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quisierdes, matadme, que es lo mejor.» Cortés lo consoló y le dió buenas palabras y esperanza de vida y señorío. Subióle á una azotea, rogóle mandase á los suyos que se diesen; él lo hizo, y ellos, que serian obra de setenta mil, dejaron las armas en viéndole.

albarradas en que estaban fuertes los enemigos; y como halló poca resistencia, ca no tenian piedras ni flechas, entró y hizo lo que quiso. Pasaron de cuarenta mil personas las que fueron aquel dia muertas y presas, y mas tuvieron que hacer los españoles en estorbar que sus amigos no matasen que en pelear. El saco no se lo estorbaron. Era tanto el llanto de las mujeres y niños, que quebraba los corazones á los españoles; y tan grande la hediondez de los cuerpos que ya estaban muertos, que se retiraron luego. Propusieron aquella noche, Cortés de acabar otro dia la guerra, y Cuahutimoc de huir, que para eso se metió en una canoa de veinte remos. Luego pues por la mañana tomó Cortés su gente y cuatro tiros, y fuése al rincon do los enemigos estaban acorralados. Dijo á Pedro de Albarado que se estuviese quedo hasta oir una escopeta, y á Sandoval que entrase con los bergantines á un lago de entre las casas, donde estaban recogidas todas las barcas de Méjico, y que mirase por el Rey y no le matase. Mandó á los demás que echasen al enemigo hacia los bergantines; subióse á una torre, y preguntó por el Rey. Vino Xihuacoa, gobernador y capitan general. Hablóle, y no pudo acabar con él que se diesen. Todavía se salieron muchos, y los mas eran viejos y muchachos y mujeres; y como eran tantos y traian priesa, unos á otros se rempujaban y se echaban al agua y se ahogaban. Rogó Cortés á los señores indios que mandasen á los suyos no matasen aquella mezquina gente, pues se daba. Empero no pudieron tanto, que no matasen y sacrificasen mas de quince mil dellos. Tras esto hubo grandísimo rumor entre la gente menuda de la ciudad, porque el señor queria huir, y ellos ni tenian ni sabian adónde ir; y así, procuraron todos de meterse en barcas, y como no cabian, caian al agua y ahogábanse. Muchos hubo que se escaparon nadando. La gente de guerra se estaba arrimada á las paredes de las azoteas, disimulando su perdicion. La nobleza mejicana y otros muchos estaban en canoas con el Rey. Cortés bizo soltar la escopeta para que Pedro de Albarado acometiese por su parte, y luego se tiró la artillería al rincon, donde estaban los enemigos. Diéronles tanta priesa, que en chico rato lo ganaron, sin dejar cosa por tomar. Los bergantines rompieron la flota de las barcas, sin que ninguna se defendiese. Antes echaron todas á huir por do mejor pudieron, y abatieron el estandarte real. Garci Holguin, que era capitan de un bergantin, dió tras una canoa grande de veinte remos y muy cargada de gente. Díjole un prisionero que llevaba consigo cómo eran aquellos del Rey, y que podia ser ir él allí. Dióle entonces caza, y alcanzóla. No quiso embestir con ella, sino encaróle tres ballestas que tenia. Cuahutimoc se puso en pié en la popa de su canoa para pelear; mas como vió ballestas armadas, espadas desnudas y mucha ventaja en el navío, hizo señal que iba allí el señor, y rindióse. Garci Holguin, muy alegre con tal presa, lo llevó á Cortés, el cual le recibió como á Rey, hízole buen semblante, y llególe á sí. Cuahutimoc entonces echó mano al puñal de Cortés, y díjole : « Ya yo he hecho todo mi poder para me defender á mí y á los mios, y lo que obligado era para no venir á tal estado y lugar como estoy; y pues vos podeis agora hacer de mí lo que

De la toma de Méjico.

