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vincia que se llama Acuculin y que llegaron á una aldea de la dicha provincia, que está diez leguas de donde yo quedé, y seis de la cabecera de la provincia, que se llama, como dije, Acuculin, y el señor della Acabuilguin, y llegaron sin ser sentidos, y de una casa tomaron siete hombres y una mujer, y volviéronse y dijeron que el camino era hasta donde ellos habian llegado algo trabajoso, pero que les habia parescido muy bueno en comparacion de los que habian pasado. Destos indios que trujeron estos españoles me informé de los cristianos que iba á buscar, y entre ellos venia uno natural de la provincia de Acalan, que dijo que era mercader, y tenia su casa de asiento de mercadería en el pueblo donde residian los españoles, que yo iba á buscar, que se llama el pueblo Nito, donde habia mucha contratacion de mercaderes de todas partes, y que los mercaderes naturales de Acalan tenian en él un barrio por sí, y con ellos estaba un hermano de Apaspolon, señor de Acalan, y que los cristianos los habian salteado de noche, y los habian tomado el pueblo y quitádoles las mercaderías que en él tenian, que eran en mucha cantidad, porque habia mercaderes de muchas partes y que desde entonces que podia haber cerca de un año, todos se habian ido por otras provincias, y que él y ciertos mercaderes de Acalan habian pedido licencia á Acahuilguin, señor de Acuculin, para poblar en su tierra, y habian hecho en cierta parte que él les señaló un pueblezuelo donde vivian, y dende allí contrataban, aunque ya el trato estaba muy perdido después que aquellos españoles alli habian venido, porque era por allí el paso y no osaban pasar por ellos, y que él me guiaria hasta donde estaban, pero que habiamos de pasar allá junto á ellos un gran brazo de mar, y antes de llegar allí, muchas sierras y malas, y que habia desde allí diez jornadas; holgué mucho con tener tan buena guia y hícele mucha honra y habláronle las guias que llevaba de Mazatcan y Táica, diciéndole cuán bien tratados habian sido de mi, y cuán amigo era yo de Apaspolon, su señor; y con esto parescia que él se aseguró mas, y fiúndome de su seguridad, le mandé soltar a él y á los que con él habian traido, y con su confianza hice que se volviesen de allí las guias que traia y les dí algunas cosillas para ellos y para sus señores, y les agradescí su trabajo, y se fueron muy contentos. Luego envié cuatro de aquellos de Acuculin con otros dos de los de aquellas caserías de Tenciz, para que fuesen á hablar al señor de Acuculin, y le asegurasen porque no se ausentase, y tras ellos envié los que iban abriendo el camino, y yo me partí desde ahí á dos dias por la necesidad de los bastimentos, aunque teniamos harta de reposar, en especial por amor de los caballos; pero llevando los mas dellos de diestro, nos fuimos, y aquella noche amaneció ido el que habia de ser guia y los que con él quedaron, de que Dios sabe lo que sentí, por haber enviado las otras. Seguí mi camino, y fuíá dormir á un monte cinco leguas de allí, donde se pasaron hartos malos pasos y aun se dejarretó otro caballo que habia quedado sano, que hasta ahi lo está, y otro dia anduve seis leguas, y pasé dos rios; el uno se pasó por un árbol que estaba caido, que atravesaba de la una parte ála otra, con que hecimos sobre él con que pasase la

