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vez de hacerlo así, esperó tranquilamente el resultado de la contienda empeñada con los tlaxcaltecas, y cuando vió que la fortuna se declaraba por los españoles, envió á Cortés una nueva y magnífica embajada, compuesta de cinco de los principales señores de su corte, con doscientos esclavos que llevaban un rico presente, en que entre otras cosas habia tres mil onzas de oro en granos. Los embajadores felicitaron á Cortés por sus victorias, y renovaron sus instancias para que no pasase á Mégico, con los pretextos ridículos de las dificultades del camino y la inseguridad que tendria en su capital, ofreciendo ademas en nombre de su soberano pagar un tributo anual de oro, plata y demas riquezas que tenia. Las victorias de Tlaxcala habian elevado el espíritu de los españoles, y mientras los indios los creian aquellos seres sobrenaturales, cuya venida habia sido anunciada por las profecías de sus abuelos, destinados á dominar sobre las naciones del nuevo mundo; los españoles mismos se consideraban protegidos especialmente por la divinidad, de lo que creian vér una prueba en las grandes y casi increibles victorias que habian ganado, y su capitan fuertemente impresionado con esta idea, como no puede dudarse por todas sus acciones y palabras, no creia que hubiese dificultad insuperable para él. Insistió pues en su respuesta sobre la órden de su soberano, para ir á ver á Moctezuma, la que no podia dejar de cumplir, "recibió con alegría aquel presente, dice Bernal Diaz, y dijo que se lo tenia en merced, y que él lo pagaria al Sr. Moctezuma en buenas obras." Esta embajada llegó cuando Cor

tés aun se hallaba en su campamento de Tzompachtepetl, estando presentes los enviados de Tlaxcala que vinieron á tratar de la paz: dos de los embajadores megicanos volvieron á Mégico con la respuesta, y los otros acompañaron á Cortés, quien los llevó consigo para que fuesen testigos de su entrada triunfal en Tlaxcala, y del festivo y pomposo recibimiento que en aquella ciudad se le hizo. De este modo aquel hombre extraordinario en cinco meses de residencia en el pais, se habia hecho dueño de toda la parte de él, que se extiende desde la costa de Veracruz hasta las inmediaciones de Puebla.

Cortés no hacia alteracion alguna en el órden administrativo de los pueblos sometidos á su autoridad. Los caciques continuaban gobernando con las mismas facultades que hasta entónces habian tenido, y la variacion de dominio solo consistia en los auxilios de víveres y tamemes ó cargadores que daban á Cortés, y en las tropas que de cada uno de estos puntos recogia. El nuevo órden de cosas no se dejaba conocer mas que en la cesacion de los sacrificios humanos, y esta circunstancia hacia sin duda mas fácil el tránsito bajo la nueva dependencia, cuando esta se hacia apenas sensible, dejando subsistir el gobierno local á que estaban los pueblos acostumbrados. En Tlaxcala no se hizo tampoco mudanza alguna en este punto, y el senado ó reunion de caciques que egercia la autoridad suprema, pudo considerarse tan libre como lo era ántes de someterse á la corona de Castilla. En punto á religion Cortés quiso proceder desde luego al esta

blecimiento del cristianismo, á cuyo fin aprovechó la ocasion que le presentaba el ofrecimiento que le hicieron los gefes de la república, de estrechar sus relaciones de amistad por el enlace de sus hijas con los conquistadores. Cortés les expuso que esto no podia verificarse, ni su amistad podia considerarse sólidamente establecida, mientras difiriesen en un punto tan esencial como la religion: explicó entónces con el fervor de un misionero los principales dogmas del cristianismo; pero aunque fué escuchado con atencion, su discurso no produjo todo el fruto que se prometia. Los tlaxcaltecas, reconociendo que el Dios de los cristianos era una divinidad muy poderosa, proponian admitirlo entre los dioses de la república, sin dejar por esto el culto de estos, de la misma manera que lo hacian los griegos y los romanos, siendo en este punto muy fácil el politeismo en todas partes. Cortés, hallando esta resistencia, queria proceder á los mismos extremos que en Cempoala, derribando los ídolos por la fuerza; pero en esta vez como en otras, detuvo su celo imprudente el P. Olmedo, persuadiéndole no solo la inutilidad de derribar los ídolos materiales mientras no desarraigaba de los espíritus la creencia en ellos, sino tambien el peligro en que se ponia por semejantes actos de violencia, enmedio de un pueblo apenas sujeto todavía, y que habia dado tantas pruebas de valor. Cortés cedió á la fuerza de estas razones que apoyaron los principales capitanes, y este incidente es una de las muchas pruebas que presenta la historia de la conquista de que Cortés no procedia hi

