1 En el campo, en una calzada, entre enemigos, trabajando dia y noche, nunca se omitia la misa para que toda la obra se atribuyese à Dios, y mas en unos meses en que incomodan las aguas del cielo, y encima del agua las habitaciones ó malas tiendas. 2 Tianguiz se llama el mercado, y el mayor era en la plaza de Tlatelulco que es donde está la parroquia de Santiago; mas este hoy no se frecuenta.

della hice detener á los de caballo, y mandéles que en ninguna manera pasasen de allí, ni viniesen tras mí, si no se lo enviase á mandar primero; y yo me apeé, y llegamos á una albarrada que tenian del cabo de una puente, y con un tiro pequeño de campo y con los ballesteros y escopeteros se la ganamos, y pasamos adelante por una calzada que tenian rota por dos ó tres partes. E demás destos tres combates que dábamos á los de la ciudad, era tanta la gente de nuestros amigos que por las azoteas y por otras partes les entraban, que no parecia que habia cosa que nos pudiese ofender. E como les ganamos aquellas dos puentes y albarradas, y la calzada los españoles, nuestros amigos siguieron por la calle adelante sin se les amparar cosa ninguna, y yo me quedé con obra de veinte españoles en una isleta que allí se hacia, porque veia que ciertos amigos nuestros andaban envueltos con los enemigos; y algunas veces los retraian hasta los echar al agua, y con nuestro favor revolvian sobre ellos. E demás desto, guardábamos que por ciertas traviesas de calles los de la ciudad no saliesen á tomar las espaldas á los españoles que habian seguido la calle adelante ; los cuales en esta sazon me enviaron á decir que habian ganado mucho y que no estaban muy lejos de la plaza del mercado; que en todo caso querian pasar adelante, porque ya oian el combate que el alguacil mayor y Pedro de Albarado daban por su estancia. E yo les envié á decir que en ninguna manera diesen paso adelante sin que primero las puentes quedasen muy bien ciegas; de manera que si tuviesen necesidad de se retraer el agua no les ficiese estorbo ni embarazo alguno, pues sabian que en todo aquello estaba el peligro; y ellos me tornaron á decir que todo lo que habian ganado estaba bien reparado; que fuese allá y lo veria si era así. Y yo, con recelo que no se desmandasen y dejasen ruin recaudo en el cegar de las puentes, fuí allá, y hallé que habian pasado una quebrada de la calle que era de diez ó doce pasos de ancho, y el agua que por ella pasaba era de hondura de mas de dos estados, y al tiempo que la pasaron habian echado en ella madera y cañas de carrizo, y como pasaban pocos á pocos y con tiento, no se habia hundido la madera y cañas; y ellos con el placer de la victoria iban tan embebecidos, que pensaban que quedaba muy fijo. E al punto que yo llegué á aquella puente de agua cuitada 1 vi que los españoles y muchos de nuestros amigos venian puestos en muy gran huida, y los enemigos como perros dando en ellos; y como yo vi tan gran desman, comencé á dar voces tener, tener; y ya que yo estaba junto al agua, halléla toda llena de españoles y indios, y de manera que no parecia que en ella hobiesen echado una paja; é los enemigos cargaron tanto, que matando en los españoles, se echaban al agua tras ellos; y ya por la calle del agua venian canoas de los enemigos y tomaban vivos los españoles. E como el negocio fué tan de súpito 2, y vi que mataban la gente, determiné de me quedar allí y morir peleando; y en lo que mas aprovechábamos yo y los otros que allí es

1 Llama Cortés á la puente cuitada, no al agua, que es lo mismo que decir, puente de afliccion ó miserable por las desgracias ó cnitas que sucedieron.