De la manera que dicho queda ganó Fernando Cortés á Méjico Tenuchtitlan, mártes á 13 de agosto, dia de Sant Hipólito, año de 1521. En remembranza de tan gran hecho y victoria hacen cada año, semejante dia, los de la ciudad fiesta y procesion, en que llevan el pendon con que se ganó. Duró el cerco tres meses. Tuvo en él docientos mil hombres, novecientos españoles, ochenta caballos, decisiete tiros de artillería, y trece bergantines y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis caballos, y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y á lo que otros dicen, muy muchos mas; pero yo no cuento los que mató la hambre y pestilencia. Estaban á la defensa todos los señores, caballeros y hombres principales; y así, murieron muchos nobles. Eran muchos, comian poco, bebian agua salada, dormian entre los muertos, y estaban en perpetua hedentina. Por estas cosas enfermaron y les vino pestilencia, en que murieron infinitos. De las cuales tambien se colige la firmeza y esfuerzo que tuvieron en su propósito; porque llegando á extremo de comer ramas y cortezas, y á beber agua salobre, jamás quisieron paz. Ellos bien la quisieran á la postre; mas Cuahutimoc no la quiso, porque al principio la rehusaron contra su voluntad y consejo, y porque muriéndose todos, no dieron señal de flaqueza; ca se tenian los muertos en casa porque sus enemigos no los viesen. De aquí tambien se conosce cómo mejicanos, aunque comen carne de hombre, no comen la de los suyos, como algunos piensan; que si la comieran, no murieran ansi de hambre. Alaban mucho las mujeres mejicanas, y no porque se estuvieron con sus maridos y padres, sino por lo mucho que trabajaron en servir los enfermos, en curar los heridos, en hacer hondas y labrar piedras para tirar, y aun en pelear desde las azoteas; que tan buena pedrada daban ellas como ellos. Dióse Méjico á saco, y españoles tomaron el oro, plata, pluma, y los indios la otra ropa y despojo. Cortés hizo hacer muchos y grandes fuegos en las calles, por alegrías y por quitar el mal hedor que los encalabriaba. Enterró los muertos como mejor pudo. Herró muchos hombres y mujeres por esclavos con el hierro del Rey; los demás dejó libres, Baró los bergantines en tierra; dejó en guarda dellos á Villafuerte con ochenta españoles, porque no los quemasen indios. Estuvo en esto cuatro dias, y luego pasó el real á Culuacan, donde dió las gracias á los señores y pueblos amigos que habian ayudado. Prometióles de se lo gratificar, y dijo que se fuesen con Dios los que quisiesen, pues al presente no tenia mas guerra, y que los llamaria si la hobiese. Con tanto, se fueron casi todos ricos, y muy contentos en haber destruido á Méjico, y por ir amigos de españoles y en gracia de Cortés.

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Scuales y prognósticos de la destruicion de Méjico.

Poco antes que Fernando Cortés llegase á la NuevaEspaña, apareció muchas noches un gran resplandor sobre la mar por do entró; el cual parescia dos horas antes del dia, subíase en alto y deshacíase luego. Los de Méjico vieron entonces llamas de fuego hácia oriente, que es la Veracruz, y un humo grande y espeso que parescia llegar al cielo, y que mucho los espantó. Vieron eso mesmo pelear por el aire gentes armadas, unas con otras; cosa nueva y maravillosa para ellos, y que les dió qué pensar y qué temer, por cuanto se platicaba entre ellos cómo habia de ir gente blanca y barbuda á señorear la tierra en tiempo de Moteczuma. Entonces se alteraron mucho los señores de Tezcuco y Tlacopan, diciendo que la espada que Moteczuma tenia era las armas de aquellas gentes del aire, y los vestidos el traje; y tuvo él harto que aplacarlos, fingiendo que aquellas ropas y armas fueron de sus antepasados, y porque lo creyesen hizo que probasen á quebrar la espada; y como no pudieron ó no supieron, quedaron maravillados y pacíficos. Paresce ser que ciertos hombres de la costa habian poco antes llevado á Moteczuma una caja de vestidos con aquella espada y ciertos anillos de oro y otras cosas de las nuestras, que hallaron orillas del agua, traidas con tormenta. Otros dicen que fué la alteracion de aquellos señores cuando vieron los vestidos y el espada que Cortés envió á Moteczuma con Teudilli, mirando cómo se parecia al vestido y armas de los que peleaban en el aire. Como quiera que fuese, ellos cayeron en que se habian de perder entrando en su tierra los hombres de aquellas armas y vestidos. El mesmo año que Cortés entró en Méjico apareció una vision á un malli ó cativo de guerra para sacrificar, que lloraba mucho su desventura y muerte de sacrificio, llamando á Dios del cielo ; la cual le dijo que no temiese tanto la muerte, y que Dios, á quien se encomendaba, habria merced dél; y que dijese á los sacerdotes y ministros de los ídolos que muy presto cesaria su sacrificio y derramamiento de sangre humana, por cuanto ya venian cerca los que lo habian de vedar, y mandar la tierra. Sacrificáronlo en medio del Tlatelulco, donde agora está la lorca de Méjico. Notaron mucho sus palabras y la vision, que llamaban aire del cielo, y que cuando después vieron ángeles pintados con alas y diademas, decian parescer al que habló con el malil. Tambien reventó la tierra el año de 20 cerca de Méjico, y salian grandes peces con el agua, que lo miraron por novedad. Contaban mejicanos cómo viniendo Moteczuma con la victoria de Xochnuxco muy ufano, dijera al señor de Culuacan que quedaba Méjico seguro y fuerte, pues habia vencido aquella y otras provincias, y que ya no habria quien contra él pudiese. «No confies tanto, buen rey, respondió aquel señor; que una fuerza fuerza otra. » De la cual respuesta se mucho enojó Moteczuma, y lo miraba de mal ojo. Mas después, cuando Cortés los prendió á entrambos, se acordó muchas veces de aquellas pláticas, que fueron profecía. Cómo dieron tormento á Cuahutimoc para saber del tesoro. No se halló todo el oro en Méjico que primero tuvic