pócritamente al establecimiento del cristianismo, como lo han acusado algunos escritores extrangeros, considerando la creencia que introducia como un medio de dominio, ó como cosa enteramente secundaria en sus designios, pues si así fuese no habria querido poner en riesgo en Tlaxcala, lo que tanto trabajo le habia costado ganar. Se dejó pues por entonces este intento, contentándose Cortés con impedir los sacrificios humanos, poniendo en libertad á los desgraciados que para ellos estaban presos en jaulas de madera, y con llamar la atencion de los tlaxcaltecas hácia la pompa con que se hacian las ceremonias del culto católico en su cuartel. Las hijas de los caciques fueron recibidas y bautizadas. Una de ellas, hija del anciano Jicotencatl, padre del general del mismo nombre, recibió el de Doña Luisa y fué dada á Pedro de Alvarado, á quien los indios llamaban Tonatiuh, esto es Sol, por lo rúbio de sus cabellos, y como eran muy inclinados á dar sobrenombres por cualquiera tcircunstancia accidental de la persona, llamaban á Cortés Malintzin ó Malinche, porque tenia frecuenemente á su lado á Doña Marina, como su intérprete. La descendencia de Alvarado y de esta Doña Luisa se enlazó despues en España con la familia de los Duques de Alburquerque.

Entre tanto los embajadores de Moctezuma que habian permanecido con Cortés, se esforzaban en persuadirle que no entrase en alianza con los tlaxcaltecas, invitándole á pasar á Cholula, ciudad que solo dista seis leguas de aquella. Los tlaxcaltecas por

el contrario, enemigos antiguos de los de Cholula, consideraron esta invitacion como sospechosa, y procuraban disuadir á Cortés de tal designio. Cholula era entonces ciudad de grande importancia y podia ser considerada como la Roma del Anáhuac: tal era el número de los templos y la veneracion con que se veia el que estaba consagrado á Quetzalcoatl, cuya misteriosa mision ha dado motivo á tantas indagaciones y que el padre Mier cree haber sido el Apóstol Santo Tomás, fundando su sistema en muchas razones muy ingeniosas. Este templo es la pirámide que se conserva hasta el dia, con una hermita de nuestra Señora de los Remedios en su plataforma superior, y es uno de los restos mas prodigiosos que nos quedan de la antigüedad pagana.

Entre las diversas embajadas de diversas partes que Cortés recibió en las tres semanas que permaneció en Tlaxcala, hubo una que llamó altamente su atencion. Esta fué la que le mandó Ixtlilxochitl, hijo de Nazahualpilli rey de Tezcuco, quien habiendo disputado la corona á su hermano mayor Cacama, habia obtenido una parte del reino, y conservando siempre en su pecho sus ambiciosos proyectos, creia haber encontrado ocasion de realizarlos con la venida de los españoles. Con este fin ofreció sus servicios á Cortés, quien se condujo con la política quə él mismo describe con motivo de las rivalidades entre megicanos y tlaxcaltecas, „Vista, dice á Cárlos V, la discordia y desconformidad de los unos y de Jos otros, no hube poco placer, porque me pareciò hacer mucho á mi propósito, y que podria tener mane

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