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cabuces, sin las escopetas y ballestas, hacian tan poca mella, que ni se parecia que no lo sentian, porque por donde llevaba el tiro diez ó doce hombres se cerraba luego de gente, que no parecia que bacia daño ninguno. Y dejado en la fortaleza el recaudo que convenia y se podia dejar, yo torné á salir y les gané algunas de las puentes, y quemé algunas casas, y matamos muchos en ellas que las defendian; y eran tantos, que aunque mas daño se hiciera, haciamos muy poquita mella. E á nosotros convenia pelear todo el dia, y ellos peleaban por horas, que se remudaban, y aun les sobraba gente. Tambien hirieron aquel dia otros cincuenta ó sesenta españoles, aunque no murió ninguno, y peleamos hasta que fué noche, que de cansados nos retrujimos á la fortaleza. E viendo el gran daño que los enemigos, nos hacian, y cómo nos herian y mataban á su salvo, y que puesto que nosotros haciamos daño en ellos, por ser tantos no se parecia, toda aquella noche y otro dia gastamos en hacer tres ingenios de madera, y cada uno llevaba veinte hombres, los cuales iban dentro, porque con las piedras que nos tiraban desde las azoteas no los pudiesen ofender, porque iban los ingenios cubiertos de tablas, y los que iban dentro eran ballesteros y escopeteros, y los demás llevaban picos y azadones y varas de hierro para horadarles las casas y derrocar las albarradas que tenian hechas en las calles. Y en tanto que estos artificios se hacian, no cesaba el combate de los contrarios; en tanta manera, que como nos saliamos fuera de la fortaleza, se querian ellos entrar dentro; á los cuales resistimos con harto trabajo. Y el dicho Muteczuma 1, que todavía estaba preso, y un hijo suyo, con otros muchos señores que al principio se habian tomado, dijo que le sacasen á las azoteas de la fortaleza, y que él hablaria á los capitanes de aquella gente, y les harian que cesase la guerra. E yo lo hice sacar, y en llegando á un petril que salia fuera de la fortaleza, queriendo hablar á la gente que por allí combatia, le dieron una pedrada los suyos en la cabeza 2, tan grande, que de allí á tres dias murió; é yo le fice sacar así muerto á dos indios de los que estaban presos, é á cuestas lo llevaron á la gente, y no sé lo que dél se hicieron; salvo que no por eso cesó la guerra, y muy mas recia y muy cruda de cada dia.

Y este dia llamaron por aquella parte por donde habian herido al dicho Muteczuma, diciendo que me allegase yo allí, que me querian hablar ciertos capitanes, y así lo bice y pasamos entre ellos y mí muchas razones, rogándoles que no peleasen conmigo, pues ninguna razon para ello tenian, é que mirasen las buenas obras que de mí habian recibido, y como habian sido muy bien tratados de mí. La respuesta suya era que me fuese y que les dejase la tierra, y que luego dejarian la guerra; y que de otra manera, que creyese que habian de morir todos ó dar fin de nosotros. Lo cual, segun pareció, hacian porque yo me saliese de la fortaleza, para me tomar á su placer al salir de la ciudad, entre ↑ Muteczuma II.

- Los indios le mataron por cobarde; pero lo cierto es que Dios le abrió algo el conocimiento para que no estorbase la propagacion de la fe, y fuese causa con la resistencia, de que pereciesen tantos millares de indios, como murieron después por la dureza y terquedad de Cuatecmoctzin, su sucesor.

