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de hacer. El bien que della consiguirémos, en parte lo habeis visto, aunque lo que teneis de ver y haber es sin comparacion mucho mas, y excede su grandeza á nuestro pensamiento y palabras. No temais, mis compañeros, de ir y estar comigo, pues ni españoles jamás temieron en estas nuevas tierras, que por su propria virtud, esfuerzo é industria han conquistado y descubierto, ni tal concepto de vosotros tengo. Nunca Dios quiera que ni yo piense, ni nadie diga que miedo caiga en mis españoles, ni desobediencia á su capitan. No hay volver la cara al enemigo, que no parezca huida; no hay huida, ó si la quereis colorar, retirada, que no cause á quien la hace infinitos males: vergüenza, hambre, pérdida de amigos, de hacienda y armas, y la muerte, que es lo peor, aunque no lo postrero, porque para siempre queda la infamia. Si dejamos esta tierra, esta guerra, este camino comenzado, y nos tornamos, como alguno desea, ¿lemos por ventura de estar jugando, ociosos y perdidos? No por cierto, diréis; que nuestra nacion española no es de esa condicion cuando hay guerra y va la honra. Pues ¿adónde irá el buey que no are? ¿Pensais quizá que habeis de hallar en otra parte menos gente, peor armada, no tan lejos de mar? Yo os certifico que andais buscando cinco piés al gato, y que no vamos á cabo ninguno, que no hallemos tres leguas de mal camino, como dicen, peor mucho que este que llevamos; porque, á Dios gracias, nunca después que en esta tierra entramos nos ha faltado el comer, ni amigos ni dineros ni honra; que ya veis que os tienen por mas que hombres los de aquí, y por inmortales, y aun por dioses, si decirse puede, pues siendo ellos tantos, que ellos mesmos no se pueden contar, y tan armados como vosotros decis, no han podido matar siquiera uno de nosotros; y en cuanto á las armas, ¿qué mayor bien quereis dellas que no traer yerba, como los de Carta gena, Veragua, los caribes, y otros que han muerto con ella muy muchos españoles rabiando? Pues aun por solo esto, no debríades buscar otros con quien guerrear. La mar aparte está, yo lo confieso, y ningun español hasta nosotros se alejó della tanto en Indias; porque la dejamos atrás cincuenta leguas; pero tampoco ninguno ha hecho ni merescido tanto como vosotros. Hasta Méjico, donde reside Moteczuma, de quien tantas riquezas y mensajerías habeis oido, no hay mas de veinte leguas; lo mas, andado está, como veis, para llegar allá. Si llegamos, como espero en Dios nuestro Señor, no solo ganarémos para nuestro emperador y rey natural rica tierra, grandes reinos, infinitos vasaIlos, mas aun tambien para nosotros propios muchas riquezas, oro, plata, piedras, perlas y otros haberes; y sin esto, la mayor honra y prez que hasta nuestros tiempos, no digo nuestra nascion, mas ninguna otra ganó; porque cuanto mayor rey es este tras que andamos, cuanto mas ancha tierra, cuanto mas enemigos, tanto es mas gloria nuestra, y ¿no habeis oido decir que cuanto mas moros, mas ganancia? Allende de todo esto, somos obligados á ensalzar y ensanchar nuestra santa fe católica, como comenzamos y como buenos cristianos, desarraigando la idolatría, blasfemia tan grande de nuestro Dios; quitando los sacrificios y comida de carne de hombres, tan contra natura y tan usada, y excu

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sando otros pecados, que por su torpedad no los nombro. Así que pues, ni temais ni dubdeis de la vitoria; que lo mas hecho está ya. Vencistes los de Tabasco y ciento y cincuenta mil el otro dia de aquestos de Tlaxcallan, que tienen fama de descarrilla-leones; venceréis tambien, con ayuda de Dios y con vuestro esfuerzo, los que destos mas quedan, que no pueden ser muchos, y los de Culúa, que no son mejores, si no desmayais y si me scguis. » Todos quedaron contentos del razonamiento de Cortés. Los que flaqueaban, esforzaron; los esforzados cobraron doblado ánimo; los que algun mal le querian, comenzaron á honrarlo; y en conclusion, él fué de allí adelante muy amado de todos aquellos españoles de su compañía. No fué poco necesario tantas palabras en este caso; porque, segun algunos andaban ganosos de dar la vuelta, movieran un motin que le forzara tornar á la mar; y fuera tanto como nada cuanto habian hecho hasta entonces.