gente para que no cayesen, y los caballos lo pasaron á nado, y se ahogaron en él dos yeguas; y el otro se pasó en unas canoas, y los caballos tambien á nado, y fuí á dormir á una poblacion pequeña de hasta quince casas todas nuevas, y supe que aquellas eran donde los mercaderes de Acalan que habian salido deste pueblo, donde los cristianos están, habian poblado. Allí estuve yo un dia esperando recoger la gente y fardaje, y envié delante dos compañías de caballos y una de peones al pueblo de Acuculin, y escribiéronme cómo lo habian hallado despoblado, y en una casa grande que es del señor habian hallado dos hombres, que les dijeron que estaban allí por el mandado del señor, esperando á que yo llegase para se lo ir á hacer saber, porque él habia sabido de mi venida de aquellos mensajeros que yo le habia enviado desde Tenciz, y que él holgaba de verme, y vernia en sabiendo que yo era llegado, y que se habia ido el uno dellos á llamar al señor y á traer algun bastimento, y el otro habia quedado. Dijeron habian hallado cacao en los árboles, pero que no habian hallado maíz; pero que habia un razonable pasto para los caballos. Como yo llegué á Acuculin, pregunté si habia venido el señor ó vuelto el mensajero, y dijéronme que no, y hablé al que habia quedado, preguntándole cómo no habian venido; respondióme que no sabia, y que él tambien estaba esperando dello; pero que podria ser que oviese aguardado á saber que yo fuese venido, y que agora que ya lo saberá. Esperé dos dias, y como no vino, tornéle á hablar, y díjome que él no sabia qué era la causa de no haber venido, pero que le diese algunos españoles que fuesen con él; que él sabia dónde estaba y que lo llamarian; y luego fueron con él diez españoles, y llevólos bien cinco leguas de allí por unos montes, hasta unas chozas que hallaron vacías, donde, segun dijeron los españoles, parescia bien que habia estado gente poco habia, y aquella noche se les fué la guia y se volvieron; quedé del todo sin guia, que fué harta causa de doblarnos los trabajos, y envié cuadrillas de gente, así españoles como indios, por toda la provincia, y anduvieron por todas las partes della mas de ocho dias, y jamás pudieron hallar gente ni rastro della, sino fueron unas mujeres, que hicieron poco fruto á nuestro propósito, porque ni ellas sabian camino ni dar razon del señor ni gente de la provincia, y una dellas dijo que sabia un pueblo dos jornadas de allí, que se llamaba Chianteca, y que allí se hallaria gente que les diese razon de aquellos españoles que buscábamos, porque habia en el dicho pueblo muchos mercaderes y personas que trataban en muchas partes; y ansí, envié luego gente, y á esta mujer por guia, y aunque era el pueblo dos jornadas buenas de donde yo estaba, y todo despoblado y mal camino, los naturales dél estaban ya avisados de mi venida, y no se pudo tomar tampoco guia. Quiso nuestro Señor que estando ya casi sin esperanza, por estar sin guia y porque de la aguja no nos podiamos aprovechar, por estar metidos entre las mas espesas y bravas sierras que jamás se vieron, sin hallar camino que para ninguna parte saliese, mas del que hasta allí habiamos llevado, que se halló por unos montes un muchacho de hasta quince años, que pregun tando, dijo que él nos guiaria hasta unas estancias de

Tauila, que es otra provincia que llevaba yo en mi memoria que habia de pasar; las cuales estancias dijo estar dos jornadas de alli, y con esta guia me partí, y en dos dias llegué á aquellas estancias donde los corredores que iban delante tomaron un indio vicjo, yeste nos guió hasta los pueblos de Taniha, que están otras dos jornadas adelante, y en estos pueblos se tomaron cuatro indios, y luego como les pregunté me dieron muy cierta nueva de los españoles que buscaba, diciendo que los habian visto y que estaban dos jornadas de allí en el mismo pueblo que yo llevaba en mi memoria, que se llama Nito, que por ser pueblo de mucho trato de mercaderes, se tenia dél mucha noticia en muchas partes, y así me la dieron dél en la provincia de Acalan, de que ya á vuestra majestad he hecho mencion, y aun trujéronme dos mujeres de las naturales del dicheblo Nito, donde estaban los españoles; las cuales me dieron mas entera noticia, porque dijeron que al tiempo que los cristianos tomaron aquel pueblo ellas estaban en él, y como los saltearon de noche, las habian tomado entre otras muchas que alli tomaron, y que habian servido á ciertos cristianos dellos, los cuales nombraban por sus nombres.

