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La carta anterior retrata al teniente general D. Federico Esponda y Morell, y da puntual idea de su rara y simpática personalidad.

No le conocía personalmente por entonces el autor de estas líneas y ya le unía á él una corriente de respetuosa simpatía, avivada por las finezas recibidas, aumentada á la vez por el eco de las proezas de un tan valeroso soldado...

Era para mí el veterano general Esponda, algo así como la última encarnación de aquellos Maestres de campo, de clásico relieve y de memorable recuerdo: espíritus iluminados por el fuego de un pasado glorioso, almas templadas para el rigor y el estruendo de la guerra, duros de cuerpo y curtidos por el sol del batallar incesante, generosos con el caído, auxiliares para el laborioso, atentos y solícitos con todos los que en grande ó en pequeña manera, loaban á la tierra sacrosanta, refrescaban sus glorias, alentaban, en fin, sus generaciones gue

rreras...

Corteza tosca y espíritu incipiente y rebelde para los embates de la intriga política, cortesana y mañera, ese soldado de la Manigua destacábase siempre ante mi fantasía como el paladín de toda causa noble, derrochando sin tasa sus ardores de veterano-mozo... Le hablaban de Marruecos, de Gibraltar, del separatismo cubano... y sus ojos salientes brillaban como dos carbunclos. Le mostraban el huérfano inocente, acogido por la caridad y el compañerismo en las aulas del Colegio de María Cristina........ y aquellos ojazos despedían lagrimones que rodaban por la rugosa piel, hasta quebrarse en los pelos del abundoso mos

tacho...

Hacía de su España gloriosa, el amor de sus amores; de su abolengo, reliquia veneranda; de su casta, escudo y emblema... Rejuvenocíase al recuerdo de sus proezas, gozaba infantilmente con mirar y remirar á las banderas y estandartes; era sobrio de palabras, gráfico y original en las ideas... Así vivió vida larga y austera, y así murió muerte modesta y heróica... «¡Acabar en esta cama ruin! ¡Por qué no iría á Melilla á morir como bueno por mi Patria! Martitegui... dígale á S. M. la Reina que mis postreros recuerdos son para mi España y para mi Rey...»

Y algunos instantes después, aquel atleta de nuestras cruentas campañas americanas, daba su alma á Dios entre los rezos de sus deudos y las lágrimas de algunos admiradores, que lloraban la desaparición

de un patriota benemérito y de un soldado ejemplar, entre los muchos crecidos en el regazo de la madre Infantería.

Amarga ingratitud, ciertamente, sería dejar en el olvido la vida de tanto y tanto varón esforzado de los que nos legaron hogar honrado y fama imperecedera.

La obra fecunda de los guerreros valerosos que lustro tras lustro pelearon bajo los estandartes de Castilla, no debe quedar perdida entre las selvas seculares, testigos gigantes de sus bizarrías y de sus virtudes. Reparemos con nuestro esfuerzo el desmemoramiento de la cruel apatía ó del torpe egoísmo. Acudamos todos por piedad y por cálculo, para que la labor heróica no la borre la ola asoladora del tiempo.

El bramar de los mares ecuatoriales y de los bosques vírgenes de sus islas feracísimas, son hasta hoy el epitafio que pregona sus hazañas..... Agreguemos á ese canto de la Naturaleza una estrofa de nuestra pluma, modesta, pálida, incoherente... pero nacida del alma, brotada al calor de una gratitud enaltecedora, que debe vibrar siempre con fuerza y simpatía en cuantos pechos cubra, ampare y abrillante el hermoso uniforme militar. Religión de hombres honrados nos llamó el poeta inmortal... ¡Demos algo al espíritu y olvidemos mucho de la materia!

A eso tienden estas cuartillas, ayunas de toda pretensión histórica, codiciosas no más de servir como homenaje póstumo, corona de siemprevivas, rocío del corazón que se deposita sobre las tumbas de millares de soldados que supieron engrandecer á la Patria querida, tejiendo al par laureles y palmas para las banderas de sus ejércitos.

En el reblandecimiento de energías que hoy nos aniquila; cuando todo lo cuartea la lenta acción de un criminal escepticismo; en esta hora de apostasías, de apetitos, de irreverencias... ¡qué menos puede hacer el soldado convencido y el escritor modesto, que llevar su religioso entusiasmo al sepulcro de los buenos y entonar un himno á la fama de sus hechos!

La fe y los ideales de antaño, el vigor increíble de los hombres de ayer, sus arranques, su probidad castellana y ejemplar, relampaguean en un cielo encapotado, distinto de estos celajes serenos y enervadores

que hoy nos cobijan. Ya no se forja el trueno que espanta, ni el rayo que mata, ni el vendabal que asola... es cierto; pero tampoco vibra el coraje del estruendo, ni la luz desciende serpenteando, ni el ánimo se acera en los rigores de la desdicha. Morimos viviendo sin ideal, y la España que cierra la décimanona centuria, yace con el costado roto, ahita, insensible, semejando á las sociedades condenadas á males sin cuento ó vecinas á rudas transformaciones.

La fuerza pública recibe el influjo del estado social... ¡quiera Dios que sus nobles sentimientos, sus bravuras, su espíritu de sacrificio no se amengüen! ¡Haga el cielo que siempre se inspire en las generosidades de los que, como Esponda, consagraron su vida al servicio de la Patria!

II

Como complemento de la carta con que encabezo esta monografía, recomiendo la lectura del documento que, copiado á la letra, dice así: Hay un membrete rectangular; en el centro un círculo inscripto, con el escudo de España y una orla: Isabel II. P. L. G. D. Dios Reina de España Y de Inds.-En el lado izquierdo: Sello 4.o.—40 Mrs.-En el derecho: Año de 1835.

