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habia cerca otros pasos para llegar al lugar, arrodeando un poco; pero no dejaron con todo eso de sospechar que los de Tlaxcallan debian ser bravos y valientes guerreros, pues tales amparos les ponian delante. Como el ejército paró para mirar aquella magnífica obra, pensó Iztacmixtlitan que ciaba y temia de ir adelante, y dijo y rogó al capitan que no fuese por allí, pues era su amigo y iba á ver á su señor, ni curase de atravesar por tierra de los de Tlaxcallan, que por ventura por quedar su amigo, le harian algun daño y le serian malos, como con otros solian, y que él le guiaria y llevaria siempre por tierras de Moteczuma, donde seria bien recebido y proveido, hasta llegar á Méjico. Mamexi y los otros de Cempoallan le decian que tomase su consejo, y en ninguna manera fuese por do Iztacmixtlitan le queria encaminar, que era por le desviar de la amistad de aquella provincia, cuya gente era honrada, buena y valiente, y no queria que se juntase con él para contra Moteczuma, y que no le creyese; que eran él y los suyos, unos malos, traidores y falsos, y le meterian donde no pudiese salir, y allí los comerian y matarian. Cortés estuvo suspenso una pieza con lo que unos y otros le decian; pero á la postre arrimóse al consejo de Mamexi, porque tenia mas concepto de los de Cempoallan y aliados, que no de los otros, y por no mostrar miedo; y así, prosiguió el camino de Tlaxcallan, que comenzó. Despidióse de Iztacmixtlitan, tomó dél trecientos soldanos, y entró por aquella puerta de la cerca, y luego con mucha órden y buen recaudo en todo, caminó, llevando á punto los tiros, y siempre yendo él de los primeros que se adelantaban media y una legua á descubrir el campo, para si algo hobiese, que con tiempo volviese á concertar su gente, y á escoger buen lugar para batalla ó para real; así que, andadas más de tres leguas desde la cerca, mandó decir á la infantería que caminase apriesa, que era tarde, y él fuése con los de caballo cuasi una legua adelante, donde en encumbrando una cuesta, dieron los dos de caballo que iban delanteros en unos quince hombres con espadas y rodelas, y con unos penachos que acostumbran traer en la guerra; los cuales eran escuchas, y como vieron los de caballo, echaron á huir de miedo ó por dar aviso. Llegó Cortés entonces con otros tres compañeros á caballo, y por mas que voceó ni señas hizo, no quisieron esperar; y porque no se les fuesen sin tomar lengua, corrió tras ellos con seis caballos, y alcanzólos ya que estaban juntos y remolinados con determinacion de morir antes que rendirse; y señalándoles que estuviesen quedos, se juntó á ellos, pensando tomarlos á manos y á vida; pero ellos no curaron sino de esgrimir; y así, hubieron de pelear con ellos. Defendiéronse tan bien un rato de los seis, que hirieron dos dellos, y les mataron dos caballos de dos cuchilladas, y segun algunos que lo vieron, cortaron cercen de un golpe cada pescuezo con riendas y todo. En esto llegaron otros cuatro de caballo, y luego los demás, con uno de los cuales envió Cortés á llamar corriendo la infantería, porque allegaban ya bien cinco mil indios en un ordenado escuadron, á socorrer y remediar los suyos, que los habian visto pelear; mas llegaron tarde para ello, porque ya eran todos muertos y alanceados, con enojo que mataron aquellos dos ca

