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Doña Marina, fué motivo de risa general, y en lo de adelante sus compañeros zaherian al descubridor de este tesoro diciéndole, que todo lo blanco le parecia plata. El cacique, que era excesivamente gordo, salió á recibir á sus nuevos huéspedes al patio del alojamiento que les tenia preparado, y en las conferencias succesivas, reiterando á Cortés las quejas que ya le habian dado sus enviados acerca de la opresion que sufria su nacion, le informó que habia otras muchas que llevaban con igual impaciencia el yugo megicano y que en especial la valiente república de Tlaxcala estaba en continua guerra para defender su libertad y su independencia. Cortés, á quien todas estas noticias confirmaban mas y mas en el plan que tenia ya formado, le aseguró que no sufriria semejante opresion, que era mandado para librarlos de ella por el mayor monarca del mundo; "que no venia sino á desfacer agravios, y favorecer los presos, ayudar á los mezquinos y quitar tiranías." Estas palabras tomadas de su historiador Gomara, parecen trasladadas de algun libro de caballería, y han sido despues objeto de la graciosa y punzante crítica de Cervantes.

Cortés sin detenerse mas de un dia en Cempoala siguió su marcha al punto en que pensaba trasladar su nueva villa, que era un pueblo llamado Chiahuitztla y por los españoles Quiabislan, fuerte por su situacion, y en que esperaba hallar mejor temperamento y mas seguro ancorage para las naves que en Veracruz. La gente del pueblo, que habia huido al acercarse los españoles, volvió luego y los principales los

recibieron con las atenciones acostumbradas por ellos, zahumándolos con incienso y excusando el no haber salido á eucontrarlos al camino. No tardó en llegar tambien el cacique de Cempoala, quien unido á los del pueblo renovó con lágrimas sus quejas contra la opresion de los megicanos, exponiendo todos los agravios que de ellos de continuo recibian.

En estas pláticas estaban cuando llegó el aviso de que entraban en el pueblo cinco megicanos, recaudadores de los tributos de aquel distrito. Los caciques con solo esta noticia perdieron el color, y temblaban de miedo, y dejando á Cortés solo, fueron á recibir y obsequiar á los recien llegados: estos, ricamente ataviados á su modo, pasaron con desden delante de Cortés sin saludarle, y en el alojamiento que les prepararon los caciques, reprendieron severamente á estos por haber entrado en comunicacion con los extrangeros sin conocimiento del monarca, y en satisfaccion les pidieron veinte víctimas de ambos sexos para sacrificar. Cortés se impuso de la novedad por Doña Marina y haciendo llamar á los caciques, los alentó y les previno que prendiesen á los recaudadores megica

nos.

Aterrados quedaron al oir semejante órden, pues ni aun concebian cómo pudiese cometerse tal atentado contra unos ministros del grande emperador; pero estimulados por Cortés al fin se determinaron, y pasando del abatimiento á la audacia, como sucede siempre en los pusilánimes cuando se creen protegidos por algun poderoso, no solo pusieron en un collar á los empleados megicanos, sino que apalearon á

uno de ellos que les resistió, y los destinaban á todos al sacrificio, á cuyo fin los custodiaban aquella noche con cuidado. Si en la política de Cortés entraba sublevar los pueblos contra su soberano, no queria sin embargo ir tan lejos que esto causase un rompimiento inmediato entre él y aquel monarca, lo que por entonces habria sido imprudente é inoportuno. Haciendo pues servir este incidente á dos objetos diversos, hizo traer en la noche á su presencia á dos de los presos megicanos, les preguntó por lo ocurrido, y atribuyendo estos el atrevimiento de los caciques al apoyo de Cortés, negó tener conocimiento alguno del suceso, y tomó secretamente las medidas necesarias para su evasion, á fin que fuesen á hacer saberá Moctezuma la proteccion que les habia dispensado, como una prueba de la amistad que le profesaba y de su deseo de estrecharla mas yendo á visitarle. Al dia siguiente reprendió á los caciques por la negligencia con que habian guardado á los presos, y para que no se escapasen tambien los otros tres que quedaban, los hizo conducir á los buques. La fama del suceso voló por todos los pueblos de los Totonacas, que llamaron Teules, esto es dioses, á los extrangeros que los libraban de pagar tributos y de tener que entregar sus hijos para que pereciesen en las aras de las sangrientas deidades megicanas. Todos acudieron á implorar la proteccion de Cortés que se la ofreció, haciéndolos prestar obediencia al rey de Castilla, de que se extendió acta en forma ante el escribano Diego de Godoy, que acompañaba al egército. Cortés pues, por este

