Gritos del combate

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F. Fé, 1892 - 336 páginas
 

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Página 57 - No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca, o ya la frente, silencio avises, o amenaces miedo. ¿No ha de haber un espíritu valiente? ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Página 179 - Cuando recuerdo la piedad sincera con que en mi edad primera entraba en nuestras viejas catedrales, donde postrado ante la cruz de hinojos alzaba a Dios mis ojos soñando en las venturas celestiales.
Página 183 - Hijo del siglo, en vano me resisto a su impiedad, ¡oh Cristo! Su grandeza satánica me oprime. Siglo de maravillas y de asombros, levanta sobre escombros un Dios sin esperanza, un Dios que gime.
Página xiv - La poesía, para ser grande y apreciada, debe pensar y sentir, reflejar las ideas y pasiones, dolores y alegrías de la sociedad en que vive; no cantar como el pájaro en la selva, extraño a cuanto le rodea, y siempre lo mismo.
Página 1 - Jos tiempos son de lucha! ¿Quién concibe el ocio muelle en nuestra edad inquieta? En medio de la lid canta el poeta, el tribuno perora, el sabio escribe.
Página 49 - Ruedan los tronos, ruedan los altares; reyes, naciones, genios y colosos pasan como las ondas de los mares empujadas por vientos borrascosos. Todo tiembla en redor, todo vacila. Hasta la misma religión sagrada es moribunda lámpara que oscila sobre el sepulcro de la edad pasada.
Página 184 - Como la nave sin timón y rota que el ronco mar azota, incendia el rayo y la borrasca mece en piélago ignorado y proceloso, nuestro siglo coloso con la luz que le abrasa, resplandece.
Página 60 - No es la revolución raudal de plata que fertiliza la extendida vega: es sorda inundación que se desata. No es viva luz que se difunde grata, sino confuso resplandor que ciega y tormentoso vértigo que mata.
Página 185 - A los tristes reflejos del sol poniente se colora y brilla. El huracán arrecia, el bajel arde, y es tarde, es, ¡ay! , muy tarde para alcanzar la sosegada orilla. ¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno, a todo yugo ajeno, que al impulso del vértigo se entrega, ya través de intrincadas espesuras, desbocado ya oscuras avanza sin cesar y nunca llega.
Página 58 - II Y al estampar sobre la herida abierta el hierro de su cólera encendido, tembló la concusión, que siempre alerta, incansable y voraz, labra su nido, como gusano ruin en carne muerta, en todo Estado exánime y podrido.

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