ballos, y no se quisieron rendir. Todavía pelearon con los de caballo, de muy gentil ánimo y denuedo, basta que vieron cerca los peones y artillería y el otro cuerpo del ejército contrario, y retiráronse entonces, dejando, el campo á los nuestros. Los de caballo salian y entraban en los enemigos, arremetiendo á su salvo por mas que eran, sin recebir daño, y mataron hasta setenta dellos. Luego que se fueron, enviaron á nuestro ejército á decir al capitan con dos de los mensajeros que allá tenian dias habia, y con otros suyos, cómo los de Tlaxcallan decian que ellos no sabían de lo que habian hecho aquellos, que eran de otras comunidades y sin su licencia; pero que les pesaba, y que pagarian los caballos por ser en su tierra, y que fuesen mucho enhorabuena á su pueblo, que holgarian de acogerlos y ser sus amigos, porque les parescian valientes hombres. Todo era recado falso. Cortés se lo creyó, y les agradesció su buen comedimiento y voluntad, diciendo que iria, como ellos querian, á ser su amigo, y que no tenia nc¬ cesidad de paga por sus caballos, porque presto le vernian muchos dellos. Mas Dios sabe cuánto le pesaba de la falta que le hacian, y de que supiesen los indios que los caballos morian y se podian matar. Pasó Cortés casi una legua mas adelante de do fué la muerte de los caballos, aunque era casi puesta del sol, y venía su gente cansada de haber caminado mucho aquel dia, por poner su real en lugar fuerte y de agua; y así, lo asento cabe un arroyo, donde estuvo esta noche con miedo y con recado de centinelas á pié y á caballo, mas ningun sobresalto le dieron los enemigos; y así, pudieron los suyos reposar mas descansados que pensaban.

Que se juntaron ciento y cuarenta mil hombres contra Cortés.

Otro dia con el sol partió Cortés de allí con su escuadron bien concertado, y en medio del fardaje y artillería, é ya que llegaban á un pequeño pueblo alli cerquita, toparon con los otros dos mensajeros de Cempoallan que fueron de Zaclotan, que venian llorando, y dijeron cómo los capitanes del ejército de Tlaxcallan los habian atado y guardado, mas que se habian ellos soltado y escapado aquella noche, porque los querian sacrificar luego en siendo de dia, al dios de la victoria, y comérselos para dar buen comienzo á la guerra, y en señai que así tenian de hacer á los barbudos y á cuantos venian con ellos. Apenas acabaron de contar esto, cuando á menos de tiro de ballesta asomaron por detrás un cerrillo hasta mil indios muy bien armados, y llegaron con un alarido que subia hasta el cielo, á tirar dardos, piedras y saetas á los nuestros. Cortés les hizo muchas señas de paz para que no peleasen, y les hablo con los farautes, rogando y requiriéndoselo en forma por ante escribano y testigos, como si hubiera de aprovechar ó entendieran lo que era; y como cuanto mas les decian, tanta mas prisa ellos se daban á combatir, pensando desbaratallos, ó meterlos en juego para que los siguiesen hasta llevarlos á una celada de mas de ochenta mil hombres, que les tenian parada entre unas grandes quebradas de arroyos que atravesaban el camino y hacian mal paso. Tomaron los nuestros las armas y dejaron las palabras; trabóse una gentil contienda, porque aquellos mil eran tantos como los que de nuestra

ansí verdad, porque los de Tlaxcallan juntaron toda la gente posible para tomar los españoles, y hacer dellos los mas solenes sacrificios y ofrendas á sus dioses, que jamás se hubiesen hecho, y un banquete general de aquella carne, que llamaban celestial. Repártese Tlaxcallan en cuatro cuarteles ó apellidos, que son Tepeticpac, Ocotelulco, Tizatlan, Cuyahuiztlan, que es como decir en romance los Serranos, los del Pinar, los del Yeso, los del Agua. Cada apellido destos tiene su cabeza y señor, á quien todos acuden y obedescen, y estos así juntos hacen el cuerpo de la república y ciudad. Mandan Y gobiernan en paz, y en guerra tambien ; y así, aquí en esta hubo cuatro capitanes, de cada cuartel el suyo; mas el general de todo el ejército fué uno dellos mesmos que se llamaba Cicotencalt, y era de los del Yeso, y llevaba el estandarte de la ciudad, que es una grua de oro con las alas tendidas y muchos esmaltes y argenteria. Traíala detrás de toda la gente, como es su costumbre estando en guerra; que si no, delante va. El segundo capitan era Maxixcacin. El número de todo el ejército era casi cient y cincuenta mil combatientes. Tanta junta y aparato hicieron contra cuatrocientos españoles, y al cabo fueron vencidos y rendidos, aunque después amigos grandísimos. Vinieron pues estos cuatro capitanes con todo su ejército, que cubria el campo, á ponerse cerca de los españoles, una gran barranca no mas en medio, el otro dia siguiente, como prometieron, é antes que amaneciese. Era gente muy lucida y bien armada, segun ellos usan, aunque venian pintados con bija y jagua, que mirados al gesto parescian demonios. Traian grandes penachos, y campeaban á maravilla; traian hondas, varas, lanzas, espadas, que acá llaman bisarmas; arcos y flechas sin yerbas; traian asimismo cascos, brazaletes y grevas de madera, mas doradas ó cubiertas de pluma ó cuero. Las corazas eran de algodon, las rodelas y broqueles muy galanos, y no mal fuertes, ca eran de recio palo y cuero, y con laton y pluma, las espadas de palo y pedernal engastado en él, que cortan bien y hacen mala herida. El campo estaba repartido por sus escuadrones, é con cada muchas bocinas, caracoles y ata