las puentes. E yo les respondí que no pensasen que les rogaba con la paz por temor que les tenia 3, sino porque me pesaba del daño que les facia y les habia de hacer, é por no destruir tan buena ciudad como aquella era; é todavía respondian que no cesarian de me dar guerra hasta que saliese de la ciudad. Después de acabados aquellos ingenios, luego otro dia salí para les ganar ciertas azoteas y puentes; é yendo los ingenios delante, y tras ellos cuatro tiros de fuego y otra mucha gente de ballesteros y rodeleros, y mas de tres mil indios de los naturales de Tascaltecal, que habian venido conmigo y servían á los españoles; y llegados á una puente, pusimos los ingenios arrimados á las paredes de unas azoteas, y ciertas escalas. que llevábamos para las subir; y era tanta la gente que estaba en defensa de la dicha puente y azoteas, y tantas las piedras que de arriba tiraban, y tan grandes, que nos desconcertaron los ingenios y nos mataron un español y hirieron muchos, sin les poder ganar un paso, aunque puñábamos mucho por ello, porque peleamos desde la mañana fasta mediodía, que nos volvimos con harta tristeza á la fortaleza. De donde cobraron tanto ánimo, que casi á las puertas nos llegaban, y tomaron aquellä mez- › quita grande, y en la torre mas alta y mas principal della se subieron fusta quinientos indios, que segun me pareció, eran personas principales. Y en ella subieron mucho mantenimiento de pan y agua y otras cosas de comer, y muchas piedras; é todos los mas tenian lanzas muy largas con unos hierros de pedernal 4 mas anchos que los de las nuestras, y no menos agudos; é de allí hacian mucho daño á la gente de la fortaleza, porque estaba muy cerca della. La cual dicha torre combatieron los españoles dos ó tres veces y la acometieron á subir; y como era muy alta y tenia la subida agra, porque tiene ciento y tantos escalones; y lus de arriba estaban bien portrechados de piedras y otras armas, y favorecidos á causa de no haberles podido ganar las otras azoteas, ninguna vez los españoles comenzaban á subir, que no volvian rodando, y herian mucha gente; y los que de las otras partes los vian, cobraban tanto ánimo, que se nos venian hasta la fortaleza sin ningun temor. Eyo, viendo que si aquellos salian con tener aquella torre, demás de nos hacer della mucho daño, cobraban esfuerzo para nos ofender, salí fuera de la fortaleza, aunque manco de la mano izquierda, de una herida que el primer dia me habian dado; y liada la rodela en el brazo, fuí á la torre con algunos españoles que me siguieron, y bicela cercar toda por bajo, porque se podia muy bien hacer; aunque los cercadores no estaban de balde, que por todas partes peleaban con los contrarios, de los cuales, por favorecer á los suyos, se recrecieron muchos; y yo comencé á sobir por la escalera de la dicha torre, y tras mí ciertos españoles. Y puesto que nos defendian la subida muy reciamente, y tanto, que derrocaron tres ó cuatro españoles, con ayuda de

* Esta fortaleza casi no tiene ejemplar; porque un hombre con poca gente, cercado con millones de enemigos, sitiado por agua, sin bastimentos ni armas, mantener esta constancia, solo cabia en Cortés; y los que minoran el mérito de la conquista no han reflexionado sobre estas circunstancias.

4 En mi librería tengo dos puntas de pedernal destas lanzas, de largo de mas de un palmo, y tan fuertes y penetrantes como hierro.

Dios y de su gloriosa Madre, por cuya casa aquella torre se habia señalado y puesto en ella su imágen 1, les subimos la dicha torre, y arriba peleamos con ellos tanto, que les fué forzado saltar della abajo á unas azoteas que tenia al derredor tan anchas como un paso. E destas tenia la diclia torre très ó cuatro, tan altus la una de la otra como tres estados. Y algunos cayeron abajo del todo, que demás del daño que recibian de la caida, los españoles que estaban abajo al derredor de la torre los mataban. E los que en aquellas azoteas quedaron, pelearon desde allí tan reciamente, que estuvinos más de tres horas en los acabar de matar; por manera que murieron todos, que ninguno escapó. Y crea vuestra sacra majestad que fué tauto ganalles esta torre, que si Dios no les quebrara las alas, bastaban veinte dellos para resistir la subida á mil hombres, como quiera que pelearon muy valientemente hasta

donde nos hacian mucho daño. E con lo que aquella noche se les hizo recibieron mucho temor, y en esta misma noche hice tornar á aderezar los ingenios que el dia antes nos habian desconcertado.

