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preso si habia alguna tierra movida de ellas, para ver si minaban. En viendo los oficiales dos ó tres hom

que habia quedado en la tierra por teniente de don Pedro de Mendoza; y en la verdad fué buen teniente y buen gobernador, y por envidia y malicia le despose-bres de la parcialidad del Gobernador, y que estaban

yeron contra todo derecho, y nombraron por teniente á este Domingo de Irala; y diciendo uno al veedor Alonso Cabrera que lo habian hecho mal, porque habiendo poblado el Francisco Ruiz aquella tierra y sustentádola con tanto trabajo, se lo habian quitado, respondió que porque no quería hacer lo que él queria; y que porque Domingo de Irala era el de menos calidad de todos, y siempre haria lo que él le mandase y todos los oficiales, por esto lo habian nombrado; y así, pusieron al Domingo de Irala, y nombraron por alcalde mayor á un Pero Diaz del Valle, amigo de Domingo de Irala; dieron las varas de los alguaciles á un Bartolomé de la Marilla, natural de Trujillo, amigo de Nunfro de Chaves, y á un Sancho de Salinas, natural de Cazalla; y luego los oficiales y Domingo de Irala comenzaron á publicar que querian tornar á hacer entrada por la misma tierra que el Gobernador habia descubierto, con intento de buscar alguna plata y oro en la tierra, porque hallándola la enviasen á su majestad para que les perdonase, y con ello creian que les habia de perdonar el delito que habian cometido; y que si no lo hallasen, que se quedarian en la tierra adentro poblando, por no volver donde fuesen castigados; y que podria ser que hallasen tanto, que por ello les hiciese merced de la tierra; y con esto andaban granjeando á la gente; y como ya hobiesen todos entendido las maldades que habian usado y usaban, no quiso ninguno dar consentimiento á la entrada; y dende allí en adelante toda la mayor parte de la gente comenzó á reclamar y á decir que soltasen al Gobernador; y de esta causa los oficiales y las justicias que tenian puestas comenzaron á molestar á los que se mostraban pesantes de la prision, echándoles prisiones y quitándoles sus haciendas y mantenimientos, y fatigándoles con otros malos tratamientos; y á los que se retraian por las iglesias, porque no los prendiesen, ponian guardas porque no los diesen de comer, y ponian pena sobre ello, y á otros les tiraban las armas y los traian aperreados y corridos, y decian públicamente que á los que mostrasen pesalles de la prision que los habian de destruir.

CAPITULO LXXVI.

De los alborotos y escándalos que hobo en la tierra. De aquí adelante comenzaron los alborotos y escándalos entre la gente, porque públicamente decian los de la parte de su majestad á los oficiales y á sus valedores que todos ellos eran traidores, y siempre de dia y de noche, por el temor de la gente que se levantaba cada dia de nuevo contra ellos, estaban siempre con las armas en las manos, y se hacian cada dia mas fuertes de palizadas y otros aparejos para se defender, como si estuviera preso el Gobernador en Salsas; barrearon las calles y cercáronse en cinco ó seis casas. El Gobernador estaba en una cámara muy pequeña en que le metieron, de la casa de Garci-Vanegas, para tenerlo en medio de todos ellos; y tenian de costumbre cada dia el Alcalde y los alguaciles de buscar todas las casas que estaban al derredor de la casa adonde estaba