parte combatian, y diestros y valientes hombres, y en mejor lugar puestos para pelear. Duró muchas horas la batalla, y al cabo, ó por cansados, ó por meter los enemigos en el garlito do pensaban tomarlos á bragas enjutas, comenzaron de aflojar y á retirarse hacia los suyos, no desbaratados, sino cogidos. Los nuestros, encendidos en la pelea y matanza, que no fué chica, siguiéroplos con toda la gente y fardaje, y cuando menos se cataron, entraban en las acequias y quebradas, y entre infinitísimos indios armados que los aguardaban en ellas. No se pararon por no desordenarse, y pasaronlos con harto temor y trabajo, por la mucha prisa y guerra que Jos contrarios les daban; de los cuales hubo muchos que arremetieron á los de caballo en aquellos malos pasos á les quitar las lanzas: tan osados eran. Muchos españoles quedaran allí perdidos si no les ayudaran los indios amigos. Ayadóles tambien mucho el esfuerzo y consuelo de Cortés, que aunque iba en la delantera con los caballos peleando y haciendo lugar, volvia de cuando en cuando á concertar el escuadron y animar su gente. Salieron en fin de aquellas quebradas á campo Ilano y raso, donde pudieron correr los caballos é jugar la artillería; dos cosas que hicieron harto daño en los enemigos, y que mucho los maravilló por su novedad; y así, luego huyeron todos. Quedaron este dia en el un rencuentro y en el otro muchos indios muertos y heridos, y de los españoles fueron algunos heridos, pero ninguno muerto, y todos dieron gracias a Dios, que los Jibró de tanta multitud de enemigos; y muy alegres con la vitoria, se subieron á poner real en Teocacinco, aldea de pocas casas, que tenia una torrecilla y templo, dondese hicieron fuertes, y muchas chozas de paja y rama, que trajeron después los tamemes. Hiciéronlo tan bien aquellos indios que iban en nuestro ejército de los de Cempoallan y de Iztamixtlitan, que les dió Cortés muy cumplidas gracias, ora fuese por miedo de ser comidos, ora por vergüenza y amistad. Durmieron aquella noche, que fué la primera de setiembre, los nuestros mal sueño, con recelo no les sobresalteasen fos enemigos; pero ellos no vinieron; que no acostumbran pelear de noche; y luego en siendo dia envió Cortés á rogar y re-bales; que cierto era bien de mirar, y nunca españoles querir á los capitanes de Tlaxcallan con la paz y amistad, y á que le dejasen pasar con Dios por su tierra á Méjico; que no iba á les hacer enojo ni mal ninguno. Dejó docientos españoles y la artillería y tamemes en el real, tomó otros docientos, y los trecientos de Iztacmixtlitan y hasta cuatrocientos cempoallaneses, y salió á correr el campo con ellos y con los caballos antes que los de la tierra se hubiesen de juntar. Fué, quemó cinco ó seis lugares, y volvióse con hasta cuatrocientas personas presas, sin rescebir daño, aunque le siguieron peleando hasta la torre y real, donde halló la respuesta de los capitanes contrários, la cual era que otro dia vernian á verle y á responderle, como veria. Cortés cstuvo aquella noche muy á recaudo, ca le paresció brava respuesta y determinada para hacer lo que decian, mayormente que le certificaban los prisioneros que se juntaban ciento y cincuenta mil hombres para venir sobre él otro dia, y tragarse vivos los españoles, á quien querian muy mal, creyendo ser muy grandes amigos de Moteczuma, al cual deseaban la muerte y todo mal; y era

vieron junto mejor ni mayor ejército en Indias después que las descubrieron.