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ron los nuestros, ni rastro del tesoro de Moteczuma, que tenia gran fama; de que mucho se dolian los españoles, ca pensaban, cuando acabaron de ganar á Méjico, hallar un gran tesoro, á lo menos que hallaran cuanto perdieran al huir de Méjico. Cortés se maravillaba cómo ningun indio le descubria oro ni plata. Los soldados aquejaban á los vecinos por sacarles dineros. Los oficiales del Rey querian descubrir el oro, plata, perlas, piedras y joyas, para juntar mucho quinto; empero nunca pudieron con mejicano ninguno que dijese nada, aunque todos decian cómo era grande el tesoro de los dioses y de los reyes; así que acordaron dar tormento á Cuahutimoc y á otro caballero y su privado. El caballero tuvo tanto sufrimiento, que, aunque murió en el tormento de fuego, no confesó cosa de cuantas le preguntaron sobre tal caso, ó porque no lo sabia, ó porque guardan el secreto que su señor les confia constantísimamente. Cuando lo quemaban miraba mucho al Rey, para que, habiendo compasion dél, le diese licencia, como dicen, de manifestar lo que sabia, ó lo dijese él. Cuahutimoc le miró con ira y lo trató vilisimamente, como muelle y de poco, diciendo si estaba él en algun deleite ó baño. Cortés quitó del tormento á Cuahutimoc, paresciéndole afrenta y crueldad, ó porque dijo cómo echara en la laguna, diez dias antes de su prision, las piezas de artillería, el oro y plata, las piedras, perlas y ricas joyas que tenia, por haberle dicho el diablo que seria vencido. Acusaron esta muerte á Cortés en su residencia como cosa fea é indigna de tan gran rey, y que lo hizo de avaro y cruel; mas él se defendia con que se hizo á pedimento de Julian de Alderete, tesorero del Rey, y porque paresciese la verdad; ca decian todos que se tenia él toda la riqueza de Moteczuma, y no queria atormentalle porque no se supiese. Muchos buscaron este tesoro en la laguna y en tierra, por lo que dijo Cuahutimoc, mas nunca se halló; y es cosa notable haber escondido tanta cantidad de oro y plata, y no decirlo.

El servicio y quinto para el Rey, de los despojos de Méjico.