hablando juntos, luego daban voces diciendo: «¡Al arma, al arma!» Y entonces los oficiales entraban armados donde estaba el Gobernador, y decian (puesta la mano en los puñales): «Juro á Dios, que si la gente se pone en sacaros de nuestro poder, que os habemos de dar de puñaladas y cortaros la cabeza, y echalla á los que os vienen á sacar, para que se contenten con ella;» para lo cual nombraron cuatro hombres, los que tenian por mas valientes, para que con cuatro puñales estuviesen par de la primera guarda; y les tomaron pleito homenaje que en sintiendo que de la parte de su majestad le iban á sacar, luego entrasen y le cortasen la cabeza; y para estar apercebidos para aquel tiempo, amolaban los puñales, para cumplir lo que tenian jurado ; y hacian esto en parte donde sintiese el Gobernador lo que hacian y hablaban; y los secutores de esto eran GarciVanegas y Andrés Hernandez el Romo, y otros. Sobre la prision del Gobernador, demás de los alborotos y escándalos que habia entre la gente, habia muchas pasiones y pendencias por los bandos que entre ellos habia, unos diciendo que los oficiales y sus amigos habian sido traidores y hecho gran maldad en lo prender, y que habian dado ocasion que se perdiese toda la tierra (como ha parescido y cada dia paresce), y los otros defendian el contrario; y sobre esto se mataron y hirieron y mancaron muchos españoles unos á otros; y los oficiales y sus amigos decian que los que le favorescian y deseaban su libertad eran traidores, y los habian de castigar por tales, y defendian que no hablase ninguno de los que tenian por sospechosos unos con otros; y en viendo hablar dos hombres juntos, hacian informacion y los prendian, hasta saber lo que hablaban ; y si se juntaban tres ó cuatro, luego tocaban al arma, y se ponian á punto de pelear, y tenian puestas encima del aposento donde estaba preso el Gobernador centinelas en dos garitas que descubrian todo el pueblo y el campo; y allende de esto traian hombres que anduviesen espiando y mirando lo que se hacia y decia por el pueblo, y de noche andaban treinta hombres armados, y todos los que topaban en las calles los prendian y procuraban de saber dónde iban y de qué manera; y como los alborotos y escándalos eran tantos cada dia, y los oficiales y sus valedores andaban por ello tan cansados y desvelados, entraron á rogar al Gobernador que diese un mandamiento para la gente, en que les mandase que no se moviesen y estuviesen sosegados; y que para ello, si necesario fuese, se les pusiese pena, y los mismos oficiales le metieron hecho y ordenado, para que si quisiese hacer por ellos aquello, lo firmase; lo cual, después de firmado, no lo quisieron notificar á la gente, porque fueron aconsejados que no lo hiciesen, pues que pretendian y decian que todos habian dado parescer y sido en que le prendiesen; y por esto dejaron de notificallo.

CAPITULO LXXVII.

De cómo tenian preso al Gobernador en una prision muy áspera. En el tiempo que estas cosas pasaban, el Gobernador

estaba malo en la cama, y muy flaco, y para la cura de su salud tenia unos muy buenos grillos á los piés, y á la cabecera una vela encendida, porque la prision estaba tan escura, que no se parescia el cielo, y era tan húmeda, que nascia la yerba debajo de la cama; tenia la vela consigo, porque cada hora pensaba tenella menester; y para su fin buscaron entre toda la gente el hombre de todos que mas mal le quisiese, y hallaron uno, que se llamaba Hernando de Sosa, al cual el Gobernador habia castigado porque habia dado un bofeton y palos á un indio principal, y este le pusieron por guarda en la misma cámara para que le guardase, y tenian dos puertas con candados cerradas sobre él; y los oficiales y todos sus aliados y confederados le guardaban de dia y de noche, armados con todas sus armas, que eran mas de ciento y cincuenta, á los cuales pagaban con la hacienda del Gobernador; y con toda esta guarda, cada noche ó tercera noche le metia la india que le llevaba de cenar una carta que le escrebian los de fuera, y por ella le daban relacion de todo lo que allá pasaba, y enviaban á decir que enviase á avisar qué era lo que mandaba que ellos hiciesen; porque las tres partes de la gente estaban determinados de morir todos, con los indios que les ayudaban para sacarle, y que lo habian dejado de hacer por el temor que les ponian, diciendo que si acometian á sacarle, que luego le habian de dar de puñaladas y cortarle la cabeza; y que por otra parte, mas de setenta hombres de los que estaban en guarda de la prision se habian confederado con ellos de se levantar con la puerta principal, adonde el Gobernador estaba preso, y le detener y defender hasta que ellos entrasen; lo cual el Gobernador les estorbó que no hiciesen; porque no podia ser tan ligeramente, sin que se matasen muchos cristianos, y que comenzada la cosa, los indios acabarian todos los que pudiesen, y así se acabaria de perder toda la tierra y vida de todos. Con esto les entretuvo que no lo hiciesen; y porque dije que la india que le traia una carta cada tercer noche, y llevaba otra, pasando por todas las guardas, desnudándola en cueros, catándole la boca y los oidos, y trasquilándola porque no la llevase entre los cabellos, y catándola todo lo posible, que por ser cosa vergonzosa no lo señalo, pasaba la india por todos en cueros, y llegada donde estaba, daba lo que traia á la guarda, y ella se sentaba par de la cama del Gobernador (como la pieza era chica); y sentada, se comenzaba á rascar el pié, y ansí rascándose quitaba la carta, y se la daba por detrás del otro. Traia ella esta carta (que era medio pliego de papel delgado) muy arrollada sotilmente, y cubierta con un poco de cera negra, metida en lo hueco de los dedos del pié hasta el pulgar, y venia atada con dos hilos de algodon negro, y de esta manera metia y sacaba todas las cartas y el papel que habia menester, y unos polvos que hay en aquella tierra de unas piedras, que con una poca de saliva ó de agua hacen tinta. Los oficiales y sus consortes lo sospecharon ó fueron avisados que el Gobernador sabia lo que fuera pasaba y ellos hacian; y para saber y asegurarse ellos de esto, buscaron cuatro mancebos de entre ellos, para que se envolviesen con la india (en lo cual no tuvieron mucho que hacer), porque de costum