que no se podia pasar sin canoas, porque era tan ancho, que no era posible pasarse á nado. Luego despaché quince españoles de los de mi compañía, á pié, con una de aquellas guias, para que viesen el camino y el rio, y mandéles que trabajasen de haber alguna lengua de aquellos españoles sin ser sentidos, para me informar qué gente era, si era de la que yo habia enviado con Cristóbal de Olid ó Francisco de las Casas, ó de la de Gil Gonzalez de Avila; y así fueron, y el indio los guió hasta el dicho rio, donde tomaron una canoa de unos mercaderes, y tomada, estuvieron allí dos dias escondidos, y á cabo deste tiempo salió del pueblo de los españoles, que estaba de la otra parte del rio, una canoa con cuatro españoles que andaban pescando, á los cuales tomaron sin se les ir ninguno y sin ser sentidos en el pueblo, los cuales me trujeron y me informé dellos y supe que aquella gente que allí estaba eran de los de Gil Gonzalez de Avila, y que estaban todos enfermos y casi muertos de hambre, y luego despaché dos criados mios en la canoa que aquellos españoles traian, para que fuesen al pueblo de los españoles con una carta mia en que los hacia saber de mi venida, y que yo me iba á poner al paso del rio, y que les rogaba mucho allí me enviasen todo el aderezo de barcas y canoas, y que pasase; é yo me fuí luego con toda mi compañía al dicho paso del rio, que estuve tres dias en llegar á él, y allí vino á mí un Diego Nieto, que dijo estar allí por justicia; me trujo una barca y una canoa, en que yo con diez 6 doce pasé aquella noche al puebio, y aun mne vi en harto trabajo, porque nos tomó un viento al pasar, y como el rio es muy ancho allí á la boca de la mar, por donde lo pasamos, estuvimos en mucho peligro de perdernos, y plugo á nuestro Señor de sacarnos á puerto. Otro dia hice aderezar otra barca que allí estaba, y buscar mas canoas y atarlas de dos en dos, y con este aderezo pasó toda la gente y caballos en cinco ó seis dias.

No podré significar á vuestra majestad la mucha alegría que yo y todos los de mi compañía tuvimos con las nuevas que los naturales de Taniha nos dieron, por hallarnos ya tan cerca del fin de tan dudosa jornada como la que tratamos era, que aunque en aquellas cuatro jornadas que desde Acuculin allí trujimos se pasaron innumerables trabajos, porque fueron todas sin camino y de muy ásperas sierras y despeñaderos, donde se despeñaron algunos de los caballos que nos quedaron, y un primo mio que se dice Juan de Avalos rodó él y su caballo una sierra abajo, donde se quebró un brazo, y si no fuera por las platas de un arnés que llevaba vestido, que le defendieron de las piedras, se hiciera pedazos, y fué harto trabajoso de tornar á sacar arriba, y otros muchos trabajos, que serian largos de contar, que aquí se nos ofrecierou, en especial de hambre, porque aunque traia algunos puercos de los que saqué de Méjico, que aun no eran acabados, habia mas de ochio dias, cuando á Ataniha llegamos, que no comiamos pan, sino palmitos cocidos con la carne, y sin sal, porque habia auchos dias que nos habia faltado, y algunos cuescos de palmas; y tampoco hallamos en estos pueblos de Tanila cosa ninguna de comer, porque como estaba tan cerca de los españoles, estaban despoblados mucho habia, creyendo que habian de venir á ellos, aunque desto estaban bien seguros, segun yo hallé á los españoles, y con las nuevas de hallarnos tan cerca, olvidamos todos cstos trabajos pasados, y púsonos esfuerzo para sufrir los presentes, que no cran de menos condicion, en especial el de la hambre, que era el mayor, porque aun de aqueIlos palmitos sin sal no teniamos abasto, porque se cortaban con mucha dificultad de unas palmas muy gordas y altas, que en todo un dia dos hombres tenian que hacer en cortar uno, y cortado, le comian en media hora. Estos indios que me dieron las nuevas de los españo-hallaba para poderlos enviar á las islas, donde se aviasen;

les, me dijeron que hasta llegar allá habia dos jornadas de mal camino, y que junto con el dicho pueblo de Nito, doude los españoles estaban, estaba un muy gran rio