Y por seguir la victoria que Dios nos daba, salí en amaneciendo por aquella calle donde el dia antes nos habian desbaratado, donde no menos defensa hallamos que el primero; pero como nos iban las vidas y la honra, porque por aquella calle estaba sana la calzada que iba å la Tierra-Firme 2, aunque hasta llegar á ella habia ocho puentes muy grandes y hondas, y toda la calle de muchas y altas azoteas y torres, pusimos tanta determinacion y ánimo, que ayudándonos nuestro Señor, les ganamos aquel dia las cuatro, y se quemaron todas las azoteas y casas y torres que habia basta la postrera de- · llas. Aunque por lo de la noche pasada tenian en todas

que murieron; é hice poner fuego á la torre y á las adobests hechas muchas y muy fuertes albarradas de

otras que en la mézquita habia; los cuales habian ya quitado y llevado las imágenes que en ellas teniamos. Algo perdieron del orgullo con haberles tomado esta fuerza; y tanto, que por todas partes aflojaron en mucha manera, é luego torné á aquella azotea y hablé á los capitanes que antes habian hablado conmigo, que estaban algo desmayados por lo que habían visto. Los euales luego llegaron, y les dije que mirasen que no se podian amparar, y que les haciamos de cada dia mucho daño y morian muchos dellos, y quemábamos y destruiamos su ciudad, é que no había de parar fasta no dejar della ui dellos cosa alguna. Los cuales me respondieron que bien veían que recibian de nos mucho daño, y que morian muchos dellos; pero que ellos estaban ya determinados de morir todos por nos acabar. Y que mirase yo por todas aquellas calles y plazas y azoteas cuán llenas de gente estaban, y que tenian hecha cuen→ ta que, á morir veinte y cinco mil dellos y uno de los nuestros, nos acabariamos nosotros primero, porque éramos pocos, y ellos muchos, y que me hacian saber que todas las calzadas de las entradas de la ciudad eran deshechas, como de hecho pasaba, que todas las habian deshecho, excepto una. E que ninguna parte teniamos por do salir, sino por el agua; é que bien sabian que teniamos pocos mantenimientos y poca agua dulce, que no podiamos durar mucho que de hambre no nos muriésemos, aunque ellos no nos matasen. Y de verdad que ellos tenian mucha razon; que aunque no tuviéramos otra guerra sinò la hambre y necesidad de mantenimientos, bastaba para morir todos en breve tiempo. E pasamos otras muchas razones, favorecien➡ do cada uno sus partidos. Ya que fué de noche salí con ciertos españoles, y como los tomé descuidados, gana mosles una calle, donde les quemamos mas de trecien tas casas. Y luego volví por otra, ya que allí acudia la gente; asimismo quemé muchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto á la fortaleza, de

1 Por esta razon se consagró allí el templo metropolitano en hoDor de Santa Maria: esta imagen de que habla, fué la misma que hoy se venera en el santuario de los Remedios, segun algunos, ó la jantada en un damasco de una bandera que recogió el señor Boturini, y está en la secretaría del vireinato; y lo primero es lo mas fundado.

y

y barro, en manera que los tiros y ballestas no les podian facer daño. Las cuales dichas cuatro puentes! cegamos con los adobes y tierra de las albarradas y con! mucha piedra y madera de las 'casas quemadas. E aunque todo no fué tan sin peligro que no hiriesen muchos españoles, aquella noclie puse mucho recaudo en guardar aquellas puentes, porque no las tornasen á ganar.» E otro dia de mañana torné á salir; y Dios nos dió asimismo tan buena dicha y victoria, aunque era innume➡ rable gente que defendia las puentes y muy grandes albarradas y ojos que aquella noche habian hecho, se las ganamos todas y las cegamos, Asimismo fueron ciertos de caballo siguiendo el alcance y victoria hasta la Tierra-Firme; y estando yo reparando aquellas puentes haciéndolas cegar, viniéronme á llamará mucha prie➡ sa, diciendo que los indios combatian la fortaleza y pe→ dian paces, y me estaban esperando allí ciertos señores capitanes dellos. E dejando allí toda la gente y ciertos tiros, me fuí solo con dos de caballo á ver lo que aquellos principales querian. Los cuales me dijeron que si yo les aseguraba que por lo hecho no serian punidos, que ellos harian alzar el cercó y tornar á poner las puentes y ha❤. cer las calzadas, y servirian á vuestra majestad, como antes lo facian. E rogáronme que ficiese tracr allí uno, como religioso, de los suyos, que yo tenia preso, el cual era como general de aquella religion 3. El cual vino y les habló y dió concierto entre ellos y mí; é luego pareció que enviaban mensajeros, según ellos dijeron, á los capitanes y á la gente que tenian en las estancias, á decir que cesase el combate que daban á la fortaleza, y toda la otra guerra. E con esto nos despedimos, é yo metíme en la fortaleza á comer; y en comenzando vinieron á mucha priesa á me decir que los indios habian tornado á ganar las puentes que aquel dia les habiamos ganado, y habian muerto ciertos españoles; de que Dios sabe cuánta alteracion recibí, porque yo no pensé que habiamos que hacer con tener ganada la salida ; y cabalgué á la mayor priesa que pude, y corrí por toda la calle adelante con algunos de caballo que me siguieron, y sin detenerme en alguna parte, torné á romper por los