bre no son escasas de sus personas, y tienen por gran afrenta negallo á nadie que se lo pida, y dicen que para qué se lo dieron sino para aquello; y envueltos con ella y dándole muchas cosas, no pudieron saber ningun secreto de ella, durando el trato y conversacion once

meses.

CAPITULO LXXVIII.

Cómo robaban la tierra los alzados, y tomaban por fuerza
sus haciendas.

Estando el Gobernador de esta manera, los oficiales y Domingo de Irala, luego que le prendieron, dieron licencia abiertamente á todos sus amigos y valedores y criados para que fuesen por los pueblos y lugares de los indios, y les tomasen las mujeres y las hijas, y las hamacas y otras cosas que tenian, por fuerza, y sin pagárselo; cosa que no convenia al servicio de su majestad y á la pacificacion de aquella tierra; y haciendo esto, iban por toda la tierra dándoles muchos palos, trayéndoles por fuerza á sus casas para que labrasen sus heredades sin pagarles nada por ello, y los indios se venian á quejar á Domingo de Irala y á los oficiales. Ellos respondian que no eran parte para ello; de lo cual se contentaban algunos de los cristianos, porque sabian que les respondian aquello por les complacer, para que ellos les ayudasen y favoresciesen, y decíanles á los cristianos que ya ellos tenian libertad, que hiciesen lo que quisiesen; de manera que con estas respuestas y malos tratamientos, la tierra se comenzó á despoblar, y se iban los naturales á vivir á las montañas escondidos, donde no los pudiesen hallar los cristianos. Muchos de los indios y sus mujeres y hijos eran cristianos, y apartándose perdian la doctrina de los religiosos y clérigos, de la cual el Gobernador tuvo muy gran cuidado que fuesen enseñados. Luego, dende á pocos dias que le hobieron preso, desbarataron la carabela que el Gobernador habia mandado hacer para por ella dar aviso á su majestad de lo que en la provincia pasaba, porque tuvieron creido que pudieran atraer á la gente para hacer la entrada (la cual dejó descubierta el Gobernador), y que por ella pudieran sacar oro y plata, y á ellos se les atribuyera la honra y el servicio que pensaban que á su majestad hacian; y como la tierra estuviese sin justicia, los vecinos y pobladores de ella contino recebian tan grandes agravios, que los oficiales y justicia que ellos pusieron de su mano, hacian á los españoles, aprisionándoles y tomando sus haciendas, se fueron como aborridos y muy descontentos mas de cincuenta hombres españoles por la tierra adentro, en demanda de la costa del Brasil, y á buscar algun aparejo para venir á avisar á su majestad de los grandes males y daños y desasosiegos que en la tierra pasaban, y otros muchos estaban movidos para se ir perdidos por la tierra adentro, á los cuales prendieron y tuvieron presos mucho tiempo, y les quitaron las armas y lo que tenian; y todo lo que les quitaban, lo daban y repartian entre sus amigos y valedores, por los tener gratos y contentos.