Hicieron fundicion de los despojos de Méjico. Hubo ciento y treinta mil castellanos, que se repartieron segun el servicio y méritos de cada uno. Cupo al quinto del Rey veinte y seis mil castellanos. Cupiéronle tambien muchos esclavos, plumajes, ventalles, mantas de algodon y mantas de pluma; rodelas de vimbre aforradas en pieles de tigres y cubiertas de pluma, con la copa y cerco de oro; muchas perlas, algunas como avellanas, pero algo negras las mas, de como queman las conchas para sacarlas y aun para comer la carne. Sirvieron al Emperador con muchas piedras, y entre ellas, con una esmeralda fina, como la palma, pero cuadrada, y que se remataba en punta como pirámide, y con una gran vajilla de oro y plata, en tazas, jarros, platos, escudillas, ollas y otras piezas de vaciadizo, unas como aves, otras como peces, ouras como animaies, otras como frutas y flores; y todas tan al vivo, que habia mucho de ver. Diéronle asimesmo muchas manillas, cercillos, sortijas, bezotes y otras joyas de hombres y de mujeres, y algunos ídolos y cebratanas de oro y de plata; todo lo cual valia ciento y cincuenta mil ducados, aunque otros

hermano. Viendo Cortés la voluntad del rey Cazoncin, envió á poblar en Chincicila de Michuacan á Cristóbal de Olid con cuarenta de caballo y cien infantes españoles, y Cazoncin holgó que poblasen, y les dió mucha ropa de pluma y algodon, cinco mil pesos de oro sin ley, por tener mucha mezcla de plata, y mil marcos de plata revuelta con cobre; todo esto en piezas de aparador y joyas de cuerpo, y ofresció su persona y reino al rey de Castilla, como se lo rogaba Cortés. La cabeza principal y ciudad de Michuacan llaman Chincicila, y está de Méjico poco mas de cuarenta leguas, y en una ladera de sierras, sobre una laguna dulce, tan grande como la de Méjico, y de muchos y buenos peces. Sin esta laguna hay en aquel reino otros muchos lagos, en que hay grandes pesquerías; á cuya causa se llama Michuacan, que quiere decir lugar de pescado. Hay tambien muchas fuentes, y algunas tan calientes, que no las sufre la mano, las cuales sirven de baños. Es tierra muy templada, de buenos aires, y tan sana, que muchos enfermos de otras partes se van á sanar á ella. Es fértil de pan, fruta y verdura. Es abundante dc caza, tiene mucha ceray algodon. Son los hombres mas hermosos que sus veci

dicen dos tante. Enviáronle, sin esto, muchas máscaras musáicas de pedrecitas finas, con las orejas de oro y con los colmillos de hueso fuera de los labios. Muchas ropas de sacerdotes, bragas, frontales, palias y otros ornamentos de templos; lo cual era de pluma, algodon y pelos de conejo. Enviaron tambien algunos huesos de gigantes que se hallaron allí en Culuacan, y tres tigres, uno de los cuales se soltó en la nao, y arañó seis ó siete hombres, y aun mató dos, y echóse á la mar. Mataron la otra porque no hiciese otro tanto mal. Otras cosas enviaron, pero esto es lo substancial; y muchos enviaron dineros á sus parientes, y Cortés envió cuatro mil duca dos á sus padres con Juan de Ribera, su secretario. Trujeron esta riqueza Alonso de Avila y Antonio de Qui ñones, procuradores de Méjico, en tres carabelas. Pero tomó las dos carabelas que traian el oro Florin, COsario francés, mas acá de los Azores, y aun tambien tomó entonces otra nao que venia de las islas, con setenta y dos mil ducados, seiscientos marcos de aljófar y perlas, y dos mil arrobas de azúcar. Escribió el cabildo al Emperador en alabanza de Cortés, y él le suplicaba por los conquistadores, para que les confirmase los repartimientos, y que enviase una persona docta y curiosa á ver la mucha y maravillosa tierra que habia conquistado, y que tuviese por bien que se llamase Nueva-España. Que enviase obispos, clérigos y frailes para entender en la conversion de los indios; y labradores con ganados, plantas y sunientes, y que no permitiese pasar allá tornadizos, médicos ni letrados.

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Cómo Cazoncin, rey de Mechuacan, se dio à Cortés.