Esta calle es la de Tacuba, que es la tierra firme que enton-¡ ces tenian, pues por todas las demás partes era laguna.

3 Religion verdadera ó falsa, que en griego se llama Eusebia, y religiosos como muy atados y adictos al culto.

44.

así desde el agua como de la tierra; é yo pase presto con cinco de caballo y con cien peones, con los cuales pasé á nado todas las puentes2, y las gané hasta la Tierra-Firme. E dejando aquella gente en la delantera, torné á la rezaga, donde hallé que peleaban reciamente, y que era sin comparacion el daño que los nuestros recibian, así los españoles como los indios de Tascaltecal que con nosotros estaban ; y así, á todos los malaron, y á muchos naturales, los españoles; é asimismo habian muerto muchos españoles y caballos, y perdido todo el oro y joyas y ropa y otras muchas cosas que

estaban vivos, echélos delante, y yo, con tres ó cuatro
de caballo y hasta veinte peones, que osaron quedar
conmigo, me fuí en la rezaga, peleando con los indios
hasta llegar á una ciudad que se dice Tacuba, que está
fuera de toda la calzada, de que Dios sabe cuánto tra-
bajo y peligro recibí; porque todas las veces que volvia
sobre los contrarios, salia lleno de flechas y viras 3, y
apedreado; porque como era agua de la una parte y de
otra, herian á su salvo sin temor á los que salian á tier-
ra; luego volviamos sobre ellos, y saltaban al agua; así
que recibian muy poco daño, sino eran algunos que
con los muchos estropezaban unos con otros y caian,
y aquellos morian. Y con este trabajo y fatiga llevé toda
la gente hasta la dicha ciudad de Tacuba, sin mé ma-
tar ni herir ningun español ni indio, sino fué uno de los
de caballo que iba conmigo en la rezaga, y no menos
peleaban, así en la delantera como por los lados,
que la mayor fuerza era en las espaldas, por do venia
la gente de la gran ciudad.

aun

dichos indios, y les torné á ganar las puentes, é fui en alcance dellos hasta la Tierra-Firme. Y como los peones estaban cansados y heridos y atemorizados, y vi al presente el grandísimo peligro, ninguno me siguió. A cuya causa, después de pasadas yo las puentes, ya abondadas que me quise volver, las hallé tomadas y mucho de lo que habiamos cegado. Y por la una parte y por la otra de toda la calzada llena de gente, así en la tierra como en el agua, en canoas; la cual nos garrochaba y pedreaba en tanta manera, que si Dios misteriosamente no nos quisiera salvar, era imposible escapar de allí, é aun ya era público entre los que queda-sacábamos, y toda el artillería. Y recogidos los que ban en la ciudad, que yo era muerto. Y cuando llegué á la postrera puente de lácia la ciudad, hallé á todos los de caballo que conmigo iban, caidos en ella, y un caballo suelto. Por manera que yo no pude pasar, y me fué forzado de revolver solo contra mis enemigos, y con aquello fice algun tanto de lugar para que los caballos pudiesen pasar; y yo hallé la puente desembarazada, y pasé, aunque con harto trabajo, porque habia de la una parte á la otra casi un estado de saltar con el caballo; los cuales, por ir yo y él bien armados, no nos hirieron, mas de atormentar el cuerpo. E así quedaron aquella noche con victoria y ganadas las dichas cuatro puentes; é yo dejé en las otras cuatro buen recaudo, y fuí á la fortaleza, y hice hacer una puente de madera, que llevaban cuarenta hombres; y viendo el gran peligro en que estábamos y el mucho daño que cada dia los indios nos hacian, y temiendo que tambien desliciesen aquella calzada como las otras; y déshecha, era forzado morir todos; y porque de todos los de mi com→ pañía fuí requerido muchas veces que me saliece, porque todos ó los mas estaban heridos, y tan mal, que no podian pelear, acordé de lo hacer aquella noche, é tomé todo el oro y joyas de vuestra majestad que se podian sacar, y púselo en una sala, y allí lo entregué en ciertos lios á los oficiales de vuestra alteza, que yo en su real nombre tenia señalados, y á los alcaldes y regidores, y á toda la gente que allí estaba, les rogué y requerí que me ayudasen á lo sacar y salvar, é dí una Jegua mia para ello, en la cual se cargó tanta parte cuanta yo podia llevar; é señalé ciertos españoles, así criados mios como de los otros, que viniesen con el dicho oro y yegua, y lo demás los dichos oficiales y alcaldes y regidores y yo lo dimos y repartimos por los españoles para que lo sacasen. E desamparada la fortaleza, con mucha riqueza, así de vuestra alteza como de los españoles y mia, me salí lo mas secreto que yo pude, sacando conmigo un hijo y dos hijas del dicho Mual teczuma, y á Cacamacin, señor de Aculuacan 1, y a otro su hermano, que yo habia puesto en su lugar, y á otros señores de provincias y ciudades que allí tenia presos. E llegando á las puentes, que los indios tenian quitadas, á la primera dellas se echó la puente que yo traia hecha con poco trabajo, porque no hubo quien la resistiese, excepto ciertas velas que en ella estaban, las cuales apellidaban tan recio, que antes de llegar á la segunda estaba infinito número de gente de los contrarios sobre nosotros, combatiéndonos por todas partes,