CAPITULO LXXIX.

Cómo se fueron los frailes.

En este tiempo, que andaban las cosas tan recias y tan revueltas y de mala desistion, pareciendo á los frailes fray Bernaldo de Armenta, que era buena coyuntura y sazon para acabar de efectuar su propósito en quererse ir (como otra vez lo habian intentado), hablaron sobre ello á los oficiales, y á Domingo de Irala, para que les diese favor y ayuda para ir á la costa del Brasil; los cuales, por les dar contentamiento, y por ser, como eran, contrarios del Gobernador, por haberles impedido el camino que entonces querian hacer, ellos les dieron licencia y ayudaron en lo que pudieron, y que se fuesen á la costa del Brasil, y para ello llevaron consigo seis españoles y algunas indias de las que enseñaban doctrina. Estando el Gobernador en la prision, des dijo muchas veces que porque cesasen los alborotos que cada dia habia, y los males y daños que se hacian, le diesen lugar que en nombre de su majestad pudiese nombrar una persona que como teniente de gobernador los tuviese en paz y en justicia aquella tierra, y que el Gobernador tenia por bien, después de haberlo nombrado, venir ante su majestad á dar cuenta de todo lo pasado y presente; y los oficiales le respondieron que después que fué preso perdieron la fuerza las provisiones que tenia, y que no podia usar de ellas, y que bastaba la persona que ellos habian puesto; y cada dia entraban adonde estaba preso, amenazándole que le habian de dar de puñaladas y cortar la cabeza; y él les dijo que cuando determinasen de hacerlo, les rogaba, y si necesario era, les requeria de parte de Dios y de su majestad, le diesen un religioso ó clérigo que le confesase; y ellos respondieron que si le habian de dar confesor, habia de ser á Francisco de Andrada ó á otro vizcaíno, clérigos, que eran los principales de su comunidad, y que si no se queria confesar con ninguno de ellos, que no le habian de dar otro ninguno, porque á todos los tenian por sus enemigos, y muy amigos su→ yos; y así, habian tenido presos á Anton de Escalera y á Rodrigo de Herrera y á Luis de Miranda, clérigos, porque les habian dicho y decian que habia sido muy gran mal, y cosa muy mal hecha contra el servicio de Dios y de su majestad, y gran perdicion de la tierra prenderle; y á Luis de Miranda, clérigo, tuvieron preso con el Alcalde mayor mas de ocho meses donde no vió sol ni luna, y con sus guardas; y nunca quisieron ni consintieron que le entrasen á confesar otro religioso ninguno, sino los sobredichos; y porque un Anton Bravo, hombre hijodalgo y de edad de diez y ocho años, dijo un dia que él daria forma como el Gobernador fuese suelto de la prision, los oficiales y Domingo de Irala le prendieron y dieron luego tormento; y por tener ocasion de molestar y castigar á otros, á quien tenian odio, le dijeron que le soltarian libremente, con tanto que biciese culpados á muchos que en su confesion le hicieron declarar; y ansí, los prendieron á todos y los desarmaron, y al Anton Bravo le dieron cien azotes públicamente por las calles, con voz de traidor, diciendo que lo habia sido contra su majestad porque queria soltar de la prision al Gobernador.

CAPITULO LXXX.