Cómo vino Xicotencatl por embajador de Tlaxcallan al real
de Cortés.

No habian bien acabado de despartirse platicando sobre lo arriba tratado, que entró por el real Xicotencatl, capitan general de aquella guerra, con cincuenta personas principales y honradas que le acompañaban. Llegó á Cortés, y saludáronse cada uno á fuer de su tierra; y sentados, le dijo cómo venia de su parte y de la de Maxixca, que es el otro señor mus principal de toda aquella provincia, y de otros muchos que nombró, y en fin, por toda la república de Tlaxcallan, á rogarle los admitiese á su amistad, y á darse á su rey, y á que les perdonase por haber tomado armas y peleado contra él y sus compañeros, no sabiendo quién fuesen ni qué buscasen en sus tierras; y que si le habian defendido la entrada, era como á extranjeros y hombres de otra facion muy diferente de la suya, y tal, que jamás vieron su igual; y temiendo no fuesen de Moteczuma, antiguo y perpetuo enemigo suyo, pues venian con él sus criados y vasallos; ó fuesen personas que quisiesen enojarlos y usurparles su libertad, que de tiempo inmemorial tenian y guardaban; y que por conservarla, como habian hecho todos sus antepasados, tenian derramada mucha sangre, perdida mucha gente y hacienda, y padecido muchos males y desventuras, en especial desnudez, porque como aquella su tierra era fria, no llevaba algodon; y así, les era forzado andarse como nacieron, ó vestir de hojas de met!; y asimesmo no comian sal, cosa sin la cual ningun manjar tiene gusto ni buen sabor, como allí no se hacia; y que de estas dos cosas, sal y algodon, tan necesarias á la vida humana, carecian, y las tenian Moteczuma y otros enemigos suyos, de que estaban cercados; y como no alcanzaban oro ni piedras, ni las otras cosas preciadas á que trocarlas, tenian necesidad muchas veces de venderse para comprarlas. Las cuales faltas no ternian si quisiesen ser sujetos y vasallos de Moteczuma; pero que antes moririan todos que cometer tal deshonra y maldad, pues eran tan buenos para defenderse de su poderío, como habian sido sus padres y abuelos defendiéndose del suyo y de su abuelo, que fueron tan grandes señores como él, y los que sojuzgaron y tiranizaron toda la tierra; y que tam

bien agora quisieran defenderse de los españoles, mas que no podian, aunque habian probado y echado todas sus fuerzas y gente, así de noche como de dia, y hallábanlos fuertes é invencibles, y ninguna dicha contra ellos. Por tanto, pues que su suerte era tal, querían antes estar sujetos á ellos que á otro ninguno; porque, segun les decian los de Cempoallan, eran buenos, poderosos, y no venian á mal hacer; y segun ellos habian conocido, en la guerra y batallas eran valentísimos y venturosos. Por las cuales dos razones confiaban dellos que su libertad sería menos quebrada, sus personas, sus mujeres mas miradas, y no destruidas sus casas ni labranzas; y si alguno los quisiese ofender, defendidos. Al cabo, en fin, de todo, le rogó mucho, y aun con los ojos arrasados, que mirase cómo nunca jamás Tlaxcallan reconoció rey ni tuvo señor, ni entró hombre nacido en ella á mandar, sino el que le llamaban y rogaban. No se podria decir cuánto se holgó Cortés con tal embajador y embajada; porque, allende de tanta honra como venir á su tienda tan gran capitan y señor á humillarse, era grandísimo negocio para su demanda, tener amiga y sujeta aquella ciudad y provincia, y haber acabado la guerra á mucho contentamiento de los suyos, y con gran fama y reputacion para con los indios. Así que le respondió alegre y graciosamente, aunque cargándole la culpa del daño que habia recebido su tierra y ejército, por no lo querer escuchar ni dejar entrar en paz, como se lo rogaba y requeria con los mensajeros de Cempoallan, que les envió de Zaclotan; pero que él les perdonaba dos caballos que le mataron, el saltear que hicieron, las mentiras que le dijeron, peleando ellos y echando la culpa á otros; el haberle llamado á su pueblo para matarle en el camino sobre seguro y en celada, y no desafiándole primero, de valientes hombres como eran. Recibió el ofrecimiento que le hizo al servicio y sujecion del Emperador, y despidióle con que presto seria con él en Tlaxcallan, y que no iba luego por amor de aquellos criados de Moteczuma.