Culhuacan, junto á Méjico.

é

Y llegado á la dicha ciudad de Tacuba, hallé toda la gente remolinada en una plaza, que no sabian dónde ir; a los cuales yo dí priesa que se saliesen al campo antes que se recreciese mas gente en la dicha ciudad, y tomasen las azoteas, porque nos harian desde ellas mucho daño. E los que llevaban la delantera dijeron que no sabian por dónde habian de salir, y yo los hice que¬ dar en la rezaga, y tomé la delantera hasta los sacar fuera de la dicha ciudad, y esperé en unas labranzas; y cuando llegó la rezaga supe que habian recibido algun daño, y qué habian muerto algunos españoles y indios, y que se quedaba por el camino mucho oro perdido, lo cual los indios cogian; y allí estuve hasta que pasó toda la gente, peleando con los indios, en tal manera, que los detuve para que los peones tomasen un cerro donde estaba una torre 4 y aposento fuerte, el cual tomaron sin recibir ningun daño, porque no me partide allí ni dejé pasar los contrarios hasta haber ellos tomado el cerro, en que Dios sabe el trabajo y fatiga que alli so recibió, porque ya no habia caballo, de veinte y cuatro que nos habian quedado, que pudiese correr, ni caballero que pudiese alzar el brazo, ni peon sano que pudiese menearse; y llegados al dicho aposento, nos for

Los riesgos á que se expuso Cortés son innumerables y de los mayores; tanto, que con certeza se puede decir: Dextera Domini fecit virtutem.

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3 Vira es ballesta mas larga y delgada se dice de vis, por la mucha fuerza con que se arrojaba.

4 Cerro llamado de Muteczuma. En este cerro está el célebre santuario de Nuestra Señora de los Remedios, de poco cuerpo, traida por los españoles.