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La gente de españoles que yo allí hallé fueron hasta . sesenta hombres y veinte mujeres, que el capitan Gil Gonzalez de Avila allí habia dejado; los cuales los hallé tales, que era la mayor compasion del mundo de los ver, de ver las alegrías que con mi venida hicieron, porque en la verdad, si yo no llegara, fuera imposible escapar ninguno dellos; porque, demás de ser pocos y desarinados y sin caballos, estaban muy enfermos y llagados y muertos de hambre, porque se les acababan los bastimentos que habian traido de las islas y alguno que habian habido en aquel pueblo cuando lo tomaron á los naturales dél; y acabados, no tenian remedio de donde haber otros, porque no estaban para irlos á buscar por la tierra, y ya que trujeron, estaban en tal parte asentados, que por ninguna tenian salida, digo que ellos supiesen ni pudiesen halar, segun se halló después con dificultad; y la poca posibilidad que en ellos habia para salir á ninguna parte, porque á media legua de donde estaban poblados jamás habian salido por tierra; y vista la gran necesidad de aquella gente, determiné de buscar algun remedio para los sostener en tanto que le

porque de todos ellos no habia ocho para poder quedar en la tierra, ya que se hobiese de poblar; y luego de la gente que yo truje envié por muchas partes por la mar

en dos barcas que allí tenian y en cinco ó seis canoas, y la primera salida que se hizo fué á una boca de un rio que se llama Yasa, que está diez leguas deste pueblo, donde yo hallé estos cristianos hacia el camino por donde habia venido, porque yo tenia noticia que allí habia pueblos y muchos bastimentos; y fué esta gente, y llegaron al dicho rio, y subieron por él seis leguas arriba, y dieron en unas labranzas asaz grandes, y los naturales de la tierra sintiéronlos venir y alzaron todos los bastimentos que tenian por unas caserías que por aquellas estancias habia, y sus mujeres y hijos y haciendas y ellos se abscondieron en los montes; y como los españoles allegaron por aquellas caserías, dicen que les hizo una grande agua, y recogiéronse á una gran casa que allí habia, y como descuidados y mojados, todos se desarmaron, y aun muchos se desarmaron para enjugar sus ropas y calentarse á fuegos que habian hecho; y estando así descuidados, los naturales de la tierra dieron sobre ellos, y como los tomaron desapercibidos, hirieron muchos dellos de tal manera, que les fué forzado tornarse á embarcar y venir de donde yo estaba, sin mas recaudo del que habian llevado y como vinieron. Dios sabe lo que yo sentí, así por verlos heridos y aun algunos dellos peligrosos, y por el favor que á los indios quedaria, como por el poco remedio que trujeron para la gran necesidad en que estábamos.

nes y de gente muy rica y abastada de bastimentos, y que él los guiaria á ciertos pueblos donde muy cumplidamente pudiesen cargar de todos los bastimentos que quisiesen; y porque yo fuese cierto que él no mentia, que le llevase atado con una cadena, para que si no fuese así, yo le mandase dar la pena que mereciese, y luego hice aderezar las barcas y canoas, y metí en ellas toda cuanta gente sana en mi compañía habia, y enviélos con aquella guía, y fueron, y á cabo de diez dias volvieron de la manera que habian ido, diciendo que la guia los habia metido por unas ciénagas donde las barcas ni canoas no podian navegar, y que habian hecho todo lo posible por pasar, y que jamás habian hallado remedio. Pregunté à la guia cómo me habia burlado; respondióme que no habia, sino que aquellos españoles con quien yo le envié no habian querido pasar adelante; que ya estaban muy cerca de atravesar á la mar adonde el rio subia, y aun muchos de los españoles confesaron que habian oido muy claro el ruido de la mar, y que no podia estar muy lejos de donde ellos habian llegado. No se puede decir lo que sentí el verme tan sin remedio, que casi estaba sin esperanza dél, y con pensamiento que ninguno podia escapar de cuantos allí estábamos, sino morir de hambre; y estando en esta perplejidad, Dios nuestro Señor, que de remediar semejantes necesidades siempre tiene cargo, en especial á mi ininérito, que tantas veces me ha remediado y socorrido en ellas por andar yo en el real servicio de vuestra majestad, aportó allí un navío que venia de las islas harto sin sospecha de hallarme, el cual traia hasta treinta hombres, sin la gente que navegaba el dicho navío, y trece caballos y setenta y tantos puercos y doce bitas de carne salada, y pan hasta treinta cargas de lo de las islas. Dimos todos muchas gracias á nuestro Señor, que en tanta necesidad nos habia socorrido, y compré todos aquellos bastimentos y el navío, que ine costó todo cuatro mil pesos, y ya yo me habia dado priesa á adobar una carabela que aquellos españoles tenian casi perdida y á hacer un bergantin de otros que allí habia quebrados, y cuando este navío vino ya la carabela estaba adobada, aunque al bergantin no creo que pudiéramos dar fin si no viniera aquel navío, porque vino, en él hombre, que aunque no era carpintero, tuvo para ello harta buena manera; y andando por la tierra por unas y otras partes, se halló una vereda por unas muy ásperas sierras que á diez y ocho leguas de allí fué á salir á cierta poblacion que so dice Leguela, donde se hallaron muchos bastimentos; pero como estaba tan lejos y de tan inal camino, era imposible proveernos dellos.