Los fieros que hacian á nuestros españoles aquellos de Tlaxcallan.

Estaban feroces aquellos y habladores, y diciendo entre sí mesmos: «¿Qué gente poca y loca es esta que nos amenaza sin conoscernos, y se atreve á entrar en nuestra tierra sin licencia y contra nuestra voluntad? No vamos á ellos tan presto; dejémoslos descansar, que tiempo tenemos de los tomar y atar. Enviémosles de comer, que vienen hambrientos, no digan después que los tomamos por hambre y de cansados. » Eansí, les enviaron luego trecientos gallipavos y docientas cestas de bollos de Centli, que es su pan ordinario, que pesaban mas de cien arrobas; lo cual fué gran refrigerio y so→ corro para la necesidad que tenian. Dende á poco dijeron: «Vamos á ellos que ya habrán comido, y comerémonoslos, y pagaránnos nuestros gallipavos y nuestras tortas, é sabrémos quién les mandó entrar acá; é si es Moteczuma, venga y librelos; é si es su atrevimiento,

lleren el pago. «Estos y semejantes fieros y liviandades hablaban entre sí unos con otros, viendo tan poquitos españoles delante, y no conosciendo aun sus fuerzas y coraje. Aquellos cuatro capitanes enviaron luego hasta dos mil de sus muy esforzados hombres y soldados viejos al real, á tomar los españoles sin les lacer mal; é si armas tomasen y se les defendiesen, que los atasen y trujesen por fuerza, ó los matasen; mas ellos no quisieran, diciendo que ganarian poca honra en tomarse todos con tan poca gente. Los dos mil pasaron la barranca, y llegaron á la torre osadamente. Salieron los de caballo, y tras ellos de pié; é á la primera arremetida les hicieron conoscer cuánto cortaban las espadas de fierro; é á la segunda les mostraron para cuánto eran aquellos pocos españoles que poco antes ultrajaban; é á la otra les hicieron huir gentilmente los que ellos venian á prender. No escapó hombre dellos, sino los que acertaron el paso de la barranca. Corrió entonces la demás gente con grandísima gritería hasta llegar al real de los nuestros, é sin que les pudiesen resistir, entraron dentro muchos dellos, é anduvieron á las cuchilladas y brazos con los españoles; los cuales tardaron un buen rato á matar y echar fuera aquellos que entraron, saltando el valladar; y estuvieron peleando mas de cuatro horas con los enemigos, antes que pudiesen hacer plaza entre el valladar y los que lo combatian, y al cabo de aquel tiempo aflojaron reciamente, veyendo los muchos muertos de su parte y las grandes heridas, y que no mataban á nadie de los contrarios; aunque no dejaron de hacer algunas arremetidas hasta que fué tarde y se retiraron; de lo que mucho plugo á Cortés y á los suyos, que tenian los brazos cansados de matar indios. Mas alegría tuvieron aquella noche los nuestros que miedo, por saber que con lo escuro no pelean los indios; é así, descansaron y durmieron mas á placer que hasta allí; aunque con buen recaudo en las estancias, y muchas velas y escuchas por todo. Los indios, aunque echaron menos muchos de los suyos, no se tu→ vieron por vencidos, segun lo que después mostraron. No se pudo saber cuántos fueron los muertos; que ni los nuestros tuvieron ese vagar, ni los indios cuenta. El otro dia por la mañana salió Cortés á talar el campo, como la otra vez, dejando los medios de los suyos á guardar el real; é por no ser sentido primero que hiciese el daño, partió antes del dia. Quemó mas de diez pueblos, y saqueó uno de tres mil casas, en el cual habia poca gente de pelea, como estaban en la junta. Todavía pelearon los que dentro estaban, y mató muchos dellos. Púsole fuego, y tornóse á su fuerte sin mucho daño y con mucha presa, á mediodía, cuando ya los enemigos cargaban a mas andar para despojarle y dar en el real; los cuales luego vinieron como el dia antes, trayendo comida y braveando. Pero, aunque combatieron el real y pelearon cinco horas, no pudieron matar español, muriendo de los suyos infinitos, que como estaban apretados, hacia riza en ellos la artillería. Quedó por ellos el pelear, y por los nuestros la victoria. Pensaban que eran encantados, pues no les empecian sus flechas. Luego al otro dia enviaron aquellos señores y capitanes tres suertes de cosas en presente á Cortés; y los que las trujeron le decian : « Señor, veis