talecimos en él, y allí nos cercaron y tuvieron cercados basta noche, sin nos dejar descansar una hora. En este desbarato se halló por copia, que murieron ciento y cincuenta españoles y cuarenta y cinco yeguas y caballos, y mas de dos mil indios que servian á los españoles, entre los cuales mataron al hijo y hijas de Muteczuma y á todos los otros señores que traiamos presos. Y aquella noche 1, á media noche, creyendo no ser sentidos, salimos del dicho aposento muy calladamente, dejando en él hechos muchos fuegos, sin saber camino ninguno ni para dónde íbamos, mas de que un indio de los de Tascaltecal, que nos guiaba, diciendo que él nos sacaria á su tierra si el camino no nos impedian; y muy cerca estaban guardas que nos sintieron, y asimismo apellidaron muchas poblaciones que habia á la redonda, de las cuales se recogió mucha gente, y nos fueron siguiendo hasta el dia, y ya que amanecia, cinco de caballo, que iban adelante por corredores, dieron en unos escuadrones de gente que estaban en el camino, y mataron algunos dellos; los cuales fueron desbaratados, creyendo que iba mas gente de caballo y de pié. Y porque vi que de todas partes se recrecia gente de Jos contrarios, concerté allí la de los nuestros, y de la que habia sana para algo hice escuadrones, y puse en delantera y rezaga y lados, y en medio los heridos, é asimismo repartí los de caballo; y así fuimos todo aquel dia, peleando por todas partes, en tanta manera, que en toda la noche y dia no anduvimos mas de tres le guas. E quiso nuestro Señor, ya que la noche sobrevenia, mostrarnos una torre y buen aposento en un cerro, donde asimismo nos hicimos fuertes; é por aquella noche nos dejaron, aunque casi al alba hubo otro cierto rebato, sin haber de qué, mas del temor que ya todos llevábamos de la multitud de la gente que á la continua nos seguia el alcance.

Otro dia me partí á una hora del dia por la órden ya dicha, llevando mi delantera y rezaga á buen recaudo; y siempre nos seguian de una parte y otra los enemi gos, gritando y apellidando toda aquella tierra, que es muy poblada. E los de caballo, aunque éramos pocos, arremetiamos, y haciamos poco daño en ellos, porque como por allí era la tierra algo fragosa, se nos acogian á los cerros. Y desta manera fuimos aquel dia por cerca de unas lagunas 2 hasta que llegamos á una poblacion buena, adonde pensamos haber algun reencuentro con los del pueblo. E como llegamos, lo desampararon y se fueron á otras poblaciones que estaban por allí á la redonda; é allí estuve aquel dia y otro, porque la gente, así heridos como los sanos, venian muy cansados y fatigados y con mucha hambre y sed, y los caballos asimismo traiamos bien cansados, é porque allí hallamos algun maíz, que comimos y llevamos para el camino cocido y tostado. Y otro dia nos partimos, y siempre acompañados de gente de los contrarios; é por la de lantera y rezaga nos acometian, gritando y haciendo algunas arremetidas. E seguimos nuestro camino por donde el indio de Tascaltecal nos guiaba; por el cual

! Aquella noche, que hasta el presente ce llama la noche triste y desgraciada.

* Estas lagunas son las de Zumpango, Xaltocan y San Cristóbal.

llevábamos mucho trabajo y fatiga, porque nos conve→ nia ir muchas veces fuera de camino; é ya que era tarde, llegamos á un llano donde habia unas casas peque ñas, donde aquella noche nos aposentamos con harta necesidad de comida. E otro dia luego por la mañana comenzamos á andar, é aun no éramos salidos al camino, cuando ya la gente de los enemigos nos seguia por la rezaga, y escaramuzando con ellos, llegamos á un pueblo grande que estaba dos leguas de allí, y á la ma→ no derecha dél estaban algunos indios encima de un cerro pequeño. E creyendo de los tomar, porque esta→ ban muy cerca del camino, y tambien por descubrir si habia mas gente de la que parecia detrás del cerro, me fuí con cinco de caballo y diez ó doce peones, rodeando el dicho cerro. E detrás dél estaba una gran ciudad de mucha gente, con los cuales peleamos tanto, que por ser la tierra donde estaban algo áspera de piedras, y la gente mucha, y nosotros pocos, nos convino retraer al pueblo donde los nuestros estaban. E de allí salí yo muy mal herido en la cabeza, de dos pedradas; y después de me haber atado las heridas, hice salir los espa→ ñoles del pueblo, porque me pareció que no era seguro aposento para nosotros. E así caminando, siguiéndonos todavía los indios en harta cantidad, los cuales pelearon con nosotros tan reciamente, que hirieron cuatro ó cinco españoles y otros tantos caballos, y nos mataron un caballo que, aunque Dios sabe cuánta falta nos hizo y cuánta pena recibimos con habérnosle muerto, porque no teniamos, después de Dios, otra seguridad sino la de los caballos, nos consoló su carue, porque la comnimos, sin dejar cuero ni otra cosa dél, segun la necesidad que traiamos; porque después que de la gran ciudad salimos, ninguna otra cosa comimos sino maíż tostado y cocido, y esto no todas veces ni abasto, y yerbas que cogiamos del campo. E viendo que de cada dia sobrevenia mas gente y mas recia, y nosotros íbamos enflaqueciendo, hice aquella noche que los heridos y dolientes, que llevábamos á las ancas de los caballos y á cuestas, hiciesen maletas y otras maneras de ayudas como se pudiesen sostener y andar, porque los caballos y españoles sanos estuviesen libres para pe→ lear. Y pareció que el Espíritu Santo me alumbró con este aviso, segun lo que á otro dia siguiente sucedió; que habiendo partido en la mañana deste aposento, y siendo apartados legua y media dél, yendo por mi camino, salieron al encuentro mucha cantidad de indios, y tanta, que por la delantera, lados ni rezaga, ninguna cosa de los campos que se podian ver, habia dellos vacía. Los cuales pelearon con nosotros tan fuertemente por todas partes, que casi no nos conociamos unos á otros: tan juntos y envueltos andaban con nosotros 3. Y cierto creimos ser aquel el último de nuestros dias, segun el mucho poder de los indios y la poca resistencia que en nosotros hallaban, por ir, como íbamos, muy cansados, y casi todos heridos y desmayados de hambre. Pero quiso nuestro Señor mostrar su gran poder y misericordia con nosotros; que con toda nuestra flaqueza quebrantamos su gran orgullo y soberbia, en que murieron muchos dellos y muchas personas muy prin