Půso muy gran miedo y admiracion en todos la destruicion de Méjico, que era la mayor y mas fuerte ciudad de todas aquellas partes, y mas poderosa en reino y riqueza. Por lo cual no solamente se dieron á Cortés los súbditos de mejicanos, pero los enemigos tambien, por desechar de sí la guerra; no les aconteciese como á Cuahutimoc; y así, venian á Culuacan embajadores de grandes y diversas provincias y de muy léjos; ca, segun cuentan, eran algunos de mas de trecientas leguas de allí. El rey de Mechuacan, por nombre dicho Cazon, antiguo y natural enemigo de los reyes mejicanos y muy gran señor, envió sus embajadores á Cortés, alegrándose de la victoria y dándosele por amigo. El los recibió muy bien, túvolos consigo cuatro dias. Hizo escaramuzar delante dellos á los de caballo para que lo contasen en su tierra. Dióles algunas cosillas y dos españoles que fuesen á ver aquel reino y tomar lengua de la mar del Sur, y despidiólos. Tantas cosas dijeron de los españoles aquellos embajadores á su rey, que estuvo por venir á verlos; mas estorbáronselo sus consejeros; y así, envió allí un hermano suyo con mil personas de servicio y muchos caballeros. Cortés lo recibió y trató conforme á la persona que era. Llevóle á ver los bergantines, el asiento y destruicion de Méjico. Anduvieron los españoles el caracol en ordenanza, y soltaron las escopetas y ballestas. Jugó la artillería al blanco, que se puso en una torre. Corrieron los de caballo, y escaramuzaron con lanzas. Quedó maravillado aquel caballero destas cosas y de las barbas y trajes. Fuése dende á cuatro dias que llegó, y tuvo bien qué contar al Rey su

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recios y para mucho trabajo. Grandes tiradores de arco y muy certeros, en especial los que llaman teuchichimecas, que están debajo ó cerca de aquel señorío; á los cuales, si yerran la caza, les ponen una vestidura de mujer, que dicen cucitl, por afrenta. Son guerreros y diestros hombres, y siempre tenian guerra con los de Méjico, y nunca ó por maravilla perdian ba→ talla. Hay en este reino muchas minas de plata y oro bajo, y el año de 1525 se descubrió en él la mas rica mina de plata que se habia visto en la Nueva-España; y por ser tal, la tomaron para el Rey sus oficiales, no sin agravio de quien la halló. Mas quiso Dios que luego se perdiese ó acabase; y así, la perdió su dueño, y el Rey su quinto, y ellos la fama. Hay buenas salinas, mucha piedra negra, de que hacen sus navajas, y finísimo azabache. Críase grana de la buena. Españoles han puesto morales para seda, sembrado trigo y criado ganados, y todo se da muy bien; que Francisco de Terrazas cogió seiscientas hanegas, de cuatro que sembró.

La conquista de Tochtepec y Coazacoalco, que bizo
Gonzalo de Sandoval.

Al tiempo que Méjico se rebeló y echó fuera los es pañoles, se rebelaron tambien todos los pueblos de su bando, y mataron los españoles que andaban por la tierra descubriendo minas y otros secretos. Mas la guerra de Méjico no habia dado lugar al castigo; y porque los mas culpantes eran Huatuxco, Tochtepec y otros luga➡ res de la costa, envió allá desde Culuacan, por fin de octubre del año de 21, á Gonzalo de Sandoval con docientos españoles á pié, con treinta y cinco de caballo y con razonable ejército de amigos, en que iban algunos señores mejicanos. En llegando á Huatuxco se le rindió toda aquella tierra. Pobló en Tochtepec, que está de Méjico ciento y veinte leguas, y llamóle Medellin por mandado de Cortés y en gracia, que así se llama donde nació. De Tochtepec fué después Sandoval á poblar en Coazacoalco, pensando que los de aquel rio estaban amigos de Cortés, como lo habian prometido à Diego

de Ordás cuando fué allá en vida de Moteczuma. No halló en ellos buen acogimiento ni aun voluntad de su amistad. Díjoles que los iba á visitar de parte de Cortés, y á saber si habian menester algo. Ellos le respondieron que no tenian necesidad de su gente ni amistad; que se volviese con Dios. El les pidió la palabra, y les rogó con la paz y religion cristiana, mas no la quisieron; antes se armaron, amenazándole con la muerte. Sandoval no quisiera guerra; pero, como no podia al hacer, salteó de noche un lugar, donde prendió una señora, que fué parte para que llegasen los nuestros al rio sin contraste, y se apoderasen de Coazacoalco y sus riberas. A cuatro leguas de la mar pobló Sandoval la villa del Espíritu Santo; ca no se halló antes buen asiento. Atrajo á su amistad á Quechollan, Ciuatlan, Quezaltepec, Tabasco, que luego se rebelaron, y otros muchos pueblos, que se encomendaron á los pobladores del Espíritu Santo por cédula de Cortés. En este mesmo tiempo se conquistó Huaxacac, con mucha parte de la provincia de Mixtecapan, porque daban guerra á los de Tepeacac y á sus aliados. Hubo tres encuentros, en que murió mucha gente, primero que se diesen y consintiesen á los nuestros poblar en su tierra.