Luego á la hora en las mesmas barcas y canoas torné á embarcar otro capitan con mas gente, así de españoles como de los naturales de Méjico que conmigo fueron, y porque no pudo ir toda la gente en las dichas barcas, hícelos pasar de la otra parte de aquel gran rio que está cabe este pueblo, y mandé que se fuesen por toda la costa, y que las barcas y canoas se fuesen tierra á tierra junto con ellos para pasar los aucones y rios, que hay muchos, y así fueron y llegaron á la boca del dicho rio, donde primero habian herido los otros españoles, y volviéronse sin hacer cosa ninguna ni traer recaudo de bastimento, mas de tomar cuatro indios que iban en una canoa por la mar; y preguntados cómo se venian ansí, dijeron que con las muchas aguas que hacia, venia el rio tan furioso, que jamás habian podido subir por él arriba una legua, y que creyendo que amansara, habian estado esperando á la baja ocho dias sin ningun bastimento ni fuego, mas de frutas de árboles silvestres, de que algunos vinieron tales, que fué menester barto remedio para escaparlos. Vídeme aquí en harto aprieto y necesidad, que si no fuera por unos pocos de puercos que me habian quedado del camino, que comiamos con harta regla y sin pan ni sal, todos nos quedáramos aisJudos: pregunté con la lengua á aquellos indios que haDian tomado en la canoa, si sabian ellos por allí á alguna parte donde pudiésemos ir á buscar bastimentos, prometiéndoles que si me encaminasen donde los hobiese que los pondria en libertad, y demás les daria muchas cosas; y uno dellós dijo que él era mercader y todos los otros sus esclavos, y que el habia ido por allí de mercaduría muchas veces con sus navíos, y que él sabia un estero que atravesaba desde allí hasta un gran rio, por donde en tiempo que hacia tormentas y no podian navegar por la mar, todos los mercaderes atravesaban, y que en aquel rio habia muy grandes poblacio

De ciertos indios que se tomaron allí en Leguela se supo que Naco, que es un pueblo donde estuvieron Francisco de las Casas y Cristóbal de Olid y Gil Gonzalez de Avila, y donde el dicho Cristóbal de Olid murió, como ya á vuestra majestad tengo hecha relacion y adelante diré, de que yo tuve noticia de aquellos españoles y hallé en aquel pueblo, y luego hice abrir el camino y envié un capitan con toda la gente y caballos; que en mi compañía no quedaron sino los enfermos y los criados de mi casa y algunas personas que se quisieron quedar conmigo para ir por la mar, y mandé á aquel capitan que se fuese hasta el dicho pueblo de Naco, y que trabajase

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apaciguar la gente de aquella provincia, porque quedó algo alborotada del tiempo que allí estuvieron aquellos capitanes, y que llegado luego, enviase diez ó doce de caballo y otros tantos ballesteros á la bahía de Sant Andrés, que está veinte leguas del dicho pueblo; porque yo me partiria por la mar con aquellos navíos, y con ellos todos aquellos enfermos y gente que conmigo quedaron, y me iria á la dicha bahía y puerto de Sant Andrés, y que si yo llegase primero, esperaria alli la gente que él labia de enviar, y que les mandase que si ellos llegasen primero, tambien me esperasen, para que les dijese lo que habían de hacer.

hasta tres leguas de donde parti; el cual cogerá doce leguas, y en todo este golfo no hay poblacion alguna, porque en torno dél es todo anegado; y navegué un dia por este golfo hasta llegar á otra angostura que el rio hizo, y entré por ella, y otro dia por la mañana Hegué al otro golfo, que era la cosa mas hermosa del mundo de ver que entre las mas ásperas y agrias sierras que puede ser, estaba una mar tan grande que coja mas de treinta leguas, y fuí por la una costa dél, hasta que ya casi noche se halló una entrada de camino; y á dos tercios de legua fuí á dar en un pueblo, donde, segun paresció, habia sido sentido, y estaba todo despo