El recibimiento y servicio que hicieron en Tlaxcallan
á los nuestros.

Mucho pesó en grande manera á los embajadores mejicanos la venida de Xicotencatl al real de los españoles, y el ofrecimiento que á Cortés hizo para su rey de las personas, pueblo y hacienda. E dijeronle que no creyese nada de aquello, ni se confiase en palabras; que todo era fingido, mentira y traicion, para cogerlo en la ciudad á puerta cerrada y á su salvo. Cortés les decia que aunque todo aquello fuese verdad, determinaba ir allá, porque menos los temia en poblado que en el campo. Ellos, como vieron esta respuesta y determinacion, rogáronle que diese licencia á uno dellos para ir á Méjico á decir á Moteczuma lo que pasaba, y la respuesta de su principal recado, que dentro de seis dias tornaria sin falta ninguna ; y que hasta tanto no se partiese del real. El se la dió, y esperó allí á ver qué trairia de nuevo, y porque á la verdad, no se osaba fiar de aquellos sin mayor certinidad. En este medio tiempo iban y venian al real muchos de Tlaxcallan, unos con gallipavos, otros con pan, cuál con cerezas, cuál con ají, y todos lo daban de balde y con alegre semblante, rogando que

se fuesen con ellos á sus casas. Vino pues el mejicano, como prometió, al sexto dia, y trajo á Cortés diez piezas é joyas de oro muy bien labradas y ricas, y mil y quinientas ropas de algodon, hechas á mil maravillas, é muy mejores que las otras mil primeras. Y rogóle muy ahincadamente de parte de Moteczuma que no se pusiese en aquel peligro, confiándose de aquellos de Tlaxcallan, que eran pobres, y le robarian lo que él le habia enviado, y le matarian por solo saber que trataba con él. Vinieron asimismo todas las cabeceras y señores de Tlaxcallan á rogarle les hiciese tanto placer de irse con ellos á la ciudad, donde seria servido, proveido y aposentado; ca era vergüenza suya que tales personas estuviesen en tan ruines chozas; y que si no se fiaba dellos, que viese cualquiera otra seguridad ó rehenes, y dárselas hian; pero que le prometian é juraban que podia ir y estar segurísimamente en su pueblo, porque no quebrantarian su juramento, ni faltarian la fe de la república, ni la palabra de tantos señores y capitanes, por todo el mundo. Así que, viendo Cortés tanta voluntad en aquellos caballeros y nuevos amigos, y que los de Cempoallan, de quien tenia muy buen crédito, le importunaban y aseguraban que fuese, hizo cargar su fardaje á los bastajes, y llevar la artillería, y partióse para Tlaxcallan, que estaba á seis leguas, con tanta órden y recado como para una batalla. Dejó en la torre y real, y donde habia vencido, cruces y mojones de piedra. Salió tanta gente á rescebirle al camino y por las calles, que no cabian de piés. Entró en Tlaxcallan á 18 de setiembre; aposentóse en el templo mayor, que tenia muchos y buenos aposentos para todos los españoles, y puso en otros a los indios amigos que iban con él; puso tambien ciertos límites y señales para hasta do saliesen los de su compañía, y no pasasen de allí, so graves penas, y mandó que no tomasen sino lo que les diesen ; lo cual muy bien cumplieron, porque aun para ir á un arroyo, tiro de piedra del templo, le pedian licencia. Mil placeres hacian aquellos señores á los españoles, y mucha cortesía á Cortés, y les proveian de cuanto menester habian su comida; y muchos les dieron sus para hijas en señal de verdadera amistad, y porque nasciesen hombres esforzados de tan valientes varones, y les quedase casta para la guerra; ó quizá se las daban por ser su costumbre ó por complacellos. Parescióles bien á los nuestros aquel lugar y la conversacion de la gente, y holgáronse allí veinte dias, en los cuales procuraron saber particularidades de la república y secretos de la tierra, y tomaron la mejor informacion y noticia que pudieron del hecho de Moteczuma.