«D. José Muñoz de la Torre, Caballero con la Cruz y Placa de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo, Condecorado con la Medalla de la Batalla de Bailén y las cruces de distinción del primer exército, de las campañas del mismo de los años de mil ochocientos trece y catorce, y de las acciones de guerra de Mengíbar, Labisbal, San Feliú y Palamós, Coronel de Infantería y Oficial Archivero General de la Secretaría de Estado y del Despacho de la Guerra. CERTIFICO: Que por el parte original que tengo á la vista, remitido á este Ministerio por el Capitán general de Valencia en nueve de Junio último, se acredita que en la acción sostenida por el Brigadier Nogueras el día cinco anterior en los puntos llamados el Salto de la Cabra, en donde se hallaba la facción del bajo Aragón, fué muerto el Capitán Graduado don Pedro Esponda, teniente de la compañía de Cazadores de Ceuta, recomendando el expresado Capitán General á la piedad de V. M. á la

viuda y familia de este oficial, que hizo prodigios de valor. Y para que conste donde combenga doy la presente en virtud de R. O. á petición de la mencionada viuda D.a María Morell, sellada con el Sello Secreto de S. M. y firmada de mi mano. Dada en Madrid á seis de Setiembre de mil ochocientos treinta y uno. José Muñoz de la Torre. »

Siete años contaba el biografiado, cuando su padre, soldado valeroso de la Infantería, moría como un héroe en los campos de batalla. Don Federico Esponda, que había nacido en Madrid el 2 de Junio de 1828, obtuvo por gracia Real, cuatro años más tarde, en 3 de Julio de 1839, pensión entera en el Real Colegio General Militar, en el que no ingresó hasta cumplir los catorce años, ó sea en 1842.

Hallábase entonces en todo su apogeo aquel centro docente, creado en 1824 é instalado en el Alcázar de Segovia bajo la inteligente dirección del teniente general D. Francisco Xavier Venegas. Trasladado á Madrid en 1837 por virtud del golpe de mano realizado por el cabecilla Zariategui, el Real Colegio General Militar pasó del convento de dominicos de Atocha al de Jesús, en el Prado, y por último al cuartel de Guardias de Corps, donde quedó constituído en 1843 con la denominación de Colegio General de todas armas. Hasta 1846, bajo la dirección del ilustre conde Clonard, no se trasladó y albergó definitivamente en Toledo.

En aquel instituto militar figuró D. Federico Esponda con el nú. mero 438; en él también recibieron hidalga y fortalecedora enseñanza nobles soldados que dieron su sangre por la libertad luchando contra el carlismo, por el orden en multitud de revueltas, y por la gloria de la bandera en todas ocasiones. De él salieron el heróico y leal marqués de Novaliches, Armero, D. Crispín Ximénez de Sandoval, Jiménez Baz, D. Juan Nepomuceno Servet, el inolvidable D. José Almirante, Marchesi, los Fulgosio, los Primo de Rivera, Cotoner, Alaminos, la Gándara, Ciria, Villate, Ruiz de Arana, Armiñán, Ruiz Dana, Terrero, Contreras, Santelices y tantos y tantos veteranos que fueron ó son gala de las armas y de las letras.

en

Imperaba en aquellos días, en punto á la educación militar de los aspirantes á oficiales, un criterio científico modesto y reducido, armonía con las necesidades de la época. Pocos llevaban su inteligencia á las integrales, pero todos sentían fe, orgullo profesional y... sabían ortografía.

Rezábase el rosario, luego de rematar la faena cuotidiana; el régimen escolar, más severo y disciplinado que hoy, no les permitía salir sino en colectividad, con detrimento tal vez de la autonomía individual, en boga más adelante, pese á la estrechez rigorista de nuestro dogma.

Pero aquellos mancebitos, apenas mozos, luego que ganaban la charretera de subteniente, mostraban su fiereza personal, el orgullo de su procedencia, sus cualidades de pundonor refinado y puntilloso, en la brega del mundo, de la sociedad y de las armas.

Arriscados y pendencieros en demasía, tanto como fieles observantes del respeto y de la templanza que imponen las jerarquías y los preceptos, para ellos eran objeto de veneración y de culto todas las cosas de la Milicia y sus hombres, á diferencia de lo que luego ha ocurrido, cuando el anciano cubierto de cicatrices y de veneras y de merecimientos, sucumbe entre la frialdad y el olvido, acaso porque su acción no se dejó sentir en las pragmáticas de esa política de medio mogate, en la que triunfan los osados y gallardean los que, faltos de condiciones propias, de servicios probados, apelan á la intriga del servilismo y aun á las tristes eficacias de alcoba. Generación gigante, superior por su corazón á las generaciones caquéxicas de luego, que repletas de mentida ciencia, apenas si distinguen, en su daltonismo moral, lo que es derivación de la ley del encaje, de lo que resulta corolario del código, no escrito por nadie, de los hombres de honor y de valía.

¡Bien hayan esos venerables soldados del ayer fuerte y glorioso! Merced á su labor fatigosa de más de medio siglo, tenemos hoy un abolengo recio y esplendoroso, tan pujante como aquel otro que nos legaron los clásicos capitanes de la centuria xvI.

III

Ya en el colegio, Esponda siguió el régimen escolar, en el que obtuvo el siguiente título, que acredita su condición laboriosa y buena: Hay un sello orlado.

«D. Bartolomé Amat y Bonifaz, coronel del Cuerpo Nacional de In

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