Después de partida esta gente y acabado el bergan-blado y sin cosa ninguna; hallamos en el campo mucho.

tin, quise meterme con la gente en los navíos para navegar, y hallé que aunque teniamos algun bastimento de carne, que no lo teniamos de pan, y que era gran inconviniente meterme en la mar con tanta gente enferma; porque si algun dia los tiempos nos detuviesen, seria perecer todos de hambre, en lugar de buscar remedio; y buscando manera para le hallar, me dijo el que estaba por capitan de aquella gente que cuando Juego allí habian venido, que vinieron docientos hombres, y que traian un muy buen bergantin y cuatro navíos, que eran todos los que Gil Gonzalez habia traido, y que con el dicho bergantin y con las barcas de los navíos habian subido aquel gran rio arriba, y que habian hallado en él dos golfos grandes, todos de agua dulce, y al rededor dellos muchos pueblos y de muchos bastimentos, y que habian llegado hasta el cabo de aqueHos golfos, que era catorce leguas el rio arriba, y que habia tornado á ensangostar el rio, y que venia tan furioso, que en seis dias que quisieron subir por él arriba no habian podido subir sino cuatro leguas, y que todavía iba muy hondable, y que no habian sabido el secreto dél, y que allí creia él que habia bastimentos de maíz hartos; pero que yo tenia poca gente para ir allá, porque cuando ellos habian ido, habian saltado ochenta hombres en un pueblo, y aun que lo habian tomado sin ser sentidos; pero después, que se habian juntado y peleado con ellos, y hécholes embarcar por fuerza, y les habian herido cierta gente.

Yo, viendo la extrema necesidad en que estaba, y que era mas peligro meterme en la mar sin bastimentos que no irlos á buscar por tierra, pospuesto todo, me determiné de subir aquel rio arriba; porque, demás de no poder hacer otra cosa sino buscar de comer para aquella gente, pudiera ser que Dios nuestro Señor fuera servido que de allí se supiera algun secreto en que yo pudiera servir á vuestra majestad; y hice luego contar la gente que tenia para poder ir conmigo, y hallé hasta cuarenta españoles, aunque no todos muy sueltos, pero todos podian servir para quedar en guarda de los navíos cuando yo saltase en tierra; y con esta gente y con hasta cincuenta indios que conmigo habian quedado de los de Méjico, me metí en el bergantin que ya tenia acabado y en dos barcas y cuatro canoas, y dejé en aquel pueblo un despensero mio que tuviese cargo de dar de comer á aquellos enfermos que allí quedaban; así, seguí mi camino el rio arriba con harto trabajo, por la gran corriente dél, y en dos noches y un dia salí al primero de los dos golfos que arriba se bacén, que está