aquí cinco esclavos si sois dios bravo, que comeis carne y sangre, coméos estos, y traerémos mas; si sois dios bueno, hé aquí incienso y pluma; si sois hombre, tomad aves y pan y cerezas. » Cortés les dijo cómo él y sus compañeros eran hombres mortales, ni mas ni menos que ellos; y que pues siempre les decia verdad, que por qué trataban con él mentira y lisonjas; y que deseaba ser su amigo; y que no fuesen locos ni porfiados en pelear, que rescibirian siempre muy gran daño, y que ya veian cuántos mataban dellos sin morir ninguno de los españoles. Con esto los despidió; n as no por eso dejaron de venir luego mas de treinta mil á tentar las corazas á los nuestros á su proprio real, como los di s antes; pero tornáronse descalabrados como siempre. Es aquí de saber que aunque llegaron el primer dia todos los de aquel gran ejército á combatir nuestro real y á pelear juntos, que los otros siguientes no llegaron así, sino cada cuartel por sí, para repartir mejor el trabajo y mal por todos, y porque no se embarazasen unos á otros con tanta multitud, pues no habian de pelear sino pocos y en lugar pequeño, y aun por esto eran mas recios los combates y batallas; que cada apellido de aqueПlos pugnaba por hacerlo mas valientemente, para ganar mas honra si matasen ó prendiesen algun español; ca les parescia que todo su mal y vergüenza recompensaba la muerte ó prision de un solo español; y tambien es de considerar sus convites y peleas, porque no solo estos dias hasta aquí, pero ordinariamente todos los quince ó mas dias que estuvieron allí los españoles, ora peleasen, ora no, les llevaban unas tortillas de pan, y gallipavos y cerezas; mas empero no lo hacian por darles de comer, sino por saber qué daño habian ellos hecho, y qué animo tenian los nuestros ó qué miedo; y esto no entendian los españoles, y siempre decian que los de Tlaxcallan, cuyos ellos eran, no peleaban, sino ciertos bellacos otomies que andaban por allí desmandados, que no reconoscian superior, por ser de unas behetrías que estaban detras de las sierras, que mostraban con el dedo.

Cómo Cortés cortó las manos á cincuenta espías.

Al siguiente dia, tras los presentes como á dioses, que fué el 6 de setiembre, vinieron al real hasta cincuenta indios de los de Tlaxcallan, honrados segun su manera, y dieron á Cortés mucho pan, cerezas y gallipavos, que traian de comida ordinaria; y preguntáronle cómo estaban los españoles, y qué querian hacer, y si habian menester alguna cosa; y tras esto anduviéronse por el real, mirando los vestidos y armas de España, y los caballos y artillería, y hacian de los bobos y maravillados; aunque á la verdad tambien se maravillaban de veras; pero todo su motivo era andar espiando. Entonces llegó á Cortés Teuch, de Cempoallan, hombre experto y criado de niño en la guerra, y díjole que no le parescian bien aquellos tlaxcaltecas, porque miraban mucho las entradas y salidas y lo flaco y fuerte del real. Por eso, que supiese si eran espías aquellos bellacos. Cortés le agradesció el buen aviso, y se maravilló cómo él ni español ninguno no habian dado en aquello, en tantos dias que entraban y salian indios de los enemigos en su real con comida, y habia caido en ello aquel