De Tlaxcallan.

Tlaxcallan quiere decir pan cocido ó casa de pan; ca se coge allí mas centli que por los alrededores. De la ciudad se nombra la provincia, ó al revés. Dicen que primero se nombró Texcallan, que quiere decir casa de barranco es grandísimo pueblo; está á orillas de un rio que nasce en Atlancatepec y que riega mucha parte de aquella provincia, y después entra en el mar del Sur por Zacatulian. Tiene cuatro barrios, que se llaman Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatian, Quiyahuiztlan. El primero está en un cerro alto, y léjos del rio mas de

tatlh, que es la cortesana; y la mayor de toda tierra de Méjico; la otra es de otomix, y esta mas se usa fuera que dentro de la ciudad. Un solo barrio hay que habla pinomex, y es grosera. Habia cárcel pública, donde estaban los malhechores con prisiones. Castigaban lo que tenian por pecado. Avino entonces que un vecino hurtó á un español un poco de oro. Cortés lo dijo á Maxixca; el cual hizo su informacion y pesquisa con tanta diligencia, que le fueron á hallar á Chololla, que es otra ciudad cinco leguas de allí, y le trajeron preso y lo entregaron con el mesmo oro, para que Cortés hiciese justicia dél como en España. Pero él no quiso, sino agradecióles la diligencia. Y ellos con pregon público que manifestaba su delito le pasaron por ciertas calles, y en el mercado, en uno como teatro, lo descocotaron con una porra; de que no poco se maravillaron los españoles.

media legua; y porque está en sierra se dice Tepeticpac, que es Somosierra; el cual fué la primera poblacion que allí hobo, y fué en alto á causa de las guerras. El otro está aquella ladera abajo hasta el rio; y porque allí habia pinos cuando se pobló, lo llamaron Ocotelulco, que es pinar. Era la mejor, y mas poblada parte de la ciudad; en donde estaba la plaza mayor, en que hacian su mercado, que llaman tianquiztli, y do tiene sus casas Maxixcacin. El rio arriba en lo llano estaba otra puebla, que dicen Tizatlan por haber allí mucho yeso, en la cual residia Xicotencatl, capitan general de la república. El otro barrio está tambien en llano mas rio abajo; que por ser aguazal se dijo Quiyahuiztlan. Después que españoles la tienen, se ha desvuelto casi toda y hecho de nuevo, y con muy mejores calles, y casas de piedra, y en llano á par del rio. Es república como Venecia, que gobiernan los nobles y ricos. Mas no hay uno solo que mande, porque huyen dello como de tiranía. En la guerra hay, segun arriba dije, cuatro capitanes ó coroneles, uno por cada barrio de aquellos cuatro; de los cuales sacan el general. Otros señores hay que tambien son capitanes, pero de menor cuantía. En la guer-gion, aunque diabólica, siempre que Cortés les hablaba,