y

maíz verde; y así que comimos aquella noche y otro dia de mañana, viendo que de allí no nos podiamos proveer de lo que veniamos á buscar, cargámonos de aquel maíz verde para comer, y volvimos á las bareas, sin haber rencuentro ninguno ni ver gente de los naturales de la tierra; y embarcados, atravesé de la otra parte del golfo, y en el camino nos tomó un poco de tiempo, que atravesamos con trabajo, y se perdió una canoa, aunque la gente fué socorrida con una barca, que no se abogó sino un indio; y tomamos la tierra ya muy tarde cerca de noche, y no podimos saltar en ella hasta otro dia por la mañana, que con las barcas y canoas subimos por un riatillo pequeño que allí entraba, y quedando el bergantin fuera, fuí á dar en un camino, y allí salté con treinta hombres y con todos los indios, y mandé volver las barcas y canoas al bergantin; é yo seguí aquel camino, y luego á un cuarto de legua de donde desembarqué dí en un pueblo que, segun pareció, habia muchos dias que estaba despoblado, porque las casas estaban todas llenas de yerba, aunque tenian muy buenas huertas de caguatales y otros árboles de fruta, y anduve por el pueblo buscando si habia camino que saliese á alguna parte, y hallé uno muy cerrado, que parescia que habia muchos tiempos que no se seguia; y como no hallé otro, seguí por él, y anduve aquel dia cinco leguas por unos montes, que casi todos los subiamos con manos y piés, segun era cerrado, y fuí á dar á una labranza de maizales, adonde, en una casita que en ella habia, se tomaron tres mu-, jeres y un hombre, cuya debia ser aquella labranza; y estas nos guiaron á otras, donde se tomaron otras dos mujeres, y guiáronnos por un camino hasta nos lle-· var adonde estaba otra gran labranza, y en medio della hasta cuarenta casillas muy pequeñas, que nuevamente parescian ser hechas, y segun paresció, fuimos sentidos antes que llegásemos, y toda la gente era huida por los montes; y como se tomaron así de improviso, no pudieron recoger tanto de lo que tenian, que no nos dejaron algo, en especial gallinas, palomas, perdices y faisanes, que tenian en jaulas, aunque maíz seco y sal no la ballamos. Allí estuve aquella noche, que remediamos alguna necesidad de la hambre que traiamos, porque hallamos maíz verde, con que comimos estas aves; y babiendo mas de dos horas que estábamos dentro en aquel pueblezuelo, vinieron dos indios de los que vivian en él, muy descuidados de hallar tales huéspedes en sus casas, y fueron tomados por las velas que yo tenia; y preguntados si sabian de algun pueblo por allí cerca,

sos. Tampoco en este pueblo hallamos cosa que nos aprovechase; porque, aunque hallábamos maíz verde, no era para el bastimento que veniamos á buscar. En este pueblo estuve dos dias porque la gente descansase, y pregunté á los indios que allí se prendieron si sabian de algun pueblo adonde hobiese bastimento de maíz seco, y dijéronme que sí, que ellos sabian un pue

dijeron que sí, y que ellos me llevarian allá otro dia, pero que habiamos de llegar ya casi noche; y otro dia de mañana nos partimos con aquellos guias, y nos llevaron por otro camino mas malo que el del dia pasado; porque, demás de ser tan cerrado como él, á tiro de ballesta pasábamos un rio, que todos iban á dar en aquel golfo, y deste gran' ayuntamiento de aguas que bajan de todas aquellas sierras se hacen aquellos golfos y cié-blo que se llamaba Chacujal, que era muy gran pueblo y nagas, y sale aquel rio tan poderoso á la mar, como á vuestra majestad he dicho; y así, continuando nuestro camino, anduvimos siete leguas sin llegar á poblado, en que se pasaron cuarenta y cinco rios caudales, sin muchos arroyos que no se contaron, y en el camino se tomaron tres mujeres, y venian de aquel pueblo donde nos llevaba la guia, cargadas de maíz; las cuales nos certificaron que la guia nos decia verdad; é ya que el sol se queria poner, ó era puesto, sentimos cierto ruido de gente, y pregunté á aquellas mujeres que qué era aquello, y dijéronme que era cierta fiesta que hacian aquel dia, y hice poner toda la gente en el monte lo mejor y mas secretamente que yo pude, y puse mis escuchas casi junto al pueblo, y otras por el camino, porque si viniese algun indio lo tomasen; y así estuve toda aquella noche con la mayor agua que nunca se vido, y con la mayor pestilencia de mosquitos que se podia pensar, y era tal el monte, y el camino y la noche tan oscura y tempestuosa, que dos ó tres veces quise salir para ir á dar en el pueblo, y jamás acerté á dar en el camino, aunque estariamos tan cerca del pueblo, que casi oiamos hablar la gente dél; y así, fué forzado esperar á que amanesciese, y fuimos tan á buen tiempo, que los tomamos á todos durmiendo, y yo habia mandado que nadie entrase en casa ni diese voz, sino que cercásemos estas casas mas principales, en especial la del señor, y una grande atarazana en que nos habian dicho aquellas guias que dormia toda la gente de guerra; y quiso nuestra dicha que la primera casa con que fuimos á topar fué aquella donde estaba la gente de guerra; y como hacia ya claro, que todo se veia, uno de los de mi compañía, que vido tanta gente y armas, parecióle que era bien, segun nosotros éramos pocos, y á él le parecian los contrarios muchos, aunque estaban durmiendo, que debia de invocar algun auxilio; comenzó á grandes voces á decir «Santiago, Santiago»; á las cuales los indios recordaron, y dellos acertaron á tomar las armas, y dellos no; y como la casa donde estaban no tenia pared ninguna por ninguna parte, sino sobre postes armado el tejado, salian por donde querian, porque no la pudimos cercar toda; y certifico á vuestra majestad que si aquel no diera aquellas voces, todos se prendieran, sin se nos ir uno, que fuera la mas hermosa cabalgada que nunca se vido en estas partes, y aun pudiera ser causa de dejar todo pacífico tornándolós á soltar y diciéndoles la causa de mi venida á aquellas partes, y asegurándolos, y viendo que no los laciamos mal, antes les soltábamos teniéndolos presos, pudiera ser que hiciera mucho fruto; y así fué al revés. Prendimos hasta quince hombres y hasta veinte mujeres, y murieron otros diez ó doce que no se dejaron prender, entre los cuales murió el señor sin ser conocido, hasta que después de muerto me lo mostraron los pre