La conquista de Tututepee.

Deseaba Cortés tener tierra y puertos en la mar del Sur para descubrir por allí la costa de la Nueva-España, yalgunas islas ricas de oro, piedras, perlas, especias, y otras cosas y secretos admirables, y aun traer por allí la especería de los Malucos á menos trabajo y peligro; y como tenia noticia de aquella mar de tiempo de Moteczuma, y entonces se le ofrescian á ello los de Mechuacan, envió allá cuatro españoles por dos caminos con buenas guias; los cuales fueron á Tecoantepec, Zacatollan y otros pueblos. Tomaron posesion de aquel mar y tierra, poniendo cruces. Dijeron á los naturales su embajada; pidieron oro, perlas y hombres para la vuelta y para mostrar á su capitan, y tornáronse á Méjico. Cortés trató muy bien aquellos indios; dióles algunas cosas, y muchas encomiendas y ofrescimientos para su rey, con que se fueron alegres. Envió luego el señor de Tecoantepec un presente de oro, algodon, pluma y armas, ofresciendo su persona y estado al Emperador; y no mucho después pidió españoles y caballos contra los de Tututepec, que le hacian guerra por haberse dado á cristianos, mostrándoles la mar. Cortés le envió á Pedro de Albarado, el año de 22, y no 23, con docientos españoles y cuarenta de caballo y dos tirillos de campo. Albarado fué por Huaxacac, que ya estaba pacífica; tardó un mes en llegar á Tututepec; balló en algunos pueblos resistencia, mas no perseverancia. Recibióle bien el señor de aquella provincia, y quiso aposentarle dentro en Tututepec, que es gran ciudad, en unas casas suyas muy buenas, aunque cubiertas de paja, con pensamiento de quemar los españoles aquella noche; mas Albarado, que lo sospechó ó le avisaron, no quiso quedar allí, diciendo que no era Lueno para sus caballos, y aposentóse á lo bajo de la ciudad, y detuvo al señor y á un su hijo; los cuales se rescataron en veinte y cinco mil castellanos de oro; que la tierra es rica de minas y ferias y en algunas perlas. Pobló Al

barado en Tututepec; llamóla Segura. Pasó allá los vecinos de la otra Segura de la Frontera, que ya no tenian enemigos, y encomendóles las provincias de Coaztlauac, Tachquianco y otras, con cédulas de Cortés. Vino Albarado á negociar cosas del nuevo pueblo con Cortés; y los vecinos en su ausencia dejaron el lugar, por las pasiones que hubieron, y metiéronse en Huaxacac; por lo cual envió Cortés allá á Diego de Ocampo, su alcalde mayor, por pesquisidor, que condenó á uno á muerte; mas Cortés se la mudó eu destierro, en grado de apelación. Murió en esto el señor de Tututepec; tras cuya muerte se rebelaron algunos pueblos de la comarca. Tornó allá Pedro de Albarado; peleó, y aunque le mataron ciertos españoles y otros amigos, los redujo como antes estaban; pero no se pobló mas Segura.

La guerra de Coliman.