cempoallanés; y no fué por ser aquel indio mas agudo y sabio que los españoles, sino porque vió y oyó á los otros cómo andaban y hablaban con los de Iztacmixtlitan, para sacar dellos por puntillos lo que querian saber. Así que Cortés conosció cómo no venian por hacerle bien, sino á espiar; y luego mandó tomar al que mas á mano y apartado estaba de la compañía, y meter secretamente donde no lo viesen; y allí lo examinó con Marina y Aguilar; el cual á la hora confesó cómo era espion, y que venia á ver y notar los pasos y cabos por do mejor le pudiesen dañar y ofender, y quemar aquellas sus chozuelas; y que por cuanto ellos habian probado la fortuna á todas las horas del dia, y no les sucedia nada á su propósito, ni á la fama y antigua gloria que de guerreros tenian, acordaban venir de noche, y quizá ternian mejor ventura; y aun tambien porque no temiesen los suyos de noche y con la escuridad á los caballos, ni las cuchilladas y estrago de los tiros de fuego; y que Xicotencatl, su capitan general, estaba ya para tal efecto con muchos millares de soldados detrás de ciertos cerros, en un valle frontero y cerca del real. Como Cortés vió la confesion deste, hizo luego tomar á otros cuatro ó cinco, cada uno aparte, y confesaron asimismo cómo ellos y todos los que en su compañía venian, eran espías, y dijeron lo mesmo que el primero, casi por los mesmos términos. Así que por los dichos destos los prendió á todos cincuenta, y allí luego les hizo cortar á todos las manos, y enviólos á su ejército, amenazando que otro tanto haria á todos los espiones que tomase; y que dijesen á quien los envió que, de dia y de noche, y cada y cuando que viniesen, verian quién eran los españoles. Grandísimo pavor tomaron los indios de ver cortadas las manos á sus espías; cosa nueva para ellos; y creian que tenian los nuestros algun familiar que les decia lo que ellos tenian allá en su pensamiento; y así, se fueron todos, cada uno por do mejor pudo, porque no les cortasen las suyas, y alejaron las vituallas que traian para la hueste, porque no se aprovechasen dellas los adversarios.

La embajada que Moteczuma envió á Cortés.

En yéndose las espías, vieron de nuestro real cómo atravesaba por un cerro grandísima muchedumbre de gente, y era la que traia Xicotencat; y como era ya casi noche, determinó Cortés salir á ellos, y no aguardallos que llegasen, porque del primer ímpetu no pegasen fuego, como tenian pensado, á las chozas; ca si lo hicieran, pudiera ser no escapar español del fuego ó manos de los enemigos, y aun tambien porque temiesen mas las heridas viéndolas, que sintiéndolas solamente. Así que luego puso casi toda su gente en órden, y mandó que echasen á los caballos pretales de cascabeles, y fuése hácia do habian visto pasar los enemigos, Mas ellos no osaron esperalle, con haber visto cortadas las manos de los suyos, y con el nuevo ruido de los cascabeles. Los nuestros los siguieron dos horas de noche por entre muchas sembradas de centli, y mataron hartos en el alcance, y volviéronse á su real muy victoriosos. Ya á esta sazon eran venidos al real seis señores mejicanos, personas muy principales, con hasta docientos hombres de servicio, á traer á Cortés un presen

te, en que habia mil ropas de algodon, algunas piezas de pluma y mil castellanos de oro; y á decirle de parte de Moteczuma cómo él queria ser amigo del Emperador y suyo y de los españoles, y que viese cuánto queria de tributo cada un año, en oro, plata, perlas, piedras ó esclavos, y ropa y cosas de las que en sus reinos habia, y que lo daria sin falta y pagaria siempre, con tanto que aquellos que allí estaban con él no fuesen á Méjico; y que esto era, no tanto porque no entrasen en su tierra, cuanto porque ella era muy estéril y fragosa; y le pesaria que hombres tan valientes y honrados padesciesen trabajo y necesidad en su señorío, y que él no lo pudiese remediar. Cortés les agradesció su venida y el ofrecimiento para el Emperador y rey de Castilla, y con ruegos los detuvo que no se partiesen hasta ver el fin de aquella guerra, para que llevasen á Méjico la nue→ va de la victoria y matanza que él y sus compañeros harian de aquellos mortales enemigos de su señor Moteczuma. Luego tuvo Cortés unas calenturas, por las cuales no salia á correr al campo ni á hacer talas, quemas y otros daños á los enemigos. Solamente proveia que guardasen su fuerte de algunos montones y tropeles de indios que llegaban á gritar y á escaramuzar; que tan ordinario era como las cerezas y comida que cada dia traian, excusándose siempre que los de Tlaxcallan no les daban enojo, sino ciertos bellacos otomies, que no querian hacer lo que les rogaban ellos; pero ni las escaramuzas ni la furia de los indios era tanta como al principio. Quiso Cortés purgarse con una masa de píldoras que sacó de Cuba; partió cinco pedazos, y tragóselos á la hora, que de noche se suelen tomar, y acaesció que luego el otro dia, antes que obrase, vinieron tres muy grandes escuadrones á dar en el real, ó porque sabian cómo estaba malo, 6 pensando que de miedo no habian osado salir aquellos dias. Dijéronselo á Cortés, y él, sin mirar que estaba purgado, cabalgó salió con los suyos al encuentro, y peleó con los enemigos todo el dia hasta la tarde. Retrújolos un grandisimo trecho, y tornóse al real, y al otro dia purgó como si entonces tomara la purga. No lo cuento por milagro, sino por decir lo que pasó, y que Cortés era muy sufridor de trabajos y males, y siempre el primero que se hallaba á las puñadas con los enemigos; y no solamente era, que raro acontesce, buen hombre por las manos, pero aun tenia gran consejo en lo que hacia. Habiendo pues purgado y descansado aquellos dias, velaba de noche el tiempo que le cabia, como cualquier compañero, y como siempre acostumbraba; y no era peor por eso, ni menos amado de los que con él andaban.