ra el pendon va detrás. Acabada la batalla ó alcance, híncanle donde todo los vean. Al que no se recoge, pénanle. Tienen dos saetas, como reliquias de los primeros fundadores, que llevan á la guerra dos principales capitanes, valientes soldados, en las cuales agüeran la victoria ó la pérdida; ca tiran una dellas á los enemigos que primero topan. Si mata ó fiere, es señal que vencerán, y si no, que perderán. Así lo decian ellos; y por ninguna manera dejan de cobrarla. Tiene esta provincia veinte y ocho lugares, en que hay ciento y cincuenta mil vecinos. Son bien dispuestos, muy guerreros, que -no tienen par. Son pobres, que no tienen otra riqueza ni granjería sino centli, que es su pan; del cual, allende de lo que comen, sacan para vestidos y tributos y para las otras necesidades de la vida. Tienen muchos cabos para mercados; pero el mayor, y que muchas veces en semana se hace, y en la plaza de Ocotelulco, es tal, que se llegan en él treinta mil personas y mas en un dia á vender y comprar, ó por mejor decir, á trocar; que no saben qué cosa es moneda batida de metal ninguno. Véndese en él, como acá, lo que han menester para vestir, calzar, comer, beber y fabricar. Hay toda manera de buena policía en él; porque hay plateros, plumajeros, barberos y baños; y olleros, que hacen vasos muy buenos, y es tan buena loza y barro como lo hay en España. Es la tierra muy grasa para pan, para frutas y de pastos; ca en los pinares nasce tanta y tal yerba, que ya los nuestros apascientan en ellos su ganado y herbajan sus ovejas; lo que acá no pueden. A dos leguas de la ciudad está una sierra redonda, que tiene de subida otras dos, y de cerco quince. Suele cuajar en ella la nieve.Llámase agora de San Bartolomé, y antes de Matlalcueje, que era su diosa del agua. Tambien tenian dios del vino, que llamaban Ometochtli, por sus muchas borracheras á su usanza. El ídolo mayor, y Dios principal suyo, es Comaxle, ó por otro nombre Mixcauatlh; cuyo templo estaba en el barrio Ocotelulco; en el cual sacrificaban año habia ochocientos y mas hombres. Hablan en Tlaxcallan tres lenguas, nahų

La respuesta que dieron á Cortés los de Tlaxcallan sobre dejar sus ídolos.

Viendo pues que guardaban justicia y vivian en reli

les predicaba con los farautes, rogándoles que dejasen los ídolos y aquella cruel vanidad que tenian matando y comiendo hombres sacrificados, pues ninguno de todos ellos queria ser muerto así ni comido, por mas religioso ni santo que fuese; y que tomasen y creyesen el verdadero Dios de cristianos que los españoles adoraban; que era el criador del cielo y de la tierra, y el que llovia y criaba todas las cosas que la tierra produce, para solo el uso y provecho de los mortales. Unos les respondian que de grado lo hicieran, siquiera por complacerle, sino que temian ser apedreados del pueblo. Otros, que era recio descreer lo que ellos y sus antepasados tantos siglos habian creido, y seria condenarlos á todos y á sí mismos. Otros, que podria ser que andando el tiempo lo harian, viendo la manera de su religion, entendiendo bien las razones para que debian hacerse cristianos, y conosciendo mejor y por entero el vivir de los españoles, las leyes, las costumbres y las condiciones; porque cuanto á la guerra, ya tenian conoscido que eran invencibles hombres, y que su dios les ayudaba bien. Cortés á esto les prometió que presto les daria quien les enseñase y dotrinase, y entonces verian la mejoría, y el grandísimo fruto y gozo que sentirian si tomasen su consejo, que como amigo les daba; y pues al presente no podia hacerlo, por la prisa de llegar á Méjico, que tuviesen por bueno que en aquel templo donde tenia su aposento, hiciese iglesia para en que él y suyos orasen, é hiciesen sus devociones y sacrificio, y que podian tambien ellos venir á verlo. Dieronle la licencia, y aun vinieron muchos á oir la misa que se decia cada dia de los que alli estuvo, y á ver las cruces y otras imágines que se pusieron allí y en otros templos y torres. Hubo asimesmo algunos que se vi❤ nieron á vivir con los españoles, y todos los de Tlaxcallan les mostraban amistad; pero el que mas de veras y come señor se mostró ser amigo, fué Maxixca, que no se partia de Cortés, ni se hartaba de ver ni oir á los españoles.