Como tuvo Cortés entrada y amistad en la costa de la mar del Sur, envió cuarenta españoles carpinteros y marineros á labrar en Zacatullan, ó Zacatula, como dicen ya, dos bergantines para descubrir aquella costa y el estrecho que pensaban entonces, y otras dos carabelas para buscar islas que tuviesen especias y piedras, é ir á los Malucos; y tras ellos envió hierro, áncoras, velas, maromas, y otras muchas jarcias y aparejos de naos que tenia en la Veracruz, con muchos hombres y mujeres; que fué un gasto y camino muy grande. Mandó Cortés ir después allá á Cristóbal de Olid á ver los navíos, y costear aquella tierra en siendo acabados. Cristóbal de Olid caminó luego para Zacatullan desde Chincicila, con mas de cien españoles y cuarenta de caballo, y mechuacaneses. Supo en el camino cómo los pueblos de Coliman andaban en armas, y que eran ricos. Fué á ellos, peleó muchos dias; al cabo quedó vencido y corrido, por haberle muerto aquellos de Coliman tres españoles y gran número de sus amigos. Despachó Cortés luego á Gonzalo de Sandoval con veinte y cinco de caballo y setenta peones y muchos indios amigos de guerra y carga, que fuese á vengar esto, y á castigar los de Impilcinco, que hacian guerra á sus vecinos por ser amigos de cristianos. Sandoval fué á Impilcinco, peleó con los de allí algunas veces, y no los pudo conquistar, por ser tierra áspera para los caballos. Fué de allí á Zacatullan, miró los navíos, tomó mas españoles, pasó á Coliman, que estaba sesenta leguas, y pacificó de camino algunos lugares. Salieron á él los de Coliman al mesmo paso que desbarataran á Olid, pensando desbaratarlo tambien á él. Pelearon reciamente los unos y los otros; mas vencieron los nuestros, aunque con muchas heridas, pero con ningun muerto, sino indios; quedaron heridos muchos caballos. Hago siempre mencion de los caballos muertos ó heridos, porque importaban muy mucho en aquellas guerras; ca por ellos se alcanzaba victoria las mas veces, y porque valian mu→ chos dineros. Recibieron tanto daño los impilcincos con esta batalla, que, sin aguardar otra, se dieron por vasallos del Emperador, y hicieron darse á Colimantlec, Ciuatlan y otros pueblos. Poblaron en Coliman veinte y cinco de caballo y ciento y veinte peones, á los cuales repartió Cortés aquella tierra. Trajeron entendido Sandoval y sus compañeros que á diez soles de allí habia

una isla de amazonas, tierra rica; mas nunca se han hallado tales mujeres : creo que nació aquel error del nombre Ciuatlan, que quiere decir tierra ó lugar de mujeres.

De Cristóbal de Tapia, que fué por gobernador á Méjico.

Poco después que Méjico se ganó, fué Cristóbal de Tapia, veedor de Santo Domingo, por gobernador de la Nueva-España. Entró en la Veracruz, presentó las provisiones que llevaba, pensando hallar valedores por amor del obispo de Búrgos, que lo enviaba, y amigos de Diego Velazquez que le favoreciesen. Respondiéronle que las obedescian; mas, cuanto al cumplimiento, que vernian los vecinos y regidores de aquella villa, que andaban en la reedificacion de Méjico y conquistas de la tierra, y harian lo que mas conviniese al servicio del Emperador y Rey, su señor. El tuvo enojo y desconfianza de aquella respuesta; escribió á Cortés, y partióse dende á poco para Méjico. Cortés le respondió que holgaba de su venida, por la buena conversacion y amistad que habian tenido en tiempos pasados, y que enviaba á fray Pedro Melgarejo de Urrea, comisario de la Cruzada, para informarle del estado en que la tierra y españoles estaban, como persona que se habia hallado en el cerco de Méjico, y le acompañase. Informó al fraile de lo que habia de hacer, y proveyó cómo Tapia fuese bien proveido por el camino; mas, porque no llegase á Mẻjico, determinó salirle al camino, dejando el de Pánuco, que tenia á punto. Los capitanes y procuradores de todas las villas que alli estaban, no le dejaron ir; por lo cual envió poderes á Gonzalo de Sandoval, Pedro de Albarado, Diego de Soto, Diego de Valdenebro y fray Pedro Melgarejo, que ya estaban en la Veracruz, para negociar con Tapia; y todos ellos juntos le hicieron volver á Cempoallan, y allí, presentando sus provisiones otra vez, suplicaron dellas para el Emperador, diciendo que así cumplia á su real servicio, al bien de los conquistadores y paz de la tierra, y aun le dijeron que las provisiones eran favorables y falsas, y él incapaz é indigno de tan grande gobernacion. Viendo pues Cristóbal de Tapia tanta contradicion y otras amenazas, se volvió por donde fué, con grande afrenta, no sé si con moneda; y aun en Santo Domingo le quisieron quitar el oficio la Audiencia y Gobernador, porque fuera á revolver la Nueva-España, habiéndole mandado que no fuese so gravísimas penas. Tambien fué luego Juan Bono de Quexo, que habia ido con Narvaez por maestro de nao, con despachos del obispo de Búrgos para Cristóbal de Tapia. Llevaba cien cartas de un tenor, y otras en blanco, firmadas del mesmo obispo, y llenas de ofrescimientos para los que recibiesen por gobernador á Tapia, diciendo cómo el Emperador era deservido de Cortés; y una para el mesmo Cortés con muchas mercedes si dejaba la tierra á Cristóbal de Tapia, y si no, que le seria contrario. Muchos se alteraron con estas cartas, que eran ricas; y si Tapia no fuera ido, hubiera novedades; y algunos dijeron que no era mucho haber comunidad en Méjico, pues la habia en Toledo; mas Cortés lo atajó sabia y halagüeñamente. Los indios asimesmo se trocaron con esto, y se rebelaron los cuixtecas y los de Couzacoalco y Tabasco y otros, que les costó caro.