2 De súpito es lo mismo que de súbito ó improviso.

taban conmigo, era en dar las manos á algunos tristes españoles que se ahogaban, para que saliesen afuera; Ꭹ los unos salian heridos, y los otros medio ahogados, y otros sin armas, y enviábalos que fuesen adelante; y ya en esto cargaba tanta gente de los enemigos, que á mí yá otros doce ó quince que conmigo estaban nos tenian por todas partes cercados. E como yo estaba muy metido en socorrer á los que se ahogaban, no miraba ni me acordaba del daño que podia recibir; y ya me venian á asir ciertos indios de los enemigos, y me llevaran, sino fuera por un capitan de cincuenta hombres, que yo traia siempre conmigo, y por un mancebo de su compañía, el cual, después de Dios, me dió la vida; é por dármela como valiente hombre, perdió allí la suya. En esle comedio los españoles que salian desbaratados íbanse por aquella calzada adelante, y como era pequeña y angosta y igual á la agua, que los perros la habian hecho así de industria, y iban por ella tambien desbaratados muchos de los nuestros amigos, iba el camino tan embarazado y tardaban tanto en andar, que los enemigos tenian lugar de llegar por el agua de la una parte y de la otra, y tomar y matar cuantos querian. Y aquel capitan que estaba conmigo, que se dice Antonio de Quiñones, dijome: «Vamos de aquí, y salvemos vuestra persona, pues sabeis que sin ella ninguno de nosotros puede escapar; » y no podia acabar conmigo que me fuese de allí. Y como esto vió, asióme de los brazos para que diésemos la vuelta, y aunque yo holgara mas con la muerte que con la vida 3, por importunacion de aquel capitan y de otros compañeros que allí estaban, nos comenzamos á retraer peleando con nuestras espadas y rodelas con los enemigos, que venian hiriendo en nosotros. Y en esto llega un criado mio á caballo, y hizo algun poquito de lugar; pero luego dende una azotea baja le dieron una lanzada por la garganta, que le hicieron dar la vuelta; y estando en este tan gran conflito, esperando que la gente pasase por aquella calzadilla ponerse en salvo, y nosotros deteniendo los enemigos, llegó un mozo mio con un caballo para que cabalgase, porque era tanto el lodo que habia en la calzadilla de los que entraban y salian por el agua, que no habia persona que se pudiese tener, mayormente con los empeHones que los unos á otros se daban por salvarse. E yo cabalgué, pero no para pelear, porque allí era imposible podello hacer á caballo; porque si pudiera ser, antes de la calzadilla, en una isleta se habian hallado los ocho de caballo que yo habia dejado, y no habian podido hacer menos de se volver por ella; y aun la vuelta era tan peligrosa, que dos yeguas en que iban dos criados mios cayeron de aquella calzadilla en el agua, y la una mataron los indios, y la otra salvaron unos peones; y otro mancebo criado mio, que se decia Cristóbal de Guzman, cabalgó en un caballo que allí en la isleta le dieron para me lo llevar, en que me pudiese salvar, y á él y al caballo antes que á mí llegase mataron los enemigos; la muerte del cual puso á todo el real en tanta tristeza, que hasta hoy está reciente el dolor de los que lo conocían. E ya con todos nuestros trabajos, plugo á

á

Los que minoran el mérito de la conquista reflexionen sobre lo que aqui expresa Cortés, pues fué tan grande el riesgo, que es maravilla que se hubiese libertado dél.

los de la ciudad hacian muchos regocijos de bocinas y atabales, que parecia que se hundian, y abrieron todas las calles y puentes del agua, como de antes las tenian, y llegaron á poner sus fuegos y velas de noche á dos tiros de ballesta de nuestro real; y como todos salimos tan desbaratados y heridos y sin armas, habia necesidad de descansar y rehacernos. En este comedio los de la ciudad tuvieron lugar de enviar sus mensajeros á muchas provincias á ellos sujetas, á decir cómo habian habido mucha victoria y muerto muchos cristianos, y que muy presto nos acabarian; que en ninguna manera tratasen paz con nosotros; y la creencia que llevaban eran las dos cabezas de caballos que mataron y otras algunas de los cristianos, las cuales anduvieron mostrando por donde á ellos parecia que convenia, que fué mucha ocasion de poner en mas contumacia á los rebelados que de antes; mas con todo, porque los de la ciudad no tomasen mas orgullo ni sintiesen nuestra flaqueza, cada dia algunos españoles de pié y de caballo, con muchos de nuestros amigos, iban á pelear á la ciudad, aunque nunca podian ganar mas de algunas puentes de la primera calle antes de llegar á la plaza.