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La enemistad entre mejicanos y lascaltecas. Conosciendo pues cuán de buena gana hablaban y conversaban, les preguntaron por Moteczuma, y cuán gran rico y señor era. Ellos lo encarescieron grandemente y como hombres que lo habian probado, y que, segun afirmaban, habia noventa ó cien años que tenian guerra con él y con su padre Axaxaca y con otros sus tios y abuelo; y decian que el oro y plata y las otras riquezas y tesoros que aquel rey tenia eran mas que ellos podian decir, segun todos contaban. El señorío que tenia era de toda la tierra que ellos sabian. La gente innumerable, ca juntaban docientos y trecientos mil hombres para una batalla; y si quisiese, que juntaria doblados; y que deso eran ellos buenos testigos, por haber muchas veces peleado con ellos. Engrandescian tanto las cosas de Moteczuma, especial mente Maxixcacin, que deseaba que no se metiesen en peligro entre los de Culúa, que no acababan, y que muchos españoles sospechaban mal. Cortés les dijo que estaba determinado, con todo aquello que oia, de llegar á Méjico á ver á Moteczuma; por tanto, que viesen lo que mandaban que negociase con el de su parte y provecho, que lo haria, como les era en obligacion, porque tenia por cierto que Moteczuma haria por él lo que le rogase. Ellos le rogaron por licencia para sacar algodon y sal, que habia que no la comian á derechas aquellos años que las guerras duraran, sino era alguno dellos, que ó la compraba á escondidas ó de algunos vecinos amigos, á peso de oro; porque Moteczuma mataba al que la vendia y sacaba fuera de sus reinos para se la vender á ellos. Preguntando qué fuese la causa de aquellas guerras y ruin vecindad que Moteczuma les hacia, dijeron que enemistades viejas y amor de la libertad yexencion. Mas, segun los embajadores afirmaban, y á lo que después Moteczuma dijo, y otros muchos en Méjico, no era ansí, sino por otras razones muy diversas, si ya no decimos que cada uno alegaba de su derecho, justificando su partido; y eran las razones, porque los mancebos mejicanos y de Culúa ejercitasen las personas en la guerra allí cerca, sin ir léjos á Pánuco y Tecoantepec, que eran fronteras muy aparte; y tambien por tener allí siempre gente que sacrificar á sus dioses, tomada en guerra; y así, para hacer fiesta y sacrificio enviaba luego á Tlaxcallan ejército á cativar hombres cuantos habia menester para aquel año ; que averiguado está que si Moteczuma quisiera, en un dia los sujetara y matara todos, haciendo la guerra de veras; pero como no queria sino cazar hombres para sus dioses y bocas, no enviaba sobre ellos sino pocos; y así, algunas veces los vencian los de Tlaxcallan. Gran placer tomaba Cortés en ver la discordia, las guerras y contradiccion tan grande entre aquellos sus nuevos amigos y Moteczuma, que era muy á su propósito, creyendo por aquella via sojuzgar mas aína á todos; y así, trataba con los unos y con los otros en secreto, por llevar el negocio bien de raíz. A todas estas cosas estaban muchos de Huexocinco que habian sido en la guerra contra los nuestros. Iban y venian á su ciudad, que asimesmo es república, á la manera de Tlax callan, y tan amiga y unida con ella, que son una misma cosa para contra Moteczuma, que los tenia opresos

tambien, y para las carnecerías de sus templos de Méjico; y diéronse á Cortés para el servicio y vasallaje deľ Emperador.

El solemne rescibimiento que hicieron á los españoles
en Chololla.