5 La batalla junto à Otumba.

cipales y señaladas; porque eran tantos, que los unos á los otros se estorbaban, que no podian pelear ni huir. E con este trabajo fuimos mucha parte del dia, hasta que quiso Dios que murió una persona dellos, que debia ser tan principal, que con su muerte cesó toda aquella guerra. Así fuimos algo mas descansados, aunque todavía mordiéndonos, hasta una casa pequeña que estaba en el llano, adonde por aquella noche nos aposentamos, y en el campo. E ya desde allí se percibian ciertas sierras' de la provincia de Tascaltecal, de que no poca alegría llegó á nuestro corazon; porque ya conocíamos la tierra, y sabiamos por donde habiamos de ir; aunque no estábamos muy satisfechos de hallar los naturales de la dicha provincia seguros y por nuestros amigos; porque creiamos que viéndonos ir tan desbaratados, quisieran ellos dar fin á nuestras vidas por cobrar la libertad que antes tenian. El cual pensamiento y sospecha nos puso en tanta afliccion, cuanta traiamos viniendo peleando con los de Culúa.

allí descansariamos, y nos curarian y nos repararian de nuestros trabajos y cansancio. E yo se lo agradecí, y acepté su ruego, y les dí algunas pocas cosas de joyas que se habian escapado, de que fueron muy contentos, y me fuí con ellos á la dicha ciudad, donde asimismo hallamos buen recebimiento; y Magiscacin me trajo una cama de madera encasada 5, con alguna ropa de la que ellos tienen, en que durmiese, porque ninguna trajimos, y á todos hizo reparar de lo que él tuvo y pudo. Aquí en esta ciudad habia dejado ciertos enfermos, cuando pasé á la de Temixtitan, y ciertos criados mios con plata y ropas mias y otras cosas de casa y provisiones que yo llevaba, por ir mas desocupado, si algo se nos ofreciese; y se perdieron todas las escrituras y autos que yo había hecho con los naturales destas partes, é quedando asimismo toda la ropa de los españoles que conmigo iban, sin llevar otra cosa mas de lo que llevaban vestido, con sus camas; é supe cómo habia venido otro criado mio de la villa de la Veracruz, que traia mantenimientos y cosas para mí, y con él einco de caballo y cuarenta y cinco peones; el cual habia llevado asimismo consigo á los otros que yo alli habia dejado con toda la plata y ropa y otras cosas, así mías como de mis compañeros, con siete mil pesos de oro fundido que yo había dejado allí en dos cofres, sin otras joyas, y mas otros calorce mil pesos de oro en piezas que en la provincia de Tu

