Los desterrados: tipos de ambiente

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Biblioteca argentina de buenas ediciones literarias, 1926 - 183 páginas
 

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Página 102 - La muerte. En el transcurso de la vida se piensa muchas veces en que un día, tras años, meses, semanas y días preparatorios, llegaremos a nuestro turno al umbral de la muerte. Es la ley fatal, aceptada y prevista; tanto, que solemos dejarnos llevar placenteramente por la imaginación a ese momento, supremo entre todos, en que lanzamos el último suspiro.
Página 103 - ... razón de nuestras divagaciones mortuorias: ¡tan lejos está la muerte, y tan imprevisto lo que debemos vivir aún! ' ¿Aún...? No han pasado dos segundos: el sol está exactamente a la misma altura; las sombras no han avanzado un milímetro. Bruscamente, acaban de resolverse para el hombre tendido las divagaciones a largo plazo: se está muriendo. Muerto. Puede considerarse muerto en su cómoda postura. Pero el hombre abre los ojos y mira. ¿Qué tiempo ha pasado? ¿Qué cataclismo ha sobrevenido...
Página 108 - ¿No es eso?... ¡Claro, oye! Ya es la hora. Oye efectivamente la voz de su hijo. . . ¿Qué pesadilla! . . . ¡Pero es uno de los tantos días, trivial como todos, claro está!
Página 112 - Pero en la época a que nos referimos, no todas las oficinas públicas estaban instaladas en el pueblo mismo. Entre las ruinas y el puerto nuevo, a media legua de unas y otro, en una magnífica meseta para goce particular de su...
Página 65 - O que é. . . seu Joao Pedro —dijo Tirafogo — o que é, é que vocé está de morrer. . . |Vocé nao chegou! Joao Pedro no respondió esta vez. Ya había llegado. Durante largo tiempo Tirafogo quedó tendido de cara contra el suelo mojado, removiendo de tarde en tarde los labios. Al fin abrió los ojos, y sus facciones se agrandaron de pronto en una expresión de infantil alborozo: — ¡Ya cheguei, mamae! . . . O Joao Pedro tinha razón. . . ¡Vou con ele!.
Página 57 - Este trabajo, a pleno sol de verano, y en hondonadas a veces donde no llega un soplo de aire, se lleva a cabo en las primeras horas de la mañana y en las últimas de la tarde.
Página 102 - ... impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo. Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete; pero el resto no se veía.
Página 108 - Puede aún alejarse con la mente, si quiere; puede si quiere abandonar un instante su cuerpo y ver desde el tajamar por él construido, el trivial paisaje de siempre: el pedregullo volcánico con gramas rígidas; el bananal y su arena roja; el alambrado empequeñecido en la pendiente, que se acoda hacia el camino. Y más lejos aún ver el potrero, obra sola de sus manos. Y al pie de un poste descascarado, echado sobre el costado derecho y las piernas recogidas, exactamente como todos los días, puede...
Página 107 - Deben de haber pasado ya varios minutos. Y a las doce menos cuarto, desde allá arriba, desde el chalet de techo rojo, se desprenderán hacia el bananal su mujer y sus dos hijos, a buscarlo para almorzar.
Página 87 - Era un hombre joven todavía, grueso y más que grueso muy alto, pues pesaba 100 kilos. Cuando galopaba — por excepción — era fama que se veía al caballo doblarse por el espinazo, ya don Juan sostenerlo con los pies en tierra. En relación con su grave empaque, don Juan era poco amigo de palabras. Su rostro ancho y rapado bajo un largo pelo hacia atrás, recordaba bastante al de un tribuno del noventa y tres. Respiraba con ^ OF G868.809 COP-2 cierta dificultad, a causa de su corpulencia.

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