Los embajadores de Moteczuma dijeron á Cortés que pues todavía determinaba ir á Méjico, que se fuese por Chololla, cinco leguas de Tlaxcallan; que eran los de aquella ciudad amigos suyos, y allí esperaria mejor la resolucion de la voluntad del señor, si era que entrase en Méjico ó no; lo cual decian por sacarle de allí, que certísimamente pesaba mucho á Moteczuma ver la paz y amistad tan grande entre tlaxcaltecas y españoles, temiendo que de allí habia de resurtir cualque mal golpe que lo lastimase; y para que lo hiciese dábanle siempre alguna cosa; que era cebarlo para ir mas presto allá. Los de Tlaxcallan deshacíanse de enojo, viendo que queria ir á Chololla, y diciendo que Moteczuma era un engañador, tirano, fementido, y Chololla amiga su→ ya, aunque desleal; y que podria ser que le enojasen cuando allá dentro lo tuviesen, y le hiciesen guerra. Por eso, que lo mirase bien; y que si acordaba de ir, que le daria cincuenta mil personas que le acompañasen. Aquellas mujeres que dieron á los españoles cuando entraron, entendieron una trama que se hacia para matarlos en Chololla con medio de uno de aquellos cuatro capitanes; una hermana del cual lo descubrió á Pedro de Albarado, que la tenia. Cortés luego habló con aquel capitan, y con palabras le sacó fuera de su casa, y le hizo ahogar sin ser sentido, ni sin otra alteracion ni movimiento; y así no hubo escándalo ninguno, y se atajó la trama. Fué maravilla no revolverse Tlaxcallan siendo muerto así aquel tan principal caballero en la república. Pesquisóse la casa después, y averiguóse que era verdad cómo habia enviado á Chololla Moteczuma mas de treinta mil soldados, y que estaban á dos leguas en guarnicion para el efecto, y que tenian tapadas las calles, en las azoteas muchas piedras, el camino real cerrado, y hecho otro de nuevo con grandes hoyos, y por él hincados muchos palos agudos en que se mancasen los caballos y no pudiesen correr; y que los tenian cubiertos de arena porque no los viesen aunque fuesen á descobrir delante. Creyólo tambien porque no habian venido ni enviado los de allí á verle ni á ofrecerse á nada, como habian hecho los de Huexocinco, que allí cerca estaban. Entonces, á consejo de los de Tlaxcallan, envió á Chololla ciertos mensajeros államar á los se→ ñores y capitanes. Mas no vinieron, sino enviaron tres ó cuatro á excusarse por estar enfermos, y á ver lo que queria. Los de Tlaxcallan dijeron cómo aquellos eran hombres de poca suerte, y tal parescian ellos; y que no se partiese sin que primero viniesen allí los capitanes, Tornó á enviar los mesmos mensajeros con mandamien→ to por escrito que si no venian dentro de tercero dia, que los ternia por rebeldes y enemigos, y como á tales los castigaria rigurosamente. A otro dia vinieron muchos señores y capitanes de Chololla á desculparse, por ser los de Tlaxcallan sus enemigos, y no poder estar seguros en su pueblo y porque sabian el mal que dellos le habian dicho; pero que no los creyese, que eran unos

falsos y crueles; y que se fuesen con ellos á su lugar, y veria cuán burla era todo lo que le decian aquellos, y ellos cuán buenos y leales. Y tras esto, diéronsele para servirle y contribuir como súbditos. Y todo esto hizo Cortés que pasase por ante escribano é intérpretes. Despidióse Cortés de los de Tlaxcallan. Lloraba Maxixca de verlo ir. Salieron con él cien mil hombres de guerra. Fueron tambien con él muchos mercaderes á rescatar sal y mantas. Mandó Cortés que siempre fuesen aquellos cien mil por sí, aparte de los suyos. No llegó aquel dia á Chololla, sino quedóse en un arroyo, donde vinieron muchas personas de la ciudad á rogarle con mucha instancia que no consintiese á los de Tlaxcallan hacerles daño en su tierra ni mal en las personas. Y por esto Cortés les hizo volver á sus casas á todos, sino fueron cinco ó seis mil, aunque muy contra su voluntad; y avisándole que se guardase de aquella mala gente, que no era de guerra, sino mercaderes y hombres que mostraban un corazon y tenian otro; y que no le quisieran dejar en peligro, pues ya se le dieron por amigos. Otro dia por la mañana llegaron nuestros españoles á Chololla. Saliéronlos á rescebir en escuadrones mas de diez mil ciudadanos, muchos de los cuales traian pan, aves ó rosas. Llegaba cada escuadron, como venia á dar á Cortés la norabuena de la venida, y apartábase para que llegase otro. Entrando por la ciudad, salió la demás gente saludando á los españoles, como iban en hila, maravillados de ver tal figura de hombres y de caballos. Tras estos salieron luego todos los religiosos, sacerdotes y ministros de los ídolos, que eran muchos y de ver, vestidos de blanco como con sobrepellices, y algunas cerradas por delante, los brazos defuera, y por orlas madejas de algodon hilado. Unos traian cornetas, otros huesos, otros atabales; quién traia braseros con fuego, quién ídolos cubiertos, y todos cantando á su manera. Llegaron á Cortés y á los otros españoles; echaban cierta resina y copalli, que huele como incienso, é incensábanlos con ello. Con esta pompa y solemnidad, que por cierto fué grande, los metieron en la ciudad, y los aposentaron en una casa, do cupieron á placer, y les dieron aquella noche á cada uno un gallipavo, y á los de Tlaxcallan, Cempoallan, Iztacmixtlitan pusieron por su cabo y proveyeron.