El dia siguiente, siendo ya claro, comenzamos á andar por un camino muy llano que iba derecho á la dicha provincia de Tascaltecal, por el cual nos siguió muy poca gente de los contrarios, aunque habia muy cerca dél muchas y grandes poblaciones, puesto que de algunos cerrillos y en la rezaga, aunque lejos, todavía nos gritaban. E así salimos este dia, que fué domingo á 8 de julio, de toda la tierra de Culúa, y llega-chitebeque se habian dado á aquel capitan que yo enmos á tierra de la dicha provincia de Tascaltecal, á un pueblo della que se dice Gualipan2, de hasta tres 6 cuatro mil vecinos, donde de los naturales dél fuimos muy bien recibidos, y reparados en algo de la gran hambre y cansancio que traiamos, aunque muchas de las provisiones que nos daban eran por nuestros dineros, y aunque no querian otro sino de oro, y éranos forzado dárselo por la mucha necesidad en que nos víamos. En este pueblo estuve tres dias, donde me vinieron á ver y hablar Magiscacin y Sioutengal y todos los señores de la dicha provincia y algunos de la de Guasucingo3, los cuales mostraron mucha pena por lo que nos habia acaecido, é trabajaron de me consolar 4, diciéndome que muchas veces ellos me habian dicho que los de Culúa eran traidores y que me guardase de Hlos, y que no lo habia querido creer. Pero que pues yo habia escapado vivo, que me alegrase; que ellos me❘ ayudarian hasta morir para satisfacerme del daño que aquellos me habian hecho; porque, demás de les obligar á ello ser vasallos de vuestra alteza, se dolian de muchos hijos y hermanos que en mi compañía les habian muerto, y de otras muchas injurias que los tiempos pasados dellos habian recibido; y que tuviese por cierto que me serian muy ciertos y verdaderos amigos hasta la muerte. E que pues yo venia herido, y todos los demás de mi compañía muy trabajados, que nos fuésemos á la ciudad, que está cuatro leguas deste pueblo, é que

4 Los pueblos y campos donde fueron estas batallas están antes de llegar á Puebla y entre Otumba y dicha ciudad, y llaman los flanos de Apan, y allí se descubre la sierra de Tlaxcala. 52 Hueyothlipan, de la séñoría ó republiés de Tlaxcala. 3 Huajocingo, otra de las señorías ó repúblicas,

4 Esta prueba de fidelidad y honradez destas señorías es digna de alabar, y mas viendo á Hernan Cortés herido, deshechos los sugos, pobres y muertos de hambre.

viaba á hacer el pueblo de Quacucalco, y otras muchas cosas, que valian mas de treinta mil pesos de oro; y que los indios de Culúa los habian muerto en el camino á todos, y tomado lo que llevaban; y asimismo supe que habian muerto otros muchos españoles por los caminos, los cuales iban á la dicha ciudad de Temixtitan, creyendo que yo estaba en ella pacífico, y que los caminos estaban, como yo antes los tenia, seguros. De que certifico á vuestra majestad que hubimos todos tanta tristeza, que no pudo ser mas; porque allende de la pérdida destos españoles y de lo demás que se perdió, fué renovarnos, las muertes y pérdidas de los españoles que en la ciudad y puentes della y en el camino nos habian muerto; en especial que me puso en mucha sospecha que asimismo hubiesen dado en los de la villa de la Veracruz, y qué los que teniamos por amigos, sabiendo nuestro desbarato, se hubiesen rebelado. E luego despaché, para saber la verdad, ciertos mensajeros, con algunos indios que los guiaron; á los cuales les mandé que fuesen fuera de camino hasta llegar á la dicha villa, y que muy brevemente me hiciesen saber lo que allá pasaba. E quiso nuestro Señor que á los españoles hallaron muy buenos y á los naturales de la tierra muy seguros. Lo cual sabido, fué harto reparo de nuestra pérdida y tristeza; aunque para ellos fué muy mala nueva saber nuestro suceso y desbarato. En esta provincia de Tascaltecal estuve veinte dias curándome de las heridas & que traia, porque con el camino y mala cura se me habia empeorado mucho, en especial las de la ca

3 Encasar es, segan Covarrubias, volver un kuéso á su lugar, y por lo bien hecha, pudo usar Cortés este término para la cama; aunque es natural que dijese encajar, que es usado en obras de tarazea.

-2:6 Cortés fué herido gravemente una vez en la cabeza, otra en una pierna y otra en una mano.

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