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yeron al desarrollo de la inteligencia humana, á la estabilidad y regularidad de los gobiernos y á los adelantos de la geografía y del comercio. La autoridad de los monarcas, tan vacilante en el régimen feudal, recibió un grande aumento por las modificaciones que éste sufrió, á consecuencia de aquellas guerras distantes que bajo la bandera de la Cruz sacaron de sus castillos á una nobleza altiva y guerrera. El elemento popular que entónces tuvo orígen en algunas naciones y que adquirió mayor importancia en otras, sirvió de apoyo á los monarcas contra los grandes vasallos sediciosos, é hizo que los vecinos de las municipalidades empezasen á tomar parte en los grandes negocios del estado. Desde entonces el objeto de todos los monarcas no fué otro que reunir á sus coronas los grandes feudos desmembrados de ellas, y formar cuerpos de nacion de los que hasta entónces no habian sido mas que miembros débilmente ligados entre sí y prontos á sublevarse contra el soberano. Esta grande y dificil empresa, seguida con acierto y perseverancia durante mucho tiempo, vino á consumarse en el siglo XV, pues si bien quedaron subsistentes los señoríos territoriales, se extinguieron todos aquellos derechos que los hacian casi independientes é iguales al soberano, y aquella nobleza guerrera, conservando todo el espíritu marcial que la caracterizaba, no solamenre no fué ya un obstáculo al egercicio de la autoridad real, sino que empleó en su apoyo y servicio el poder de que habia quedado en posesion, y de ella salieron los grandes capitanes, los

profundos políticos y los hábiles administradores que tanto esplendor dieron á sus respectivas naciones. Estas quedaron formadas y en aptitud de emplear en grandes empresas exteriores las fuerzas que hasta entónces se habian consumido en guerras domésticas. El espíritu inquieto é invasor, heredado de los pueblos ambulantes del Norte, de quienes proceden las naciones modernas de la Europa, quedó subsistente; pero tomó nueva direccion y mayor impulso, por las mayores fuerzas que aquellas adquirieron. Todas pretendieron desde entónces engrandecerse á expensas de sus vecinos mas débiles, y con ligeros títulos, y aun sin pretextos algunos, de lo que en nuestros dias tenemos tambien, por desgracia, tantos egemplos, entraron en guerras largas y destructoras, ya para aprovecharse de los territorios agenos, ya para repartirlos entre sí, que fué la causa de las diversas invasiones que por entónces sufrió la desgraciada Italia, la primera en experimentar los efectos de esta mudanza acaecida en la política general de la Europa.

Las cruzadas habian dejado en los espíritus fuertes, y duraderas impresiones. Estas grandes empresas, que por la primera vez desde la destruccion del imperio romano, habian reunido las fuerzas de las naciones formadas de las ruinas de aquel para obrar unidas y con un mismo fin, habian tenido por objeto en su principio librar del dominio de los mahometanos el sepulcro de nuestro Salvador y los lugares consagrados por su presencia; pero despues las miras de los cruzados se dirigieron á apoderarse de toda el Asia,

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dando fácilmente extension á la idea que habia sido el primer móvil de las guerras santas, se tuvo no solo por lícito sino por la accion mas meritoria, hacer la guerra á los infieles y despojarlos de sus tierras y posesiones. De los mahometanos pasó esta propaganda armada á los hereges y paganos, y una cruzada se publicó y se formó bajo las órdenes del célebre Simon de Monfort contra los albigenses, y otra, que dió orígen al órden teutónico, contra los idólatras que habitaban el norte de la Alemania, á la debe la fundacion de muchas de las grandes ciudades del Báltico y la civilizacion de varias de las provincias que hoy forman el reino de Prusia. Así vino á establecerse la opinion uniforme y general en todas las naciones de la Europa en aquel tiempo, no solo de la licitud, sino aun de la obligacion que las naciones cristianas tenian de hacer la guerra á los infieles, y el derecho que esta les daba para aprovecharse de sus despojos.

Estas causas que obraban simultáneamente en todas las naciones europeas, tanto para reunirlas bajo gobiernos vigorosos como para dar una direccion á la opinion, eran mucho mas poderosas en España, donde una guerra de 700 años para recobrar el territorio nacional habia ocupado constantemente los espíritus, y esta guerra dirigida contra los invasores infieles, que era verdaderamente una guerra santa y nacional, habia debido arraigar mas y mas en los españoles la idea de que tal era el carácter de todas las que se hiciesen á los infieles. Una feliz revolucion hizo

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pasar la corona de Castilla á las sienes de Isabel, y su matrimonio con Fernando de Aragon reuniendo las dos monarquías, aunque conservándoles sus leyes particulares, dió un gran poder á aquellos ilustres esposos, cuyo primer ensayo fué la conquista de Granada y la total ruina del imperio de los moros en España. Las medidas que tomaron para afirmar y aumentar su autoridad en el interior fueron igualmente felices: la incorporacion á la corona de los grandes maestrazgos de las órdenes militares, no solo aumentó inmensamente el poder real, sino que le libró de la dependencia en que de continuo le tenian aquellos gefes turbulentos de unos religiosos armados, y las leyes dictadas en las famosas cortes de Toledo, dando influjo y poder á las municipalidades, despertaron el espíritu público, inspirando en los españoles libres, dirijidos por una nobleza guerrera, el ardor y entusiasmo capaces de las mayores empresas. Aquellos soberanos, exentos de todo cuidado doméstico, dirijen sus armas al reino de Nápoles y lo someten á su dominio por la habilidad y pericia del gran capitan: la conquista comenzada por las batallas de Seminara y de Ceriñola, se consolida y afirma por la brillante victoria del Garillano y une aquella corona á la de Aragon, á cuya familia pertenecia ya la Sicilia desde las famosas vísperas sicilianas: en seguida Fernando, despues del fallecimiento de su esposa, ocupa la Navarra, sin mas esfuerzo que hacer marchar á ella á Federico de Toledo duque de Alva con sus vasallos, al inismo tiempo que el cardenal Cisneros con una es

cuadra y un egército, levantados á sus expensas, bajo el mando del célebre y desgraciado conde Pedro Navarro, recorria las costas de Africa, vengando en ellas los agravios que su nacion habia recibido en siete siglos, y estableciendo aquella línea de puntos militares que debia impedir que se formasen por las potencias mahometanas nuevos intentos contra España, y ser una barrera que contuviese la piratería de aquellos corsarios. ¡Dias de gloria y de prosperidad para España, bien diversos de los dias, de miseria y confusion á que la ha traido en los nuestros el desenfreno de las pasiones y el furor de los partidos! Todo entonces prosperaba para ella, y aun sus mismos reveses contribuian á aumentar su poder y su gloria. Así fué como la funesta batalla de Ravena dió tal lustre á sus armas, que poco tiempo despues de ella el virey de Nápoles D. Ramon de Cardona recorrió, casi sin resistencia, una parte de la Lombardia y los estados de tierra firme de la república veneciana.

La falta de sucesion varonil de los reyes católicos, fuente de todos los males que en adelante recayeron sobre aquella monarquía, fué por entónces motivo de engrandecimiento, haciendo pasar la corona á la cabeza de Cárlos V. Al inmenso poder que esta rica herencia le daba, unia aquel monarca el de sus propios estados de Austria y de Flandes, y habiendo recibido despues la corona imperial, no hubo ya límite á su ambicion y á sus empresas. El egército imperial á las órdenes de D. Fernando Dávalos, marques de Pescara, triunfa en Pavía del rey

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