De cómo atormentaban á los que no eran de su opinion. Sobre esta causa dieron tormentos muy crueles á otras muchas personas, para saber y descubrir si se daba órden y trataban entre ellos de sacar de la prision al Gobernador, y qué personas eran, y de qué manera lo concertaban, ó si se hacian minas debajo de tierra; y muchos quedaron lisiados de las piernas y brazos, de los tormentos; y porque en algunas partes por las paredes del pueblo escrebian letras que decian : « Por tu rey y por tu ley morirás,» los oficiales y Domingo de Irala y sus justicias hacian informaciones para saber quién lo habia escrito, y jurando y amenazando que si lo sabian que lo habian de castigar á quien tales palabras escribia; y sobre ello prendieron á muchos, y dieron tormentos.

CAPITULO LXXXI.

Cómo quisieron matar à un regidor porque les bizo
un requerimiento.

Estando las cosas en el estado que dicho tengo, un Pedro de Molina, natural de Guadix y regidor de aquella ciudad, visto los grandes daños, alborotos y escán→ dalos que en la tierra habia, se determinó por el servi→ cio de su majestad de entrar dentro en la palizada, á do estaban los oficiales y Domingo de Irala; y en presencia de todos, quitado el bonete, dijo á Martin de Ure, escribano, que estaba presente, que leyese á los oficiales aquel requerimiento, para que cesasen los males y muertes y daños que en la tierra habia por la prision del Gobernador; que lo sacasen de ella y lo soltasen, porque con ello cesaria todo; y si no quisiesen sacarle, le diesen lugar á que diese poder á quien él quisiese, para que, en nombre de su majestad, gobernase la provincia, y la tuviese en paz y en justicia. Dando el requerimiento al escribano, rehusaba de tomallo, por estar delante todos aquellos; y al fin lo tomó, y dijo al Pedro de Molina que si queria que lo leyese, que le pagase sus derechos; y Pedro de Molina sacó la espada que tenia en la cinta, y diósela; la cual no quiso, diciendo que él no tomaba espada por prenda; el dicho Pedro de Molina se quitó una caperuza montera, y se la dió, y le dijo: «Leedlo; que no tengo otra mejor prenda.» El Martin de Ure tomó la caperuza y el requerimiento, y dió con ello en el suelo á sus piés, diciendo que no lo queria notificar á aquellos señores; y luego se levantó Garci-Venegas, teniente de tesorero, y dijo al Pedro de Molina muchas palabras afrentosas y vergonzosas, diciéndole que estaba por le hacer matar á palos, y que esto era lo que merescia, por osar decir aquellas palabras que decia; y con esto, Pedro de Molina se salió, quitándose su bonete (que no fué poco salir de entre ellos sin hacerle mucho mal).

CAPITULO LXXXII.

Cómo dieron licencia los alzados á los indios que comiesen carne humana.

Para valerse los oficiales y Domingo de Irala con los indios naturales de la tierra, les dieron licencia para que matasen y comiesen á los indios enemigos de ellos?