La guerra de Pánuco.

Antes que Moteczuma muriese, y luego que Méjico fué destruido, se habia ofrescido el señor de Pánuco al servicio del Emperador y amistad de cristianos; por lo cual queria ir Cortés á poblar en aquel rio cuando Hegó Cristóbal de Tapia, y aun porque le decian ser bueno para navíos, y tener oro y plata. Moviale tambien deseo de vengar los españoles de Francisco de Garay que allí mataran, y anticiparse á poblar y conquistar aquel rio y costa primero que llegase el mesmo Garay; ca era fama cómo procuraba la gobernacion de Pánuco, y que armaba para ir allá. Así que, habiendo escrito mucho antes á Castilla por la juridicion de Pánuco, y pidiéndole agora gente algunos de allí para contra sus enemigos, desculpándose de las muertes de ciertos soldados de Garay y de otros que yendo á la Veracruz dieran allí al través, fué con trecientos españoles de pié y ciento y cincuenta de caballo y cuarenta mil mejicanos. Peleó con los enemigos en Ayotuxtellatlan; y como era campo raso y llano, donde se aprovechó muy bien de los caballos, concluyó presto la batalla y la victoria, haciendo gran matanza en ellos. Murieron muchos mejicanos y quedaron heridos cincuenta españoles y algunos caballos. Estuvo allí Cortés cuatro dias por los heridos; en los cuales vinieron á darle obediencia y dones muchos lugares de aquella liga. Fué á Chila, cinco leguas de la mar, donde fué desbaratado Francisco Garay. Envió desde allí mensajeros por toda la comarca allende el rio, rogándoles con la paz y predicacion. Ellos, ó por ser muchos y estar fuertes en sus lagunas, ó pensando matar y comer los de Cortés, como habian hecho á los de Garay, no curaron de tales ruegos ni requerimientos niamistades; antes mataron algunos mensajeros, amenazando reciamente á quien los enviaba. Cortés esperó quince dias, por atraerlos por bien. Después dióles guerra; pero, como no les podia dañar por tierra, que se estaban en sus lagunas, mudó la guerra, buscó barcas, y en ellas pasó de noche, por no ser sentido, á la otra parte del rio con cien peones y cuarenta de caballo. Fué luego visto con el dia, cargaron sobre él tantos y tan recio, que nunca los españoles vieran en aquellas partes acometer en campo tan denodadamente á indios ningunos. Mataron dos caballos y hirieron diez muy mal; pero con todo eso, fueron desbaratados y seguidos una legua, y muertos en gran cantidad. Los nuestros durmieron aquella noche en un lugar sin gente; en cuyos templos hallaron colgados los vestidos y armas de los españoles de Garay, y las caras con sus barbas desolladas, curtidas y pegadas por las paredes. Algunas conoscieron y lloraron, que ciertamente ponia gran lástima; y bien parescia ser los de Pánuco tan bravos y crueles como mejicanos decian; que como tenian guerra ordinaria con ellos, habian probado semejantes crueldades. Fué Cortés de allí á un hermoso lugar donde todos estaban con armas, como en célada, para tomarle á manos en las casas. Los de caballo que iban delante los descubrieron. Ellos, como fueron vistos, salieron, y pelearon tan fuertemente, que mataron un caballo y hirieron otros veinte, y muchos españoles. Tuvieron gran teson, por

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