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Cómo los de Chololla trataron de matar los españoles.

Pasó la noche Cortés muy sobre aviso y á recaudo,

porque por el camino y en el pueblo hallaron algunas señales de lo que en Tlaxcallan le dijeran; y mas que, aunque la primera noche les proveyeron á gallina por barba, los otros tres dias siguientes no les dieron casi nada de comida, y muy pocas veces venian aquellos capitanes á ver los españoles; de que tomaba mala espina. En aquel tiempo le hallaron no sé cuántas veces aquellos embajadores de Moteczuma para estorbarle la ida á Méjico; unas veces diciendo que no fuese allá, que el gran señor se moriria de miedo si le viese, otras que no habia camino para ir, otras que á qué iba, pues no tenia de qué mantenerse; y aun tambien, como viesen que á todo esto les satisfacia con buenas palabras y vazones, echaronle de manga á los del pueblo, que le eijesen cómo do Moteczuma estaba labia lagartos, ti

gres, leones y otras muy bravas fieras. Que siempre que el señor las soltase, bastaban para despedazar y comerse á los españoles, que eran poquitos. Y visto que tampoco esto aprovechaba nada con él, tramaron con los capitanes y principales de matar los cristianos. E porque lo hiciesen prometiéronles grandes partidos por Moteczuma. E dieron al Capitan General un atambor de oro, é que traerian los treinta mil soldados que á dos leguas estaban. Los cholollanos prometieron de atarlos y entregárselos. Pero no consintieron que entrasen aquellos soldados de Culúa en su pueblo, temiendo que con aquelachaque no se alzasen con él, que solian ser mañas de mejicanos; é dicen que pensaban de un tiro matar dos pájaros, ca tenian creido tomar durmiendo á los españoles y quedarse con Chololla; é que si no pudiesen atarlos dentro de la ciudad, que los llevasen por otro camino, que no el real para Méjico, sobre la mano izquierda; en el cual habia muchos malos pasos, que se hacian en él por ser tierra arenisca, y que tenia tal barranco comido de las aguas, que era de veinte y de treinta y aun de mas estados en hondo, y que allí las atajarian y llevarian atados á Moteczuma. Concluido pues el concierto, comienzan de alzar el hato, y sacar fuera á la sierra los hijos y mujeres. Estando ya los nuestros para partirse de allí, por el ruin tratamiento que les hacian y mal talante que les mostraban, avino que una mujer de un principal, que de piadosa, ó por parescerle bien aquellos barbudos, dijo á Marina de Viluta que se quedase allí con ella, que la queria mucho, y le pesaria que la matasen con sus amos. Ella disimuló la mala nueva, y sacóle quién y cómo la tramaban. Corrió luego á buscar á Jerónimo de Aguilar, é juntos dijéronselo á Cortés. El no se durmió, sino hizo de presto tomar un par de vecinos, que examinados, le confesaron la verdad de lo que pasaba, como aquella señora dijera. Difirió por esto la partida dos dias para enfriar el negocio y para desviar á los de allí de aquel mal propósito, ó castigarlos. Llamó á los que gobernaban, y díjoles que no estaba satisfecho dellos; y rogóles que ni le mintiesen ni anduviesen con él en mañas, que le pesaba dello mucho mas que si le desafiasen para batalla; porque de hombres de bien era pelear, y no mentir. Ellos respondieron que eran sus amigos y servidores, y que lo serian siempre; y que ni le mențian ni mentirian, sino que antes les dijese cuándo queria partir, para irle á servir y acompañar armados. El les dijo que otro dia, y que no queria mas de algunos esclavos para llevar el fardaje, que venian ya causados sus tamemes, y alguna cosa de comer. Desto postrero se sonreian, diciendo entre dientes. «¿Para qué quieren comer estos, pues presto les tienen de comer á ellos en ají cocidos, y si Moteczuma no se enojase, que los quiere para su plato, aquí los habríamos comido ya?»

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