yá muchos de estos, á quien dieron licencia, eran cristianos nuevamente convertidos, y por hacellos que no se fuesen de la tierra y les ayudasen; cosa tan contra el servicio de Dios y de su majestad, y tan aborrecible á todos cuantos lo oyeren; y dijeronles mas, que el Gobernador era malo, y que por sello no les consentia matar y comer á sus enemigos, y que por esta causa le habian preso, y que agora, que ellos mandaban, les daban licencia para que lo hiciesen así como se lo mandaban; y visto los oficiales y Domingo de Irala que, con todo lo que ellos podian hacer y hacian, que no cesaban los alborotos y escándalos, y que de cada dia eran mayores, acordaron de sacar de la provincia al Gobernador, y los mismos que lo acordaron se quisieron que dar en ella y no venir en estos reinos, y que con solo echarle de la tierra con algunos de sus amigos se contentaron; lo cual, entendido por los que le favorescian, entre ellos hobo muy gran escándalo, diciendo que, pues los oficiales habian hecho entender que habian podido prenderle, y les habian dicho que vernian con el Gobernador á dar cuenta á su majestad, que habian de venir, aunque no quisiesen, á dar cuenta de lo que habian hecho; y ansí, se hobieron de concertar que los dos de los oficiales viniesen con él, y los otros dos se quedasen en la tierra; y para traerle alzaron uno de los bergantines que el Gobernador habia hecho para el descubrimiento de la tierra y conquista de la provincia, y de esta causa habia muy grandes alborotos y mayores alteraciones, por el gran descontento que la gente tenia de ver que le querian ausentar de la tierra. Los oficiales acordaron de prender á los mas principales y á quien la gente mas acudia; y sabido por ellos, andaban siempre sobre aviso; y no los osaban prender, y se concertaron por intercesion del Gobernador, porque los oficiales le rogaron que se lo enviase á mandar, y cesasen los escándalos, y diesen su fe y palabra de no sacarle de la prision, y que los oficiales y la justicia que tenian puesta prometian de no prender á ninguna persona ni hacerle ningun agravio; y que soltarian los que tenian presos; y así lo juraron y prometieron, con tanto que, porque habia tanto tiempo que le tenian preso y ninguna persona le habia visto, y tenian sospecha y se recelaban que le habian muerto secretamente, dejasen entrar en la prision donde el Gobernador estaba dos religiosos y dos caballeros, para que le viesen y pudiesen certificar á la gente que estaba vivo; y los oficiales prometieron de lo cumplir dentro de tres ó cuatro dias antes que le embarcasen; lo cual no cumplieron.

CAPITULO LXXXIII.

De cómo habian de escrebir á su majestad y enviar la relacion. Cuando esto pasó, dieron muchas minutas los oficiales para que por ellas escribiesen á estos reinos contra el Gobernador, para ponerle mal con todos, y ansí las escribieron; y para dar color á sus delitos, escribieron cosas que nunca pasaron ni fueron verdad; y al tiempo que se adobaba y fornescia el bergantin en que le habian de traer, los carpinteros y amigos hicieron con ellos que con todo el secreto del mundo cavasen un madero tan grueso como el muslo, que tenia tres palmos, y en este grueso le metieron un proceso de una in

formacion general que el Gobernador habia hecho para enviar á su majestad, y otras escrituras que sus amigos habian escapado cuando le prendieron, que le importaban; y ansí, las tomaron y envolvieron en un encerado, y le enclavaron el madero en la popa del bergantin con seis clavos en la cabeza y pié, y decian los carpinteros que habian puesto aquello allí para fortificar el bergantin, y venía tan secreto, que todo el mundo no lo podia alcanzar á saber, y dió el carpintero el aviso de esto á un marinero que venia en él, para que, en llegando á tierra de promision, se aprovechase de ello; y estando concertado que le habian de dejar ver antes que lo embarcasen, el capitan Salazar ni otros ningunos lé vieron; antes una noche, á media noche, vinieron á lá prision con mucha arcabucería, trayendo cada arcabucero tres mechas entre los dedos, porque paresciese que era mucha arcabucería, y ansí entraron en la cámara donde estaba preso el veedor Alonso Cabrera y el factor Pedro Dorantes, y le tomaron por los brazos y le levantaron de la cama con los grillos, como estaba muy malo, casi la candela en la mano, y así le sacaron hasta la puerta de la calle; y como vió el cielo (que hasta entonces no lo habia visto), rogóles que le dejasen dar gracias a Dios; y como se levantó, que estaba de rodillas, trujéronle allí dos soldados de buenas fuerzas para que lo llevasen en los brazos á le embarcar (porque estaba muy flaco y tollido); y como le tomaron, y se vió entre aquella gente, díjoles: «Señores, sed testigos que dejo por mi lugarteniente al capitan Juan de Salazar de Espinosa, para que por mí, y en nombre de su majestad, tenga esta tierra en paz y justicia hasta que su majestad provea lo que mas servido sea. » Y como acabó de decir esto, Garci-Vanegas, teniente de tesorero, arremetió con un puñal en la mano, diciendo: «No creo en tal, si al Rey mentais, si no os saco el alma; » y aunque el Gobernador estaba avisado que no ló dijese en aquel tiempo, porque estaban determinados de le matar, porque era palabra muy escandalosa para ellos y para los que de parte de su majestad le tirasen de sus manos, porque estaban todos en la calle; y apar tándose Garci-Vanegas un poco, tornó á decir las mismas palabras; y entonces Garci-Vanegas arremetió al Gobernador con mucha furia, y púsole el puñal á la sien, diciendo: «No creo en tal (como de antes), si no os doy de puñaladas; » y dióle en la sien una herida pequeña; y dió con los que le llevaban en los brazos tal rempujon, que dieron con el Gobernador y con ellos en el suelo, y el uno de ellos perdió la gorra; y como pasó esto, le llevaron con toda priesa á embarcar al bergantin; y ansí, le cerraron con tablas la popa de él; y estando allí, le echaron dos candados que no le dejaban lugar para rodearse, y así se hicieron al largo el rio abajo. Dos dias después de embarcado el Gobernador, ido el rio abajo, Domingo de Irala y el contador Felipe de Cáceres y el factor Pedro Dorantes juntaron sus amigos y dieron en la casa del capitan Salazar, y lo prendieron á él y á Pedro de Estopiñan Cabeza de Vaca, y los echaron prisiones y metieron en un bergantin, y vinieron el rio abajo hasta que llegaron al bergantin á do venia el Gobernador, y con él vinieron presos á Castilla; y es cierto que si el capitan Salazar quisiera, el Gobernador no fucra