y

Cómo ganó Cortés à Cimpancinco, ciudad muy grande. Subió Cortés una noche encima de la torre, y mirando á una parte y á otra, vió á cuatro leguas de alli, cabe unos peñascos de la sierra y entre un monte, cantidad de humos, y creyó estar mucha gente por allí. No dió parte á nadie; mandó que le siguiesen docientos españoles y algunos amigos indios, y los demás que guardasen el real, y á tres ó cuatro horas de la noche caminó hácia la sierra á tino, que hacia muy escuro. No hubo andado una legua, cuando dió de súbito á los caballos

una manera de torozon que los derribaba en el suelo, sin que se pudiesen menear. Como cayó el primero, y se lo dijesen, respondió: «Pues vuélvase su dueño con élal real.» Cayó luego otro, y dijo lo mesmo. Como cayeron tres ó cuatro, comenzaron los compañeros á ciar, y dijeronte que mirase que era mala señal aquella, y que era mejor que se volviesen, ó esperar que amanesciese para ver á dó, ó por dó iban. El decíales que no mirasen en agüeros, y que Dios, cuya causa trataban, era sobre natura, y que no dejaria aquella jornada, ca se le figuraba que della se les habia de seguir mucho bien aquella noche, y que era el diablo, que por lo estorbar ponia delante aquellos inconvenientes; y diciendo esto se cayó el suyo. Entonces hicieron alto, y consultáronlo mejor; y fué que tornasen aquellos caballos caidos al real, y que los demás llevasen de diestro, y prosiguiesen su camino. Presto estuvieron buenos los caballos, mas no se supo de qué cayeron. Anduvieron pues hasta perder el tino de las peñas. Dieron en unos pedregales y barrancos, que aína nunca salieran de allí. Al cabo, después de haber pasado mal rato, con los cabellos erizados de miedo, vieron una lumbrecilla; fueron á tiento hácia ella, y estaba en una casa, do hallaron dos mujeres; las cuales, y otros dos hombres que acaso toparon luego, los guiaron y llevaron á las peñas donde habian visto los humos, y antes que amaneciese dieron en unos lugarejos. Mataron mucha gente, pero no los quemaron por no ser sentidos con el fuego, y por no detenerse; que le decian cómo estaban allí junto grandes poblaciones. De allí entró luego en Cimpancinco, un lugar de veinte mil casas, segun después paresció por la visitacion que dellas hizo Cortés; y como estaban descuidados de cosa semejante, y los tomaron de sobresalto y antes que se levantasen, salian en carnes por las calles, á ver qué era tan grandes llantos. Murieron muchos dellos al principio; mas, porque no hacian resistencia, mandó Cortés que no los matasen, ni tomasen mujeres ni ropa ninguna. Era tanto el miedo de los vecinos, que huian á mas no poder, sin curar el padre del hijo, ni el marido de la mujer ni casa ni hacienda. Hiciéronles señas de paz, y que no huyesen, y dijéronles que no temiesen; y así, cesó la huida y el mal. Salido ya el sol y pacificado el pueblo, se puso Cortés en un alto á descubrir tierra, y vió una grandísima poblacion, que preguntando cuya era, le dijeron que Tlaxcallan con sus aldeas. Llamó entonces á los españoles, y dijo: «Ved qué hiciera al caso matar los de aquí, habiendo tantos enemigos allí. » Y con esto, sin hacer otro daño en el pueblo, se salió fuera á una gentil fuente que tenia; y allí vinieron los principales y que gobernaban el pueblo, y otros mas de cuatro mil, sin armas y con mucha comida. Rogaron á Cortés que no les hiciesen mas mal, y que le agradescian el poco que habia hecho, y que querian servirle, obedescerle y ser sus amigos, y no solamente guardar de allí adelante muy bien su amistad, mas trabajar tambien con los señores de Tlaxcallan y con otros, que hiciesen otro tanto. El les dijo cómo era cierto que ellos habian peleado con él muchas veces, aunque entonces le traian de comer; pero que los perdonaba, y recibia en su amistad y al servicio del Emperador. Con tanto, los dejó, y se volvió á su real muy alegre con tan buen suceso, de tun