hábil manejo, sin derramar una gota de sangre y haciendo el papel de libertador de los oprimidos, habia ganado para su soberano en poco tiempo de residencia en el pais, una vasta extension de éste y un gran número de nuevos súbditos.

Se ocupó en seguida Cortés de la fundacion de la nueva villa, en unos llanos á media legua de distancia del pueblo, y se trabajó con tal empeño que en breve quedó formada la iglesia, la plaza, varios edificios y todas las fortificaciones. Todos trabajaban á porfia, siguiendo el ejemplo de Cortés, que fué el primero en ponerse á cabar los cimientos, sacar tierra y conducir piedra, haciendo lo mismo todos sus capitanes, con lo que se hacia para los soldados mas ligero un trabajo, en que llevaban una parte igual los gefes. Los indios ayudaban con eficacia, con lo que en poco tiempo se tuvo levantado todo lo que era menester para parecer villa, como dice Bernal Diaz. Entretanto habia llegado á Mégico la noticia de la prision de los exactores del tributo y Moctezuma, grandemente irritado, preparaba sus fuerzas para castigar á sus vasallos rebeldes y á los extrangeros que los habian auxiliado. Si en aquel momento el soberano de Mégico hubiera hecho uso de su poder, es muy probable que hubiera triunfado, pues la situacion en que se hallaba Cortés era todavía muy peligrosa, y sus aliados en demasiado corto número, y demasiado insegura su cooperacion para poder contar con ellos; pero arrastrado aquel príncipe por el espíritu de vacilacion y desacierto con que se le vé proceder en todas sus relaciones con Car

tés, apenas llegan los dos presos á quienes éste habia puesto en libertad, cuando muda de resolucion y dispone mandar nueva embajada con mayores y mas ricos presentes, en la que iban dos jóvenes sobrinos suyos con cuatro grandes personages de su corte, los cuales se quejaron de la conducta del cacique de Cempoala, á quien no castigaba Moctezuma como merecia por consideracion á Cortés y á los suyos, en quienes creia ver aquellos hombres anunciados por sus antepasados, que eran de su linage y que andando el tiempo habian de venir á estas tierras. Cortès recibió el presente, y contestó haciendo nuevas protestas de su sinceridad, y en prueba de ello les entregó los tres megicanos que tenia en las naves: pero en cuanto al pago de los tributos que se reclamaban á los Totonacas dijo, que estos no podian servir á dos señores, por que habiéndose puesto bajo la proteccion del rey de Castilla, estaban exentos de toda obligacion para con su antiguo soberano, y que proponiéndose pasar pronto á verle y servirle personalmente, para entonces se arreglarian todos estos puntos. Los pueblos que habian sacudido el yugo de los megicanos se afirmaron en su desobediencia, infiriendo por la consideracion con que Moctezuma trataba á Cortés y presentes que le enviaba, que sin duda debia temerle mucho.

El cacique de Cempoala quiso entonces abusar de las ventajas que le procuraban sus nuevos amigos para vengar antiguos agravios contra un pueblo vecino, al que los historiadores españoles dan el nombre de Cingapacinga, á cuyo fin informó á Cortés que en

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