preso, ni menos pudieran sacallo de la tierra ni traello á Castilla; mas, como quedaba por teniente, disimulólo todo; y viniendo así, rogó á los oficiales que le dejasen traer dos criados suyos para que le sirviesen por el camino y le hiciesen de comer; y así, metieron los dos criados, no para que le sirviesen, sino para que viniesen bogando cuatrocientas leguas el rio abajo, y no haIlaban hombre que quisiese venir á traerle, y á unos traian por fuerza, y otros se venian huyendo por la tierra adentro, á los cuales tomaron sus haciendas, las cuales daban á los que traian por fuerza, y en este camino los oficiales hacian una maldad muy grande, y era que, al tiempo que le prendieron, otro dia y otros tres, andaban diciendo á la gente de su parcialidad y otros amigos suyos mil males del Gobernador, y al cabo les decian: «¿Qué os parece? ¿ Hecimos bien por vuestro provecho y servicio de su majestad? Y pues así es, por amor de mí que echeis una firma aquí al cabo de este papel. » Y de esta manera hincheron cuatro manos de papel; y viniendo el rio abajo, ellos mesmos decian y escribian los dichos contra el Gobernador, y quedaban los que lo firmaron trecientas leguas el rio arriba en la ciudad de la Ascension; y de esta manera fueron las informaciones que enviaron contra el Gobernador.

CAPITULO LXXXIV

Cómo dieron rejalgar tres veces al Gobernador viniendo
en este camino.

Viniendo el rio abajo mandaron los oficiales á un Machin, vizcaíno, que le guisase de comer al Gobernador, y después de guisado lo diese á un Lope Duarte, aliados de los oficiales y de Domingo de Irala, y culpados como todos los otros que le prendieron, y venia por solicitador de Domingo de Irala y para hacer sus negocios acá; y viniendo así, debajo de la guarda y amparo de estos, le dieron tres veces rejalgar; y para remedio de esto traia consigo una botija de aceite y un pedazo de unicornio, y cuando sentia algo se aprovechaba de estos remedios de dia y de noche con muy gran trabajo y grandes vómitos, y plugo á Dios que escapó de ellos; y otro dia rogó á los oficiales que le traian, que eran Alonso Cabrera y Garci-Vanegas, que le dejasen guisar de comer á sus criados, porque de ninguna mano de otra persona no lo habia de tomar. Y ellos le respondieron que lo habia de tomar y de comer de la mano que se lo daba, porque de otra ninguna no habian de consentir que se lo diese, que á ellos no se les daba nada que se muriese ; y ansí, estuvo de aquella vez algunos dias sin comer nada, hasta que la necesidad le constriñó que pasase por lo que ellos querian. Habian prometido á muchas personas de los traer en la carabela que deshicieron, á estos reinos, porque les favoreciesen en la prision del Gobernador y no fuesen contra ellos, especial á un Francisco de Paredes, de Búrgos, y fray Juan de Salazar, fraile de la órden de nuestra Señora de la Merced. Ansimesmo traian preso á Luis de Miranda, y á Pedro Hernandez, y al capitan Salazar de Espinosa y á Pedro Vaca. Y llegados el rio abajo á las islas de Sant Gabriel, no quisieron traer en el bergantin á Francisco de Paredes ni á fray Juan de Salazar, porque estos no favoreciesen al Gobernador