muy antiguo, y que era muy abastecido de todo géne-
ro de bastimentos; y después de haber estado aquí dos
dias, partíme guiándome aquellos indios para el pue-
blo que dijeron, y anduve aquel dia seis leguas grandes,
tambien de mal camino y de muchos rios, y llegué á unas
muy grandes labranzas, y dijéronme las guias que aque-
llas eran del pueblo donde íbamos, y fuimos por ellas
bien dos leguas por el monte, por no ser sentidos, y to-
máronse de leñadores y otros labradores que andaban
por aquellos montes á caza ocho hombres, que venian
muy seguros á dar sobre nosotros, y como yo llevaba
siempre mis corredores delante, tomáronlos sin se ir
ninguno; y ya que se queria poner el sol, dijéronme las
guias que me detuviese, porque ya estábamos muy
cerca del pueblo; y así lo hice, que estuve en un monte
hasta que fué tres horas de la noche, y luego comencé
á caminar, y fuí á dar en un rio que le pasamos á los pe-
chos, é iba tan recio, que fué harto peligroso de pasar,
sino que con ir asidos todos unos á otros pasamos sin
que nadie peligrase; y en pasando el rio, me dijeron las
guias que el pueblo estaba ya junto, y hice parar toda
la gente, y fuí con dos compañías hasta que llegué á ver
las casas del pueblo, y aun oirlos hablar, y parescióme
que la gente estaba sosegada y que no éramos sentidos,
Y
volvíme á la gente y hícelos que reposasen, y puse
seis hombres á vista del pueblo de la una parte y de la
otra del camino, y volvíme á reposar donde la gente es-
taba; é ya que me recostaba sobre unas pajas, vino una
de las escuchas que tenia puestas, y díjome que por el
camino venia mucha gente con armas, y que venian
hablando y como gente descuidada de nuestra venida;
é apercebí la gente lo mas paso que yo pude; y como el
trecho de allí al pueblo era poco, vinieron á dar sobre
las escuchas, y como las sintieron, soltaron una rociada
de flechas, y hicieron mandado al pueblo; y así, se fue-
ron retirando y peleando hasta que entramos en el pue-
blo, y como hacia escuro, luego desparecieron por entre
las calles, y yo no consentí desmandar la gente, porque
era de noche, y tambien porque creí que habiamos sido
sentidos y que tenian alguna celada; y con mi gente
junta salí á una gran plaza donde ellos tenian sus mez-
quitas y oratorios, y como vimos las mezquitas y los
aposentos al rededor dellas á la forma y manera de Cu-
lúa, púsonos mas espanto del que traiamos, porque
hasta allí, después que pasamos de Acalan, no las habia-
mos visto de aquella manera ; é hubo muchos votos de
los de mi compañía, en que decian que luego nos torná-
semos á salir del pueblo, y pasásemos aquella noche el
rio antes que los del pueblo nos sintiesen que éramos
pocos, y nos tomasen aquel paso; y en verdad no era
muy mal consejo, porque todo era razon de temer,
gun lo que habiamos visto del pueblo; y así, estuvimos
recogidos en aquella gran plaza gran rato, que nunca

se

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