Dios que los que quedamos salimos á la calle de Tacuba, que era muy ancha, y recogida la gente, yo con nueve de caballo, me quedé en la retroguarda; y los enemigos venian con tanta victoria y orgulló, que no parecia sino que ninguno habian de dejar á vida; y retrayéndome lo mejor que pude, envié á decir al tesorero y al contador que se retrujesen á la plaza con mucho concierto; lo mismo envié á decir á los otros dos capitanes que ha bian entrado por la calle que iba al mercado; y los unos y los otros habian peleado valientemente y ganado muchas albarradas y puentes, que habian muy bien cegado; lo cual fué causa de no recibir daño al retraer. E antes que el tesorero y contador se retrujesen, ya los de la ciudad, por encima de una albarrada donde peleaban, les habian echado dos ó tres cabezas de cristianos, aunque no supieron por entonces si eran de los del real de Pedro de Albarado ó del nuestro. Y recogidos todos á la plaza, cargaba por todas partes tanta gente de los enemigos sobre nosotros, que teniamos bien qué hacer en los desviar, y por lugares y partes donde antes deste desbarato no osaran esperar á tres de caballo y á diez peones; y incontinente, en una torre alta de sus ídolos, que estaba allí junto á la plaza, pusieron muchos perfumes y saumerios de unas gomas que hay en esta tierra, que parece mucho á ánime 1; lo cual ellos ofrecen á sus ídolos en señal de victoria; y aunque quisiéramos mucho estorbárselo, no se pudo hacer, porque ya la gente á mas andar se iban bácia el real. En este desbarato mataron los contrarios treinta y cinco ó cuarenta españoles y mas de mil indios nuestros amigos, y hirieron mas de veinte cristianos, y yo salí herido en una pierna; perdióse el tiro pequeño de campo que habia-llos de vuestra majestad y nuestros amigos; y que de

Dende á dos dias del desbarato, que ya se sabia por toda la comarca, los naturales de una poblacion que se dice Cuarnaguacar 3, que eran sujetos á la ciudad y se habian dado por nuestros amigos, vinieron al real y dijéronme cómo los de la poblacion de Marinalco 4, que eran sus vecinos, les hacian mucho daño, y les destruian su tierra, y que agora se juntaban con los de la provincia de Cuisco5, que es grande, y querian venir sobre ellos á los matar porque se habian dado por vasa

cian que después dellos destruidos, habian de venir sobre nosotros; y aunque lo pasado era de tan poco tiempo acaecido, y teniamos necesidad antes de ser socorridos que de dar socorro, porque ellos me lo pedian con mucha instancia, determiné de se lo dar; y aunque tuve mucha contradicion y decian que me destruia en sacar gente del real, despaché con aquellos que pedian socorro ochenta peones y diez de caballo, con Andrés de Tapia, capitan, al cual encomendé mucho que ficiese lo que mas convenia al servicio de vuestra majestad y nuestra seguridad, pues veia la necesidad en que estábamos, y que en ir y volver no estuviese mas de diez dias; y él se partió, y llegado á una poblacion pequeña que está entre Marinalco y Coadnoacad 6, halló á los enemigos, que le estaban esperando; y él, con la gente de Coadnoacad y con la que llevaba, comenzó su batalla en el campo, y pelearon tan bien los nuestros, que desbarataron los enemigos, y en el alcance los si

mos llevado, y muchas ballestas y escopetas y armas. Los de la ciudad, luego que hubieron la victoria, por hacer desmayar al alguacil mayor y Pedro de Albarado, todos los españoles vivos y muertos que tomaron los llevaron al Tatebulco 2, que es el mercado, y en unas torres altas que allí están, desnudos los sacrificaron y abrieron por los pechos, y les sacaron los corazones para ofrecer á los ídolos; lo cual los españoles del real de Pedro de Albarado pudieron ver bien de donde peleaban, y en los cuerpos desnudos y blancos que vieron sacrificar conocieron que eran cristianos; y aunque por ello hubieron gran tristeza y desmayo, se retrajeron á su real, habiendo peleado aquel dia muy bien, y ganado casi hasta el dicho mercado; el cual aquel dia se acabara de ganar, si Dios, por nuestros pecados, no permitiera tan gran desman: nosotros fuimos á nuestro real con gran tristeza algo mas temprano que los otros dias nos soliamos retraer, y tambien porque nos decian que los bergantines eran perdidos, porque los de la ciu-guieron fasta los meter en Marinalco, que está asenta

dad con las canoas nos tomaban las espaldas, aunque plugo á Dios que no fué así, puesto que los bergantines y las canoas de nuestros amigos se vieron en harto estrecho; y tanto, que un bergantin se erró poco de perder, y hirieron al capitan y maestre dél, y el capitan murió desde á ocho dias. Aquel dia y la noche siguiente

Son gomas, liquidámbar y gotas de árboles muy olorosas, y bay tambien ánime ó ánime copal, así dicho del mejicano copalli y xochicopal, que es como estoraque.

2 Tlatelulco.

НА.

do en un cerro muy alto, y donde los de caballo no podian subir; y viendo esto, destruyeron lo que estaba en el llano, y volviéronse á nuestro real con esta victoria dentro de los diez dias: en lo alto desta poblacion de Marinalco hay muchas fuentes de muy buena agua, y es muy fresca cosa.

3 Cuernabaca.

▲ Malinalco.

5. Puede ser Huifuco.

6 Entre Malinalco y Cuernaba.

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