mal principio como fué lo de los caballos, diciendo: «No digais mal del dia hasta que sea pasado ;» y llevando una cierta confianza que aquellos de Cimpancinco harian con los de Tlaxcallan que dejasen las armas y fuesen sus amigos, y por eso mandó que de allí en adelante nadie hiciese mal ni enojo á indio ninguno ; y aun dijo á los suyos que creia, con ayuda de Dios, que habiau acabado aquel dia la guerra de aquella provincia.

El deseo que algunos españoles tenian de dejar la guerra. ¿Cuando Cortés llegó al real tan alegre como dije, halló á sus compañeros algo despavoridos por lo de los caballos que les enviara, pensando no le hubiese acontescido algun desastre. Pero como lo vieron venir bueno y victorioso, no cabian de placer; bien sea verdad que muchos de la compañía audaban mustios y de mala gana, y que deseaban volverse á la costa, como ya se lo tenian rogado algunos muchas veces; pero mucho mas quisieran ir de allí viendo tan gran tierra muy poblada, muy cuajada de gente, y toda con muchas armas y ánimo de no consentirlos en ella, y hallándose tan pocos, tan dentro en ella, tan sin esperanza de socorro ; cosas ciertamente para temer cualquiera, y por eso platicaban algunos entrellos mesmos, que seria bueno y necesario hablar á Cortés, y aun requerirselo, que no pasase mas adelante, sino que se tornase á la Veracruz, de donde poco a poco se ternia inteligencia con los indios, y harian segun el tiempo dijese, y podria llamar y recoger mas españoles y caballos, que eran los que hacian la guerra. No curaba mucho dello Cortés, aunque algunos se lo decian en secreto para que proveyese y remediase aquello que pasaba, hasta que una noche saliendo de la torre donde posaba, á requerir las velas, oyó hablar recio en una de las chozas que al rededor estaban, y púsose á escuchar lo que hablaban; y era que ciertos compañeros decian: «Si el capitan quiere scr loco é irse donde lo maten, váyase solo; no le sigamos.>> Entonces llamó á dos amigos suyos, como por testigos, y díjoles que mirasen lo que estaban aquellos hablando; que quien lo osaba decir, lo osaria hacer; y asimesmo oyó decir á otros por los corrales y corrillos, que habia de ser lo de Pedro Carbonerote, que por entrar á tierra de moros á hacer salto, se habia quedado allá muerto con todos los que con él fueron; por eso, que no le siguiesen, sino que volviesen con tiempo. Mucho sentia Cortés oir estas cosas, y quisiera reprehender y aun castigar á los que las trataban; pero viendo que no es→ taba en tiempo, acordó de llevarlos por bien, y hablóles á todos juntos de la manera siguiente:

Oracion de Cortés á los soldados.

«Señores y amigos: Yo os escogí por mis compañeros, y vosotros á mí por vuestro capitan, y todo para en servicio de Dios y acrescentamiento de su santa fe, y para servir tambien á nuestro rey, y aun pensando hacer de nuestro provecho. Yo, como habeis visto, no os he faltado ni enojado, ni por cierto vosotros á mí hasta aquí; mas empero agora siento flaqueza en algu¬ nos, y poca gana de acabar la guerra que traemos entre manos; y si á Dios place, acabada es ya, á lo menos entendido hasta dó puede llegar el daño que nos puc

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