acá y dijesen la verdad de lo que pasaba; y por miedo de esto los hicieron tornar á embarcar en los bergantines que volvian el rio arriba á la Ascension, habiendo vendido sus casas y haciendas por mucho menos de lo que valian cuando los hicieron embarcar; y decian y hacian tantas exclamaciones, que era la mayor lástima del mundo oillos. Aquí quitaron al Gobernador sus criados, que hasta alli le habian seguido y remado, que fué la cosa que él mas sintió ni que mas pena le diese en todo lo que habia pasado en su vida, y ellos no lo sintieron menos; y allí en la isla de Sant Gabriel estuvieron dos dias, y al cabo de ellos partieron para la Ascension los unos, y los otros para España; y después de vueltos los bergantines, en el que traian al Gobernador, que era de hasta once bancos, venian veinte y siete personas por todos; siguieron su viaje el rio abajo hasta que salieron á la mar; y dende que á ella salieron les tomó una tormenta que hinchó todo el bergantin de agua, y perdieron todos los bastimentos; que no pudieron escapar de ellos sino una poca de harina y una poca de manteca de puerco y de pescado, y una poca de agua, y estuvieron á punto de perescer ahogados. Los oficiales que traian preso al Gobernador les paresció que por el agravio y sinjusticia que le habian hecho y hacian en le traer preso y aherrojado era Dios servido de dalles aquella tormenta tan grande, determinaron de le soltar y quitar las prisiones, y con este presupuesto se las quitaron, y fué Alonso Cabrera, el veedor, el que se las limó, y él y Garci-Vanegas le besaron el pié, aunque él no quiso, y dijeron públicamente que ellos conoscian y confesaban que Dios les habia dado aquellos cuatro dias de tormenta por los agravios y sinjusticias que le habian hecho sin razon, y que ellos manifestaban que le habian hecho muchos agravios y sinjusticias, y que era mentira y falsedad todo lo que habian dicho y depuesto contra él, y que para ello habian hecho hacer dos mil juramentos falsos, por malicia y por envidia que de él tenian porque en tres dias habia descubierto la tierra y caminos de ella, lo que no habian podido hacer en doce años que ellos habia que estaban en ella; y que le rogaban y pedian por amor de Dios que les perdonase y les prometiese que no daria aviso á su majestad de cómo ellos le habian preso; y acabado de soltarle, cesó el agua y viento y tormenta, que habia cuatro dias que no habia escampado; y así, venimos en el bergantin dos mil y quinientas leguas por golfo, navegando sin ver tierra, mas del agua y el cielo, y no comiendo mas de una tortilla de harina frita con una poca de manteca y agua, y deshacian el bergantin á veces para hacer de comer aquella tortilla de harina que comian; y de esta manera venimos con mucho trabajo hasta llegar á las islas de los Azores, que son del serenísimo rey de Portugal, y tardamos en el viaje hasta venir allí tres meses; y no fuera tanta la hambre y necesidad que pasamos si los que traian preso al Gobernador osaran tocar en la costa del Brasil ó irse á la isla de Santo Domingo, que es en las Indias; lo cual no osaron hacer, como hombres culpados y que venian huyendo, y que temian que llegados á una de las tierras que dicho tengo los prendieran y hicieran justicia de ellos como hombres que iban alzados y habian sido aleves contra su rey; y temiendo esto, no habian querido

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